A medida que se acercan hacia el ala norte del palacio, donde queda los aposentos del rey, Keisha se siente mareada y con ganas de vomitar. Hay algo revolviéndose en su estómago y no encuentra la manera de disiparlo y tranquilizarse.
—Solo debe mantener la calma, mi princesa —Insta la anciana como si eso fuese posible para ella. Puede pedirle todo, menos calma. Eso es imposible. —Recuerda todo lo que le enseñé, si se resiste será peor. Es mejor que se acostumbre, el rey Artur será su esposo y hoy es legalmente su prometida, por lo que es normal que la solicite en su cama.
Escuchar esas palabras de la única persona que la ha comprendido y cuidado desde que nació es el claro ejemplo de que le esperan días muy difíciles en Kresla.
En la realeza es habitual que el rey llame a su prometida a su cama en la semana de cortejo dedicado a conocerse tanto física como emocionalmente antes de la boda, también que el rey elija alguna doncella para complacerlo o cambie de concubina cada vez que se antoje, hasta más de una por día si así lo quiere, pero ella no se siente preparada para ese momento, es más, está aterrorizada solo de imaginarlo.
—Es aquí, princesa —Se sitúan frente una puerta doble custodiada por dos soldados armados. —Debe dar dos toques y esperar que le autorice para entrar.
Keisha asiente con un gran nudo en la garganta. Andora aprovecha para acomodar su larga cabellera a un lado de su hombro para que se vea más sensual y arreglar el escote de su vestido.
Cuando termina hace una reverencia y se va.
Keisha duda en tocar la puerta como le indicó la anciana, pero antes de que pueda reaccionar, uno de los soldados lo hace anunciando su presencia.
—¡Adelante! —La voz profunda y ronca del rey se oye desde el otro lado unos segundos después y ella se estremece como si una ola de frío la tomara por sorpresa. Las puertas se abren y la princesa entra a ubicarse a unos pasos con la vista fija al suelo y el corazón atorado en la garganta.
No se oye nada dentro de la habitación, excepto el de su propia respiración agitada, tampoco se atreve a levantar la vista para ver dónde se encuentra él o si la está observando.
Permanece allí durante unos minutos hasta que oye sus pasos acercarse hasta ella. Keisha levanta la vista y por unos segundos ambos se miran a los ojos. La joven se siente intimidada por el corpulento hombre en frente. Él es tan grande y ella muy pequeñita que no es de extrañar que la vea como un insecto a la cual puede aplastar cuando quiera.
Ya no lleva su atuendo de seda ni su capa, como hace rato. Ahora solo tiene puesto una túnica blanca y Keisha no puede evitar detallar el cuerpo bien formado del rey que resalta a la perfección bajo esa casi trasparente tela. Su atractivo no es algo oculto para nadie en los nueve reinos y ahora la princesa lo está confirmando con sus propios ojos.
Su cabellera oscura combinada con sus ojos azules y piel tostada le dan un aspecto salvaje y recio. Y su aroma embriagante y masculino no pasa desapercibido para ella cuando la rodea lentamente al punto de dejarla extasiada.
—¿Qué tal estuvo su viaje, princesa? —Pregunta a su espalda. Keisha se sobresalta y Artur sonríe al notar su tonta reacción.
—Cansador, su majestad —Responde en un hilo de voz grave, tampoco cree que sea pecado decir la verdad porque es eso en realidad lo que fue, un viaje muy cansador. Un gruñido es la respuesta que recibe.
—Espero que no demasiado para cumplir con su deber —Replica colocándose delante de ella. Keisha niega con un nudo en la garganta. —Quítese la ropa y dese la vuelta.
La joven empieza a desatar su corsé con las manos temblorosas, mientras Artur sigue los movimientos de sus delgados dedos con una sonrisa arrogante estampado en el rostro.
Su mayor deseo es hacerla pagar, descargar en ella la rabia que siente por lo que sucedió y lo haría esta misma noche. No le importa en absoluto que ella sea m*****o de la realeza; iba a tratarla tal como a una de sus esclavas sexuales o peor, después de todo es de su propiedad ahora, su padre la entregó como compensación por el acto indigno de Morgana y él no perdería la oportunidad de demostrarle en manos de quien cayó.
Keisha se quita el corsé, abre su vestido y la deja caer al piso dejando ver su cuerpo casi totalmente desnudo al rey. Por un momento quiere taparse, pero este emite un corto gruñido en advertencia.
Artur la mira sin pudor alguno desde la punta de sus pies hasta detenerse deliberadamente más de la cuenta en sus pechos que son firmes y generosos. Por lo demás es tan delgada que podría hacerla pedazos si se deja llevar por su instinto más pervertido y no cree que alguna vez aguante su paso.
La observa detenidamente y ni siquiera le apetece tenerla, muchas de sus mujeres son más hermosas que ella y saben como complacerlo; sin embargo, no perdería la oportunidad de hacerla sufrir cada vez que pueda.
—Dese la vuelta —Ordena una vez más con voz firme. Keisha lo hace tomándose el tiempo para asimilar su situación.
Una mano firme se posa en su espalda baja y la empuja hasta la pared, donde la acorrala colocando su enorme cuerpo por detrás de ella.
Un jadeo agudo sale de su garganta por la sorpresa. ¿Acaso va a poseerla parada?
Artur aspira su aroma y pasea sus dedos largos por su cabello, deleitándose de su suavidad. Nunca había conocido a nadie, aparte de la reina Nora, con esa particularidad. En el fondo le perece hermoso y exótico y aún más cuando se nota saludable y muy lacio. Las mujeres de su pueblo son en su mayoría morenas y algunas raras excepciones, rubias, pero nunca vio a ninguna que la tuviera tan largo y bien cuidado como ella.
Con una lentitud que duele, el rey enreda su cabellera entre sus dedos y la jala hacia atrás arqueando la espalda de la joven hasta apoyar su cabeza en su pecho.
Keisha se muerde el labio inferior con fuerza para evitar emitir algún quejido de dolor, mientras Artur la observa desde atrás complacido.
Con su mano libre amasa su pecho, lento primero, luego con más agresividad, lento nuevamente y agresivo de nuevo, como si siguiera algún tipo de patrón.
Keisha no comprende como algo tan brusco e incómodo puede causar satisfacción. A ella no le gusta lo que está sintiendo.
—Baja tu ropa interior —Pide el rey sin dejar su labor en su pecho.
La joven lo hace lentamente para darse un poco más de tiempo, pero el monarca pilla su intención y se lo quita de un tirón. Abre sus piernas con sus rodillas y lleva su mano a su intimidad y empieza a palparla.
Keisha comienza a llorar por la impresión. Es un sollozo silencioso que a Artur no le pasa desapercibido, no es de queja o revelación porque en realidad él no la está lastimando, parece simplemente ser de resignación y eso lo complace. Lo que menos quiere es luchar por algo que ya es suyo por derecho y Keisha ahora es suya, completa y totalmente suya y no había nadie que se atreviera a contradecirlo.