La puerta quedó cerrada tras ellos, cosa a la que no hicieron caso porque avanzaron, alumbrando con sus celulares móviles en busca de alguna novedad y curioseando en las cosas viejas que estaban en la sala principal. Arlett sacó su linterna y Félix tomó la de él en la mochila de ella, ambos las encendieron y apuntaron hacia distintos lugares. No había nada más que objetos viejos, empolvados y llenos de bien elaboradas telarañas.
—Traje esto —habló Edmund, sosteniendo una cámara de video—. Es de alta resolución, supongo que la necesitaremos; no sería justo tener una aventura aquí y no llevarnos algún recuerdo —agregó lo siguiente con entusiasmo—. Esto se convierte en una exploración urbana.
—Me parece buena idea —respondió Edith, avanzando hacia él—. Esa evidencia irá a i********: —predijo su expectativa.
Alice tomó un objeto que estaba sobre el suelo, lo iluminó con su móvil, pero a fin de cuentas no era nada importante, se trataba de un jarrón lleno de fisuras. Por otro lado estaban Damián, Erika y Douglas observando el viejo tapiz de una de las paredes, en un estado deplorable; rasgado y sucio. Edmund por su parte no hacía otra cosa que hacer una documentación con la cámara encendida, enfocando a todas partes incluso los ojos de Edith cuyas pupilas estaban bastante dilatadas como los de una gata y aquella sonrisa de dientes pequeños y filosos. Walter no se separaba ni un momento de Rachel, ambos observaban la textura de unos viejos sofás rasgados y empolvados, había una puerta a pocos pasos, lo cual llamó la atención al instante.
Rachel intentó abrir la puerta halando el pomo, era extraño, la puerta principal tenía una manija, mientras ésta entrada tenía otro estilo en la cerradura, supusieron que el resto de las habitaciones serían similares. La puerta no cedió, así que prefirió no insistir. Walter se mantenía en silencio a un lado de ella, buscando imaginar qué habría dentro, pero se dejó llevar por el sentido común, tal vez está vacía o con objetos viejos e inútiles. Alexis no hacía nada más que mantenerse muy cerca de ellos, con cara de pocos amigos y sin opinar algo al respecto.
—¿Qué pasa? Alexis —inquirió Damián con una amplia sonrisa—. ¿Qué, no querías venir a explorar? Deberías adelantarte y recorrer los ocho pisos antes que nosotros.
—Y arrojarte desde la azotea —agregó Alice con toda seriedad—. Tal vez te conviertas en Spiderman y caigas sobre el tubo de lentejuelas.
—Te suplico gritar antes de arrojarte —añadió Edmund rápidamente—. Así estaré preparado para grabar. Descuida, sé enfocar bien, prometo sacarte el mejor ángulo —se encogió de hombros—. Podríamos modificar luego el video y añadir una larga y elástica telarañ…
—¿Quién demonios limpiará esa suciedad cuando choque contra el inmaculado suelo de éste lugar? —interrumpió Erika con su fuerte carácter típico de personas de piel bastante oscura.
—¡YA BASTA! —estalló el rubio con enojo y frustración, sintiéndose acorralado—. ¡Cierren sus cochinas bocas! ¡Claro que me atrevo a recorrer éste lugar y cualquier otro! —deslizó una mano por su cabello en forma de copete—. De hecho, iré ahora mismo, he traído una linterna conmigo, nada se me escapará —sacó el objeto de un morral que cargaba sobre su espalda—. Edmund, ven conmigo para que grabes, capturaremos cada momento en la memoria de esa cámara.
—Claro —aceptó de inmediato el joven de oscuro cabello rizado—. Será un placer —completó, avanzando tras el rubio.
—Esperen —los detuvo Arlett con una sola palabra—. Es mejor que permanezcamos unidos. ¿Acaso no han visto películas de terror? Los que se separan son los primeros en morir.
—Creo que tiene razón —apoyó Alice con su típico afán por razonar—. Permanezcamos juntos.
Alexis resopló, mientras Edmund titubeó, deteniéndose. Le dedicó una mirada de razonamiento al rubio, quién, a juzgar por todo lo anterior, también dudaba un poco.
Media hora más tarde de estar tomando notas mentales de cada cosa y haber encontrado por casualidad un mohoso interruptor que hiso las luces encenderse a medias, una iluminación tenue que no dejaba vista clara más allá de siete pasos, Félix se detuvo frente a un cuadro.
—¿Esto qué es? —preguntó el joven de lacia cabellera que caía sobre sus hombros, sin esperar alguna respuesta, pues ya lo suponía.
—Parece un retrato —dijo Arlett escaneando el amplio objeto con la mirada.
—Es bastante atractivo —agregó Edith—. Me refiero al caballero de la pintura.
—Tiene mucho tiempo este objeto —reconoció Erika—. Está igual de desgastado que el resto de cosas en éste lugar.
La obra consistía en una pintura sobre un amplio lienzo, mostrando un hombre joven, de edad confusa, bien podría tener veinte años como treinta, de tez blanca, perfilada y una piel probablemente delicada, ataviado con un chaqué de chaleco rojo, podía suponerse que era un hombre adinerado en su época. Permanecía de pie, con el cuerpo un poco inclinado hacia la derecha, como descansando en un solo pie con un gesto bastante serio, lo cual lo hacía ver aún más atractivo a la vista de cualquier mujer.
—Por favor —habló Damián con expresión de aburrimiento—. Hagamos algo más. Caminemos a los pisos superiores —propuso.
—Tengo una idea —intervino Edith con entusiasmo—. Juguemos a las escondidas —todos parecían considerarlo.
—No me parece mala idea —articuló Walter sin soltar a su novia y empujando sus gafas de aumento hacia atrás con la punta del dedo índice.
Walter era el tipo de persona que prefiere callarse algo con tal de no generar disputas, un joven que es más de libros y juegos de video que de excursiones en grupos.
Aunque ninguno de ellos estaba exento de haber cometido faltas alguna vez.
—Douglas —intervino Alice—. Tú contarás. Eres el más fuerte —reconoció entre una mueca parecida a una sonrisa—. Eso te facilitará encontrarnos luego de subir cada una de las escaleras y recorrer los ocho pisos hasta dar con nosotros.
En cambio Douglas era más soberbio y no soportaba que alguien insinuara que físicamente era incapaz. Era de esos que compiten con otros hombres en el gimnasio a ver quién es el primero en ganar la máxima musculatura.
—Hecho —aceptó el joven de piel achocolatada, pensando también en las zonas que estarían más oscuras en aquella construcción—. Contaré sesenta. No se dejen encontrar, chicos.
Douglas se dio la vuelta y colocó su frente sobre la pared, con las manos juntas un poco más arriba de su cara.
—Sesenta… cincuentainueve… cincuentaiocho… cincuentaisiete… —inició Douglas con su grave vos al mismo tiempo que los otros diez jóvenes salieron en una carrera en medio de un divertido y temeroso juego.