¿Con qué dinero?

3166 Words
—¿Se puede saber dónde carajos estás, p3ndeja de m13rda?— preguntaba completamente furioso Emanuel al otro lado de la línea telefónica — le hablé a la taradita de tu vieja y no me respondió ¿A qué hora pensás venir? ¡Los pibes tienen hambre! Abigaíl escuchaba en silencio todas aquellas agresiones. En su rostro, no había expresión alguna, parecía como si ella no se diera por enterada en absoluto de que el verdadero blanco de todas esas palabras fuese ella misma. Sin embargo, en su interior, todo dolía. Dolía escuchar esas palabras hirientes, dolía recordar que se encontraba completamente alejada de sus hijos y que ese idiota no era capaz de hacerles algo para comer. Dolía saber que habían molestado a su mamá, quien era la única persona que estaba completamente al tanto de su paradero... Dolía ser agredida de esa forma tan humillante delante de ese primo que, en ese momento, por más que disimulaba todo mirando al frente completamente ocupado en el camino, en realidad no dejaba de observar de soslayo la situación con la expresión expectante de quien estuviera pronto a intervenir. Eso último no solo le dolía, sino que también, la aterrorizaba. Al juzgar por la expresión que veía en ese atractivo rostro, intuía que su primo sería más que capaz de intervenir en cualquier momento. No le parecía para nada exagerado suponer aquello, a fin de cuentas, siempre había sido así ¿Por qué iría a cambiar ahora? «Lo malo es que Emanuel se va a enojar peor si él dice algo.» Se dijo mirando con desconfianza a su primo desde el asiento de copiloto de aquel lujoso auto en el que viajaban. Ese era su mayor miedo, que por la intervención de Esteban las cosas empeoraran. Tenía que actuar y hacerlo rápido si es que quería evitarlo. Pero, por más que lo quisiera, simplemente, las palabras no salían de su boca. —¡Eu! Taradita, te estoy hablando, respóndeme cuando te hablo sino querés que te haga escarmentar cuando te vea.— amenazó Emanuel y Esteban frenó en seco mirandola con indignante incredulidad — ¡Dale! P3ndeja ¿Dónde estás? ¿Ves que mentis? A vos te importa un ch0to lo que les pase a tus hijos ¡Jamás creí que serías tan mala mujer! ¡Que basura que sos! ¡Al final, todos tenían razón!, nunca te debí haber dado bola, conchuda. Los insultos y recriminaciones siguieron, ella prefirió no decir nada, ya se cansaría. Sabía que lo haría. Siempre era así. Miró a su costado, en el asiento de piloto en el que se encontraba su primo. Esteban también parecía que estaba a punto de cansarse de toda aquella escena. Lo vio inspirar hondo, con los ojos cerrados, enfrascado en lo que él le había explicado que eran "ejercicios de respiración", una técnica que ayudaba a calmar emociones agobiantes. Quizás, fuera por caer en la cuenta de que aunque ya estaba acostumbrada a esas situaciones y más aun a que nadie interviniera, ahora estaba en la presencia de una persona a la que no le importaba en absoluto ayudarla y eso la incomodaba demasiado. O tal vez era el insignificante hecho de que ella misma comenzaba a cansarse de todo ese asunto y solo quería que se callase de una maldita vez. Lo cierto era que, fuera cual fuera el motivo real, algo la hizo tomar el impulso necesario para hablar. — Emanuel ¿Te podés dejar de j0der de una buena vez? ¡Cocinales vos a los nenes, querido! Tenés dos manitos y las sabés usar para algo más que solo jugar a la play — le informó mostrando su evidente cansancio en lo que veía por el rabillo del ojo como Esteban le sonreía de costado y asentía con la cabeza, eso le dio más determinación a seguir hablando — Te recuerdo que vos me echaste y no me dejaste ver a los niños cuando fui a buscarlos. Te recuerdo que vos me dijiste que no me acerque a ellos. Que soy una mala persona y que no me merezco estar con ellos. Que si me quiero ir, que me vaya, pero a los chicos no me los llevo. Bueno, me fuí, como vos tanto querías. Ahora, macho, hacete cargo vos de ellos. La cosa siguió, Esteban, para quien no había peor situación que tener que soportar ese tipos de discusiones de terceros, tuvo que soportar en silencio ese sin fin de amenazas e insultos por parte del Narcisista, mordiéndose la lengua en más de una ocasión para frenar el impulso de intervenir como realmente estaba queriendo hacer. Su experiencia profesional, le advertía que, la manera en la que Abigaíl estaba respondiendo a las agresiones de aquel individuo, no era la correcta para preservar su salud emocional, ni menos para pararlo. Pero, en ese momento no se trataba de hacer algo por su salud. En ese momento él estaba más que ocupado en grabar la conversación. Si quería ayudarla como era debido, tenía que tener pruebas fehacientes de todo aquel maltrato que soportaba aquella mujer. Por eso no intervenía, aunque ganas no le faltaban en absoluto de hacerlo. Ese infeliz estaba cruzando todos sus límites. —¿Así que te fuiste con tu macho, trola?— escuchó que insistía en atacar.— ¿Viste qué no me equivoqué? A vos no te importa un ch0to los pibes... Esteban puso los ojos en blanco al escucharlo referirse a él de esa manera despectiva. Reconocía muy bien la táctica que ese hombre estaba usando en ese momento, era de las más comunes y más patéticas que se podían ver en todo lo referente a la manipulación. Esta solo consistía pura y exclusivamente en molestar a la víctima en cosas específicas para conseguir que dudara de su postura ante la situación. Buscaba solo provocar para hacerla sentir mal, para que escarmentara por no hacer lo que él quería que hiciera o, en el mejor de los casos, para que terminara por cansarse y hacerla quedar a ella como la loca. «Gass Light...» Reconoció el nombre que en su profesión le daban a ese tipo de tratos, tomando nota de buscar todo el material que tuviera acerca del tema para dárselo a ella, sabía que lo necesitaría. Mientras seguía escuchando la discusión, sacó un cigarro del paquete que llevaba en la guantera, abrió la ventanilla del coche y lo encendió mirando a Abigaíl entre las sutiles bolutas de humo. Ella también lo miraba, pero en esos enormes ojos negros, solo había súplica. Ella también quería terminar con todo aquello. Era entendible, para él, que se sintiera así y, a su vez resultaba un gran alivio que comenzara a exteriorizarlo. De modo que, como si aquella mirada fuera una orden para él, se puso en estado de alerta, esperando el momento oportuno para intervenir de una vez por todas. Suerte para él, que ese momento no tardó en llegar. — Bueno, conchuda. Si no querés volver está bien. Pero a los nenes no los ves más ¿Me escuchaste?— sentenció Emanuel en el altavoz del celular.— Y ni se te ocurra hacer algo ¿Eh? Mirá que a tu vieja le puede ir mal. Y te lo advierto... P3ndeja, andá a decirle a tu macho que ni se acerque a los nenes o a Buenos Aires si es que no quiere terminar trás las rejas... Justo lo que menos le convendría decir. Esteban le quitó el celular de la mano, sin esperar algún tipo de permiso. —A ver, a ver. Hasta acá llegó mi paciencia, dame eso acá, Bonita.— le dijo con suavidad en lo que se ponía el celular al frente de su rostro — No hace falta que ella me haga de mensajera, porque yo estoy a su lado ¿Me repite, por favor, qué me va a pasar si me acerco a la provincia donde nací? Pasa que me parece que no lo escuché bien... Silencio. Eso fue todo lo que se oyó del otro lado de la línea telefónica. Pero Esteban sabía que él seguía ahí, sabía muy bien que su respuesta no la había esperado en absoluto. Sonrió sardónico como si fuera él el depredador y ese estúpido gusano una patética presa con la que se estaba disponiendo a jugar. No había nada que disfrutase más que tener así de acorralado a uno de asquerosos narcisos. Siempre los había odiado. —... Ah, deje, deje. Si, escuché bien lo que usted me dijo...— replicó haciendo alarde de todo su autodominio en lo que por fin ponía el coche en marcha cambiando su tono de voz por uno más bajo y agresivo—... Escúchame bien lo que voy a responderte, porque a mí no me gusta tener que repetir las cosas. Tengo toda esta conversación bien grabada, así que tené mucho cuidado con lo que me decís. Sabelo... Le llega a pasar una mínima cosita a mi tía y te puedo asegurar que vos estarás paseando en tanga por todo el penal de Holmos. Y yo no amenazo, prometo. Así que mucho cuidado, hermano, sino querés terminar trás las rejas. Dicho esto, colgó la llamada y apagó el celular. Se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta de cuero marrón oscuro que llevaba puesta. Dio una calada a su cigarrillo y luego lo dejó caer por la ventanilla que tenía abierta. Abigail lo observaba en silencio. De eso, él se daba cuenta que aquella mirada expresaba sin necesidad de palabras todo el miedo que sentía ante la angustiante situación en la que se encontraba. Esteban paró en un semáforo en rojo. Tomó su celular y apagó la grabación. Lo que él podría llegar a decir, era algo que no quería que estuviera en el audio. Abigaíl lo vio ponerle la mano al hombro mientras la miraba con toda seriedad. Parecía como si ella no fuera la única que se encontraba de mal humor por todo lo ocurrido recientemente. —¿Quieres decir algo?— le preguntó su primo con suma cautela. Ella negó con la cabeza —¿Estás segura? Aquella manera que ese hombre tenía de abordar las conversaciones, no era algo nuevo para ella. Recordó el día en que hicieron esa videollamada en donde se reconocieron. Como los motivos de la misma habían sido otros y no necesariamente eran para hablar del clima, ella, al reconocerlo, había cortado la llamada decidida a no hablarle nunca más. Darse cuenta que el hombre que, en ese momento, comenzaba a gustarle era ese primo que en su infancia había sido inseparable, la apenaba. En aquel entonces, tenía miedo que él hubiese pensado que ella era una mujer fácil o cualquier cosa que podría haber creído. «Pero, fue él quien me volvió a llamar para que habláramos del tema y la cosa quedó ahí...» Si, había sido él, con esa misma actitud que ahora insistía para que hablasen lo ocurrido. Esa actitud que no exigía nada, solo demostraba que quería saber que pensaba. Esa actitud que, aunque no quería, la hacía compararlo con ese otro tipo, ese con el que estaba casada. Compararlos y darse cuenta que, en todo, Esteban era mucho mejor hombre que Emanuel. Incluso en el tipo de charlas subidas de tono que habían compartido cuando todavía no sabían lo que eran y ella aun no había vuelto otra vez con Emanuel. «Pero no está bien que piense en eso... Él es mi primo, lo tengo que respetar...» Se dijo acultando su incomodidad al desviar la mirada hacia el frente. Tomó uno de sus cigarros y lo encendió en lo que se encogía de hombros. Realmente esperaba que no se notara lo que realmente pensaba. —¿Y vos? — le preguntó para desviar el tema de atención, a fin de cuentas, sabía que él tenía más cosas que decir. Se le ocurrió una pequeña broma, algo que esperaba que aligerase toda la situación— ¡Haber! ¿Qué tiene por decir "mi macho"? El auto se puso en marcha con el cambio de luz verde del semáforo. Esteban entendió a la perfección aquella broma no tan inocente ¿Cómo no hacerlo? Si él mismo se acordaba muy bien de lo que había dicho después de aquella videollamada. «Somos primos pero...» Lo había dicho en un exabrupto de sincera, por suerte había podido reprimirse antes de meter aun más la pata y, aunque ella lo había entendido a la perfección, la cosa no pasó más de una simple broma privada. Ya que sabía que ambos habían iniciado esa videollamada con otras intenciones. Le quitó el cigarro de la mano y fumó de él como si nada pasase por su mente. —¿Tu macho? ¡Ja, ja! ¡Ya te gustaría a vos que fuera así! ¡Ja!— replicó con natural desinterés exhalando el humo — No juguemos con fuego, por favor... Esa advertencia no surtió el efecto que él habría deseado. Por el contrario, en vez de provocar una risa o aunque sea una simple mueca lo más parecida a una sonrisa, Abigaíl solo se sumió en un hermético estado de silencio. La vio subir los pies en el asiento. Ovillada en una posición fetal, mirando por la ventanilla. Esteban sabía que no quería mirarlo a la cara. No le molestó esa reacción, a decir verdad, se la esperaba. Aunque ambos se atraían mutuamente, ella huia completamente a la mención del tema . Eso también era peligroso, porque las cosas caerían bajo su propio peso y el resultado, podría no ser el mejor para ambos. Pero, bueno, en ese momento él, como buen psicólogo que era, se tenía que admitir que no podía hacer nada con eso. Sería cuestión de tiempo y de buscar el momento oportuno para hablar del tema. A fin de cuentas, lo que no se decía, iba a parar a un rincón de la mente y, al salir eso, porque todo salía a la luz, tarde o temprano, podía ser algo catastrófico. Le devolvió el cigarro y se enfocó en el camino. Prefería que esas cosas quedaran allí, así que, le daría el beneficio de dejarla en paz con ese tema. Pero, en amén a la verdad, también había otra cuestión importante a tratar: Que se proponía hacer con el audio que tenía guardado. —Como sea... ¿Me preguntas si tengo algo por decir?— le dijo mientras maniobra a el volante para dar un giro hacia la derecha.— ¿Sabés qué sí? Te pregunto: ¿Querés qué te ayude a recuperar a tus hijos y separarte de él? Conozco unas cuantas personas que te pueden ayudar con eso. Además, no solo te ayudaré con eso, sino que tengo en mente hacer todo lo posible para que no tengas que depender de nadie ¿Qué te parece eso, Bonita? Ella, al escucharlo solo levantó los ojos en su dirección para mirarlo con indiferencia y se encogió de hombros. En realidad no quería hablar del tema. O al menos no dar una respuesta muy a la ligera. Por ese motivo prefirió seguir con su actitud de hermético silencio que él aceptaba a regañadientes, pero que se lo respetaba. A decir verdad, todo tal cual se oía, parecía una muy buena idea. Y se lo agradecía con toda el alma. Pero, había algo que no le gustaba. Eso que él pretendía hacer, llevaba mucho dinero. Dinero que ella no tenía. Dinero que gastaría él así tal cual como había he hecho en ese día al comprarle el pasaje en primera clase para que viajara cómoda, sin olvidar todo ese dinero que le había pasado a su cuenta para que ella se comprara algo para comer en el camino, dinero que no solo cubrió su gasto, sino que, además, sobró de forma exagerada, pero, cuando le quiso devolver, él se negó en redondo. «Hace lo mismo que hacía Emanuel...» Pensó al darse cuenta de ese detalle. Emanuel le había enseñado a desconfiar de los hombres que eran así de dadivosos y desinteresados. Porque él también lo había sido en un principio. Pero, eso solo había sido una máscara, una espantosa y cruel estrategia para obtenerla. Con el tiempo descubrió que, así como daba a manos llenas, después lo usaba para echarselo en cara a la menor oportunidad. Con el tiempo, descubrió que lo mejor era no confiar en nadie y arreglárselas como pudiera. Se dio cuenta que el auto estaba bajando la velocidad. Miró al frente, donde los faros delanteros alumbraban muy bien la entrada de una casa de dos plantas con patio delantero y una bonita terraza con vista al río de la ciudad. Una casa que, aunque pareciera modesta, a lo lejos gritaba lo costosa que había llegado a ser. Ya lo sabía, su primo, debido a su trabajo más otras cosas de las que no hacía mención alguna, era asquerosamente rico y de esos pocos argentinos que cotizaban el ingreso mensual en dólares. Bajó del coche, siguiéndolo por el bonito empedrado que los llevaba a la puerta de hierro esmaltado de la entrada. Vio como él sacaba de su bolsillo el celular que le había quitado y se lo devolvía en lo que abría la reja dejándola pasar primero. —Bienvenida, Corazón. Disculpa que esté un poco desordenado el lugar, no hice a tiempo de ordenar.— le explicó en lo que ella pasaba por su lado.— espero que te sientas a gusto de todas formas... Mientras hablaba, Abigaíl notó como le ponía una mano en la espalda para guiarla por el sendero de piedra laja que conducía a la edificación. Un gesto aparentemente normal e inocente, pero que a ella le supo a peligro. Era más que consiente que, cuando crizara esa puerta, cualquier cosa podría ocurrir entre ellos. Más que probable, sería que, si ella se negara, él usaría toda aquella linda y desinteresada ayuda para conseguir lo que en realidad deseaba de ella. No se engañaba, él no la ayudaba porque fuera una buena persona. Él la ayudaba porque solo quería tener esa posibilidad que no tuvieron antes. Pero eso no estaba bien, por el contrario, eso era pecado y además era peligroso. Tenía que impedírselo. —¿Te soy sincera, Esteban?— le dijo antes de que siquiera él pudiera dar vuelta la llave de la puerta. Esteban la miró levantando una ceja curiosa. —¿Y si mejor me vuelvo y no te j0do?...— sugirió con voz aparentemente ausente. Él solo le sonrió abiertamente en lo que conseguía abrir la puerta de la casa. Al juzgar por su mirada, aquella sugerencia no le gustaba en lo más mínimo. —¿Eh? Disculpa por lo que diré pero... ¿Con qué dinero te vuelves?— le admitió en lo que le daba un pequeño empujoncito para que entrase— ... De mi bolsillo no esperes que salga un centavo para que te vuelvas a esa m13rda en la que estuviste tanto tiempo...
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD