Estaba en un lío.
Estaba en un maldito lío.
¿Quedarse en su casa? ¿Cómo se le había podido ocurrir una idea tan horrible? Por supuesto, porque no estaba pensando. Si pensara, jamás habría llegado a esa conclusión.
-¿Todo bien, Daisy?
La voz ronca y tranquila de James llamó su atención. ¡Maldición! Era demasiado guapo. Como una de esas esculturas de David hecha de carne y hueso.
Tragó.
-Perfectamente.
-Normalmente hablas más.
Ella decidió encogerse de hombros.
-Estaba pensando en lo buena que es la comida, tienes un cocinero excelente.
Por supuesto, él no lo dejó pasar.
-¿Qué es lo que te preocupa?
Y ella pensando que no le interesaba a James. Casi quería reírse de la ironía de todo el asunto.
-Pensaba… en cosas de chicas -una triste excusa.
-¿Sobre el compromiso?
-¡Maldita sea, James! -exclamó-. ¿Por qué de repente haces tantas preguntas? Tú nunca has preguntado tanto.
Él bufó. ¡Maldita sea que bufó!
-Eso es porque nunca has venido tan nerviosa como lo has hecho -y para hacer más énfasis, se recostó en el asiento aparentando una inmensa tranquilidad-. Entiende que hasta yo puedo mostrarme hablador cuando es necesario.
-No necesitas preocuparte. Estoy bien.
Si James la creyó, no pareció mostrarlo. Él suspiró mientras, con un movimiento de mano, llamaba a una doncella para que recogiera su plato.
-Tráeme un café -fue todo lo que dijo.
Ella suspiró, dejando que se llevaran también su plato y, en adicción, que le trajeran un té.
-En dos días vendrá la señorita Thompson a la casa.
Las alarmas se dispararon rápidamente por todas partes y con luces rojas y brillantes.
-¿La señorita Thompson?
Él asintió, siendo tan malditamente escueto como siempre. Ella pestañeó, buscando en su cabeza el registro de apellidos que podría conocer. No le sonaba ningún Thompson entre ellos. Lo que significaba que se trababa de alguien a quien no conocía.
-¿Para qué viene ella?
Sonaba como una auténtica celosa, pero lo dicho, dicho estaba. Solo esperaba que James no pensara que era alguna clase de sicópata ni nada parecido.
Él arqueó una ceja oscura antes de responder.
-Negocios.
Compromiso>> resonó en su lugar en su cabeza.
Argg.
Empezaba a ponerse paranoica y él no la ayudaba siendo tan cerrado. Cuando se lo proponía, podía ser como un libro cerrado. Cosa que no ayudaba. No ahora. No cuando había puesto en marcha su plan.
Pensándolo bien, necesitaba darle un pequeño repaso a su plan. Es decir, la primera parte de este era hacer creer a todo Londres que ambos estaban comprometidos. Había conseguido quedarse en su casa temporalmente, algo que le ayudaba favorablemente. Pero esto también tenía un inconveniente: no sabía por cuánto tiempo se quedaría y, por lo tanto, no sabía de cuanto tiempo disponía para hacer que la primera parte de su plan funcionara.
-Entonces… ¿Ella vendrá en dos días?
James frunció el ceño de inmediato.
Genial, Daisy, siempre trepando el mismo árbol.
-Ella vendrá, Daisy.
Quería gruñir de frustración. Esto era más como una conversación para idiotas.
Ella ya sabía que iba a ir a la casa. Lo que quería saber era los motivos de su visita. James no parecía dispuesto a aportar nada más a la conversación, lo que solo hacía las cosas más estresantes.
Hombre difícil.
Suspiró y tomó el té que le habían puesto en la mesa. El amargo sabor del té que le habían puesto explotó en su boca y casi le hizo querer mirar hacia otro lado ante la tristeza repentina que se desató dentro de ella.
Se suponía que quedarse en la casa y pasar más tiempo con James la ayudaría para que él se diera cuenta de que ella era todo lo que él necesitaba, pero francamente, era bastante desesperanzador ver como el hombre ni siquiera se inmutaba ante su presencia.
¿Acaso siempre las cosas serían así entre ellos?
¿Ella hablaba y él gruñía y permanecía en silencio?
De repente, sentía ganas de llorar.
-¿Cuáles son tus planes para mañana?
Su voz le hizo girarse para observarlo. Odió como el corazón latía con una pequeña chispa de esperanza solo por oír un par de palabras de él. Era tan fácil de complacer, que se sentía avergonzada. Aferrándose siempre a la mínima cosa que él le ofreciera como una persona perdida en el desierto que había encontrado un oasis.
Trató de calmar los latidos de su pobre corazón emocionado antes de hablar.
-¿Perdón?
James tamborileó los dedos sobre la mesa en una rítmica secuencia pausada.
-Había pensado en llevarte a ese nuevo lugar que han abierto al otro lado del Támesis -explicó-. Un inversor me ha estado hablando bastante de él y pensé que podríamos ir y coger referencias para la próxima reunión que tengamos.
Eso fue como una señal caída del cielo. Una cita con James.
Una c-i-t-a.
Casi podía saborear el placer de caminar tomada de su brazo por Hyde Park. Era la oportunidad perfecta para hacer creer a todo el mundo que había algo entre James y ella.
Paso 1: hacer creer a todo Londres que ambos estaban saliendo. En proceso.
Daisy sintió como una sonrisa inmediata se dibujaba en su rostro, las comisuras de los labios curvándose hacia arriba irremediablemente.
-¿Estás mejor?
Casi estuvo a punto de decir que sí. Casi. La única razón por la que no lo hizo fue porque no quería levantar sospechas en James sobre sus verdaderas intenciones.
Paso a paso, se recordó. Su padre siempre decía que la prisa era el mayor error de quienes querían salir victoriosos. Todo requería un tiempo, un lugar y un espacio. Tenía que ser constante, pero sin correr largas distancias sin medir el trayecto y la resistencia. Tenía… Simplemente tenía que usar la cabeza.
Decidió empujar un poco más en la conversación.
-Casi parece que me estás invitando a una cita.
El entrecejo de James se frunció.
-Eso no es una pregunta.
Ella tragó, nerviosa.
-¿Es una pregunta?
Sus ojos verdes se intensificaron cuando la miraron provocando que Daisy se removiera inquieta en el sitio. Había algo en cómo la miraba que no lograba comprender. Algo en la cabeza de James que parecía indescifrable.
De repente, se sintió como un libro abierto; como si todas sus intenciones fueran reveladas de golpe ante el hombre que tenía delante.
Quizás, esa última frase era algo que no debería haber dicho.
James era un hombre inteligente. Un hombre capaz de desvelar todos tus secretos si se lo proponía. Era un ser de lógica, analítico y misterioso. A veces, demasiado misterioso. Probablemente, ya había descubierto sus intenciones. No era algo que debiera de extrañarle.
-Esta mañana, Scott me mencionó que llegaron unas nuevas pinturas para ti. Tal vez deberías de echarle un vistazo.
Su corazón golpeó, pero no sabía si era de alivio.
Había desviado el tema de una manera bastante evidente.
-Bien -dijo conteniendo la respiración-. Gracias por el aviso.
26 de febrero de 1920
El cielo gris y húmedo se presentó sobre sus cabezas acompañado de nubes mientras bajaban del coche de James y se movían hacia el restaurante de estilo victoriano que habían abierto recientemente para los miembros más exóticos de las altas cunas de Londres.
El frío se ciñó con fuerza en sus ropas, impulsando un escalofrío por el cuerpo de Daisy.
Frío. Londres.
A veces odiaba el tiempo de la capital. ¿O lo más exacto sería decir de todo Reino Unido?
-¿Estás bien? Entraremos pronto en el restaurante.
Ella corrió al instante a su lado y se enganchó de su brazo suspirando por la sensación de regocijo que sintió al estar cerca de él.
-Perfectamente. Es una suerte que tuviera suficiente ropa de abrigo en tu casa -cosa que no era casualidad puesto que ella ya había dejado alguna que otra cosa previamente, y a propósito.
-Podemos comprarte más, si lo deseas. No estamos muy lejos de esa tienda que tanto te gusta.
Eso la emocionó. Que pensara en ella era, sin dudas, agradable.
-Gracias.
James no dijo una palabra, mientras la llevaba hacia el restaurante. Bien, eso estaba bien. Sabía que james era de pocas palabras.
La fachada del restaurante no estaba mal. Pared de tonalidades grises, resaltando en lo alto un cartel n***o con letras doradas… A lo mejor, no era tan victoriano como le había contado James.
Se inclinó hacia él.
-¿Seguro que es este lugar?
James alzó el rostro para observar el lugar. Si no lo conocieras, pensarías que era alguien grande que se veía amenazador -y enfadado, por su perpetuo ceño fruncido-. Ella, en cambio, sabía que solo trataba de recordar su conversación con su “compañero de negocios”. Sus ojos verdes miraron alrededor de la calle, detalladamente.
-Sí, este es el lugar.
-Quizás el interior sea algo distinto.
-Mmm.
Él la condujo hacia el interior del restaurante en completo silencio; dejando que cualquier rastro de la conversación se perdiera.
Los ojos de Daisy se ampliaron por la sorpresa y dio rumbo a una nueva sensación que la dejó maravillada.
-¡Increíble! -jadeó.
-Señores…
No podía dejar de mirar los alrededores mientras James hablaba con el mêtre del restaurante y este los guiaba hacia su mesa. Era un lugar ciertamente magnífico a la vista. Paredes blancas e impolutas, con cuadros del renacimiento decorándolas; candelabros y jarrones rodeaban la estancia.
Era como estar en un mundo completamente distinto, donde el papel de la pared estaba de moda y la electricidad era algo inimaginable.
Se habían aventurado a otro siglo.
-¿Me permite su abrigo, señorita?
Daisy se sobresaltó ante la voz aguda del hombre, que estaba detrás de ella. Sus mejillas se sonrojaron mientras le tendía el abrigo y la bufanda de piel que había llevado encima. Luego, tomó asiento frente a James, en la mesa.
-Todo esto es muy bonito, ¿no te parece?
-Mmm.
-Incluso te sientes como si te hubieras aventurado en otro siglo. Ese inversor tuyo tiene muy buen ojo para los sitios.
-Puede ser.
Ella le frunció el ceño.
-¿Realmente no vamos a hablar mientras comemos?
Sus ojos verdes, la miraron por primera vez desde que se sentaron y se alejaron de la carta.
-Estoy tratando de ver qué podemos comer -respondió.
Ella se inclinó sobre la carta y observó. Definitivamente, lo que había escrito en la carta era casi tan impresionante como lo que los rodeaba.
-A ti no te suele gustar lo que preparan otros que no sean tu chef, así que optaría por algo sencillo y que no te desagrade.
Él hizo un sonido de afirmación. Daisy suspiró, incluso cuando estaban fuera, James sabía como ser un hombre de pocas palabras.
-¿Qué te parece ir a Hyde Park cuando salgamos de aquí?
Sus ojos verdes, volvieron a mirarla.
-Tengo que trabajar.
Ella resopló. No iba darse por vencida.
-Solo será un momento. Además, no es bueno estar siempre trabajando y tú eres precisamente un hombre que vive para su trabajo.
El ceño de James se frunció. Bien, había vuelto a decir algo que no le gustaba. Bueno, tendría que vivir con ello puesto que ella siempre le sería sincera. Una espina de remordimiento se clavó dentro de ella. Maldición. Esto de ocultarle sus verdaderas intenciones no era fácil, pero estaba segura de que al final, todo resultaría bien entre ambos.
-Está bien.
Ella asintió, satisfecha con el resultado.
Bien, eso estaba bien.
Justo en ese momento, el camarero vino con dos copas para el vino y un carrito con la bebida.
-En un momento vendrán a tomarle la comida.
Cuando salieron del restaurante, el cielo estaba más nublado de lo que lo había estado en toda la semana. Eso no era bueno ya que podía ser una clara señal de que llovería en breve.
-¿Estás segura de que quieres ir hasta Hyde Park?
Ella observó nuevamente el cielo, luego a él y, por último, al coche. Asintió.
-Sí, por supuesto que quiero. Hace mucho que no salimos juntos y siempre podemos correr al coche si comienza a llover.
James soltó un gruñido y no dijo nada. Ella no estaba segura de lo que significaba realmente ese gruñido, pero si no se había quejado verbalmente, podía considerarlo una buena señal, ¿verdad?
Ambos se montaron en el auto. El cielo todavía reclamando la lluvia que no se dignaba a aparecer. Ella lo interpretó como una buena señal de que su cita tendría éxito; y de que, si tenía suerte, muchas personas los verían.
Tenía que hacer que empezaran los rumores. De alguna manera, tenía que conseguirlo. Había pensado previamente en usar la ayuda de Janet, pero, tal y como ella lo veía, solo conseguiría preocupar a su amiga.
Dicho eso, otra magnifica opción sería Gideon. ¿Qué mejor elección que su posible futuro cuñado para ayudarla? También se encontraba Felix y, como ya sabía, esos gemelos adoraban la diversión y los escándalos más que la sobriedad de la sociedad habitual. Bueno, quizá no tanto, pero era muy cierto que ambos hermanos atraían los desastres como la miel a las abejas.
James detuvo el coche a un lado de la acera. Con un suspiro y con el corazón latiéndole ferozmente, ella abrió su propia puerta y salió a la calle. Esta vez, fue él quien rodeó el auto y el que se acercó a ella. Luego, alzó el brazo, ofreciéndose para que lo tomara.
Ella, gustosa, envolvió los dedos alrededor de su brazo y se apretujó todo lo que pudo a él para aplacar el frío de febrero.
-¿Cómo te sientes?
Ella sonrió para sí misma mientras saludaba a los señores Whitehouse desde la distancia.
-Bastante bien, el frío es soportable.
-Hablaba de lo sucedido ayer. Lo de ese espantoso matrimonio.
Su cuerpo se tensó al instante. ¡Maldición! Se había olvidado completamente de ello, centrada su atención en conseguir engañar a otros.
-Bien -tragó-. Bastante bien… Ahora que estás conmigo.
En silencio, ambos caminaron por la travesía del parque. Que él permaneciera en silencio, no sabía si era algo bueno o malo.
-¡Señor Hamilton! ¡Qué alegría verlo!
El cuerpo de ella volvió a tensarse ante la alegre voz femenina que parecía conocer a James. Daisy se quedó fija en aquellos ojos de azul brillante que parecían ociosos de ver al hombre que la acompañaba.
Al instante, él se detuvo, obligándola a detener a su vez.
-Señorita Thompson, que inesperada sorpresa.
La mujer fijó su mirada en ella, antes de regresar de vuelta a James, sin abandonar la sonrisa.
-Lo mismo digo, señor Hamilton. No lo daba por ser un hombre de paseos.
-Las circunstancias han dado al caso.
Ella asintió.
-¿Lo de mañana sigue en pie?
-Por supuesto -afirmó-. La estaré esperando a las nueve, tal como habíamos acordado.
-Perfecto -confirmó ella y se giró para mirar a Daisy-. Un placer conocerla señorita Cole.
A ella le habría dicho que, en su caso, no era ningún placer. No obstante, era demasiado consciente de lo mucho que detestaba James las disputas innecesarias. Y ella tampoco se encontraba por la labor de impulsar su interés hacia otras mujeres.
-Lo mismo digo, señorita Thompson.
Ella sonrió una última vez y se despidió rápidamente, alegando que tenía cosas que preparar para mañana.
¡Cosas que preparar!
¿Acaso no sonaba eso de una forma espantosa? Se moría por saber de qué trataban exactamente esos negocios entre ella y James, pero él se negaba a contárselo. Tal vez, ahora que la había conocido, no le quedaría más remedio que decírselo.
-Entonces… ¿De qué se tratan esos negocios con la señorita Thompson? -preguntó cuando reanudaron la marcha por Hyde Park.
-Ya te he dicho que eso no es asunto tuyo. ¿Qué color te gusta?
Ella pestañeó.
-¿Por qué no quieres contármelo? Y es el verde -verde como los ojos de James.
-Son solo negocios, Daisy. No necesitas interesarte en los negocios.
-Por sí ya lo habías olvidado, yo misma dirijo un negocio.
-Eres escritora, eso no es un negocio.
Ella resopló.
-Eso siempre es un negocio. Tienes que negociar, vender un producto. Escribir es un negocio que requiere mucho esfuerzo y el cual tienes que vender de la mejor manera posible.
-A mí parecer, no tiene ningún parecido en cuanto a negocios se refiere.
Ella volvió a resoplar. Maldita sea, James.
-¿Eso quiere decir que no me contarás sobre tu reunión con ella?
-No insistas más, Daisy.
Su ira emergió en cuestión de segundos. ¿Por qué insistía tanto en no querer decírselo?
-¿Por qué no quieres decírmelo? ¿Qué tiene de malo en qué lo sepa? Siempre he confiado en ti. Pensaba que confiabas en mí. Yo…
-¡Daisy! ¡Detente! ¡Maldita sea, solo detente!
Su corazón se rompió en cuestión de segundos, justo cuando las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer sobre sus cabezas. James profirió una maldición.
-Será mejor que corramos al coche. No sería bueno que cojas un resfriado.
Ella permitió que él tirara de ella mientras la llevaba de vuelta por todo el camino de Hyde Park. Sus propias lágrimas empezaron a camuflarse con la lluvia. Sentía que su corazón se oprimía ante la seriedad del asunto.
¡El tiempo corría en su contra y lo único que estaba consiguiendo era molestar a James!
Tenía que ser fuerte, se recordó mientras aquel hombre la empujaba al interior del coche. Aquello solo había comenzado y ella todavía no había iniciado con su plan de seducción. Nuevamente el recuerdo de las mentiras golpeó dentro de su cabeza. Sabía perfectamente que él podría odiarla si descubría que le había mentido.
Todo ello la estaba destrozando en cuestión de un día.
Tal vez, nunca debería haber comenzado un plan tan estúpido.