El gran salón en donde se iba a anunciar el compromiso de Ariadna Rinaldi y Alonzo Grimaldi, era uno de los más lujosos de New York, las mesas estaban decoradas con elegantes manteles en tono blanco con dorado. En la fina cristalería los invitados bebían varios tipos de licores. Muchos empresarios y gente importante amigos de la familia Grimaldi y Rinaldi se dieron cita a tan magno evento.
Alonzo y sus padres se encontraban en el salón a espera de Ariadna, quien iba a llegar acompañada de Fabricio Rinaldi, y de su mejor amiga.
Los miembros de la familia Grimaldi empezaron a arribar, la abuela Fiorella, Nick acompañado de Jessica, y Consuelo, todos muy elegantes.
Alonzo llamaba al móvil de Ariadna desesperado por la demora de su prometida, pero no tenía respuesta.
—¿Qué pasa con esa mujer que no llega? —inquirió Amanda la madre de él.
—No lo sé mamá, no responde el celular. Espero no se haya arrepentido. —Bufó.
—Si lo hace hijo, no tendremos piedad con su padre, más le vale a esa muchacha no dejarte plantado.
Nick miraba a cada instante a la amplia puerta del salón, bebía despacio de su copa de whisky intentando calmar aquella agonía que iba consumiendo su corazón a fuego lento. Anhelaba que Ariadna no se presentara, él no podía soportar que se casara con su primo.
*****
En el departamento de la joven Rinaldi, ella se encontraba encerrada en el baño de su habitación, sosteniendo entre sus manos la prueba de embarazo que su amiga Ana Cristina fue a comprar instantes antes.
—Ariadna por favor ya sale, ya pasaron cinco minutos —imploró golpeando la puerta y no tenía respuesta.
—Ary si no abres voy a llamar...
La cerradura giró, y la chica salió pálida, con lágrimas en los ojos, le extendió la prueba de embarazo a su amiga. Ana Cristina se llevó las manos a la boca.
—Salió positivo —comentó temblorosa. —¿Qué voy a hacer? —sollozó abrazando a su amiga.
—En primer lugar, tranquilizarte Ariadna, eso no le hace bien a tu bebé, en segundo un niño siempre es una alegría. Además, es hijo del hombre al que tú amas.
Las palabras de Ana Cristina le dieron esperanza a Ariadna en esos momentos. Su mirada cobró brillo al comprender que dentro de su ser albergaba el fruto del amor que sentía por Nick. A pesar de eso la pobre chica estaba llena de dudas y miedos, su hijo ahora corría un grave peligro.
Si llegara a ser niño, sería el heredero de la fortuna Grimaldi, el encargado de administrar todos sus bienes. Alonzo iba a hacer lo imposible para que ese bebé no naciera y cuando se enteraran la madre y la novia de Nick el escándalo que se armaría sería de gran magnitud.
Las dos chicas eran conscientes que aquel bebé había decidido llegar en el momento menos indicado, sin embargo, ya estaba creciendo en el interior de su madre, quizás con algún propósito.
Para no retrasar más su llegada. Ariadna se retocó el maquillaje. Inhaló profundo arreglando el escote de su hermoso vestido azul largo en corte sirena.
El portero del edificio anunció que el señor Fabricio Rinaldi las estaba esperando. Las dos jóvenes salieron y bajaron por el ascensor hasta el lobby.
— Figlia mia, quanto sei bella. (Hija mía estás muy hermosa)
—Grazie —contestó Ariadna algo distante, sumida en sus pensamientos.
Su padre no hizo ningún comentario al notar el semblante abatido de su hijo, los tres se encaminaron al salón. Minutos más tarde cuando llegaron, los encargados ayudaron a bajar a las damas y se llevaron el auto del señor Rinaldi al estacionamiento.
Ariadna ingresó al salón del brazo de su padre. La gente comentaba la belleza y elegancia de la joven, la mirada de la chica se cruzó con la de Nick y un ligero estremecimiento le recorrió las entrañas. «Perdóname mi amor, tengo que salvar la vida de nuestro hijo», repitió en su mente.
Alonzo se acercó a ella, la saludó de manera afectuosa, le habló al oído:
—Pensé que no ibas a venir cariño.
Ariadna se separó de él, y fingió sonreír con los invitados.
—Te di mi palabra —murmuró a regañadientes.
Nick recorrió con su entristecida mirada la figura de Ary, que esa noche se veía más bella que de costumbre. Su corazón daba fuertes pálpitos, bebía como nunca lo había hecho, intentando recomponerse.
Alonzo tomó de la mano a Ariadna y se dirigió a medio salón.
—Al mal tiempo hay que darle prisa, querida —susurró. Ella tembló muy nerviosa, sentía la mirada de Nick a su alrededor, tenía tanto miedo y angustia en ese momento.
—Su atención por favor —solicitó Alonzo por el micrófono. Un profundo silencio se apoderó del salón, los invitados miraban expectantes a la feliz pareja.
—Familia, amigos, aquí con ustedes de testigos quiero hacer público mi compromiso con esta hermosa señorita. —Alonzo sacó de su bolsillo el anillo: un solitario en oro blanco de 24 quilates con un fino diamante en el centro, se colocó de rodillas ante ella—. Ariadna Rinaldi recibe este anillo en muestra del profundo amor que siento por ti.
Una lágrima solitaria recorrió la mejilla de Ary, los invitados, y hasta su novio creyeron que se debía a la emoción del momento, sin embargo, la joven se quedó en silencio. Su discreta mirada fue al encuentro de la de Nicholas quien con su vista nublada observaba aquella escena como si de un terrible cuento de terror se tratase.
Ariadna sentía que de un instante a otro iba a desfallecer, ahora la libertad de su padre había pasado a segundo plano, la vida de su hijo era lo más importante, tomó una gran bocanada de aire, y extendió la mano para que Alonzo colocara el anillo.
—Señores nos casaremos en un mes.
Nick cerró los ojos, negó con la cabeza, bebió de golpe de la copa de champagne que tenía enfrente.
Consuelo atenta a la interacción de su hijo con Ariadna, notó lo afectado que se puso. Semanas antes cuando supo el apellido de la novia de Alonzo sacó conjeturas, no le fue difícil reconocerla. Sabía que la prisa por casarse se debía al heredero. Ella también quería lo mismo: la herencia de los Grimaldi.
Los invitados se acercaron a felicitar a la pareja, la abuela Fiorella, los padres de Alonzo, Fabricio, Consuelo y Jessica de manera hipócrita también lo hicieron. Nick se acercó devastado.
—Felicidades, primo —comentó intentando que el tono de su voz sonara lo más natural posible.
—Gracias —respondió Alonzo con una gran sonrisa
—Felicidades, Ariadna —pronunció arrastrando las palabras, ambos se miraron en silencio, pugnando por contener todo lo que sentían en ese instante, y las ansias locas de salir juntos huyendo de aquel lugar.
—Gracias Nick —respondió sin mirarlo a los ojos.
La celebración continuó, Alonzo casi no se separaba de Ariadna, la orquesta empezó a tocar «When a man loves a woman by Michael Bolton».
Alonzo tomó de la mano a su novia y la llevó al medio del salón, puso sus dedos en la cintura de ella. Ary acomodó sus brazos sobre los hombros de él, Alonzo besó a Ariadna en frente de todos los invitados, quienes aplaudieron el gesto.
Nick no soportó más salió del salón a la terraza, apretó sus puños con fuerza, sabía a la perfección que Ary estaba con su primo por compromiso, él no se iba a dar por vencido, tenía que encontrar la forma de liberar al padre de Ariadna de la cárcel, finiquitar su relación con Jessica, y casarse con ella.
La celebración se extendió hasta largas horas de la noche, en las cuales Alonzo bebía más de lo normal, coqueteando con unas invitadas. Nick aprovechó ese momento para invitar a bailar a su futura prima «Listen to your heart by Roxette» sonaba en el salón.
—Ariadna voy a encontrar la forma de liberarte de este compromiso —susurró al oído de ella.
—Nick tenemos que hablar, pero no es el momento ni el lugar —respondió Ariadna con seriedad, la expresión de su rostro no le gusto a Nick, tenía un mal presentimiento. —¿Sucede algo mi amor?
—No me llames así, alguien puede escucharnos. Mañana hablaremos.
Ariadna se soltó de los brazos de Nick y se dirigió al tocador. Justo cuando estaba ahí mirándose al espejo Consuelo ingresó, la observó de pies a cabeza frunciendo los labios.
Ary fingió no verla, creyó que pasaría a los cubículos, pero se sobresaltó cuando la mujer la tomó del brazo.
—¡Aléjate de mi hijo! —advirtió—. Si antes hice todo lo posible por separarlos, esta vez, no me detendré ante nada, ni nadie. —Bramó irguiendo su rostro para mirar a la joven.
Ary parpadeó y su corazón se agitó.
—No te tengo miedo —respondió con altanería observando hacia abajo. La madre de Nick apenas llegaba al metro sesenta de estatura, mientras que Ary con aquellas sandalias de tacón de aguja quedaba mucho más alta de lo que ya era. Se soltó del agarre de Consuelo—, no comprendo cuál es su odio hacia mí.
La madre de Nick bufó y ladeó una sonrisa perversa.
—Tu padre, no te ha comentado el nombre del amante de Marcela —soltó sin reparo—. Eres igual a esa maldita mujer —mencionó con rencor.
Ary sacudió su cabeza, parpadeó sin comprender.
—Mi mamá no era amante de nadie. —Bramó Ariadna.
Consuelo soltó una sonora carcajada.
—Pregúntale a Fabricio que relación tenían Marcela y Paolo Grimaldi —expresó con seguridad—. Yo creo que deberías empezar a investigar quién es tu verdadero padre —masculló—. Esa es una de las principales razones por la cual no acepté que te casaras con mi hijo, podrías ser su hermana. —Sentenció y se marchó.
Ariadna se recargó en el lavamanos, su vista se nubló por segundos, su corazón palpitaba con gran fuerza, mientras su mirada se llenaba de lágrimas, entonces viejos recuerdos de su niñez brotaron en su memoria: Los fuertes gritos de su padre reclamando a Marcela porque de nuevo se iba de viaje. Las llamadas misteriosas que su madre sostenía con un extraño. Las veces que la veía llorando sin motivo, y sobre todo que jamás se mostró cariñosa con su papá.
—¡No puede ser! —exclamó cubriéndose el rostro con sus manos, sin embargo, esa noche no tenía tiempo para hablar con su padre, porque debía poner en marcha su plan para proteger a su bebé, no había nada más importante en ese momento.
Se limpió las lágrimas y se retocó el maquillaje. Salió al salón y se acercó a Alonzo, muy cariñosa con él.
—Es mejor retirarnos, amor —comentó Ariadna—. Creo que debemos tener nuestra propia celebración privada.
La mirada de Alonzo oscureció al escucharla, una deliciosa descarga de adrenalina recorrió su ser al imaginar el cuerpo desnudo de Ary retozando bajo el de él.
—¡Vámonos! —susurró con voz ronca.
Nick miró aquella escena con honda preocupación, sin embargo, no podía hacer nada. Con la partida de los novios, los invitados fueron desalojando el lugar.