Dos horas antes.
Cada una de las once manos tomó tan solo un trozo de papel envuelto de aquel redondo recipiente de cristal.
—¡Sí! —exclamó Alexis con aspecto triunfante—. Gané —vociferó segundos después de haber desenvuelto el trozo de papel que antes había estado convertido en una pequeña bola—, he tomado el de la marca, ahora todos deben cumplir, bellos jóvenes —pronunció con gesto odioso—. Seré quien elija qué lugar debemos visitar —los diez perdedores solo observaban en silencio otro comportamiento estúpido por parte del rubio—. ¡Vamos! —pretendía animar—. No me digan que tienen miedo a mi propuesta.
—No es eso —respondió Damián con sus azules ojos en una mirada nada amable—. Es que de todos los asquerosos lugares en mente, elegiste el peor.
—A mí tampoco me agrada la idea de ir a ese lugar —se escuchó la tímida voz de Rachel, una menuda adolescente de ondulado cabello cobrizo y flequillos lacios sobre la frente.
—A mí me parece fascinante —intervino Edith con su natural actitud dispuesta—. ¿Creen en fantasmas? —se vio en ella una sonrisa bastante antipática.
—Hubiera sido mejor opción quedarnos en casa de Arlett haciendo los deberes de la universidad —reconoció Alice con actitud de una joven bastante juiciosa—. Hay exámenes la próxima semana y no quisiera reprobar la primera vez, sería una vergüenza.
—¿Y si elegimos el lugar mediante votos? —propuso Edmund, un joven de cabello oscuro rizado que con aquellos negros ojos vivaces esperaba una respuesta.
—No serviría —respondió Walter, el chico de gafas cuadradas y lacio cabello largo—. Cada quien tiene su propio punto de vista de lo que es mejor. Personalmente concuerdo con la opinión de Alice, es mejor que estar haciendo de aventureros suicidas.
—Tampoco parece tan peligroso, Walter —le animó Erika con su actitud desenfadada, era una joven de facciones delicadas, bastante alta de estatura y piel oscura—. No seas paranoico.
—¿Por qué no optamos por hacer el sorteo nuevamente? —propuso Douglas con la intención de exponer alguna solución a esta cansada discusión en la residencia dónde se hospedaba Arlett, quien solo se limitaba a escuchar todo y observar en silencio.
—¡Ni lo menciones! —estalló Alexis—. Sean más responsables, he ganado, lo cual quiere decir que nuestra próxima visita será donde lo disponga yo y ya lo he decidido. ¡Todos son unas soberanas gallinas!
—Bien —habló por fin Félix, quien a pesar de sus 20 años tenía una relación (encaminada a ser seria) con Arlett, la joven de ojos dorados y largo cabello chocolate—. Decídanse ya, esto se torna aburrido e infantil.
Luego de minutos lograron llegar a un acuerdo, en el cual, como era de esperarse fue aceptar que Alexis era el ganador. Arlett preparó un morral con cosas básicas para alguna exploración urbana, mientras los otros refunfuñaban, rodó los ojos hacia la salida y observó durante segundos a Walter y Rachel abrazados, sus rostros, tonos al hablar y actitudes cotidianas les daba una apariencia bastante tierna. Avanzó hacia la salida y emprendió una aventura junto a sus compañeros de universidad luego de asegurar bien la puerta de la casa, no sin apartar de su mente a su pequeño hermano que esa tarde estaría en casa de la vecina jugando con su hijo (otro niño de cinco años), eso le daría tiempo a Arlett de ir a una exploración urbana y regresar antes de la noche.
El camino no se hiso muy largo, pues, el lugar seleccionado estaba situado a cuatro manzanas, por una calle desierta desde hace mucho tiempo a juzgar por la falta de mantenimiento y casas derrumbadas sobre sí mismas; el gobierno del Estado había descuidado muchas prioridades, como ciertos lugares que años atrás habían sido muy frecuentados por admiradores y personas de la alta sociedad. Durante su pausada caminata Arlett se fijó detenidamente en una tapa situada en la superficie del suelo muy cerca de ellos, pensó que tal vez se trataba de a entrada a una alcantarilla, así que no le dio importancia.
Llegaron al fin, los once jóvenes permanecieron en silencio durante algunos segundos mientras observaban la fachada fúnebre de aquel edificio abandonado conformado por ocho pisos y una azotea desierta. Arlett consultó la hora en su reloj de pulsera, eran las cinco de la tarde, faltando poco para el último suspiro del día. Rachel tiritó por el frío a pesar de estar envuelta en un abrigo bajo un gorro de invierno. Todos sentían sus huesos helarse bajos sus atuendos apropiados para aquella época de invierno en que la nieve cae lentamente como pequeñas motas de algodón.
—¡¿Qué demonios…?! —zanjó el silencio aquel personaje de musculoso cuerpo y achinados ojos verde intenso, con la mirada puesta en algún punto de aquel desolado edificio y su rostro teñido de miedo.
—¿Qué pasa? —preguntó Félix de inmediato—. ¿Qué cosa estás viendo? —dijo al tiempo que alejaba la vista hacia el lugar que Alexis miraba con una expresión de asombro, todos los demás buscaron con la vista, sin poder ver nada. Arlett y el resto empezaban a sentir un ligero vértigo de suspenso.
—Alexis… ¿Podrías hablar y decirnos qué estás viendo? —inquirió Alice con un deje de temor.
—E… es… está justo allí —señaló con el dedo índice. Todos voltearon nuevamente hacia el lugar, buscando alguna anormalidad, pero no consiguieron nada, el rubio de nariz aguileña quedó paralizado por el asombro y volvió a pronunciar—. Miren… sigue allí… es… maldita sea, es imposible…