Capítulo 3

1330 Words
La tarde llegó y con ella Lucía debía volver a aquel cabaret. Se ajustó la gorra que llevaba en su cabeza y espero que la carreta atravesara la calle para ella cruzar hacia el otro lado, esquivando el charco de barro que tenía enfrente. A medida que avanzaba por la ciudad atrás quedaban las calles embarradas para darle paso a unos bellos adoquines que mejoraban bastante el panorama. La zona donde su ubicaba el bar era una mejor acomodada económicamente. La iluminación de la zona y los edificios mejores estructurados, conferían una sensación de mayor seguridad. El barrio en donde Lucía se había instalado solo se cubría de sombras tenebrosas al caer la noche. — Ya llegué, Carlos — le dijo al hombre mientras se quitaba el gorro. El resto de la banda la miró con curiosidad. Que una jovencita, bastante atractiva a decir verdad, se presentara para unirse a ellos era toda una novedad. — Lucía te presento a la banda. Juan — señaló a un rubio que sostenía una guitarra —, Marcos — el chico sentado en el piano levantó la mano a modo de saludo — y Nicolás — el rubio de mirada dura agachó su cabeza. Él era el cantante. — Un gusto conocerlos a todos — dijo con una leve inclinación hacia adelante. — Muchacha educada — murmuró Nicolás sin dejar de mirarla. — Comencemos que hay mucho trabajo por hacer y poco tiempo. El señor Ricci quiere que esta misma noche ella ya esté tocando junto a nosotros — explicó Carlos. — ¿No va a haber problema? — cuestionó Marcos —. Es una mujer. No sé si los clientes… — Me dijeron que debo vestirme como hombre — explicó ella suavemente —. Puedo dejarme el gorro colocado para cubrir mejor mi rostro — propuso con delicadeza. Nicolás bufó, esa muchachita era demasiado educada para su gusto. — Bien pensado — exclamó Juan con su característica sonrisa —. No sabemos si a la gente le va a gustar ver una mujer arriba del escenario y que tenga tanta ropa — bromeó haciendo que Lucía pusiera un gesto extraño en su rostro. Carlos decidió dejar el tema de lado y comenzar el ensayo. La muchacha aprendía rápido y sus compañeros eran amables en los momentos que se equivocaba. Al caer la noche ella estaba lista para presentarse junto a sus compañeros. La mirada intensa de Ramiro jamás abandonó al pequeño cuerpo de la muchacha que se ocultaba debajo de toda esa ropa. Algo no le terminaba de cerrar al hombre. La morocha era demasiado educada para ser de los barrios pobres y por su acento estaba seguro que era de la zona de Cuyo ubicada al oeste del país y compuesta por las provincias de San Juan, San Luis y Mendoza. Se le dificultaba diferenciar el acento sanjuanino del mendocino, pero podía apostar su propia mano de que venía de alguna de aquellas lejanas provincias. — Ramiro — la grave voz de José lo hizo voltear. El hombre lo miraba fijo, con su habitual máscara que no dejaba filtrar ninguna de sus emociones.  Ramiro y él se habían conocido hace muchos años, cuando Franchesco aún estaba vivo. José llegó al cabaret de su padre pidiendo un empleo. El muchacho estaba débil y delgado, por tanto tiempo que se había visto obligado a pasar hambre y frío en las calles de la ciudad. Franchesco adoptó al pequeño y lo trató casi como a un hijo. Ramiro, por su lado, al principio estaba reticente a aceptar a ese muchacho que llegaba a acaparar la atención de su padre, pero luego comprendió las circunstancias del joven y terminó por aceptarlo como a un hermano. Hoy se desempeñaba como su jefe de seguridad. — José. ¿Novedades? — preguntó entrando a su oficina. Debía dejar de pensar en la chiquilla vestida de hombre y concentrarse en los negocios. — Vitali envió una carta. Se quedará en Mendoza unos días más. Algo sobre un socio que lo estafó. Ya sabés cómo es tu primo, seguro que se quiere vengar y para esas cosas se toma su tiempo — Ramiro suspiró aliviado —. El imbécil de Domingo quiso entrar junto a su grupo de amigos. Ya lo saqué con una buena patada en el culo — Domingo debía bastante dinero, pero no lo podían matar, no aún, hasta que no les terminara de resolver un asunto con el puerto. — En cuanto nos solucione la mierda de los papeles del puerto le metés un tiro en la cabeza — José asintió. — ¿Qué pasa con el chico del bandoneón? — Ramiro levantó una ceja a modo de pregunta —. Es un flacucho muerto de hambre, ¿por qué lo mirás tanto? — Es una chica — dijo suspirando mientras se masajeaba la cabeza. El maldito dolor no lo abandonaba ni de día ni de noche, y ya lo estaba poniendo de muy mal humor. — ¿Una chica? — preguntó con algo de sorpresa filtrándose por su voz. Ramiro asintió —. Vaya, no lo esperaba. — No es un secreto pero tampoco lo vamos a andar divulgando. Los que trabajan acá pueden saberlo, pero afuera del cabaret no quiero que nadie sepa de que Lucía, así se llama la muchacha, es la que toca el bandoneón — José no le preguntaría nada más. Sabía mantenerse callado cuando Ramiro se encontraba de mal humor. — Me encargo de eso, no te preocupes — respondió antes de abandonar la oficina. Ramiro se quedó unos segundos observando la puerta por la que su amigo de cabello oscuro, ojos profundos y piel bronceada, se había marchado. — Ramiro, es momento del show — dijo Crsitina entrando a su despacho. — ¿Cuántas veces debo decirte que golpees? Esta no es tu puta oficina — gruñó. — Veo que estás de malas pero no me importa — sonrió ella muy amplio. Sabía que era una de las pocas que se podía dar el lujo de tomarle el pelo al castaño y no pensaba desaprovechar ese beneficio —. Tu chiquilla va a tocar y creo que querés escuchar su primera presentación — Ramiro la miró confundido. ¿Desde cuándo esa muchacha era suya? Desestimó el asunto y se puso de pie para bajar acompañado por la morocha despampanante. Se ubicó en su mesa de siempre y automáticamente Carmen se le sentó en las piernas, acariciando con suavidad su amplio pecho mientras dejaba algunos besos en el cuello del hombre. Ramiro solo se enfocaba en mirar al escenario donde la banda estaba lista. Lucía se había bajado su gorra de tela azul lo más que pudo, disimulando así sus femeninas facciones. La presentación comenzó y, si bien no fue la mejor de todas, dejó bastante satisfecho al público. — Esa pequeña va a ser una estrella en cuanto nos descuidemos — le susurró Cristina y Ramiro no pudo evitar sonreír de lado. — Vamos a mi oficina — le susurró el hombre a Carmen que sonrió lista para seguirlo a su despacho. Hoy ella era la afortunada que disfrutaría del hermoso cuerpo de su jefe. — Felicitaciones pequeña — le dijo Juan abrazándola, Nicolás solo torció el gesto —. Para ser tu primera vez estuviste muy bien — Lucía se sonrojó por el doble sentido de aquellas palabras y la cercanía del hombre. Es que poco acostumbrada estaba a los fuertes brazos del sexo opuesto, al igual que él sentir el fuerte perfume tan intenso en sus fosas nasales. No la incomodaba, de eso estaba segura, sólo era… diferente.  — De a poco vas a ir mejorando, pero creo que tenés un buen futuro — dijo Marcos desde un silloncito al costado de la habitación.  Lucía sonrió ante el cumplido. Ella nunca había actuado en público y estaba realmente aterrada por aquello, pero ahora que todo había pasado, la adrenalina recorría su cuerpo haciéndola sentir invencible.
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