Capítulo 2

1888 Words
Ramiro Ricci era un hombre temido y respetado en los bajos barrios de Buenos Aires. Su padre, Franchesco Ricci, había forjado una buena fortuna a base de cabarets de mala fama. Ambos hombres tenían en común su pelo castaño y sus intimidantes ojos oscuros que brillaban con cierta maldad. Franchesco entrenó a su hijo en los negocios que desarrollaba, y a los quince años el muchacho ya estaba listo para trabajar al lado de su padre, igualando la dureza que el mismo Ricci padre tenía con sus hombres y enemigos. Ramiro cuidaba a sus mujeres, las que trabajaban en sus locales, con igual protección que si de su familia se tratara. No toleraba que las lastimaran ni mucho menos las forzaran. Ellas decidían si querían acostarse con algún cliente o solo les dedicarían unos momentos de intimidad. Así como Ramiro protegía a los suyos era brutal con los que lo desafiaban. No toleraba la traición ni la incompetencia, ambas se pagaban por igual: con la vida.  — Ramiro — dijo Cristina entrando a su despacho con ese espectacular vestido n***o ajustado a cada curva de su hermoso cuerpo —, no me has dicho si esta noche quieres que se presente la nueva coreografía o seguimos con la de la semana pasada — dijo sentándose frente al hombre que no despegaba su vista de los papeles. — Cristina, ese es tu trabajo. No tengo la más puta idea sobre eso, solo quiero que los imbéciles gasten mucho dinero en las chicas, la bebida y el juego. Vos encargate de qué mierda vas a poner en el escenario — respondió con su característica seriedad, sin mirarla ni un segundo. — Espero un aumento en mi sueldo. Este acto llevará el cabaret a nuevos niveles y me lo tendrás que agradecer de alguna forma — dijo con total satisfacción. —Bien, bien. Primero haceme ganar guita y después vemos — ahora sí la miró. — ¿Todo está bien? — preguntó con real preocupación. El hombre, siempre impecable, se veía deslucido. — Vitali aún no ha regresado de Mendoza y no sé qué mierda lo detiene tanto — se dejó caer contra el respaldo de su enorme silla marrón. —Dejá a tu primo en paz. Él tiene sus negocios y vos los tuyos. No necesita que le cuidés la espalda todo el tiempo — Cristina cruzó sus delgadas piernas, dejando que el tajo de su vestido se deslizara y así su bella pierna quedaba al descubierto. — Me preocupa que no haya dado noticias en una semana. Es raro que él haga eso — suspiró masajeando su sien. — Basta, que esta noche tenés que bajar a ver la impresionante presentación que preparé. Vitali seguro aparece en cuanto te descuides— aseguró la morocha poniéndose de pie —. El viejo Carlos está abajo esperándote — le avisó antes de salir. Ramiro suspiró pesado y salió del despacho. Su oficina quedaba en el segundo piso por lo que al salir podía ver toda la planta baja de su cabaret. Sonrió orgulloso por lo que había logrado. Su padre solo tenía dos locales y él los había llevado a cinco, de los cuales tres funcionaban para las altas esferas de la sociedad porteña. Él puso su oficina en el mejor de todos, donde personalidades de la política argentina llegaban noche tras noche en busca de placeres que solo sus chicas sabían dar. Al final de la escalera, apoyado en la misma, estaba Carlos, su maestro de la banda que tocaba todas las noches en el escenario, antes que las chicas salieran a dar sus presentaciones y luego de que las mismas terminaran. — Carlos — le dijo al hombre de cuarenta años y cabellos prolijamente peinados. — Señor Ricci — lo saludó con un apretón de mano —. Necesito hablar con usted — Ramiro asintió y se sentaron en una silla. — Dime. — Manuel ya no nos acompañará más en la banda. Necesito alguien en el bandoneón asique pensaba hacer unas audiciones. Me gustaría que usted me acompañara y evaluara si le agrada la persona que lo va a reemplazar — Ramiro suspiró.  Manuel se había pasado de vivo con una de las muchachas de la barra y él había tenido que dar una lección a los sujetos que trabajaban allí. ¡Por supuesto que sabía que ya no trabajaría en sus locales¡. ¡Si él mismo lo amenazó con cortarle el cogote si volvía a poner un pie allí! Ni él ni nadie iba a tocar a una de sus chicas sin su consentimiento. Carlos sabía cómo había sido todo el asunto pero siempre se debía aparentar ignorancia, así se ganaba la confianza del patrón y la seguridad de la persona en cuestión. — Bueno. Tendrá que ser mañana por la mañana. Van a venir unas chicas para reemplazar a Laura — Era la chica que había sido golpeada por Manuel hasta casi dejarla inconsciente —, puedo entrevistar a ellas y a tu bandoneonista — Carlos asintió y se puso de pie. Esa noche tocarían sin un bandoneón, algo malo al ser tango lo que principalmente interpretaban. La noche cayó sobre la ciudad y el sitio se llenó. Cristina sacó a sus chicas al escenario desplegando un lujurioso espectáculo donde no faltaron las faldas cortas, medias de red y plumas en el cuerpo. Los hombres se emborrachaban rápidamente y las apuestas subían en montos rápidamente. Ramiro no podía estar más satisfecho, aunque el asunto de Vitali lo seguía inquietando, sabía que en algún momento su primo daría noticias. Vitali era un sujeto duro y hábil, difícilmente se lo podía tomar desprevenido, por lo que Ramiro estaba seguro que tal vez se entretuvo en el camino de regreso a casa. A la mañana siguiente llevaría a cabo las entrevistas para ambos puestos. No podían pasar otra noche sin una camarera menos y sin un buen bandeonista en la banda. — Buenos días — Una suave voz lo hizo levantar su mirada. El pequeño cuerpo que tenía enfrente lo hizo fruncir el entrecejo. Observó a su compañero que estaba igual de intrigado que él y luego a Cristina que sonreía a la persona que tenía enfrente. — ¿Por qué puesto venís? — preguntó con suavidad Cristina.  La muchacha, que vestía ropa de hombre, bien podría venir por el puesto de camarera, aunque su bandoneón bajo el brazo le hizo dudar de su primera impresión. — Pedían a alguien que tocara el bandoneón — respondió con timidez, elevando un poco su instrumento.  Lucía había aprendido de su abuelo, uno de los mejores bandoneonistas de Córdoba, provincia de origen de su padre también. No practicaba a menudo, pero sí lo suficiente para tener un desempeño bastante aceptable. Sabía unos cuantos tangos y supuso que podría aprender otros más en sus horas libres, después de todo amaba tocar el bandoneón porque le recordaba a su abuelo y esas soleadas tardes en su finca de Córdoba.  — ¿Una chiquilla como tú quiere estar en una banda? — preguntó con sarcasmo Ramiro.  Algo en los ojos celestes de la mujer lo tenía casi atontado, casi hipnotizado, pero no le mostraría su debilidad a nadie. No, Ramiro Ricci no se quedaba embobado por una chiquilla muerta de hambre, demasiado flaca y tímida para lo que él estaba acostumbrado. — Sí, señor — respondió ella con vergüenza. — A ver. Muéstranos qué tienes — le pidió Carlos.  Lucía se acomodó en la silla, colocó el instrumento sobre su pierna izquierda y comenzó a interpretar unas melodías que rasgaban el alma por la tristeza que desprendían. Los tres espectadores la escucharon en completo silencio. No era la mejor en aquello pero su interpretación fue la más aceptable hasta el momento. Carlos sabía que debería trabajar mucho con la muchacha, pero estaba esperanzado en pulir ese diamante en bruto. — Creo que ha sido muy bello — aplaudió Cristina y Ramiro solo bufó con cansancio. — ¿Qué le parece, señor Ricci? — preguntó Carlos. Si bien él era el maestro de la banda, debía esperar el asentimiento de su patrón. — Si a vos te parece podemos contratarla. Aunque deberá usar esas ropas de hombre para que no tengamos problemas — sentenció esperando que la muchacha levantara su mirada y poder volver a apreciar esos bellos ojos celestes.  Ramiro sabía que si los clientes notaban que era una mujer quien estaba tocando aquel instrumento podían pasar dos cosas. Primero, que le exigieran vestirla con esas faldas cortas, mostrando sus piernas y provocando al público, algo que, era evidente, la muchacha no quería, ya que no solo su timidez le aseguraba aquello, sino porque no vino en busca del puesto de camarera, sino que vino como música, solo quería tocar en la banda. Segundo, muchos de los presentes se podrían ofender al considerar que el tango era cosa de hombres y que una chiquilla no tenía nada que hacer sobre el escenario. Para evitar ambas situaciones Ramiro decidió mantener en secreto el género de su nueva bandoneonista.  La morocha de pelo muy corto se mantuvo con su vista clavada en el piso, necesitaba ese trabajo porque los ahorros se consumirían en cuestión de meses y no quería desprenderse de todo el capital con el que contaba. Ya bastante había gastado en el mes que llevaba viviendo en aquella ciudad. — ¿Qué dices muchacha? — preguntó Cristina más que entusiasmada. — Si me dan esta oportunidad, juro que haré todo lo que pueda para estar al nivel de sus exigencias, señor — respondió aún sin levantar la cabeza.  Ese hombre le causaba miedo, le provocaba algo en la boca del  estómago que no podía descifrar. La mirada de Ramiro era profunda y algo de maldad se filtraba por ella, haciendo sentir demasiado pequeña a la muchacha de cabello n***o. — Está hecho — sentenció Ramiro poniéndose de pie. Estaba demasiado incómodo ante la frágil muchachita —. Carlos, que comience hoy mismo con la banda — finalizó antes de girarse y dejarlos a solas. Lucía sonrió levantando la cabeza y mirando con real gratitud a las dos personas que tenía enfrente. Se sentía feliz de la oportunidad. Por fin podría comprarle a Clara esa muñeca que tanto quería. Por fin podrían tener algo de tranquilidad al saber que los ahorros se podrían seguir manteniendo y que ahora vivirían de un sueldo fijo que entraría cada mes. La muchacha había estado buscando por semanas un buen trabajo, pero necesitaba que fuera de noche ya que serían los únicos momentos donde Elisea podría cuidar de su pequeña hermana. En cuanto se enteró del pedido en aquel bar, y aunque Doña Elisea se opuso un poco al conocer la temible fama del dueño de ese lugar, terminó reconociendo que era una buena opción para la joven. Le aconsejó, como una madre haría con su hija, sobre los cuidados que debía tener y la dejó partir luego de darle un estrecho abrazo que le regalara la fuerza necesaria para encarar la entrevista. Lucía volvió a su habitación con una enorme sonrisa. Carlos le pidió volver por la tarde para comenzar con la práctica junto al resto de la banda.  — Ahora a esforzarse — dijo y ensayó unos cuantos tangos que su querido abuelo le había enseñado.
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