Keisha no puede evitar sollozar mientras se limpia la sangre que se escurre por sus muslos. Eso fue lo peor que le pasó en su corta vida, sintió como si se hubiese desgarrado por dentro cuando el rey se introdujo en ella y permaneció allí adentro por un largo rato sin hacer nada más, multiplicando su agonía y regocijándose de su incomodidad.
Se pasa lentamente el trapo mojado por sus partes íntimas y estas arden al contacto con el agua. Él pudo ser más amable sabiendo que ella era pura, pero para Keisha fue obvio que su intención era lastimarla premeditadamente y nuevamente lo había logrado. Mientras que para el rey fue una jugada más ganada.
—Mi princesa, ¿Quiere que la ayude? —Se oye la voz de Andora desde el otro lado de la puerta. —Puedo preparar un ungüento para aliviarla en su malestar.
Andora la había visto salir de los aposentos del rey porque se negó a dejarla sola por completo y quedó por los alrededores, aunque no pudiera hacer nada para salvarla de su destino en ese momento. La vio en el pasillo, cojeando más que nunca y con un dolor evidente en su bajo vientre que apretaba con ambas manos y supo que realmente el rey la desfloró.
Ella se sintió muy triste cuando la vio llorando y enseguida vino tras ella encontrándola en el sanitario encerrada.
—Yo la ayudo a limpiarse, luego le traigo un té que la ayudará a relajarse y a dormir —Continúa diciendo.
La joven al final abre la puerta y ésta la ayuda a llegar hasta la cama. Allí la despoja del vestido que le habían puesto antes de irse y le coloca un camisón para que pueda sentirse más cómoda.
Con un cuenco de agua tibia y algunas hierbas machacadas previamente, la doncella empieza a desinfectar su intimidad. Por su experiencia enseguida supo que el rey solo la había desflorado, pero que no se había corrido adentro de ella, lo que la tranquiliza un poco. De todos modos le daría un té anticonceptivo a la mañana para asegurarse.
Para cuando termina con su labor, mira a la princesa profundamente dormida. La arropa y sale para dejarla descansar. Mañana es un día muy importante y muchas más cosas le esperan.
En la habitación real, Artur mira su m*****o erecto bajo su túnica y resopla. Esa niña no hizo más que dejarlo excitado y ahora no puede conciliar el sueño debido a eso. Se levanta y camina hasta el balcón y trata de despejar su mente con el aire fresco que golpea su cara, pero el recuerdo del cuerpo de Keisha recibiéndolo lentamente aun está latente en su mente. Necesita alivio urgentemente.
—¡Cirus! —Grita y este entra rápidamente.
—¿Necesita algo su majestad? —Pregunta el susodicho mirando los alrededores, asegurándose que todo esté en orden.
—Busca a Sara y tráela —Ordena con voz ronca. Cirus entiende lo que significa y va de inmediato hacia los aposentos de las concubinas.
Sara es la preferida de Artur de las cinco amantes y todos en el reino lo saben, hasta el mismo rey le ha dado demasiadas atribuciones para su condición, lo que hace que las demás se sientan molestas y el ambiente entre ellas sea muy tenso la mayor parte del tiempo.
Sin embargo, él no es nadie para meterse en los asuntos de las mujeres del rey, es por eso que se mantiene a raya y deja el tema en manos de Liona, prima de Artur quien las mantiene a raya.
El guardia llega hasta la puerta y Sara se sorprende cuando Cirus le informa que el rey la solicita en su recámara. Había oído decir a las sirvientes que la futura reina estaba con su majestad y no estaba preparada. Una sonrisa arrogante se dibuja en su cara de inmediato. Para ella es obvio que alguien tan insignificante nunca saciaría la lujuria ni la potencia de su rey. El destino de la coja ya está predicha y ella pretende hacerle la vida imposible.
Artur es un hombre grande y casi ninguna de las que vienen para servirlo sexualmente soportan sus formas tan bruscas de poseerlas. Solo Sara lo conoce y satisface como a él le gusta. Eso le había dado su lugar como la favorita desde hace tres años.
—Ya voy —dice con una alegría que no logra ocultar y cerrando su puerta en la cara del jefe de guardia.
Ya está en camisón, así que se cambia a uno más sexy y revelador, se coloca unas gotas de perfume y con un chal puesto sobre sus hombros sale con aire triunfante por los pasillos.
En la recámara real, Artur está impaciente. Apenas escucha los toques en su puerta, ordena que pase.
—Mi rey —Con la cabeza agachada lo saluda. —¿Me mandó llamar?
—¡Desvístete y voltea! —Ordena Artur acercándose a su posición peligrosamente
Sara lo hace y pronto queda totalmente desnuda frente al monarca, se voltea y lo espera con ansias. Artur no es un hombre cariñoso ni mucho menos. Sin embargo, Sara aprendió a aceptarlo y a disfrutar de sus encuentros íntimos con él.
Sin preámbulos, Artur se posiciona en su entrada y la penetra tan profundo que la concubina se queda sin aire por unos segundos. No espera a que se recupere, comienza con su vaivén de embestidas fuertes y profundas que llevan a la joven en un éxtasis profundo de un momento a otro.
Artur toma uno de sus pechos con su mano y lo masajea y con el otro presiona su clítoris. Sara es de cuerpo exuberante, sus caderas son anchas y su cintura pequeña, pero sus pechos son la envidia de muchas mujeres, son grandes, muy grandes y a Artur le encanta jugar con ellos.
Con cada embestida, Artur, se acerca más a su clímax. Apenas en la mañana había estado con ella dos veces, pero ahora mismo se encuentra abrumado por la excitación que la joven pelirroja dejó en él y necesitaba desahogarse o de lo contrario iría junto a la princesa a completar lo que había empezado.
Cuando llega a su apogeo, Sara se voltea y se aferra a su pecho. Allí permanece por unos minutos esperanzada de que le pida quedarse dormir con él, pero se decepciona cuando Artur le pide que se retire inmediatamente.
Anteriormente, el rey le permitía quedarse, por eso Sara se extraña que la trate así.
Ya en el pasillo, yendo a su propia habitación, pregunta a uno de los soldados sobre la recámara de la princesa y con toda la intención de verla frente a frente, camina a pasos firmes hacia allí.
Hoy mismo le haría ver lo que le espera.