Recuerdo dolorosos

1657 Words
Al amanecer del día siguiente, el sol comenzaba a asomarse en el horizonte cuando Julieta llegó a su apartamento. La noche había sido larga y ruidosa, como Demian había solicitado. Llevaba sus zapatillas en la mano y su expresión mostraba una mezcla de cansancio y alivio. Aunque la noche había transcurrido sin incidentes mayores, Julieta estaba deseando regresar a la tranquilidad de su hogar. Al abrir la puerta de su apartamento, se encontró con Mónica esperándola en la entrada. Mónica había estado preocupada durante toda la noche, ya que no había tenido noticias de Julieta. El alivio se reflejó en el rostro de Mónica al ver a su amiga regresar sana y salva. —¿Cuántos clientes tuviste? —preguntó al ver a su amiga demasiado cansada. Julieta alzó su mano y levantó un dedo. Mónica Abrió los ojos, sorprendida. —¿Uno solo te hizo esto? —La señaló sentándose en la cama junto a ella—. Demian Bradley —atinó a decir. Julieta soltó un puchero y escondió su rostro en su almohada respondiendo. —Fue tan intenso —exclamó—. Y extraño. Mónica se paró de la cama negando con la cabeza. —Te dije... extraño es el segundo nombre del señor Bradley. —Se calmó al observar bien a su amiga; solo estaba agotada, así que decidió dejarla descansar—. Pues espero que no te quiera para esta noche también, sabes cómo es Bruno cuando alguien se interesa mucho en ti —le recordó. Aunque no quisiera, Julieta tenía que tener ese detalle bien presente. La azabache asintió cabizbaja. —Bruno no puede saber que pasé toda la noche con el señor Bradley o me castigará. —Su expresión preocupada hizo que Mónica la mirara con agobio. —Esperemos que no, corazón. No puedo verte como la última vez. —Julieta escondió de nuevo su rostro entre su almohada y su amiga comprendió que no quería hablar más del tema y lo entendió, era muy delicado para ella revivir lo de siempre. La luz del amanecer filtrándose a través de las cortinas del apartamento apenas iluminaba la habitación cuando Julieta cayó en un sueño profundo, su cuerpo agotado por la noche anterior. En sus sueños, el mundo comenzó a desdibujarse y transformarse, llevándola a un lugar que parecía a la vez familiar y dolorosamente lejano. Julieta se encontró en una casa antigua, de paredes desgastadas y muebles que parecían sacados de otra época. Era la casa de su infancia, un lugar que había querido olvidar. Caminó por el pasillo, sintiendo una mezcla de ansiedad y nostalgia mientras los recuerdos del pasado emergían con claridad abrumadora. Llegó a una habitación que parecía el corazón del hogar. Allí, vio a su padre, una figura imponente y severa. Él estaba de pie junto a una cuna vacía, su rostro enmarcado por una expresión de desdén y decepción. La escena se sentía opresiva, y Julieta sintió el peso de un pasado doloroso que la había marcado para siempre. En un rincón de la habitación, una mujer joven y frágil yacía en una cama, su rostro pálido y su respiración apenas audible. Era su madre, la mujer que había dado la vida a Julieta pero había pagado el precio más alto al hacerlo. La visión de su madre la llenó de tristeza y culpa, un dolor que Julieta había llevado consigo durante años. De repente, su padre se volvió hacia Julieta, su mirada fría y llena de reproche. —Es tu culpa —dijo él con una voz cargada de resentimiento—. Si no hubieras nacido, tu madre estaría viva. Eres la razón de su muerte. Las palabras de su padre resonaron en la habitación como un eco doloroso. Julieta sintió una ola de desesperación y angustia, el dolor de la culpa y la pérdida inundando su corazón. Su padre la miraba con una dureza implacable, como si el peso del mundo estuviera sobre sus hombros y ella fuera la causa de todo su sufrimiento. Julieta intentó responder, pero las palabras no salían de su boca. Su garganta estaba cerrada, atrapada en un nudo de emociones reprimidas. Los recuerdos de su infancia, los gritos, las lágrimas y la sensación de no ser suficiente, todo se entrelazaba en un torbellino de dolor. De repente, la escena cambió. Julieta se encontró sola en la oscuridad, con el eco de las palabras de su padre resonando en su mente. La oscuridad envolvía todo, y Julieta se sintió perdida, buscando una salida, pero sin encontrar una forma de escapar de las sombras de su pasado. Erick llegó a altas horas de la noche y como era costumbre, ebrio hasta caerse. Levantó a Julieta de su cama y empezó a sacar su ropa de los cajones. —¿Qué pasa? —La pobre Julieta preguntó restregando sus ojitos somnolientos. Su padre solo dijo "vístete" con voz urgida. La azabache obedeció aun interrogante por la actitud de su padre. Cuando ya estuvo lista, Erick la tomó de la mano y salió con ella, ya un taxi los esperaba afuera de su casa. Julieta sintió un escalofrío recorrer su cuerpo cuando el taxi paró en frente del club que frecuentaba su padre todas las noches. Miracle, se leía en el anuncio de letras de neón en la fachada. Erick salió del auto y se adentró en el club junto a Julieta dirigiéndose hasta un lugar cerrado donde las luces, y la música ruidosa no se percibieran tanto. Sentado en una enorme silla, ya hacia un hombre de piel bronceada y ojos gatunos, apenas miró a la pequeña niña de cabello azabache, su sonrisa se volvió aún más amplia. Se puso de pie y se acercó a ella, la tomó cuidadosamente del rostro y la observó de cerca. Su piel era suave y su mirada era perfectamente inocente, una apetecible y adorable niña sin experiencia, era perfecta y más que eso era ahora de él. Julieta miró con miedo al hombre, no comprendía por qué la observaba de esa forma, pero no le gustaba para nada. —Aquí está mi hija, como lo prometí —habló Erick de forma impaciente. —40 000 dólares menos lo que me debes y los intereses. —Bruno caminó hacia su escritorio y sacó un fajo de billetes lanzándolo directamente a la cara de Erick. Inmediatamente se agachó para recoger el dinero, contando cada billete para verificar que estuviera completo. Al final, sonrió con satisfacción. Julieta miró a su padre, preguntándose que era lo que hacían allí. —Ahora eres propiedad del señor Bruno. Deberás hacer todo lo que te pida y, si te comportas bien, no te tratará mal. Julieta miró asustada a su padre y al hombre al frente. Esto tenía que ser una broma. ¿Por qué la dejaría con ese desconocido? —¡No! —exclamó—. No quiero quedarme con ese hombre —suplicó aferrándose al cuerpo de su padre, este la tomó fuerte y la lanzó tirándola al piso. —Tendrás que hacerlo —dijo con rostro severo—. Ya no te necesito. Deberías estar agradecida de que no te vendí antes. Con lo que me dieron, podré vivir en paz, lejos de ti. Julieta comenzó a sollozar en el piso, su padre le dedicó su última mirada de desprecio antes de irse para jamás volverlo a ver. Bruno la sostuvo en sus brazos y la llevó hasta su habitación, lo único que le pasaba por la mente en ese momento era que su papá la había abandonado. Pero al levantar sus ojos, su cuerpo se paralizó de puro pavor al ver a ese hombre extraño desvistiéndose frente a ella. Su primer instinto fue alejarse, chocando con la pared, no tenía escapatoria. Negó repetidamente para evitar que la lastimara, pero ni sus gritos ni sus lágrimas lograron detenerlo. Con apenas 12 años de edad, Julieta perdió su pureza a manos del peor ser sobre la tierra y su verdugo hasta ese momento. Julieta despertó de repente, sus respiraciones entrecortadas y el corazón acelerado. El sudor perlaba su frente y sus manos temblaban. El horror del sueño la había invadido completamente, como si las pesadillas de su pasado hubieran cobrado vida en la oscuridad de su habitación. El eco de las palabras de su padre seguía presente, como una sombra persistente en su mente. Se sentó en la cama, sus piernas aún temblorosas y su cuerpo cubierto de sudor frío. Julieta miró alrededor de su apartamento, intentando aferrarse a la realidad, pero la sensación de desesperanza era abrumadora. El pasado, con su carga de culpa y dolor, parecía estar persiguiéndola, sin importar cuán lejos intentara huir de él. Julieta se levantó con dificultad y se acercó a la ventana, abriendo las cortinas para dejar entrar la luz del día. La luz del sol, aunque reconfortante, no pudo disipar el terror que aún sentía. Se apoyó en el marco de la ventana, mirando hacia afuera mientras su mente intentaba recuperar el control. Sabía que su deseo de olvidar el pasado era una lucha constante, pero el sueño había dejado claro que, aunque intentara huir, no podía escapar de la vida que la había moldeado. La sensación de que su pasado era una cárcel sin salida era desalentadora. Había intentado tantas veces dejar atrás las heridas de su infancia, pero las sombras seguían presentes. Se vistió con ropa más a su gusto y salió de su habitación encontrándose a solas, Mónica había dejado algo de comida en la nevera. Después de comer, salió del departamento y lo único que le sacó una sonrisa, aunque mínima, fue encontrarse con su vecino del 5A. Lucas jugaba con los hijos de la vecina del 6c. Ensoñada, lo observó por un instante, su risa podría parecer escandalosa para cualquiera, pero no para Julieta. Su energía le transmitía tanta confianza, además de que era muy lindo y sus ojos se iluminaban cada vez que lo veía.
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