Te espero en el andén

3135 Words
«No te preocupes, Abigaíl, te espero en el andén...» Le escribió por enesima vez, en un mensaje de texto haría ya dos horas atrás. Ella se encontraba nerviosa, ese detalle no se le escapaba en absoluto. Por la sabiduría que le confiaba su titulo de psicoanalista, la entendía perfectamente, era lo más común del mundo que eso le llegase a pasar. Por ese motivo, pese a que odiaba con toda su existencia tener que repetir las cosas, se lo había repetido hasta el cansancio. « ¡ No te hagas drama! Yo te estoy esperando en el andén. » Le insistió enviándole una foto adjunta de sí mismo en ese momento. Esa foto, por la que había tenido que pagar para que se la sacasen, lo mostraba literalmente debajo del cartel que rezaba el número "treinta y nueve", señalandolo con ambas manos. Se lo veía sonreír abiertamente, exagerando la mueca con esa vieja mala mania de poner los ojos bizcos. Eso solo lo hacía para ver si ella se distraía aunque fuera un poco. Sabía muy bien que eso la haría reír y ¿Quién no conseguía calmarse gracias a una buena carcajada? Al menos él no conocía a nadie y, de ser el caso de que esa persona existiese ¡Que se presentase a primera hora de la mañana de lunes a sábado en si consultorio de la avenida principal si quería ganar un buen dinero extra como sujeto de estudio para una de sus tantas y exitosas tesis médicas! «No te preocupes... Te espero en el andén...» Así se pasó todo el día, repitiendo hasta el cansancio que él la esperaría en el andén. Repitiendo y repitiendo que él estaría allí. Que su llegada no era ningún problema para él y un sin fin de cosas más que ya lo hacían sentir como una especie de grabadora humana que solo repetía la misma grabación una y otra vez. Llegando aproximadamente a la hora del encuentro, notó como la gente a su al rededor caminaba inquieta paseando sobre la galería que daba al andén de los autobuses de larga distancia que venían de otra provincia. Esteban, también, era uno de ellos. Era algo más que normal, él sabía el motivo químico de que eso fuese posible: debido a la espera, la adrenalina subía y generaba un leve estado de Ansiedad que llevaba a la impaciencia. Por ese motivo, él, no podía evitar hacer lo mismo. Aunque al teléfono lo disimulaba muy bien, se sentía completamente ansioso ante la proximidad de aquel reencuentro. Caminaba despacio, por el lugar, marcando cada paso con un chasquido de sus finos y largos dedos, procurando en lo posible no alejarse demasiado del punto exacto donde le había dicho que la esperaría. Ya faltaba poco menos de una hora para que ella llegase. Al final, ella había terminado por aceptar toda su ayuda. Eso para él suponía un gran alivio. No se lo diría jamás de forma abierta, pero, tampoco se negaría en absoluto que verla llegar, le devolvía el alma al cuerpo. Desde que había vuelto a hablar con ella, gracias a una de esas tantas plataforma de citas a ciegas, que tenía la urgencia de que eso ocurriera. Peor habia sido esa urgencia cuando ambos se reconocieron en aquella videollamada que habían hecho meses atrás. Teniendo ese detalle en cuenta, no sería para nada extraño que él se sintiera así ¿Cómo podría ser de otra forma? ¡Si se había pasado esos siete meses escuchando pacientemente todas sus penas y quejas! «¿Por qué será que siempre nos cuesta irnos de donde no nos quieren ver bien?¿Por qué tardamos tanto en darnos cuenta que ahí no es nuestro lugar?» Se preguntó a menudo cada vez que se enteraba de los últimos malos tragos por los que pasaba esa pobre mujer por culpa de un mal marido. No la juzgaba. Jamás lo haría. A fin de cuentas, él conocía de sobra todo ese mundo insano que rompía el alma de cualquier persona a la que le tocara la desgracia de vivirlo. «Lastima que no pudo traerse a los niños...» Se lamentó girando sobre sus talones tan rápido que la coleta baja que recogía su larga cabellera bordó le golpeó en el pecho. Por desgracia, ella no pudo acceder a sus hijos. Estos, estaban con el padre, quien había llegado antes que ella a la casa de su madre para evitar que Abigail que los alejara de él... O que ella se alejara de él. «Hijos rehenes... ¡Que pedazo de basura! ¡Maldito enfermo!» Puntualizó sintiendo la bilis subírsele por la garganta. De sobra y por experiencia conocía esa maldita estrategia asquerosa de manipulación. Los narcisistas, esos seres que él tanto odiaba, la usaban a menudo para retener a sus objetos de deseo... O mejor dicho, para asegurarse de que sus víctimas no se atrevieran a escaparseles muy lejos. Cuando él se enteró de ese inconveniente, temió que, como de costumbre, ella cayera en la trampa. Su preocupación casi lo llevó a intentar advertirle de todo eso y, quizás lo habría hecho de no haber sido porque sabía que hacerlo no era prudente, ya que podía ocurrir que ella se dejase llevar por el estado de desesperación y terminase por caer en la red que ese hombre le tendía. Pero, fue un buen golpe de suerte que, aun así, ella decidiera seguir con el plan. Aunque ambos sentían que no estaba bien lo que hacían. Sin embargo, tampoco por eso podía juzgarla, ni mucho menos pensó en hacerlo. Ya que , si lo analizaba bien, hasta tenía sentido esa reacción. Si lo pensaba en frío , por más " primo hermano" que era para ella y por más inseparables que habrían sido en el pasado, en el presente, él solo era más que un simple y completo desconocido. Así que, lo lógico hubiera sido que ella desconfiara del lugar a donde iba, de modo tal que prefiriera alejarse sola de sus hijos para tantear el terreno y ver si realmente era seguro para ellos. Además, por más ayuda que Esteban quisiera darle ¿Lo más lógico no sería que ella, una vez que consiguiese sentirse tranquila y segura, quisiera buscarse algo para subsistir sola y no depender de nadie? Claro que, ese asunto llevaba su tiempo hasta que las cosas se acomodasen. De modo que, con niños entre medio que demandasen la misma contención que ella demandaba en ese momento, todo ese asunto habría sido mucho más complejo de lo que sería en esa situación en la que se encontraban. Claro estaba, Abigail era la madre de esos niños y, según la sociedad, ella no debía dejarlos solos. Además, la psicología en esos casos era específicamente clara: lo ideal sería que la madre, por ser una gran figura de apego en los primeros años de vida, no se separase de sus hijos. Pero ¿Cuándo fue la última vez que lo ideal lograse ser sinónimo de lo real? Que él supiera ¡Nunca! No obstante, si lo pensaba bien y era realista: esos niños no estaban solos. Tenían una familia que los cuidaba y el padre, con ellos, no demostraba ser ningún peligro. «No, solo es un hijo de pvta con ella, con los chicos se sabe comportar, porque son niños todavía... Pero, los niños crecen ¿y ahí qué...?» Reconoció con cínica frialdad en lo que exhalaba una honda bocanada de humo de un cigarro a la vez que veía pensativo como este desaparecía en sutiles y lánguidos espirales danzarines en dirección al techo de la galería. No le gustaba para nada todo ese asunto. Ya que, para su desgracia, él sabía muy bien como funcionaba todo ese tipo de círculo familiar del que formaba parte un Narcisista. Sabía muy bien que, si los niños todavía no habían conocido la verdadera cara de "narciso" que ese hombre llevaba trás la máscara del "padre" , era porque en realidad, todavía no les suponía un mínimo de dificultad para manipularlos... ... O un mínimo de interés... Sin embargo, los niños crecen y forman su propio carácter e intereses completamente opuestos al "Narciso". Obviamente que el manipulador nato no lo tolerará en lo más mínimo. Si es inteligente, el Narcisista, no se arriesgaría a la violencia física. No, si era inteligente no lo haría, solo manipularia a sus hijos y dejaría impregnada en la frágil mente de ellos una herida aun más dolorosa y peligrosa. No era por ser paranoico, ni mucho menos pecaba de exagerado. Él sabía de lo que hablaba ¿Cómo no saberlo, si él trabajaba todos los días curando esas heridas en su consultorio? Estas heridas eran una gran y espeluznante realidad que Esteban conocía muy bien. Ahí, en esa realidad, era donde estaba el verdadero peligro para esos pobres niños. Pero, de eso todavía estaban a tiempo de salvarlos. En ese momento, lo importante para él, era ayudar a la madre, a esa mujer que llevaba su mismo apellido. Si quería hacer algo por esos chicos y por ella, primero tenía que encontrar la manera de que Abigail rompiera con el círculo de maltrato y entendiera lo que estaba ocurriendo en ese momento. Era por eso que había hecho todo el esfuerzo posible de hacerse un mínimo espacio en su ajetreado horario para poder ir él mismo a buscarla a la terminal. —Señores pasajeros, se les informa que el ómnibus "La Costera Criolla" número cuatrocientos noventa y cinco está a punto de arribar al andén número treinta y nueve. Se les ruega que por favor cuiden sus pertenencias, ya que la Terminal de ómnibus no se hará responsable de los objetos de valor perdidos. Así mismo, la Terminal de ómnibus de la ciudad de Santa Fé de la Vera Cruz, les desea que tengan un muy buen viaje. Hasta pronto. Informó monótona e indiferente la voz de una mujer en el alto parlante de la terminal en el preciso instante en el que él observaba la pantalla de su celular para enterarse de la hora exacta. Eran las ocho y media de la noche. Comprobó de esta manera que, al parecer, el ómnibus llevaba unos minutos de adelanto. Cayó en la cuenta de un pequeño detalle. «Qué extraño se siente todo esto... ¿Cuándo fue la última vez que la vi? Hace más de quince años ¿Tanto tiempo? » Se dijo sintiendo con más fuerza ese clásico shock de adrenalina que indicaba que ya estaba listo para el momento por el que tantos años había estado esperando. Caminó un par de pasos para estar lo más cerca que podía del lugar donde arribaría el ómnibus en el que ella viajaba. Quería asegurarse de estar bien visible para ella. Aunque, tampoco era que fuese muy difícil hacerlo, o sea ¿Quién carajos, por más ansioso que estuviera, no podría ver a un hombre con la altura de dos metros exactos y el cabello largo teñido del borgoña más oscuro que se le hubiese podido ocurrir utilizar? Al percatarse de ello, no pudo evitar reír entre dientes. De todas formas, él quería asegurarse de estar lo más accesible para ella. Porque sabía que era eso lo que más necesitaba ella en ese momento. Dicho sea, intuyendo que seguramente Abigail a esas alturas estuviera pasando por alguno de los tantos tipos de colapsos nerviosos muy comunes en personas que atravesaban situaciones traumáticas similares a las que estuvo pasando ella antes y durante el viaje, se preguntó si quizás, lo mejor no sería llamarla para cerciorarse de que pudiera controlar su estado emocional. Sabía que ella estaría necesitando algún tipo de contención. Era algo completamente habitual. Igualmente, no le hizo falta contactarse con ella. Ya que , como si la hubiese estado llamando mediante algún tipo de telequinesis, su teléfono móvil le vibró en la mano antes de que siquiera hubiera terminado de desbloquear la pantalla. —¡Eh! Justo estaba por llamarte yo ¿Cómo estás, Bonita? ¿Nerviosa, Corazón?— preguntó en el acto haciendo alarde de todo su autodominio sin dejar que la vibración durara más de lo que durase un parpadeo—¡No te preocupes!, es completamente normal sentirse así y... dicho sea ¡Te tengo dos buenas noticias! La primera: parece que llegas temprano y... la segunda... No eres la única que se encuentra ansiosa... La pvta madre, me está matando la espera y ya estoy a nada de dejar un surco acá en la galería. En amén a la verdad, debía reconocer que él también estaba al borde del colapso nervioso y, aunque quizás,no hubiese sido lo mejor ese asunto de admitirselo a ella, quien en ese momento necesitaba algún tipo de apoyo para sentirse segura, él también necesitaba exteriorizarlo de alguna manera. Del otro lado de la línea, escuchó la risita un tanto infantil de ella. No dejaba de sorprenderlo que, pese a ser fumadora como él, ella tuviera una voz suave y armoniosa. A decir verdad, seguía teniendo la misma voz de su infancia. Por ese motivo, escucharla, también lo tranquilizaba. Siempre había sido así, ella siempre había ejercido ese efecto en él. Por eso la quería tanto y, pese a los años transcurridos, sentia que la seguía queriendo, igual que en su infancia. «¡Pero, ya mejor me calmo! Es familia, no comida... Bueno... algo así...» Se amonestó irónico. Ese era un pequeño secreto que no pensaba negarselo a sí mismo, pero tampoco se lo diría a ella. En ese momento no era necesario hacerlo, ni mucho menos era algo prudente. Lo más seguro, después de todo lo que le había pasado, era que ella se sintiera a la defensiva. —¿En serio? ¡Tan calmado que se te escucha! — observó Abigaíl del otro lado de la línea, de fondo, se escuchaban las voces de las personas que se preparaban para bajar. «¡Uff! ¡Si supieras todas las emociones encontradas por las que estoy atravesando en este momento! Y no hablemos de las que tuve que canalizar durante el día, Corazón... Ni como las canalicé» Pudo haber dicho. Realmente no mentía, ¡su jornada había sido caóticamente caótica gracias al estado de Ansiedad por el que había estado transitando durante el día! Tanto así que, en más de una ocasión, había tenido que pedir disculpas por disociar todo lo que algunos de sus pacientes decían y, ya para las últimas sesiones, había terminado por decidir que lo mejor sería posponerlas para la semana siguiente. Sin mencionar las veces que había tenido que volverse a su casa por haberse olvidado alguna que otra cosita. —¡Ajá! Eso, Corazón, es un pequeño don que se nos despierta a nosotros los psicoanalistas cuando transitamos por ese período de la facultad de psicología llamado "parciales"... O también puede que te lo contagie cuando me tengas que aguantar directamente en persona...— bromeó sin embargo—... Igual, tranquila, Corazón. Que cuando bajes, todo ese barullo te lo quito con un buen abrazo de oso. Créeme, mis años de estudio lo comprueban muy bien... Todo se puede solucionar con un muy buen abrazo de oso. Era más fácil llevar la conversación de esa manera, no necesitaba que ella supiera tanto sobre su estado emocional actual. Lo importante era que ella se sintiera comprendida y apoyada. A la vez que él pudiera canalizar de alguna manera todas aquellas sensaciones que lo desbordaban. —¡Ja, ja, ja! Te tomo la palabra entonces, primito lindo...— rio ella completamente ajena a todo lo que pasaba por su mente— Che... Creo que ya estoy entrando en la terminal. Corto la llamada que ya me voy poniendo en pie y preparando para bajar ¡Nos vemos! —Dale, Corazón. Nos vemos, acá te estoy esperando, Bonita...— respondió él mientras daba pequeños saltitos en el lugar sin poder evitarlo. Se sentía ansioso. Estaba a nada de volver a verla y poder abrazarla como tantas veces había deseado hacer en el pasado. Quería saltar al vacío de una buena vez. Vio por el rabillo del ojo como el ómnibus de la empresa "La Costera Criolla" al fin hacia acto de presencia en el lugar. Recordó fugazmente el último beso que se habían dado horas antes de que él se fuera a aquella provincia. Recordó fugazmente todo lo que se habían prometido en la niñez. Y, aunque era consiente de que no debía dejarse llevar por eso traicioneros recuerdos, admitía que necesitaba con urgencia saber qué clase de cosas podrían llegar a ocurrir ahora que se tendrían frente a frente y sin nada ni nadie que los atajase. «¡Ash! ¡Que m¡3rda! ¡Que pase lo que tenga que pasar! » Se dijo completamente eufórico viendo como el ómnibus por fin arribaba en el condenado andén número treinta y nueve de la terminal de autobuses de larga distancia de la ciudad de Santa Fé de la Vera Cruz. De brazos cruzados, levantó la cabeza, oteando entre la gente que alcanzaba a ver en el interior del ómnibus, esperando reconocer a Abigaíl entre ellos. No le fue muy difícil verla, aunque había dicho que se pondría en pie y se iría preparando para bajar, la vio con la nariz pegada al vidrio de la ventanilla con los ojos bien abiertos. En respuesta, él, esbozando una enorme sonrisa, saludó con la cabeza a la vez que daba un par de pasos intentando acercarse un poquito más al lugar. La vio reconocerlo y saludarlo con la mano para luego desaparecer trás la cortina del ómnibus. Al verla bajar, no le cupo dudas de que seguía siendo la misma niña que recordaba. Rio entre dientes y la esperó en el lugar. «¡Sigue siendo la misma loca! ¡Y sigue teniendo muy en mente volverme loco a mí! Aunque... Creo que todavía no se dio cuenta que ya lo consiguió...» Pensó al verla correr hacia él y tirársele al cuello de manera impulsiva. La atrapó en el aire y la estrechó contra él fundiéndose en ese abrazo tan esperado por ambos. —¡Te extrañé tanto, querido primo!— la escuchó admitir entre sollozos de emoción.— ¡no sabés cuánto te extrañé! Él se mordió el labio inferior para no decir nada. No estaba preparado mentalmente para exponerse tanto. Sin embargo, aun así, no la soltó, por el contrario, la abrazó aun más fuerte, como si con aquel abrazo quisiera cerciorarse de que ella no se le volvería a escapar otra vez. —Ya, ya... Aquí estoy, te prometí que volveríamos a vernos y así lo cumplí...— replicó aparentando toda la calma del mundo, mientras por dentro se tragaba todas las ganas de cumplir con las demás promesas.—...Yo también te extrañé... Yo también... Corazón...
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