Llegó al enorme palacete en su costoso vehículo. Se sentía como un imbécil cargando aquel paquete, pero se sentía una mierda por la noche anterior. ¡Dios, había gritado miles de veces a sus empleados y ahora estaba llevando un regalo a una solo por haberle asustado un poco!. Debía ser la peor estupidez que se le pudo ocurrir. Subió al cuarto donde antes Mariza se pasaba horas pintando. Recordó cuando visitaba a la mujer y, bueno, tenían sus buenos encuentros sexuales. Mariza tenía casi la edad de Cristina, pero el carácter del mismo demonio. Bueno, si no hubiera sido tan buena en la cama jamás le hubiese hablado. Si no fuera por eso y porque así podía estar tranquilo que nada le sucediera a Cristina. En cuanto llegó a la puerta de la habitación notó que estaba abierta y desde su posición