27 de febrero de 1920
El cielo seguía llorando.
Una forma bastante metafórica de decir que llovía y que, en realidad, era su corazón el que lloraba.
La culpa crecía más y más en ella a medida que las horas pasaban. Nunca se le había dado bien mentir y, a la vista estaba de que le estaba pasando factura. Esperanzadoramente, las cosas se habían solucionado entre ambos el día anterior.
James no le había dicho nada más cuando habían regresado a casa, pero tampoco había sido cortante ni distante. Ella pensaba que eso se debía a la amistad que ambos habían albergado a lo largo de los años. Que James no tomara en serio todos y cada uno de sus caprichos, probablemente se debía también al hecho de que ella siempre se había esforzador por conocer todos los detalles de la vida de James.
Ahora, por ejemplo, se encontraba esperando a que finalizara la reunión con la señorita Thompson. Ella, tal y como habían acordado, había aparecido en la casa temprano y con varias carpetas entre los brazos.
Se había muerto de curiosidad por saber qué se traía entre manos, sin embargo, había tenido que verse obligada a guardarse sus preguntas y esperar. Esperar. Solo pensar en ello era una verdadera tortura. Tenía tanta, tanta curiosidad, que no podía dejar de pensar en escabullirse a escuchar a través de la puerta incluso sabiendo que podía ser pillada en el acto.
De un salto, se levantó del sofá en el que había estado tumbada, tomó una silla que había en una esquina de la estancia y corrió hacia el pasillo de la entrada con ella. Ahí, solo pudo sentarse y tomar el teléfono. Marcó rápidamente los números y, luego, volvió a esperar.
Un toque. Dos toques.
Al tercero, una voz femenina resonó al otro lado de la línea.
-Soy Daisy Cole, ¿se encuentra la señorita Janet en casa?
-Un momento, por favor.
Ese tiempo que le proporcionó la ayudó a pensar. ¿Realmente era buena idea contarle sobre sus avances a Janet? Sí, por supuesto que sí.
Janet era su mejor amiga. El yin de su yang. Su compañera de aventuras… Bueno, puede que no de aventuras puesto que Janet tendía a ser la más reservada de las dos. Ella siempre había sido la que le decía que no trepara a los árboles de niña y la que pedía permiso a sus padres antes de tomar una decisión.
Janet era simplemente la niña buena, mientras que ella había sido la revoltosa y la de las ideas locas. Ideas que ahora tenían pinta de estar a punto de meterla en un buen lío. Sintió una sensación de alivio, cuando su amiga respondió al teléfono.
-¿Daisy? ¿Estás bien?
Ella suspiró sonoramente, alzando la vista al techo de la escalera. Necesitaban darle un repaso al techo de la casa.
-Sí. Quiero decir, no. No estoy bien -tragó saliva-. Tenemos visita. Una mujer.
-Oh, cuánto lo siento, Daisy. Te dije que no era una buena idea.
Ella envolvió el cable del teléfono alrededor de su dedo mientras esperaba a que una doncella pasara junto a ella y desapareciera por una de las puertas.
-Sí, bueno. Resulta que mi plan apenas ha empezado, así que no puedes hundir mi barco antes de que haya zarpado.
-Tenía entendido que ayer había “empezado” tu plan.
No se le escapaba una.
-Vale, sí. Comenzó ayer. Por eso no puedes hundirme cuando apenas ha zarpado.
-Por supuesto. Lo que tú digas -dijo con evidente sarcasmo.
Daisy quiso gruñir de frustración. No la había llamado por eso.
-Daisy, necesito tu ayuda.
-No pienso encerrarte con James en una habitación oscura.
Frunció el ceño.
-No, eso no. Ya sé que no lo vas a hacer, me lo dijiste la primera vez que planteé la idea.
-Porque era espantosa -suspiró-. ¿Para qué me has llamado entonces?
-Consuelo.
-Oh, mi pobre niña. Eso de ver a otras mujeres con él, te duele, ¿cierto?
Ahora era ella la que suspiraba.
-Es horrible, Janet -confirmó-. Ayer le pregunté sobre la reunión y se enfadó conmigo.
-Seguro que fuiste demasiado insistente.
-¿¡Por qué no quería contármelo!? -inquirió, haciendo caso omiso de las palabras acertadas de Janet-. Él nunca me ha ocultado nada. Al contrario, me ha permitido todas mis ideas más locas. Incluso esa de mi supuesto prometido.
-Un prometido que, en algún momento, deberías de mencionarle que no existe.
Daisy gruñó.
-¿Estás aquí para ayudarme o para hundirme?
-Para ayudarte, evidentemente. No olvides que soy la voz de tu conciencia.
-La olma de mi zapato diría yo.
-Oye, que tú eres la que me ha llamado por teléfono, no yo.
Soltó un pequeño quejido.
-Es cierto, lo siento.
Janet volvió a suspirar.
-¿Qué piensas hacer ahora?
Eso la hizo mirar a su alrededor, buscando algo que la distrajera mientras hablaba.
-Bueno, ayer salí a almorzar con él y caminamos por Hyde Park… Hasta que llovió. Nos encontramos con los señores Whitehouse.
-¡La señora Whitehouse adora los chismes!
Daisy sonrió.
-Exacto. Encontrarnos por casualidad a ella y a su marido fue una auténtica suerte. Sin embargo, no es suficiente. Necesito conseguir una oportunidad con James de alguna manera. Algo que me facilite el camino al siguiente paso.
-Bueno, siempre podrías ser sincera con él y…
-¡Gideon! -exclamó con emoción en la voz.
El joven y apuesto hombre la saludó con la mano en la entrada de la casa.
-¿Gideon?
-Te tengo que colgar, Janet. ¡Luego hablamos!
No llegó a escuchar la respuesta, puesto que ya había colgado el teléfono y fijado su atención en el hombre que tenía delante.
-¡Pero si es mi cuñada favorita! -exclamó el pelirrojo con una más que evidente sonrisa.
-¡Gideon!
El joven se agachó y besó su mejilla antes de mirar arriba, sobre las escaleras.
-¿Está mi hermano mayor en el despacho?
Ella resopló.
-Está. Y tiene compañía.
Lo vio arquear ambas cejas igual de pelirrojas que su cabello.
-A juzgar por tu ceño fruncido y tu tono molesto, asumo que se trata de una mujer y de que no te hace gracia.
-Supones bien -ella pestañeó-. ¿A qué has venido?
Una enorme sonrisa se dibujó en su rostro mientras se agachaba junto a ella, en la silla que había sacado del salón.
-Necesito pedirte tu ayuda.
Ella lo miró cínicamente.
-Eres consciente de que en este momento no soy la mejor persona a la que pedir ayuda, ¿verdad?
Él se rió.
-Sí, lo sé -afirmó-. Pero resulta que eres la persona más cercana a Janet. Y yo estoy interesado en Janet, por lo que eso te convierte a ti en la mejor opción para ayudarme.
Quería fingir sorpresa, sin embargo, estaba se encontraba de bajón a tal punto que ni siquiera le interesaba hacer que no lo sabía. Ella le devolvió la mirada.
-¿Qué es lo que tienes en mente?
Los ojos de Gideon adoptaron un brillo travieso mientras se frotaba las manos con una sonrisa que no prometía nada bueno.
-Bueno, había pensado en que tú podrías organizar una cena. Ya sabes, con esto de que estás en la casa de mi hermano y tal e invitarla con la excusa de que necesitas apoyo moral.
Vale, eso sí la sorprendió.
-¿Me estás pidiendo que le mienta a mi mejor amiga?
Él se encogió de hombros.
-Ya le estás mintiendo a mi hermano. No sé qué le has dicho para convencerle de dejarte permanecer en su casa, pero, sé que ha sido una mentira.
Ella gruñó de frustración.
-No me gusta que me conozcas.
Gideon le guiñó un ojo, divertido.
-Es lo que tiene ser amigos de la infancia -sus ojos se alzaron hacia arriba cuando ambos escucharon un sonido procedente del segundo piso-. Y ahora, será mejor que me vaya ya que parece que la visita de mi hermano ha terminado con su visita. Nos vemos luego, cuñada.
Ella trató de sonreír cuando Gideon se levantó y caminó con sus largas piernas hacia la salida. Decidió que, en vez de seguir ahí sentada a la espera de parecer una cotilla que aguardaba a que se fuera la señorita Thompson, era mejor levantarse y devolver la silla a su lugar de origen.
-Ha sido un placer hablar con usted, señor Hamilton. Quedo a la espera de próxima reunión.
Rápidamente, Daisy se levantó de un salto, tomó la silla y corrió hacia el salón. Los pasos de la señorita Thompson y de James resonaban junto con sus voces que seguían ceñidas a la conversación.
Ella regresó al pasillo y observó a la mujer que permanecía con la atención fija en el hombre que tenía frente a ella. Su cabello rubio resplandeciente contrastaba con sus ojos azules y su enorme sonrisa encantadora.
No le gustaba como se sentía en ese momento. Los celos y la envidia eran cosas que usualmente ella no sentía, pero el miedo de que otra mujer pudiera captar la atención de James provocaba en ella un montón de sensaciones horribles que la corroían por dentro como un pequeño demonio.
Por un momento, aquellos ojos se cruzaron con los suyos y la miraron. Un pestañeo. Una dulce sonrisa. Su atención regresó a James.
-Entonces, señor Hamilton, lo mejor será que me marche ya.
Él asintió y le tendió la mano. Sabía que solo era una forma de despedirse, sin embargo, no podía evitar que nuevamente los celos la golpearan por dentro retorciéndose y clavándose como pequeñas espinas venenosas.
No fue hasta que se marchó la señorita Thompson, que se atrevió a salir de su escondite.
-¿Qué tal ha ido la reunión?
El cuerpo de James se giró hacia ella. Sus ojos verdes, mirándola fijamente y en silencio. Ella le devolvió la mirada, hundiéndose en él y asegurándose de memorizar sus facciones.
James era alguien al que le gustaba mirar y cualquier excusa era válida para en él. Lo vio entrecerrar los ojos.
-Negocios, Daisy.
Ella suspiró.
-¿Qué tiene de malo que me cuentes qué tipo de negocios son?
Él miró detrás de ella y luego hacia las escaleras. Luego, volvió la atención una vez más en su dirección antes de fruncir el ceño.
-No vamos a tener esta conversación en la entrada.
Ella contuvo las ganas de gruñir de frustración.
-Genial, pues tengamos esta conversación en tu despacho.
Pasó junto a él sin mirarlo y corrió hacia las escaleras. Le pareció escuchar una maldición antes de que sus pasos comenzaran a seguirla. Ella se adelantó y entró en su despacho. Rápidamente, sus ojos repasaron la habitación, pero como se esperaba de James, todo estaba perfectamente organizado.
Una mano apretó su brazo, inclinándola hacia atrás hasta que su espalda golpeó su duro torso. James soltó un gruñido fastidiado. Ella tuvo que inclinar la cabeza hasta descansarla en su pecho para poder mirarlo. Un par de ojos verdes enfurecidos la miraban con un brillo intenso que disparó un escalofrío a lo largo de su columna.
-¿Me puedes explicar este comportamiento infantil? -preguntó con los dientes apretados-. Siempre he tolerado todos tus caprichos, pero lo de hoy comienza a rozar el límite de lo que estoy dispuesto a permitir. Te estás comportando como una mocosa y te has en mi despacho. Necesito que empieces a madurar, Daisy, porque no siempre voy a tolerar este tipo de comportamientos.
Sus palabras le dolieron. Sabía que todo lo que le decía era cierto, sin embargo, ella no estaba dispuesta a admitirlo. Al menos, no ahora.
Tragó.
-Solo me preocupo por ti. ¡No estoy tratando de ser caprichosa!
James apretó la mandíbula y la soltó. Luego, vio como retrocedía unos pasos. Ella tuvo que darse la vuelta para poder seguir mirándolo cuando desapareció el calor de su espalda.
-Lo digo en serio, Daisy. No te inmiscuyas en mis asuntos.
No le gustaba como sonaban esas palabras. La hacía sentir nerviosa y era como si él ya conociera sus verdaderas intenciones con antelación. Su corazón se disparó y el miedo la inundó. Si ahora estaba enfadado por su insistencia con la señorita Thompson, ¿cómo reaccionaría cuando descubriera lo que había planeado?
Soltó una respiración temblorosa.
-Pero lo hago por tu bien…
Él suspiró.
-Será mejor que te vayas a tu habitación, Daisy. Ya has tenido suficiente por hoy.
No. No. No. No. No. ¡No!
No podía permitir que la conversación terminara ahí. ¿Y si después de eso le pedía que volviera a casa?
¡No podía permitirlo!
-Puedo convencerte -se humedeció los labios-. Puedo convencerte.
Sus cejas se arquearon. Maldición. No sabía a quién trataba de convencer. Era evidente que James no la creía. La conocía demasiado bien.
-¿De qué hablas, Daisy? ¿De qué quieres convencerme?
Ella alzó sus manos y las apoyó en sus hombros, agarrándolos para sostenerse. Sus ojos se ampliaron mientras la contemplaba y su cuerpo se tensó. La mirada de Daisy cayó en su boca haciéndola contener un gemido. Tenía una tan irresistible.
-¿Daisy?
Dudó antes de besarlo.
Fue una presión suave. Sus labios se apretaron contra los de él, que permanecieron imperturbables. Trató de que aquello no la desestimara.
Sus manos abandonaron sus hombros para recorrer el frente de su cuerpo. Notó como el cuerpo de James se tensaba bajo su tacto. Aquello era una señal de que no era totalmente indiferente a ella y se regodeó de ello. Siguió besándolo con insistencia, acompañándolo de suaves mordidas en su labio inferior para tentarlo. James soltó un gruñido ronco y grave, pero no se apartó.
Eso disparó su emoción. Una de sus manos siguió bajando hasta llegar a la cintura de sus pantalones. Al instante, las manos de James la sostuvieron para detenerla.
-Daisy…
Ella lamió lenta y tentativamente su labio superior, repitiendo luego la misma acción con el inferior. Ambos soltaron una respiración lenta. Podía sentir la tensión bajar hasta el centro de su cuerpo. Ella movió la mano libre en busca de sus pantalones, queriendo sonreír cuando notó su cálido m*****o bajo la tela. Él reaccionaba a ella.
Lo acarició sinuosamente, moviendo su mano hacia arriba y hacia abajo. Oyó su jadeo cuando se apretó más contra él.
-Será mejor que te detengas antes de que ambos hagamos algo que después lamentaremos.
Daisy lo miró y pestañeó. El verde de su iris se había convertido en una sombra de lo que era. Volvió a besarlo antes de que pudiera volver a negarse. Detenerse no era una opción. No cuando habían llegado tan lejos.
Un gemido ahogado salió de él una última vez antes de que se lanzara sobre ella cuando Daisy apretó el bulto bajo su mano. Las manos de James la soltaron y la agarraron de la nuca tan rápido que apenas tuvo tiempo para darse cuenta cuando él volvió a besarla, esta vez, en profundidad.
Era un beso caliente y húmedo. James la inclinó hacia atrás y caminó con ella sin dejar de besarla, hasta que el culo de Daisy golpeó contra el escritorio. Su cabeza le daba vueltas. Solo podía sentir las manos de James recorriendo el cuerpo de ella. Su dureza apretándose entre sus piernas y frotándose contra ella.
Podía sentir el calor creciendo desde su vientre. Sus manos pelearon para arrancar la chaqueta de James. Él la ayudó a quitarla antes de que sus manos huyeran hasta su falda y comenzaran a subirla rápidamente para dejarla al descubierto.
Daisy sacó la camisa de la cinturilla de sus pantalones y corrió a quitarle el cinturón. Le gustaba sentir la piel desnuda y cálida de James cuando arrastró una mano sobre su vientre. Él se tensó cuando arañó sutilmente aquella carne bronceada y atractiva que ahora se mostraba frente a ella.
-Deberíamos detenernos.
-¡No! -jadeó mirándolo a los ojos.
Él soltó una maldición y volvió a besarla. En el algún punto, arrancó la blusa dejando sus pechos al descubierto. Ella gimió cuando una de sus grandes manos apretó su pecho y entonces, la boca de James estaba sobre uno de ellos.
Daisy sintió su lengua y sus dientes rastrillar sobre ella y un sonido agudo salió de su voz. Estaban solos en la habitación, con la puerta abierta y cualquiera podía llegar y verlos. Que decir de escucharlos.
Su cuerpo comenzó a temblar cuando James le separó más las piernas y se apretó más sobre ella. Su firme m*****o rozándose sobre la miel de su excitación. Estaba nerviosa. Por fin tendría a James con ella.
Lo sintió cuando entró. Realmente lo sintió. Daisy soltó un jadeo de dolor, que él rápidamente cubrió con su boca mientras invadía su cuerpo sin detenerse. Su cuerpo tembló y duramente se amoldó a él. James se introdujo hasta la empuñadura, dándole un espacio de pocos segundos antes de que comenzara a moverse.
Daisy quería llorar por el leve pinchazo de dolor que sintió al tenerlo dentro de ella. Era lo que siempre había querido, pero no tan romántico como había soñado. Había dolor, una sensación de invasión y de sofoco. Sus ojos se abrieron para mirar el rostro doloroso de James que luchaba por moverse lentamente dentro de ella. No. Aquello no iba a funcionar si seguían así.
-Más rápido… Por favor.
Sus ojos verdes la miraron.
-Daisy.
Ella cruzó los tobillos detrás de él y sus uñas se clavaron en sus hombros.
-Por favor, James.
Una mueca se formó en su rostro antes de asentir y empezar a moverse con rapidez, hasta llegar a la culminación de su semilla. Esto no era lo que ella había esperado, a pesar de haber conseguido tener a James.
Él jadeó y respiró tratando de mantener su respiración más pausada cuando salió de ella. Ella trató de no mirar mientras lo hacía, pero la vergüenza se adueñó rápidamente dentro de ella cuando sintió la prueba de lo que habían hecho saliendo de ella.
James miró hacia abajo. Sus ojos se ampliaron, su piel palideció. Y una enorme ira se reflejó en su rostro cuando apretó la mandíbula. Mientras todavía permanecía tumbada sobre el escritorio, lo vio reajustarse la camisa y los pantalones. Luego, se acercó a ella y la ayudó a recomponerse. El movimiento solo provocó que sintiera más de aquella prueba gotear entre sus muslos.
-Espero que estés contenta -gruñó.
Daisy quería llorar.
Cuando por fin logró calmarse y comprender la situación, se horrorizó de cómo habían pasado las cosas. Se bajó la falda, ajustó su blusa para cubrirse los pechos y salió corriendo.
James gritó detrás de ella, pero solo quería estar sola.
Siempre había pensado que la primera vez con James sería algo hermoso, lleno de amor. Sin embargo, nunca hubiera esperado sentir una sensación de vacío como aquella.