Eres un hielo difícil de romper

3248 Words
—En serio, Alfredo, no sé qué mi3rda hacer. Lo que es peor, tengo miedo que esto nos perjudique a ambos ¿Me entendés? ¿Qué si lo entendía? ¡Vaya que Alfredo lo entendía a la perfección! ¿Cómo no hacerlo? Si era justamente él el psicólogo que conocía y de sobra toda la triste historia de ese pobre hombre que en ese momento necesitaba su consejo con toda desesperación. Se quitó las gafas de lectura que solía llevar a esas horas de la jornada para dejar que sus viejos ojos descansen un poco. Tenía que reconocer que, en ese momento, le costaba ser imparcial. Tentado estaba a pedirle con urgencia que le pagase el pasaje y que la abandonara a su suerte. Pero, eso no era lo correcto. Tanto Alfredo como Esteban sabían muy bien que, bajo ninguna circunstancia, estaban capacitados a decirle a un paciente directamente lo que tenía que hacer. Eso solo podía decidirlo él mismo paciente. El personal de salud mental, solo estaba para apoyar y guíar al individuo en sus múltiples traumas. Por ende, al menos, haría el intento de ayudarlo como colega. —Te entiendo perfectamente, Esteban...— le repitió con su acostumbrado tono de profunda comprensión paternal —... pero, a decir verdad, estás en una situación muy complicada. Quieres ayudarla, está muy bien que hayas tomado esa iniciativa. Pero no te exijas más de lo que te corresponde, Esteban. Vos no sos su psicólogo. Así que, por el momento, te diría que tomes distancia. Habla con ella al respecto de ayudarla, pero no seas tan invasivo... Vos más que nadie sabe lo difícil que es salir de estos vínculos traumáticos. Deja que sea ella misma quien decida el camino que seguirá apartir de ahora. Claro está, creo que no me hace falta hacer la aclaración, pero igual la diré: No Esteban... Si no quieres pagarle el pasaje de vuelta, estás en tu derecho. Pero tampoco puedes evitar que ella se vaya... «Yo más que nadie lo sé...» Repitió en su mente mientras volvía a su casa con la comida que había pedido. Se sentía el regusto amargo de la bilis en la garganta al pensar en eso. Sí, él más que nadie lo sabía. Él más que nadie sabía el verdadero tormento que suponía vivir bajo el mismo techo con un hijo de pvta Narcisista. Por ese motivo no podía evitar sentir esa angustiante urgencia por ponerla a salvo. «¡Qué irónico se siente esto!» Pensó al darse cuenta de que el caso de Abigaíl no era el único con el que había tratado. Él, quizás queriendo, quizás sin querer, había enfocado su carrera en ayudar a aquellas victimas. Así que, a decir verdad, Abigaíl, solo un caso más del montón. Incluso, comparado con otros casos, hasta podía decirse que el suyo, era una nimiedad. Sin embargo, Abigaíl era un caso especial. ¿Cómo no serlo? Si era el primer caso que tenía un vínculo estrecho con él. Para Esteban, mo era cualquier víctima de Narcisista ¡Era su prima a la que hijopvta Narcisista le había j0dido la vida! Aunque, en amén a la verdad, tampoco era tal cual lo decía. A veces, tenía la vaga impresión de que, inclusive aquella verdad velada, en realidad había sido una de las tantas mentiras de su madre para maltrarlo a él y al hombre que lo había criado. A veces, aunque se viera al espejo y no reconociera ningún rasgo de la fisonomia paterna, tenía dudas de si aquello fuera verdad. Había veces como en ese momento en que sentía que toda su vida había sido una mentira. Un triste intento de manipular la situación por parte de su madre, un triste intento, que en él había funcionado por muchos años ¿O quizás debería decir que seguía funcionando después de tantos años? Porque, si lo pensaba bien, no tenía sentido que incluso a sabiendas de la verdad, aun en ese momento le costaba decirlo en voz alta. El teléfono vibró en su bolsillo, sacándolo de sus pensamientos, justo en el preciso momento en el que sentía como comenzaban a asfixiarlo. Miró la pantalla, era ella quien lo buscaba. Preocupado, aceptó la llamada, sintiendo como a su corazón se le olvidaba un par de latidos. —¿Qué ocurre, Bonita? Ya estoy a un par de casa de llegar.— informó en un murmullo suave, sintiendose un tanto nervioso. Del otro lado de la línea telefónica, Abigaíl se había quedado en silencio. En realidad no ocurría nada y hasta se sentía completamente estúpida por llamarlo aunque supiera que ya estaba allí, pues lo estaba viendo desde el idílico balcón del departamento. A decir verdad, cuando lo vio cruzar la calle en la esquina, solo sintió ganas de llamarlo. Quizás fuera por el remordimiento que sentia por la forma en la que había estado actuando desde su llegada. O simplemente era porque no podía dejar de pensar en ese beso que él le había dado antes de irse. Ya ni estaba segura de lo que le ocurría. Solo estaba segura de que hacia solo un ratito que él se había ido a hacer las compras y, absurdamente, ella, ya lo echaba de menos. —Nada... Solo... ¿Qué compraste?— preguntó sintiendo sus propias manos temblorosas por los nervios que tenía al tener que buscar cualquier mínima excusa para no cortar la llamada. Desde donde estaba, vio como levantó la cabeza y la saludó con la mano. Se preguntó cómo podía ser posible que ese hombre pudiera actuar con tanta naturalidad mientras ella se sentía cada vez más nerviosa y al borde de pedirle a gritos de que se apurase de una buena vez por todas ¿Es qué acaso estaba jugando con sus emociones al igual que tantos años lo había hecho Emanuel? —Empanadas de carne y jamón y queso... Me acordé que eran tus favoritas ¿O quizás te habría gustado otra cosa?— escuchó que él le respondía con completa tranquilidad— decime y vuelvo a cambiar el pedido... No pudo evitar sentir cierta envidia al verlo parado en la puerta mirandola en la débil luz del alumbrado público de la calle. A ella también le hubiera gustado ser un poco más como él. Así de segura, así de coherente. Preocupada simplemente por una tontería como suponía ser el tipo de comida que se llevaría esa noche a la boca. Pero no se lo dijo, en realidad solo deseaba que estuviera a su lado en ese momento, compartiendo con ella una conversación hilarante, como esas de las que tanto habían compartido en aquellos meses. Se acercó a la barandilla del balcón apoyando su generoso busto en ella y lo llamó con la mano. —No, está bien. Vení, que tu departamento es re mil aburrido y ya me cansé de mirar el techo.— comentó haciendo como si nada hubiese pasado por su mente. Él, inevitablemente se echó a reír a carcajadas. Cierto era que, para la mayoría de los seres humanos, ese departamento era por demás aburrido. Sin un televisor o algún tipo de pantalla en la que distraer su atención, solo libros de psicología y una computadora de escritorio cuyo único usuario llevaba una contraseña difícil de descifrar. Abrió el portón y caminó por el empedrado de piedra laja. —Perdón, debo reconocer que si... Ese lugar es bastante aburrido si no tienes compañía o si no eres una persona introvertida como yo... ¡Ah! ¡Carajo!— le dijo en lo que veía darle un buen plano de sus exuberantes glúteos mientras se daba la vuelta para entrar a la habitación.— Disculpá, Bonita, pero... ¿Era necesario que te movieras así para entrar? Ella rio entre dientes con un tono un poco burlón. No, la verdad que no era para nada necesario que ella se hubiera atrevido a menear la cadera de esa manera. Tampoco había sido algo hecho sin pensar. A decir verdad, ya sabía que ese primo suyo no era capaz de evitar expresar ciertas opiniones personales en lo que se refería a su cuerpo. Y, justamente eso, le gustaba. Sabía que no era lo correcto. Sabía que no debía jugar con fuego, él mismo se lo había advertido. Sabía... Bueno, sabía muchas cosas al respecto de todo ese asunto que le decía que dejara de hacerlo. Sin embargo, era algo que ella no podía evitar. Le fascinaba la forma en la que él la miraba. Esos ojos verdes parecían fuego cuando eso ocurría. Un fuego que amaba provocar. Le gustaba saber lo que pasaba por su mente, porque a él no le costaba para nada emitir aquellas opiniones. Simplemente, a Abigaíl le hacía bien sentir que, al menos para un hombre, ella era alguien deseable. Pero, había un pequeño detalle que no le pasaba desapercibido y que tampoco lograba entender. Ese era el motivo real de porqué lo seguía haciendo, pese a saber que no era lo correcto. —Perdón, fue sin querer queriendo...— se disculpó con falso tono de niña buena. — ¡Si, claro! "Es que no te tengo paciencia" ¿Verdad? — lo escuchó seguirle el juego con toda la normalidad del mundo —Mejor, mové ese buen... Currículum Vitae que tenés y vení al living que me muero de hambre... ¡De comida! Él era así, no se gastaba en disimular absolutamente nada de lo que pensaba, al igual que Emanuel. Sin embargo ¿Por qué no conseguía sentirse intimidada o asqueada por esa actitud? Si siempre que Emanuel lo hacía, ella solía buscar la manera de desviar el tema de conversación. No lo entendía. Apagó la llamada y bajó las escaleras que daban al piso inferior en donde se encontraba su primo esperándola en la sala de estar. Quizás, aprovecharía esa noche para preguntarselo a él. A fin de cuentas ¿Acaso él no era psicólogo? ¡Seguro sabía la respuesta a su incertidumbre! Pero también podía ser posible que, junto con la respuesta, también encontraría la oportunidad de tenerla a su antojo. «No, mejor no le digo nada...» Se dijo viendo como él se quitaba la chaqueta y la dejaba descuidadamente sobre el apoyabrazos del sofá. Todavía pesaba un poco ese asunto del pasaje que él se había negado a pagar. Al pasar por un espejo de cuerpo completo que estaba ubicado en el pasillo que daba a la sala, se vio en él, percatándose de la obviedad de estar completamente vestida con la ropa que él le había comprado. Ropa cara. Aunque no se lo quiso decir y había arrancado los precios antes de meterlas en los cajones, la etiqueta de las marcas no le mentian. Era ropa de muy buena calidad y desorbitante precio. Sentía miedo y desconfianza ese detalle. No había sido un par de mudas, había sido un guardarropas completo el que Esteban le había comprado ¿Acaso eso no tendría alguna finalidad más específica? Su experiencia no le mentía, esa ropa cara no estaba allí por casualidad. Toda esa dádiva, tenía un único propósito y no era para nada desinteresada. ¿Y qué con eso de ayudarla a recuperar a sus hijos, separarse de su esposo y, supuestamente, que ella pudiera hacer su vida sin necesidad de depender de nadie? ¿Realmente él creía que podía llegar a ser tan estúpida como para caer en esa mentira? Seguramente la ayudaría o quizás haría como si lo hiciese. Seguramente, le haría creer que lo hacía, pero, cuando ella se hubiera relajado y él conseguido lo que buscaba de ella, más que seguro se olvidaría de todo. Así eran todos y ya no se engañaba a sí misma. Al escucharla llegar, Esteban levantó la cabeza para verla. No pudo evitar sonreir complacido por el detalle de la ropa que ella llevaba puesta. Un simple pantalón de mezclilla azul Francia que le calzaba a la perfeccion, un par de pantuflas color crema y una polera n3gra con escote recto que descubría finamente los hombros. Ropa simple, a decir verdad. Pero era la ropa que él le había comprado. Se sentía orgulloso de eso. Absurdamente orgulloso. —¡Ah! Bien, me alegra ver que no me equivoqué con los talles. Te queda muy bien la ropa ¿Te gusta?— le preguntó con la sonrisa adherida a su cara, necesitaba escuchar que estaba conforme con esos regalos en los que tanto esfuerzo había puesto al elegirlos. La vio sentarse a su lado y tomar una de las empanadas del paquete que había dejado sobre la mesa ratona de oscuro y lujoso roble recién pulido. Parecía como si por un momento volvía a hacerlo sentir que lo ignoraba. Esa actitud, aunque no quería permitirlo, lo angustiaba. Angustiaba sentirse ignorado, angustiaba no saber el motivo de aquel viejo castigo que la psicología moderna le había puesto el nombre de "ley del hielo". «Toma distancia... No es personal.» Se recordó a sí mismo. Él también había sido igual. Incluso debía admitir que, en amén a la verdad, todavía, en ciertas ocasiones, tendía a hacer eso. Tomó una empanada de jamón y queso e hizo de cuenta que no se daba por enterado de esa actitud. —¿Uh?— le volvió a preguntar, al menos esa respuesta le parecía que era la única que podía llegar a exigirle. —¿Qué te pareció la ropa, Corazón? Al escuchar esa insistencia, Abigaíl pareció volver a ser la misma. Pero eso solo fue a medias. La vio mirarlo con cierta indiferencia y encogerse de hombros. —Hermosamente... Caro...—replicó ella con un mohín que a él le supo a disgusto.— ¿No era más fácil comprar cualquier boludez en el primer negocio que encontraste a la mano? ¿Era necesario que me enrostraras que tenés mucho dinero? De modo que, eso era lo que le molestaba a ella. La sensación de sentirse, inevitablemente, en desventaja económica. Esteban se palmeó la cara mentalmente. Para ser sincero, en su afán por conseguirle algo que fuera de su gusto y talle, se había olvidado del pequeño inconveniente que podía llegar a ser el hecho de no mirar los precios. Un olvido que, como psicólogo especializado en víctimas de maltrato, no se entendía como lo había pasado por alto ¡Era una característica demasiado usual esa de sentir incomodidad ante ese tipo de detalles! Y él más que nadie lo sabía. «No seas invasivo... » Se recordó a sí mismo otro de los consejos que Alfredo le había dicho. No se dio cuenta de eso, pero él estaba resultando ser invasivo con esa actitud de querer complacerla. Rio entre dientes su incomodidad. —¡Perdón! Mala costumbre... — reconoció haciendo una pausa para masticar un pequeño bocado de su empanada y luego de tragar, agregar—... No es cierto que quiera demostrarte que tengo dinero, para nada quiero que pienses eso de mí, por favor. La verdad es que... Solo tuve dos cosas en mente: Tus gustos y el talle... Al escucharlo admitir eso, Abigaíl se sintió un poco culpable al acusarlo de forma tan descarada. Quiso pedirle disculpas, pero, él todavía seguía explicándose, como si realmente deseara que ella lo entendiera. — Te digo la verdad, me pasé toda la tarde buscando en las tiendas algo que fuera para tí. En las de bajo presupuesto, fue una m13rda... O no tenían los talles y me querían hacer creer que un jeans se estiraba bien o, definitivamente la ropa que tenían para mujeres de tu talle, eran del cretácico... — reconoció con una sonrisa tensa que expresaba muy bien su incomodidad ante ese tipo de asuntos.— ... Lo mismo pasó con la ropa interior, aunque eso no lo compré yo. Lo compró Laura y eligió más que nada lo que ha ella le habría gustado compararse... Decir que la mención de otra mujer en boca de su primo, no la molestaba en absoluto, sin duda sería más que evidente que era mentir. Por alguna razón, ese "Laura" dicho al pasar con tanta liviandad y como si se tratase de un detalle menor la enojaba un buen tanto. Por alguna razón, se sentía como si esa tal "Laura" fuera una tercera entre ellos. Aunque ella no sabía reconocérselo, la susodicha, la hacía sentir completamente celosa. —¿Laura? ¿Quién es ella?— se interesó sin molestarse en lo más mínimo de ocultar sus celos.—¿Tu novia o alguna amiguita? Al escucharla decir aquella suposición, Esteban casi se atragantó con la comida. Primero que nada, él bien en claro le había dicho en más de una oportunidad que hacía al rededor de un año que se había separado de una mujer con la que estuvo conviviendo un tiempo y, debido a eso, él había preferido tomarse un tiempo para ocuparse de sí mismo. En segundo lugar, él no tenía "amiguitas" de ese estilo. Si él tenía ganas de tener algo, ese algo solo era cosa de una noche o, de ser el caso de que la cosa durase un poco más, estas jamás se mezclaban con su vida personal. De hecho, nadie de su entorno sabía siquiera ubicar el nombre de alguna de esas chicas. Sin embargo, desde que había vuelto a hablar con ella que ni siquiera eso hacia. Ocupado como estaba entre el trabajo, la edición de sus libros y en hacerse el tiempo suficiente para finalizar su día sabiendo como lo había finalizado ella, ese asunto carecía de importancia para él. «¿Amiguita o novia? ¡Pero, Bonita!¿Todavía no lo ves? ¡No te me pongas celosa, Corazón! ¡Si solo tengo ojos para vos!» Se sintió tentado a responder. —¿Celosa, Bonita? No me vengas ahora con que creías que eras la única en mi vida, Corazón...— en cambio prefirió aguijonear un poco en lo que pasaba el brazo por encima del respaldo en lo que sonreía con una sonrisa ladina de hoyuelos muy bien marcados, a veces , a él le gustaba molestar solo por ver la reacción que generaba — ¡Bueno, siento desilusionarte! Pero, no... No sos la única en mi vida... Aunque si la más importante... Al decir eso, Abigaíl se sintió completamente indignada ¿Cómo no estarlo?¡Si él le había asegurado en más de una ocasión de que no estaba saliendo con nadie! Pero, la indignación dio paso a la desilusión. Ella estaba completamente segura que él no era de esos tipos capaces de ser infieles o de estar con cuanta mujer se le cruzase por el camino. Ver que él la había tomado por ingenua desde el principio, le dolía. —¿Ah? Ya veo... Te felicito, pero yo no soy parte de tu ganado...— le respondió sin poder ocultar su malestar— Así que no digas esas cosas, no me gustan... Esteban vio como ella volvía a apartar la mirada, haciéndolo sentir otra vez castigado por aquella simple broma que se le había ocurrido decir. Una simple broma que en realidad no tenía dobles sentidos. Ya que, la mujer en cuestión, era nada más y nada menos que su prima hermana por parte de un tío materno. Pero, en amén a la verdad, esta vez, él debía reconocer que, ese castigo, bien merecido lo tenía ¿Quién c4rajos lo había mandado a él a jugar una broma de ese estilo a la mujer con la que se había vuelto a hablar mediante una plataforma de citas?
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