Un zumbido resonaba en su oído, cuando Zahara abrió los ojos, no supo dónde estaba, ni quién era, no supo nada de nada, así permaneció, hasta que, al fin, cinco minutos después, los recuerdos vinieron de golpe. —¡Mis hijos! ¿Qué me pasó?! ¿Dónde estoy? Quiso levantarse, pero un dolor en su abdomen la hizo detenerse, era ese tipo de dolor de una herida, que la hizo maldecir. —¡No se levante, señora! Aún está muy débil, y puede abrir los puntos de la cesárea. —¿Cesárea? «Yo… ¡Estaba embarazada! Yo…», pensó —¡Mis bebés! ¿Cómo están mis hijos? —exclamó desesperada La enfermera no dijo nada. —Cálmese, señora, pronto vendrá el doctor, mire, ahí viene. La puerta se abrió, un doctor con bata blanca, y rostro serio llegó, y tras él entró otro hombre, de traje oscuro, inmaculado, de ojos s