Long Island- New York
Semanas después.
El taconeo de unos zapatos de mujer se hizo escuchar en la fina baldosa de aquel restaurante. La chica esbozó una amplia sonrisa y caminó con sensualidad hacia la mesa en donde el atractivo hombre de cabello oscuro, y ojos azules la esperaba.
—Hola —saludó colocando su bolso en una de las sillas.
El caballero se puso de pie, le dio un vistazo con la mirada y besó la mejilla de esa mujer.
—No tengo mucho tiempo —mencionó. —¿Qué es eso tan importante que tienes que decir?
Jessica ladeó los labios mientras colocaba su mano encima de la de Alonzo, y acariciaba sus dedos.
—¿Cuál es el apuro? —susurró provocativa.
—Tengo una junta —respondió él. La mujer no era fea, sin embargo no confiaba en ella, sabía que estaba del otro bando, y que un paso en falso podía destruir sus planes.
—Está bien —respondió ella frunciendo los labios. —¿Estás enterado del romance que tuvieron años atrás tu novia y mi prometido?
Alonso arrugó el ceño, su rostro se desencajó al escuchar a Jessica.
—¿Es una broma? —bufó cuestionando—. Ya comprendo, ustedes no desean que me case con Ariadna, por el heredero.
Ella ladeó la cabeza y sus dedos se posaron sobre los labios de Alonzo.
—Te equivocas, cariño —expresó la mujer—, yo más que nadie deseo que alejes a la maldita de Ariadna de la vida de mi novio —enfatizó con la mirada sombría, entonces cogió su bolso y sacó unas fotografías—. Estas se las tomaron en el aeropuerto de Los Ángeles —señaló—, observa lo cariñosos que se ven —gruñó—. Si llamas al hotel, sabrás que ese par de infelices nos engañaron, pasaron varias noches juntos.
Alonzo tensó la mandíbula, su mirada se clavó en las fotografías de Ariadna y Nick besándose, su respiración se tornó irregular, entonces empezó a hacer memoria, y no comprendió como su novia estando con su primo, había pasado la noche con él.
«¿Qué pretenden estos dos?» cuestionó en su mente.
—Me las van a pagar —sentenció mientras tomaba esas imágenes y se ponía de pie, de inmediato sacó un billete y dejó sobre la mesa, abandonó el restaurante como alma que lleva el diablo.
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Minutos después.
El hombre de gélida mirada permanecía sentado frente al escritorio de Alonzo observando todas las fotografías que el joven le entregó.
—Perfecto señor Grimaldi —habló con voz rasposa—. Haré lo que me pide —informó.
—Deseo absoluta discreción —solicitó Alonzo observando al hombre con su fría y azulada mirada.
—Pierda cuidado, sé hacer un trabajo limpio —informó poniéndose de pie.
Luego de que el hombre se marchó Grimaldi recibió una llamada.
—Esta noche sale el cargamento con los medicamentos falsificados —informó a su contacto—, no se preocupen por la documentación, todo está en perfecto orden —musitó sonriendo con malicia.
«Ustedes van a pagar muy caro su traición» sentenció.
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Días después.
Ariadna llegó a la farmacéutica con el semblante algo pálido. Los síntomas del embarazo estaban causando estragos en su cuerpo. A pesar del maquillaje se distinguía a la chica algo indispuesta, con su astucia había logrado retrasar la boda un par de semanas más, ya que según los planes de Alonzo se había previsto en un mes, pero la chica convenció a su futura suegra de realizar una gran celebración, y por eso se amplió el plazo.
Cuando caminaba por los pasillos en dirección a su oficina, parpadeó sorprendida al mirar la de gerencia con las puertas abiertas. Arrugó el ceño y de inmediato ingresó, buscó si había alguien en el lugar, pero no, entonces miró el computador encendido, enseguida se acercó a él, leyó a breves rasgos lo que la pantalla mostraba. De pronto un escalofrío recorrió su piel, con las manos temblorosas sacó su pendrive de su bolso, y enseguida guardó la información, de inmediato salió corriendo, llegó agitada a su despacho y a la brevedad pasó esos documentos a un archivo secreto en su computador. Bebió un poco de agua porque sintió que la vista se le nubló, intentando recomponerse, lo que había descubierto era muy grave.
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Entre tanto Nick por su parte se reunió con Octavio Mendoza el abogado de la familia Grimaldi, para mostrarle algo.
El hombre de cabello cano abrió los ojos con sorpresa, e indignación, entonces debido a su amplia experiencia le dio a Nicholas la solución para anular ese contrato que obligaron a firmar a Ary.
Cuando el abogado salió de la oficina el joven Grimaldi se quedó pensativo, se llevó las manos a la boca.
—Un contrato por amor —susurró en voz baja, y sonrió, aprovechando que su primo Alonzo se encontraba otra vez en Miami de inmediato se dirigió a la oficina de Ary.
Ambos cruzaron miradas y enseguida sonrieron. Nick colocó seguro a la cerradura, y se aproximó a ella. La besó con urgencia.
—Te he extrañado tanto —susurró uniendo su frente a la de la chica.
—Debemos continuar con la farsa —murmuró Ary.
Nicholas observó el semblante de Ariadna, colocó su mano sobre el vientre de ella.
—¿Cómo está nuestro bebé? —cuestionó con ilusión.
—Estamos bien —respondió ella con una amplia sonrisa—, pero las náuseas me están matando —comentó haciendo un puchero.
—Te aseguro que muy pronto estaremos juntos, y yo cuidaré de ustedes —aseveró el joven Grimaldi, enseguida levantó la blusa que la chica llevaba y besó su vientre tocando con sus dedos el lugar donde su hijo estaba seguro—. Deberías ir a descansar —recomendó.
Ary se estremeció al sentir el calor del aliento de Nick en su estómago.
—No puedo —expresó ella con la voz llena de angustia—, necesito charlar contigo, fuera de esta oficina, es importante.
—Hoy en la noche estaré en tu apartamento —aseveró, mientras besaba los labios de Ary y se retiraba a su despacho.
Ni él, ni Ariadna supieron que alguien había colocado una cámara oculta en la oficina de la chica y que el secreto que con sigilo guardaban, acababa de ser descubierto.
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La lluvia golpeaba con fuerza los ventanales del apartamento de Ary de igual forma como el corazón de la joven palpitaba al mirar aquellos informes que se había sustraído del computador de Alonzo. De pronto sintió una especie de escalofrío. Su cuerpo entero tembló y sus dientes rechinaban, veía borroso, entonces cuando se puso de pie para tomar su móvil, tuvo que volver a sentarse porque percibió la habitación moverse a su alrededor.
Justo en ese instante el timbre sonó, pero ella permanecía reclinada en el mullido sillón con los ojos cerrados. Varios repiques se escucharon.
—Ary ¿Estás ahí? —cuestionó Nick —responde por favor.
—No me siento bien —gritó ella.
Él desesperado intentó abrir con su cuerpo la cerradura, pero al no poder hacerlo enseguida bajó por el elevador, a toda prisa se acercó al guardia, le comentó lo que estaba sucediendo y de inmediato el joven subió con él, al percatarse que no mentía enseguida abrió.
Nicholas corrió hacia el mueble, miró a Ary casi desvanecida.
—Mi amor —susurró—, ya estoy aquí —habló bajito mientras le tomaba de la mano y percibía que ella la tenía helada. Sin perder el tiempo agarró su móvil para comunicarse con Ana Cristina. Se encaminó hacia la cocina y sacó un vaso de los gabinetes, lo llenó de agua con varias cucharadas de azúcar.
Cuando Ana respondió, de inmediato le dio instrucciones a Nick, él le dio de beber a Ary el contenido del vaso, mientras la recostaba en el sillón y levantaba las piernas de la chica para que la presión arterial se regulara de nuevo.
—¿Estás segura de que no la debo llevar al hospital? —cuestionó angustiado—. Me preocupa el bebé —expuso con la garganta seca.
—Ya salgo para allá —informó Ana tranquilizando a Nick.
Sin embargo, el joven con todo aquel apremio, no se percató que la puerta del apartamento quedó abierta, y que alguien que lo había seguido también descubrió su secreto.
«Un bebé» gruñó en su cabeza aquella persona ideando un malévolo en su retorcida y perversa mente.
Luego de unos minutos Ary fue recuperando el color de su rostro. Ana Cristina la examinó y como había mencionado, todo se debía a una baja de presión. Nick esa noche se quedó a cuidarla.