Desorden emocional

3122 Words
—¿Con qué dinero pensás irte? Desde ya, te aclaro que con el mío no...— le dijo Esteban con toda seriedad sin dejar de mirarla a la cara. — Yo podré gastar a manos llenas por vos, que no te quepa la menor duda... Pero, siempre que ese gasto sea para que vos estés mejor. Vos y tus hijos... No, disculpa, no pienso gastar ahora mismo para que vuelvas a la misma m13rd4 de donde te saqué esta mañana. Aquello la disgustó ¿Cómo podía ser tan cínico de abusar de esa forma de la confianza que ella le había tenido para ir tan lejos? Escucharlo decir esas cosas, así como así, le dolían. Se sentía traicionada por lo que ocurría. Pero, quizás fuera su orgullo que no la ayudaba a reconocer que estaba actuando como una completa idiota. O tal vez, solo fuera el simple hecho de que no sabía como reaccionar a aquello. Porque, si de algo había que darle la razón a ese hombre de cabello largo y bordó que la miraba con toda seriedad era que: viendo la posibilidad que él le daba de rehacer su vida más de poder tener a sus hijos con ella sin necesidad de temer porque el padre de estos hiciera algo que los separa; a Abigaíl, bien le convenía cerrar la boca y pagar tanta dadivosidad de la forma que él quisiera. Sin embargo, fuera como fuera, prefirió no decir nada al respecto y entrar al departamento con la cabeza bien en alto, como si estuviera enojada con él. Esteban se dio cuenta de lo mal que había sonado aquella respuesta. Se odió por eso, ya que no había sido su intención decirlo así. Pero, en amén a la verdad, la propuesta de ella a volverse a Buenos Aires, no le había molestado realmente, por el contrario, le había preocupado. Realmente, esa sugerencia había despertado en él todos los signos de alarma que solía activarsele cuando reconocía el peligro que él solía llamar "miedo a la mejoría" de una víctima como ella. Prefirió guardar cierta distancia, darle tiempo y darse tiempo, para calmarse mutuamente. Reconocía muy bien lo que estaba ocurriendo, todo aquello era una gran marea de sentimientos y emociones que ellos necesitaban digerir y canalizar. Cerró la puerta y la condujo en silencio por el departamento hasta la habitación que había preparado para ella. —Te dejo para que te bañes y cambies de ropa o descanses, como prefieras... — le dijo, en lo que encendía la luz dejando que ella viera la espaciosa y cómoda habitación que le había preparado — ... La ropa que te conseguí está en la cómoda. Espero que sean de tu talle... Mientras hablaba, le señalaba cada cajón en donde podía encontrar algo con lo que abrigarse. Incluso, se había preocupado de conseguirle ropa interior y zapatillas. Abigaíl miró todo eso con asombro. Recordaba perfectamente bien que él le había dicho que le conseguiría un par de mudas de abrigo. Nunca creyó que ese "par de abrigos" en el idioma que manejase su primo llegara a significar "un guardarropas entero". —¿Qué sean de mi talle? Pero, si yo te lo dije...— respondió mirando con mucho interés un par de blusas muy elegantes sin atreverse a sacarlas de su sitio en la cómoda. Esteban, notó eso y las sacó por ella, extendiendolas delante de sus ojos. Una, era una simple blusa de color verde pino bien oscuro, de una tela brillante y sedosa que parecía ser agua en sus manos. Tenía el escote plano a hombros descubiertos y los bordes de las mangas anchas adornado en finos bordados de cuentas doradas. La otra, era una simple blusa de satén de un brillante y sutil tono rosa añejo, cuyos botones delanteros eran de blanco nácar puro. — ¿Te gustan? Sino, no te preocupes... Las podemos cambiar —insistió en lo que la veía extender la mano para acariciar aquellas prendas. Al juzgar por la expresión que ella llevaba en su rostro, aquel par de blusas era justamente de su agrado. O, al menos eso prefería creer él, quien se había puesto a la tarea de elegir a conciencia cada prenda que había comprado. Realmente, él no tenía ni la más mínima idea de cuánto dinero había gastado en ese día. Pero tampoco era algo que le importara. Ya se enteraría de eso cuando llegase la cuenta de la tarjeta de débito. Por el momento, se contentaba con saber que ella se encontraba a gusto con todas esas cosas. —¿Cuánto... Gastaste?— preguntó en cambio haciendo una mueca de profundo terror.— Esteban... ¿Cuánto gastaste en todo esto? Él suspiró resignado, otra característica de las personas que habían pasado por situaciones similares a la de Abigaíl, era justamente la incomodidad ante los gastos "innecesarios", llegando a sentir culpa por eso. Se encogió de hombros e hizo como si aquellas palabras no le preocupasen en lo más mínimo. Pero, lo cierto que aquello le preocupaba demasiado. —Gasté... Cuando llegue la boleta de la tarjeta, te digo...—replicó con una sonrisa ladina que ocultaba muy bien su malestar mientras dejaba que ella tomase las prendas y las depositase en su cajón — pero, no importa eso, en serio. Las que te guste, te las quedas. Las que no, me avisas y vamos a devolverlas o cambiarlas por algo de tu gusto... Ahora... ¿Me disculpas? Te dejo un momento para que te pongas cómoda. Yo ya vuelvo, iré a comprar algo para comer... A decir verdad, me olvidé de hacerlo cuando estábamos viniendo para acá. Perdón... Abigaíl levantó la vista de la ropa y lo miró con más preocupación de la que podía reprimir. Seguía enojada y confundida con él por todo lo que estaba pasando. Sin embargo, al escucharlo decir que la dejaría sola un momento, sintió miedo sin razón aparente. Era como si sintiera que la estaba abandonando a su suerte otra vez, como hacía unos años atrás. Por puro impulso, lo tomó por la manga de su sudadera azul marino. Él la miró levantando una ceja con curiosidad. —¿Cuánto vas a tardar?— le preguntó sin poder ocultar la angustia que crecía en su garganta —¿No prefieres que te acompañe? Esteban parpadeó un par de veces antes de responder. Sabía lo que le estaba ocurriendo en ese momento. Era entendible, después de todo por lo que tuvo que pasar, era normal que, para ella, él fuera algo así como "una madera de deriva para un náufrago" y por eso se resistía a dejarlo ir. Quizás, lo mejor fuera que él pidiera comida, así no la dejaba sola, cosa que era lo que ella necesitaba. Sin embargo ¿Qué necesitaba él en ese momento? «Espacio para calmarme... Espacio para no sentirme tan... Angustiado... Espacio para... Solo necesito un poco de espacio...» Reconoció sintiendo la necesidad de salir corriendo de ahí. Era consiente de lo que ella necesitaba y de lo que su ética laboral le habría exigido que hiciese de ser otro el caso. Pero, él no era su psicólogo. Solo era una simple persona a la que ella conocía como "primo". Un título de parentesco que, a decir verdad, tampoco era real. No, solo había sido un hombre criado en la infancia por el tío de ella como si fuera su propio hijo y tenido la suerte de llevar el mismo apellido que ese hombre. Si no fuera por eso, él solo sería un simple extraño para Abigaíl. Pero, esa no era la cuestión en ese momento. —¿No prefieres quedarte? Debes estar muy cansada. Además, solo voy a un par de cuadras, no tardaré mucho, te lo prometo, Bonita...— intentó explicarse mientras le acariciaba la mejilla como si fuera una niña a la que quisiera tranquilizar. Pero ella no pareció contentarse con esa respuesta suave. A Esteban no le sorprendió pensar que, más que probable ella estaría intentando reprimir algún tipo de emoción. O, también cabía la posibilidad de que estuviera pensando en como disuadirlo. La vio arquear las cejas, casi al borde de las lágrimas. —¿Está mal que insista en que te quedes? ¿Está mal que te diga que no me quiero quedar sola?— le confesó mientras bajaba la mano junto con la cabeza en directo a sus pies.— Que... Te ... Que... te necesito... No,no estaba mal que lo dijera. Por el contrario, que lo expresara, era lo mejor para ella. Era lo que necesitaba, exteriorizar sus pensamientos para canalizar sus sentimientos. Sin embargo, el problema no era ella, sino él. Claro, él era un hombre y como tal, también tenía necesidades. Aunque estas solo fueran una simple necesidad de protegerla y quitarle de cualquier forma todo ese malestar que la envolvía. Miró a un costado, en dirección al techo y se maldijo por dentro por la situación en la que se encontraba. —Mejor ve a bañarte. Allá tenés el cuarto de baño con bañera incluida. Incluso tiene hidromasaje...— insistió, en lo que buscaba la manera de escapar. ¿Quién diría que el tiro le saldría catastroficamente por la culata? Al menos él no se lo esperó al verla, por un momento, desistir y mirar hacia la dirección en la que él le señalaba. La vio acercarse al baño e incluso creyó que estaba ganando su pase de escapatoria, al escucharla deshacerse en exclamaciones de sorpresa al ser consiente de la lujosa arquitectura del lugar. Se confió demasiado. —¿Y vos no necesitás un baño?— la escuchó preguntarle de golpe en lo que se daba la vuelta para mirarlo — Si querés... No, no le daban las agallas suficientes para terminar la frase, pero tampoco era como si fuera muy difícil darse cuenta de lo que proponía. Esteban recordó que, de niños, ellos solían bañarse juntos. De niños, cuando no pasaban de los 6 años, llevaban puesta la ropa interior y, sobre todo, estaba la tía Maru vigilandolos. Pero, ahora ya no eran niños, ella tenía veinticinco años y él, estaba cerca de cumplir los veintiocho. Tampoco serviría de nada llevar ropa interior puesta, porque esta se podía quitar con facilidad de la que creían. Además, ya no estaba la tía Maru para vigilarlos, por lo contrario, se encontraban solos y ya no eran inocentes niños ingenuos a esas cuestiones que solo se lavarian la espalda y ya. De más estaría decir que él se sentía especialmente tentado a seguirle el juego. Darle y darse el gusto, quedarse con ella y luego llamar un delivery con lo que ella quisiera para comer. Pero, no sería lo correcto. No confíaba en él. Lo que era aun peor, era que ella no se encontraba en la posibilidad de frenarlo cuando él no pudiera hacerlo, ya que no se negaría con tal de tenerlo a su lado. Ella solo buscaba contención y se aferraba a él de la forma en la forma que pudiera hacerlo. Pero, los resultados que esa actitud traería, no serían algo positivo para ninguno de los dos. Se llevó la mano a la cara, como si quisiera tapar con eso el improperio digno de abochornar al más grande y hábil de los albañiles de la ciudad que él profería entre dientes en ese momento ¿Cómo hacerle ver el peligro al que ella se exponía sin lastimarla ni alargar la situación? La vio acercarse a él, por alguna razón, estaba sonriendo. La vio buscar ropa limpia y nueva para ponerse, parecía completamente ajena al hecho de estar apartando justamente lo más caro que él había comprado. La vio incluso sacar la ropa interior más sugerente y cara posible. Eso último, él debía reconocer que fue un muy buen golpe bajo. Consiente o inconscientemente, intentaba manipular la situación para que él no se fuera. A fin de cuentas, él le había admitido que le gustaba como mujer. —¿Qué estás pretendiendo hacer, Bonita?— le preguntó susurrándole al oído con toda suavidad, ocultando todo lo que por su mente pasaba. Ella levantó la cabeza, mirándolo sorprendida, como si aquella pregunta no tuviera sentido. Ahí fue cuando él aprovechó para girar las cosas a sus favor. Aunque solo esperaba que estas realmente funcionaran como él quería y, en lo posible, no hubieran daños colaterales imposibles de solucionar. Le tomó la mano para atraerla hacia él, con suavidad, abrazándola por la cintura. Con la otra mano, tomó su barbilla, para que lo viera a la cara, dándose cuenta que lo miraba entre incrédula y expectante. La besó, un simple y sutil roce en los labios que terminó por derrumbar todo su autodominio. Sin saber cómo ni cuando, terminaron ambos en la cama, con la respiración jadeante y el corazón palpitándoles aceleradamente en el pecho. Esteban miraba en silencio el cielo raso, con expresión ausente retraído en sus propios pensamientos. Mientras que Abigaíl se había quedado sin habla y solo observaba a ese hombre que llamaba primo con la inevitable expresión de quien no podía caer en la cuenta de lo que había ocurrido minutos antes. —¿Ya me puedo ir a hacer las compras, Abigaíl, o tengo que demostrarte con más evidencia que esto no es buena idea?— le preguntó sin mirarla a la cara. Ella solo se apartó de él. Levantándose en silencio, tomó la ropa que había apartado para cambiarse y se encerró en el baño, dejándolo solo en la habitación. Al ver eso, Esteban sintió cierto alivio por la distancia que había obtenido gracias a ese deshonesto ataque que había usado en su contra. Pero tampoco podía decir que se sentía completamente conforme con el resultado, por el contrario, eso lo angustiaba un poco. Se incorporó sobre la cama y miró en dirección al cuarto de baño, preguntándose si, lo mejor sería avisarle o quizás solo decirle algo. —Bonita, ya vuelvo. Me llevo el celular por si necesitas llamarme...— le dijo después de dar un par de golpecitos en la puerta—... no me tardo. Literalmente el local de comidas al que se había referido quedaba a menos de un par de cuadras de su casa. De modo que fue caminando para tomar algo de aire y despejar las ideas. O, mejor dicho, para hacer una llamada por demás importante. —¿Qué ocurre, Esteban? Todavía no tienes cita hasta dentro de unos días — le respondió con amable confianza la voz de un hombre mayor, su psicólogo. — ¿Hay algo de lo que necesites hablar con urgencia? Cuéntamelo y veré en lo que te puedo ayudar... Esteban miró hacía el cielo . Se había detenido en la plazoleta que quedaba justo en frente de la casa de comidas. Sentado en uno de esos columpios de madera, se preguntó cómo comenzar todo lo que en ese momento pasaba por su mente. Es que eran tantas cosas que no lograba ponerle un orden a todo aquello. Terminó por decantarse por lo lo que creía que era lo más urgente: explicar a grandes rasgos lo que había ocurrido en el día. — Y ahora está en mi casa...— concluyó en lo que exhalaba una honda bocanada de humo que se desaparecía en la noche—... Pero, veo que la cosa es aun más compleja de lo que creí al principio. Y, sinceramente... No tengo la pvta idea de que carajos hacer con esta situación... El hombre del otro lado de la línea telefónica, sonrió comprensivo aunque él no pudiera verlo. Lo entendía muy bien, pues no en balde una de las normas de ética de los profesionales del área de psicología insistía en que no se tomaran los casos de parientes o personas con las que tenían otros tipos de vínculos. Dicho sea, él no debería seguir siendo su terapeuta, pero, dado al tiempo que llevaban en eso y a la puntualidad con la que Esteban solía hablar de sus problemas, bien podría decirse que podían hacer la excepción. —Entiendo muy bien como te sientes...— respondió al fin, sabía que era lo primero que todo paciente deseaba oír, pero también era verdad lo que le decía, puesto que, por propia experiencia lo había vivido antes —... Pero, en este caso, Esteban, te recomiendo que no quieras ayudarla más de lo que ella se deja. Tampoco serviría de nada obligarla a nada en lo que no tenga realmente intención de mejorar. Sin olvidarnos del pequeño detalle de que no la puedes protejer de sus propias actitudes negativas ¿Estás de acuerdo con eso? —En pocas palabras, ¿Me estás diciendo que me la coja sin remordimiento alguno aunque eso después nos traiga problemas?— reconoció él tapándose la parte superior del rostro, sintiendose un poco incomodo de admitir todo aquello—...Porque, siendo sincero...es justamente ahí en donde casi me meto hace unos minutos. Ella parece haber generado algún tipo de dependencia emocional a las personas, casi como apego desordenado. Básicamente, por un momento estuvo todo perfecto, después sintió miedo e hizo como si yo no existiera, para luego decirme que lo mejor sería que le pagase el pasaje para volver a Buenos Aires y al recibir una negativa de mi parte ¿O sea? ¡Ni de joda le pago para que vuelva a lo mismo! Ella me volvió a ignorar, mejor dicho así lo sentí yo, porque en amén a la verdad, la loca esta se encerró en si misma. En fin, cuando le dije que ya volvía que iría a comprar algo para comer intentó por todos los medios disuadirme y, como no lo consiguió, me propuso bañarnos juntos¡Incluso eligió la ropa que le compré y hacía un rato le había dado desconfianza por lo cara que le parecía! ¡La pvta madre, Alfredo! Todo lo que me decís ¡Ya lo sé! Pero, la c0ncha de mi abuela. La chica esta no es consiente en absoluto de lo que hace. El tipo con el que está casada es un reverendo hijo de pvta, que la hizo m13rda. No quiero que esto llegue a lastimarla aun más. Además que tampoco quiero que esto me perjudique a mi ¿Me entendés? Él sabía perfectamente que todo eso que le ocurría era simplemente producto de traumas que todavía no había podido superar, sin embargo, necesitaba desahogarse o al menos encontrar una pequeña respuesta para salir del paso en lo que se veía realmente lo que pudiera llegar a ocurrir. Con toda desesperación, esperaba que su psicólogo o mejor dicho amigo por conveniencia, ya que él seguía pagando por esos consejos que insistía en pedir, lo ayudara de la forma en la que pudiera.
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