3. Adelfa.

2201 Words
Mi hermana Adelfa tenía la capacidad para que me doliera la cabeza después de pasar los primeros minutos con ella. Se quejaba de todo y por todo. Siempre había sentido que ella no era condescendiente conmigo ni con nadie en realidad, y de hecho sentía ciertos celos de parte de ella hacía mí, no sé si era algo específico o que toda yo le ocasionaba esa actitud. Era prepotente y soberbia, altiva con todos y su tono de voz era particularmente agudo.   Ella tenía el cabello lacio y n***o hasta la mitad de la espalda, cejas pobladas y ojos color miel, justo como yo. Pero era realmente lo único que teníamos en común, ya que ella era regordeta y la piel algunos tonos más oscuros las facciones de su cara eran toscas, la nariz era ancha de las aletas y respingada de la punta, tenía un lunar cerca del ojo izquierdo, sus labios delgados que poseían siempre una mueca de desagrado, como sí todo el tiempo percibiera un olor nauseabundo o algo por el estilo. Está mal que hable así de mi hermana, pero en serio creo que está amargada, todo siempre le ocasiona repulsión, hasta las buenas noticias, y bueno, yo sabía que ella venía a persuadirme de que lo mejor era desconectar a mi padre de la máquina que lo mantenía respirando hasta este momento. En el fondo, también lo quería, pero mis sentimientos no dejaban que papá se fuera, me aferraba a una posibilidad mínima, pero posibilidad al final de cuentas. —¡Hermana! ¿Cómo te fue? —una sonrisa falsa de parte de Adelfa me recibió al entrar a casa, deje mi abrigo en el perchero y mi maletín en el suelo mientras me descalzaba los tacones puntiagudos. En seguida, Genara apareció, me recibió los zapatos y levanto el maletín sin decir palabra. —¡Gracias Genara! Buenas noches, por favor, lleva mi maletín al despacho. —asintió con la cabeza desapareciendo, Adelfa arqueo una ceja como esperando a qué le contestara— Buenas noches, hermana. Fue agotador, pero ya estoy en casa. —Yo no sé porque insisten en hacerse cargo de la empresa, hay gente a la que le pagas por eso, además ¿Qué hacen? ¿Revisar papeles? —puso los ojos en blanco mientras se colocaba a mi lado para llevarme arrastrando hacia la sala. El aliento alcohólico de mi hermana me puso sobre aviso, si ella era una persona complicada en sus cabales, borracha era peor— Ven, hermanita, tomate una copa conmigo. —me extendió una copa de coñac para que la tomará, respiré profundo— Hablemos. Tu y yo tenemos cosas importantes de las cuales tenemos que tomar decisiones. —Adelfa, estoy cansada, ¿podríamos hablar en el desayuno? — Tomó mi mano y deposito la copa a fuerza, «Eso es un NO» pensé, era obvio que quería hablar ahora, así que bufe con frustración, presintiendo lo que pasaría después. —Toma, por favor, bebe, prueba esto, por favor. ¡Este trago me ha quedado delicioso! Bueno, no a mí, a tu servidumbre. —dijo por lo alto, como felicitándolos, aunque aquello sonó muy despectivo. —Por favor no te refieras así a ellos. —le gruñí por su falta de tacto. Tomé un trago del coctel que me ofrecía. —¿Y cómo debo llamarles? Eso son, ¡sirvientes! O prefieres que les diga ¡GATOS! —Adelfa subía de a poco el tono de voz hasta terminar gritando y riendo. Me lleve la mano al cabello, pasándolo atrás de mi oreja, resignada y cambié de tema, no estaba dispuesta a soportar comentarios como ese, pero era mi hermana, la conocía y hacerla entender era como sí quisieras pedirle a una pared que se moviera sola. —¿De que quieres hablar, Adelfa? —me senté despacio en el sofá, ella sonrió maliciosamente y se sentó a mi lado en la sala blanca. Su mirada, su actitud y su cuerpo eran los de un buitre, al acecho de su presa moribunda, en este caso yo. —No te parece, Salma, que las dos deberíamos unir fuerzas. —la miré con la copa en la boca— Es decir, las dos somos mujeres, somos hermanas, no podemos, ni debemos estar en bandos distintos. —la miraba, el alcohol había surtido efecto en su cuerpo, desdoblando su voz aguda y sus gesticulaciones delataban lo que realmente pasaba por su cabeza. —No entiendo, nosotras somos hermanas, siempre hemos cuidado una de la otra — Adelfa hizo una mueca de desdén volteando los ojos—, me temó que no te entiendo. — La sonrisa que tenía ahora en el rostro estaba cargada de sarcasmo y alevosía. —Hermana, hermana, hermana —recitaba— no eres tonta, más bien siempre has navegado con esa bandera, esperando que las cosas pasen, eres muy astuta, no cualquiera se daría cuenta; pero cuando te toca tomar decisiones te vuelves cobarde; te ganan los sentimientos y el corazón; tienes que hacerte fría, nosotras, las mujeres, la llevamos de perder en el mundo, solo por ser mujeres —se encogió de hombros y le dio un trago amplio a su copa de coñac—, por Dios, ¡Que buena está esta mierda! —se limpió las gotas de licor que le escurrían por las comisuras de la boca y continuó— Por eso es que tu y yo debemos estar juntas, debemos ser aliadas, te propongo una tregua, cuidarnos las espaldas. Mire a Adelfa sin comprender muy bien a qué se refería, pero podría tratarse de cualquier cosa. —De acuerdo, te escucho. —pretendí interés, solo para que me dejará ir lo más pronto posible a mi cuarto a descansar. —Desconectemos a papá. propuso sin tiento lo que me congelo al instante— Pero antes, veamos a un abogado, para afinar las cosas de la herencia, ya sabes, esos por menores y trámites tediosos. Mira, te seré sincera,  —se tiro hacía atrás, testereando la maceta que estaba tras de ella y que tuve que rescatar para que no callera al suelo—, ¡Ops! Te decía la empresa no me interesa, podemos venderla, para dividirnos el dinero, y los bienes… Te parece bien que me quede con la casa de campo, y tu te quedas con esta, a mi hermano le podemos dar los departamentos, y no sé, no sé que otras propiedades tenga papá. —tomó otro sorbo de su copa y gruñó entre dientes— Ese viejo nefasto. — Se levanto del sillón con la copa en la mano y caminó un par de pasos. —¡No le digas así a papá, Adelfa! Después de todo lo que hizo por nosotros, no puedes expresarte así de él. —Adelfa se detuvo, giro para encararme y me regaló una sonrisa insípida. —Hermana, querida Salma, tú no tienes una bendita idea, de todo lo que hizo papá “por nosotros”. —dijo esto último haciendo las comillas con las manos. —¡Explícate! —demande enérgica, dejando el vaso con coñac sobre la mesa de centro. El dedo tambaleante de Adelfa me señalaba, buscaba mi nariz para tocarla, cuando pudo hacerlo espeto: —¡No! Yo no soy la persona apropiada para revelar esas cosas, además de que yo solo sé una muy pequeña parte de lo que sucedió. —¡Ay Adelfa, por favor! Estas borracha, ni si quiera sabes lo que dices. —me levanté, rodeando el sillón para dirigirme hacía mi habitación— Me voy a dormir, nos vemos mañana. —ella se abalanzo hasta donde yo estaba. —Escúchame hermana, puede que este ebria, pero no estoy loca. Papá no es el hombre que tú crees. —se acercó a mí bajando el volumen de su voz hasta casi un susurro— Has pensado en ¿Por qué se fue mamá? —se dirigió a mi oído para continuar— O ¿sí de verdad ella se fue? —Señoritas, les traigo algo para que cenen. — La voz de Genara irrumpiendo en la sala con su bandeja de la merienda me permitió huir de aquella patética escena que Adelfa insistía en montar. —Gracias Genara, pero estoy por irme a mi cuarto. De hecho, creo que cenaré allá, por favor acompáñame. —Genara, atendió a mi instrucción, caminando de tras de mí y dejando a Adelfa en la sala, sola, terminando su copa. —¡PIENSALO, HERMANITA! —Adelfa gritaba desde la sala mientras se reía sola y bebía de su copa. Caminamos en silencio hasta mi recamara, Genara deposito la charola en una de las mesitas de noche, dejó un croissant junto con una taza de café y se despidió, deseándome buenas noches. —Genara, puedes, antes de irte, — ella se detuvo en la puerta de mi habitación, mirándome atenta a mi próxima petición— ¿puedes prepararme el baño? con agua caliente, ¿sí?. Necesito relajarme. —tomé el croissant y me lo llevé a la boca —Ha sido un día complicado. —Suspiré.  —Me lo imagino señorita. Enseguida estará listo. —Atendió enseguida —Gracias. Me tumbe en la cama tratando de alejar todas las cosas que habían sucedido hoy, pero mi mente se agobiaba pensando que cada cosa que había sucedido era peor que la anterior. Me metí a la tina con leche para relajarme y soltar la tensión de mi cuerpo. Tomé un largo tiempo para estar ahí, disfrutando del agua para después irme a dormir, esperando que al día siguiente las cosas fluyeran de mejor manera. Me levanté por la mañana a correr como habitualmente, en el gimnasio de la casa, de duche rápido, me puse un vestido color salmón junto con un saco color arena, zapatillas a juego, bajé las escaleras con rumbo al despacho de papá para recoger mi maletín y partir a la empresa. Genara estaba al borde de la puerta con una charola, sosteniendo un vaso con jugo y un plato pequeño con fruta; ella era una señora mayor, cerca de los 50 años, y era la encargada, desde hacía mucho tiempo, de nosotros, procuraba tener la comida lista y ordenar a los demás empleados para que realizarán las labores que les correspondían. Tomé el jugo y pique el plato. —No tengo mucho tiempo Genara, tengo que partir pronto a la oficina, seguro me esperan. —asintió mientras comía un trozo de sandía. —No tienes que darle explicaciones. —Adelfa gruñía desde las escaleras— ella está para servirte. —Buenos días, Adelfa. ¿Contaremos con tu presencia en la empresa hoy? —increpe, cambiando el tema, para que no fuera grosera con Genara que solo hacía su trabajo. —No, no tengo interés en eso, ya te lo he dicho, además, no aguanto mi cabeza. —se cubrió con la bata de seda que llevaba puesta y dio media vuelta hacía su cuarto. —Genara, tráeme una pastilla, un vaso con agua y el desayuno a mi cuarto. —Enseguida. —respondió, dejé el vaso de jugo y tomé otro trozo de sandía para que fuera tras mi hermana. Subí a mi coche y conduje hasta la empresa en compañía de Hauser, y su música de chelo, como todos los días, era una especie de ritual que había adoptado mi padre desde que mi mamá nos había abandonado y era un ritual que necesitaba para concentrarme. Llegué a la empresa, caminé por los pasillos al salir del ascensor, Betty estaba en su sitio, en cuanto me vio llegar se levanto para darme los buenos días y caminar conmigo algunos metros hasta la oficina de mi padre. —Buenos días señorita, su hermano llamó, estará aquí después de desayunar a las 10:30 am, su café está en el escritorio de su padre, los videos de seguridad de ayer han sido enviados a su correo y cargados en su nube para que pueda verlos desde su tableta o celular, —caminábamos apuradas, y escuchaba la voz de Betty entrecortada por lo que baje el ritmo— Y el señor Ademar la espera en su oficina. —Gracias Betty. Si necesito algo más te aviso, mientras tanto, te agradecería que pidieras una cita con el abogado de mi padre, de ser posible para hoy mismo. Betty asintió y se fue de nuevo a su puesto mientras yo entraba a la oficina de mi padre. De espaldas a mí un hombre de chamarra de cuero negra, cabello largo descansaba en uno de los sillones al pie del escritorio, en cuanto escucho la pesada puerta de madera giro su rostro, seguido por su cuerpo, levantándose del asiento al percatarse de mí presencia. Su mirada impacto de inmediato con mis ojos, haciendo que mis piernas temblaran levemente ante la emoción que causo en mí, su rostro tenía una barba crecida que decoraba una hermosa sonrisa. De frente podía notar su muy trabajado cuerpo que se marcaba en la playera ajustada que llevaba puesta, junto con sus jeans rotos. El casco y los guantes de la motocicleta descansaban en el sillón contiguo como esperando ser notados. —Buenos días, seños Ademar.  
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