El rostro de Alice no tenía expresión aparte del mismo horror en el que había estado sumida mientras acontecía su dolorosa muerte, su cara, al igual que los demás estaba salpicada de sangre tibia. Mientras aquel monstruo ahora mutaba de duende a niña, sonriendo de una manera tierna; cualquiera que no conociera sus intenciones podría dejarse engañar, giró sobre sus pies y caminó hacia la puerta, esfumándose como el humo en el aire. Todos permanecían con sus traseros pegados al suelo, Alexis se incorporó de inmediato y en efecto todos los demás también, excepto Arlett; sus manos temblaban dentro de su propio shock, ahora sentía un gran vacío y tenía sobre sus hombros un gran sentimiento de culpa e impotencia por no haber salvado a su compañera.
—Sesenta… cincuentainueve… cincuen
