Ni en sus más locos sueños iba a dejar que Lucía se quedara en esa espantosa habitación una sola noche más. Ahora era más que lógico el porqué la pequeña se había enfermado. El lugar era una pocilga que se caía a pedazos. Miró nuevamente a la muchacha y acentuó su gesto de desaprobación. —No puedo pagar por algo mejor — explicó con vergüenza la morocha. —Te venís conmigo — sentenció Cristina. —No queremos… —No me importa. No vivirán aquí — decretó antes de que pudiese decir una sola palabra más —. Buscá tus cosas y las de la pequeña, o dejalas acá si querés y mañana le pedimos a Fernando que venga por ellas. Pero no me voy de acá sin ustedes. Y, Lucía— dijo mirándola demasiado seria —, no me gusta estar acá — finalizó para darse media vuelta y volver al vehículo donde la pequeña aguar