—¿Qué le harás? —preguntó Arlett de inmediato. El resto del grupo permanecía expectante. Y el posible demonio ignoró la pregunta mientras mantenía las manos entrelazadas muy cerca de su boca, como esperando el inicio de alguna función. —Podríamos negociar —propuso Félix en medio del desespero. Erika seguía viendo hacia los lados, con los ojos bastante abiertos, temblaba y lloraba. —No lo veo posible, joven —respondió aquella forma humana de tez blanca—. El negocio será el mismo, encuentren la base y solo así los dejaré marchar. —¿Por qué nos haces esto? —interrogó Arlett—. ¿Qué te hemos hecho? Esa existencia continuaba allí, sin hacer mucho caso a preguntas estúpidas. Su apariencia era la una persona de la alta sociedad antigua, estaba enfundado en un tra