Capítulo 5

1989 Words
La puerta se abrió luego de que él permitiera el paso de la muchacha que traía su bebida. Inhaló profundo antes de entrar, ella estaba nerviosa, al igual que él. Ramiro la observó con intención. Quería absorber cada parte del bello cuerpo de esa muchacha, cada curva marcada en ese atrevido vestido, cada gesto que hacía al caminar incómoda hasta su escritorio. — Aquí tiene su bebida — le dijo en un tono muy bajo y sin mirarlo. — Gracias — se limitó a responder. Tomó con pasmosa calma el vaso y lo llevó a sus labios sin dejar de admirar a la mujer que estaba frente a él con las mejillas encendidas de vergüenza —. ¿Te sentiste cómoda en la barra? — Ella se limitó a asentir —. Me alegro. Si en algún momento alguien se sobrepasa le informás a Fernando — Fernando era el encargado de la seguridad en el sector de la barra. Lucía, siguiendo lo aprendido en su rigurosa educación, no se marcharía hasta que él no se lo permitiera. Ramiro estaba jugando con ese dato que conocía sobre las niñas refinadas, para poder quedarse unos minutos más con la muchacha, al mismo tiempo que confirmaba sus sospechas que ella procedía de una buena cuna. — ¿Necesita algo más? — preguntó Lucía al ver que no le permitía partir a su puesto de trabajo provisorio. — ¿Sos de Mendoza o San Juan? — La morocha levantó las cejas sorprendida por aquella pregunta. — San Juan — mintió. No sabía si podía dar aquel dato pero juzgaba de peligroso decirle la verdad a Ramiro. — Tu acento te delata — añadió él explicando cómo sabía tal dato. La mujer soltó el aire al saber que era aquello lo que la había expuesto y no el hecho de que aquel hombre tuviera más información sobre su vida antes de llegar a la gran ciudad. — Imagino que debe ser bastante notoria para ustedes — afirmó con una tierna sonrisa que pasmó aún más al castaño.  Él no podía entender cómo la chica le producía tantos sentimientos. Suponía que ser tan inocente era lo que lo comenzaba a volver loco. Él estaba acostumbrado a las mujeres que demostraban sus intenciones sin sonrojarse y que lo seducían descaradamente. Lucía llegaba a su vida como una nueva brisa que lo sacaba un poco de ese mundo de lujuria y sexo. — Sí. Realmente lo es — se limitó a responder. Con un gesto de cabeza la despidió de su oficina, necesitaba poner sus ideas en orden antes de cometer una estupidez —. Cristina me cortaría las pelotas si la toco — murmuró para él con una sonrisa en los labios. La puerta fue golpeada con firmeza y él ya supo que José aguardaba al otro lado. Se acomodó mejor en su silla antes de que el enorme hombre de prolijo cabello n***o, entrara a su despacho. — José — lo saludó. No lo había visto en toda la noche ya que el sujeto se había encargado de ir a revisar las situaciones en los otros cabarets. — Ramiro. Te traigo noticias de tu primo  — le dijo acomodándose en la silla frente a él. — No entiendo por qué te informa a vos en vez de a mí — respondió con mal humor. José se encogió de hombros. Él también desconocía la explicación de aquella situación. — En fin. Dijo que está en Córdoba resolviendo unos asuntos. Que tiene unas nuevas propiedades ahí y en Mendoza. Parece que la semana que viene regresa — Ramiro asintió. Realmente lo ponía feliz que su primo estuviera mejorando su situación económica. Vitali había comenzado desde muy abajo y de a poco, con esfuerzo y trabajo, pudo mejorar sus ingresos. Ahora, con propiedades en otras provincias, el futuro se veía mucho mejor para el morocho italiano.                               xx-----------------------‐‐---------------------xx La semana pasó rápidamente, con Lucía detrás de la barra acompañada por una enorme sonrisa, ese pequeño trabajo le agregaba un importante ingreso extra, permitiéndole pagar algunos materiales para enseñarle a su pequeña hermana los conocimientos básicos que aprendería con sus tutores si aún vivieran en Mendoza, con su padre.  — Veo que te gusta el trabajo en la barra — le dijo Cristina con una enorme sonrisa mientras terminaba de acomodar la peluca roja y rizada sobre su cabeza, observándola por el reflejo del espejo. — Me gustan los pesos extras que tengo gracias a estar allí — respondió mirándola también por el espejo —. Además nadie se sobrepasa conmigo porque Francisco siempre está cerca — Cristina asintió. Francisco se encargaba de que se cumpliera a como dé lugar la regla de no tocar a las muchachas de la barra. Además de que Ramiro había sido terriblemente serio al dejar en claro que si algo le sucedía a la muchachita se podía despedir de sus pelotas. Y Ramiro era un hombre de palabra. Lucía se puso de pie una vez que estuvo lista. Su corto vestido n***o y rojo, con volados en el ruedo de éste, y un escote no demasiado marcado pero sí lo suficientemente sugestivo, se ajustaba perfectamente a su pequeño cuerpo. Lucía reía al saber que en sus pomposos vestidos de niña bien a veces mostraba más escote que con este de trabajadora de cabaret. A paso ligero bajó los escalones y no notó la mirada insistente de Ramiro sobre ella. El castaño no la perdía de vista en toda la noche y ella juzgaba aquello como una muestra de la poca confianza que le tenía el hombre, nada más alejado de la realidad, ya que Ramiro no la dejaba de mirar no porque no quisiera, sino porque no podía hacerlo, ella lo atraía de una manera extrañamente embriagadora. El hombre se distrajo de su bella visión durante unos segundos cuando una de sus chicas se acercaba a él para comentarle algo que un cliente le había propuesto. Ramiro no veía la hora de tener su propio hotel para darle a las muchachas un lugar seguro donde dirigirse con sus clientes. No le gustaba que salieran de allí quedando libradas al buen comportamiento del hombre que pagaba por su compañía. Mientras que el castaño conversaba sobre las medidas de seguridad que debía adoptar la mujer a su lado, la puerta del lugar se abrió para darle paso a un hombre bastante alto y corpulento, de cabello n***o como la noche y ojos brillantes y agudos. Ni bien ingresó, Fernando lo saludó con un pequeño movimiento de cabeza mientras el morocho tomaba asiento al costado de la barra de madera. El italiano notó a la pelirroja en cuanto ésta se colocó delante de él con una amplia e inocente sonrisa clavada en su rostro. No supo porqué pero quedó encantado con esa muchacha de enormes ojos celestes y mejillas sonrojadas. — Buenas noches. ¿Qué le sirvo? — le preguntó con su melodiosa voz que dejaba ver la inocencia de su alma. Vitali se sintió como un adolescente pero supo disimularlo muy bien. — Primero, me encantaría saber tu nombre — dijo con esa mezcla de acentos que hacía bajar la guardia de más de una mujer. Lucía lo miró divertida. Ya se estaba acostumbrando a esas frases que al principio la ponían nerviosa pero luego Mercedes le enseñó cómo lidiar con los sujetos que trataban de conquistarla. — Caballero, creo que viene a esta parte del bar a beber, no a buscar una mujer con quien hablar ya que para eso puede elegir a cualquiera de las bellas muchachas que están recorriendo el salón. Mi trabajo consiste solo en dejarlo beber hasta que se olvide que debe cuidar del dinero en su bolsillo y así lo gasta todo en este lugar y mi jefe sigue convirtiéndose en un hombre cada vez más rico — contestó sin dejar de sonreír. Vitali río ante aquellas palabras. — Eh, Mercedes — le gritó el italiano a la morocha que estaba al lado de la muchacha. La mujer se apresuró a ir a su encuentro. — ¡Señor!. ¿Qué milagro ha sucedido para que usted nos vuelva a honrar con su presencia? — preguntó divertida. Vitali sonrío más amplio. — Mercedes, ¿me cuentas por qué le enseñas a la muchacha — Y señaló a Lucía — a ser tan distante con aquellos clientes — Y se señaló a él mismo — que solo quieren entablar una amistosa conversación con las muchachas de la barra?.  — Oh, señor Ritiari — Y ante la mención de aquel apellido Lucía se encogió detrás de su compañera sintiendo de repente el pánico comenzar a tomar el control de su cuerpo mientras sus oídos dejaban de escuchar aquella conversación. Allí estaba él, el sujeto del que se debía alejar —. Lucía es una bella muchacha que vive acosada por viejos con dinero. Está solo tratando de cuidar de sí misma. Debe entender — prosiguió con un tono confidencial acercándose al hombre sobre la barra — que la pobre está sola en esta enorme ciudad y bien sabemos que hay hombres con muy malas intenciones. Es mejor que se mantenga alejada de todos ustedes — finalizó y el italiano dejó salir una estruendosa carcajada. Mercedes siempre lo juzgó de mujeriego y “alérgico” al compromiso, por ello las palabras de la bella mujer no lo tomaron por sorpresa. — Siempre tan mal concepto de mí — respondió aún divertido mientras negaba con la cabeza —. Dale, decile a la muchacha que puede hablar conmigo — le pidió con su cara de niño bueno. Mercedes rodó los ojos y se dió vuelta para encarar a la actual pelirroja. — No es mal hombre. Solo no te enamores de él — le susurró a la morocha antes de dejarla sola con el italiano que la mantenía bajo su insistente mirada. Lucía, incómoda y asustada, volvió a acercarse al hombre a paso vacilante. — Vamos — le dijo él —. Ya sabés que no te voy a hacer nada. Tranquila — la alentó a acercarse aún más —. Si querés te digo mi nombre — sonrío tan bonito como solo él sabía hacerlo —. Me llamo Vitali Ritiari y soy el primo de Ramiro. Creo que eso es una buena señal de que estás a salvo conmigo. Por las pocas luces del lugar y la cantidad de humo que los rodeaba, el italiano no notó los bellos de la muchacha erizarse ante tamaña declaración. El hombre, al que su padre le pidió no acercarse, no solo estaba allí, frente a ella, sino que también era el primo de su jefe. Trató de no dejarse abatir por el momento y forzó una tensa sonrisa en sus labios. Vitali la observaba con curiosidad y ella no supo descifrar su expresión.  — Bueno, señor Vitali — dijo en un tono de voz mucho más bajo y menos firme que el que había utilizado inicialmente —. Dígame qué desea beber. — Por favor, Lucía — dijo y sonrió cuando la nombró, después de todo la muchacha no quería revelarle aquel dato —. No me tratés de usted que tampoco soy tan viejo — expresó tranquilo —. Y quiero un aperitivo. Por favor — Ella asintió y comenzó a preparar la bebida ante la atenta mirada del morocho.  Lucía se sentía nerviosa e infeliz. Si ese hombre descubría su verdadera identidad no sabría qué cosa le podría pasar a ella o a su hermana. Lo que más le derrumbaba era la posibilidad de tener que dejar de trabajar en aquel lugar donde la paga era buena y estaba muy bien cuidada. No sabía si era seguro seguir allí, tan cerca de aquel hombre. Decidió no pensar más en aquello hasta no volver a su hogar y, un poco más tranquila, analizar las opciones que el destino tenía preparadas para ella.
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