En kresla

1347 Words
Un pequeño pájaro herido es lo que parece Keisha ante los ojos del rey desde lejos. Él es conocedor de la belleza de su difunta madre, la reina Nora, a quien había visto un par de veces en su niñez, sin embargo, jamás pensó que la princesa heredara ese encanto a tal punto de parecer la copia exacta de aquella mujer que robaba suspiros de todos los reyes en el pasado. Su cabello, lacio, largo y rojizo, brilla ante la puesta inminente del sol y su piel se ve extremadamente blanca en ese vestido azul. Justo en ese momento recuerda que oyó horrores de ella en el pasado, especialmente de su hermana Morgana, quien le había afirmado en más de una ocasión que keisha era lo más parecido a un monstruo que había visto. Es una joven bella, eso puede verlo desde su posición, pero todo eso es opacado por su repugnante discapacidad que es muy notorio aun con ese vestido voluptuoso. Su caminar es desagradable de ver y las risas y murmuraciones de los presentes lo confirman. Artur mantiene la cabeza erguida ante el murmullo a su alrededor y finge no inmutarse. Esto es exactamente lo que buscaba al hacer este recibimiento, volverla vulnerable ante los ojos de todos. La joven princesa camina torpemente con su doncella por la pasarela, donde él la espera al final, estoico y sin ningún atisbo de emoción en el rostro. Su porte erguido y desdeñoso es algo que cohíbe a cualquiera y para Keisha tampoco le es indiferente. Consigue verlo, pero sin apreciar a fondo sus rasgos. El sol ya se está ocultando y la luz mortecina del atardecer le da un aire aún más imponente y solemne. Su cabello n***o le llega hasta los hombros, su torso es ancho y fornido, y es alto, muy alto. Cadir es el primero en llegar, luego Keisha y Andora, quienes con una reverencia saludan al monarca. —Bienvenidos a Kresla —Este asiente hacia Cadir e ignora la presencia de Keisha indicando con la mano que lo sigan adentro del palacio. Todos entran. —Ciro, ordena a los sirvientes que la princesa sea conducida a sus aposentos y se encarguen de sus necesidades —Dispone mientras camina a grandes zancadas hacia un pasillo. Keisha solo consigue ver su espalda mientras se aleja. El susodicho guía a Keisha tal como le indicó su majestad y a su doncella en el área de los sirvientes. A Cirus le pareció muy raro que Artur le haya pedido darle la habitación más alejada y en el ala con menos luz del palacio, pero él no es nadie para contradecirlo y está claro que tiene alguna intención oculta. Mira de soslayo a la princesa mientras caminan y algo en su interior se contrae. Ella no es más que una víctima de toda esta mierda que provocó su hermana. La nota muy indefensa e inocente. Una vez que llegan a su nuevo aposento, Keisha se siente conforme, aunque siempre tuvo todo lo que necesitaba en Zenfanya, sus gustos no son muy exigentes, en especial después del viaje tan largo del que acaba de llegar. —Si necesita algo, no dude en pedirlo, princesa —Ciro hace una reverencia para enseguida retirarse, dejándola sola en aquel lugar. Keisha pega una vuelta y le gusta lo que ve. Las paredes están bien cuidadas y pintadas y son de un tono rosa pálido, las ropas de cama hacen juego con la cortina y tiene un balcón que da vista a un pequeño jardín lleno de rosas y otras plantas. Se asoma hasta el barandal y queda perdida en sus pensamientos mirando un horizonte totalmente desconocido para ella. Acá todo parece más oscuro y tétrico. Esto es demasiado para Keisha. En menos de dos días su vida había pegado un giro de trescientos sesenta grados. Ahora está a solo horas de desposar a un rey que era prometido de su hermana por más de una década, ella podía ser todo, menos tonta, sabia que su futuro no sería bueno en manos de ese hombre despechado. Nadie en su sano juicio olvidaría un agravio tan grande, menos alguien como el rey Artur, con una desalmada reputación del que todos tienen conocimiento. Nunca se había sentido sola, a pesar de que creció alejada y rechazada por su familia, pero hoy hay algo más pasando en su cabeza y en su corazón y no puede evitar derramar unas lágrimas. Se siente desprotegida como un pequeño cordero entregado para un sacrificio. Unos toques en su puerta la sobresaltan. Seca inmediatamente sus mejillas y antes de que pueda consentir la entrada, tres sirvientas se introducen en la habitación como Juan por su casa. Ella queda muda ante el atrevimiento. —Es hora de su baño, princesa —Una mujer mayor anuncia con verdadera prepotencia. Le pareció escuchar una risita de las dos acompañantes, pero como no está segura, prefiere no mencionar nada. —Mi doncella es la encargada de preparar mi baño, ¿Dónde se encuentra? —Replica. Su voz sale débil y grave, seguramente producto de la humedad a la que claramente no está acostumbrada. —Nosotras somos sus doncellas asignadas —Anuncia la mujer colocando un vestido de un color rojo muy llamativo encima de la cama. —Su sirviente Andora está resolviendo algo más para su majestad. Por favor, necesitamos ponerla lista para dentro de una hora. «¿Lista para qué? ¿Acaso quiere el rey que lo acompañe a cenar?» se pregunta Keisha en su interior con un temor profundo, pero ese vestido es todo menos un atuendo para una cena formal o eso cree ella. Está a punto de preguntar sobre el motivo del alistamiento cuando la puerta se abre y su doncella entra. Inmediatamente la princesa se siente aliviada, pero en cuanto se da cuenta de que ella empieza a ayudar para desvestirla mientras las demás preparan el baño, se da cuenta de que algo malo sucede. —¿Andora qué pasa? —Pregunta ella de manera inocente y confidente, pero antes de que la anciana pueda contestar, las otras se acercan y la guían hasta el baño, donde una bañera grande con agua tibia y perfumada la espera. La introducen dentro del líquido y empiezan a fregar su cuerpo con fuerza. Ella desea protestar por el ardor que se produce en su piel, pero ninguna de ellas parece inmutarse ante su incomodidad. Cuando creen que está lo suficientemente limpia, la ayudan a secarse, aplican ungüentos perfumados en toda su piel, peinan su cabello y la visten. Una de ellas abre un cofre con joyas y coloca en su cuello un collar a tono muy hermoso, aretes y anillos que lo complementan. Cuando ya está lista, se van dejándola sola con Andora. —Es importante que ponga un poco de perfume antes de irse, princesa —dice la sirviente. Keisha nota su comportamiento extraño, así que pregunta nuevamente. —¿Para qué me están alistando? —La mira con tanta intensidad que la anciana no puede evitar contestar. —El rey la solicita en sus aposentos, princesa —Keisha se queda boqueando y tratando de asimilar sus palabras. No es que no sepa lo que eso significa, porque Andora siempre le enseñó todo lo que una joven de su edad debe saber, pero ¿Por qué la solicita hoy? La boda aún no se lleva a cabo. Su cuerpo entero empieza a temblar. Le cuesta creer que aquel hombre quiera poseer su cuerpo hoy mismo cuando acababa de llegar de un largo viaje. Ni siquiera se habían dirigido la palabra aun. Esto es inconcebible para ella. —Debemos irnos, ya llegó la hora —dice Andora golpeándola con la dura realidad. —El rey advirtió que debía ser puntual. Keisha asiente con el corazón latiéndole en la boca y la sigue por un pasillo largo, preparándose mentalmente para lo que la espera. Ese hombre la tiene en sus manos y no hay nada que ella pueda hacer para evitar que él haga con ella todo lo que se le antoje.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD