Hans Gallagher. –¡Sorpresa! Levanté la mirada y ví a la mujer con lencería negra acercándose, sí que sabía estar buena, pero la pregunta era ¿cómo había entrado a mi oficina? –¿Qué haces aquí, Marcela? –pregunté al levantarme de mi silla. –Vine a verte, no me has llamado, ¿qué pasa? Pasó sus manos por mi camisa y me sujetó la corbata, sus manos apenas llegaban a mis hombros y no podía alcanzarme para besarme, moví mis manos hacía el vestido que lleva encima y cubrí su cuerpo de nuevo. –Pasa que estoy comprometido y lo sabes. –Oh sí, la prometida inexistente –se burló –. Esa don nadie no está aquí, vamos a hacer algo divertido, traigo tu perfume favorito. Se alzó lo más que pudo para poder alcanzarme, ganas no me faltaban, pero debía cuidarme de cualquier escándalo, el abuelo