En el reino de Kresla, Ciro, mira al rey con preocupación. No ha dicho ni una sola palabra ante la noticia que acaba de recibir y lo más asombroso es que dejó ir al mensajero del rey Luzio como si nada, lo que nunca hubiese hecho ante una noticia tan grave.
Tampoco dio una sola orden. Eso podría ser bueno, pero no cuando se trata de Artur. Él no es alguien que se queda con los brazos cruzados ante tal deshonor, solo alguien realmente temerario y sin miedo a enfrentar a la muerte podría desafiarlo de tal forma.
—Su majestad quizás puedo...
—¡Ahora no, Ciro! —La voz potente de Artur lo calla de inmediato. La frialdad en su tono es algo a lo que Ciro está acostumbrado, ya que lo conoce desde niño, pero hay algo más pasando dentro de esa cabeza y su jefe de guardia lo sabe bien.
Los dedos largos del castaño, no dejan de golpear la madera del escritorio, señal característico de que está planeando algo en las que muchas vidas se perderán y eso lo ha vivido antes.
Artur no es un rey que deja una cuenta sin cobrar con creces y esos pobres infelices no tienen ni idea de lo que los depara.
Durante dos horas se mantiene impasible, con la vista fija en la nada y sin decir una sola palabra más. Afuera, en los pasillos del palacio, el silencio es profundo. La murmuración sobre de la huida de la princesa días antes de la ceremonia se ha esparcido por todo el reino, todos están al tanto y nadie se atreve a estar cerca para cuando esa catástrofe se desate.
—¿La princesa Keisha ya está en camino? —Pregunta de pronto y Ciro se sorprende de su serenidad.
—Según los vigilantes, dentro de aproximadamente dos horas estarán en tierras de Kresla, su majestad.
—Envía a dos caballeros con soldados para que escolten a la caravana. Que lleguen sin contratiempos. También prepara un comité de bienvenida en la plaza real y que todos los habitantes asistan al evento.
Ciro hace una reverencia y sale a toda prisa a cumplir la orden dada. Por el tono de Artur, no puede ni imaginar lo que le espera a la princesa una vez que se encuentre en estas tierras.
El rey se queda mirando la puerta cerrada por Ciro y su cabeza da vueltas de tanto pensar.
«¿Cómo se atreve Luzio a injuriarme de tal forma?» piensa molesto.
La ira que reprime en su interior no le hace nada bien y es consciente de ello, pero necesita estar sereno para llevar a cabo su objetivo. Luzio y Zenfanya ya están condenados a sufrir y lo hará poco a poco, lentamente, y con tanta crueldad que a nadie le quedará duda a lo que se enfrenta por desafiar su autoridad.
Mientras tanto, Keisha, no se siente tranquila. Ha pasado seis horas desde que emprendieron el viaje y se siente mareada, cansada y triste. Jamás pensó que esto le pasaría y aunque muchas veces soñó con salir de viaje, este resulta ser nada agradable para ella.
«¿Cómo será mi vida a partir de ahora?» es la pregunta que más veces se ha hecho desde que Andora le dio la noticia. Ni siquiera tiene ganas de mirar ese paisaje que tantas veces se preguntó como sería, todo a su alrededor le parece tan lúgubre como su estado de ánimo.
—¿Cuánto camino nos queda, Andora? —Pregunta con la voz ronca. La humedad del ambiente hace estragos en ella, en especial en ese vestido tan voluptuoso.
—Ya estamos en tierras de Kresla, mi princesa, pero aún nos falta mucho trayecto para llegar al palacio. Será mejor que se relaje y procure descansar.
Luego de eso, todo se vuelve silencio entre ellas. Y continúan yendo cada vez más lejos hasta que la noche llega y Cadir ordena detenerse para descansar, lo cual Keisha agradece mucho porque ya no soporta el dolor en su columna producto de estar tanto tiempo sentada. En cuanto su carruaje se detiene, sale con Andora a dar una caminata corta para estirar las piernas.
Antes de que amanezca por completo, continúan con el viaje. Esta vez nota a varios caballeros acompañando a los carruajes a ambos lados. No hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que son soldados de Kresla y que lo más seguro es que el rey Artur los haya enviado para escoltarlos hasta el palacio.
Luego de casi diez horas más, por fin, logra divisar por encima de un bosque lluvioso, una montaña tan grande que atrapa las nubes y se envuelve en ellas, y justo de bajo del pico más alto sobresale la torre principal del castillo de Kresla, su nuevo hogar, o su cárcel, todavía no está segura.
—Todo estará bien, princesa —Andora le da unas palmaditas en la mano. Ella quiere creerle, pero en el fondo sabe que su destino es incierto.
Cuando más se acercan al palacio, más nerviosa se siente. Su mano no deja de temblar y su respiración se vuelve tan dolorosa al punto de provocarle asfixia. Nunca había sentido tanto malestar, y no es solo por el largo viaje, sino por las circunstancias que la traen a este lugar.
En minutos más llegan hasta una muralla alta de piedras. Afuera muchos soldados custodian una puerta doble de metal que imagina es la entrada principal al palacio. Keisha se siente impresionada por la vista que se proyecta ante ella. Zenfanya no es ni la décima parte de lo que es este reino.
Apenas llegan hasta la entrada, se oye un clamor anunciando su llegada, miles, muchas personas de todas las edades empiezan a rodear el paso del carruaje y ella entra en verdadero pánico.
«¿Qué significa esto? ¿Acaso vinieron a la plaza para recibirla? ¿No deberían estar enojados porque su hermana rompió el compromiso con su rey?» se pregunta mirando la muchedumbre. Hay personas por donde se mire, todas mirando con curiosidad a la que a partir de mañana será su reina.
Se detienen justo frente a la pasarela larga que lleva hasta las puertas principales del palacio. Keisha mira el camino que conduce hasta ahí y sabe lo que le espera, son cincuenta metros de pura tortura. La puerta del carruaje se abre y la mirada estoica de su hermano le indica que es hora de bajar.
—Es hora, mi princesa —Andora es la primera en bajar antes de ofrecerle la mano para que haga lo mismo. Su mirada grisácea se cristaliza, pero se obliga a recomponerse.
Afuera hay mucho silencio, uno muy aciago que siente miedo de tomar la mano de su doncella; sin embargo, no tiene otra opción ¿o si?
Con sumo cuidado asoma su cabeza por la puerta y el silencio es aún mayor. Un suspiro sale de su pecho antes de tomar el valor de bajar y enfrentarse a lo que la espera.
Ese primer paso causa un sonido de asombro en los presentes. Keisha ve en sus miradas un sentimiento de lástima, mientras que en otras, profundo desprecio.
Continúa su camino y cada paso es un suplicio. El dolor en su rodilla aumenta y sus pies parecen fallar por segundos hasta el punto que debe parar y recuperar fuerzas para continuar.
Es un camino muy corto para una persona normal, pero ella no lo es. Durante su nacimiento, las parteras realizaron un mal procedimiento para que su madre dé a luz y en su afán de sacarla la lastimaron tanto que quedó coja como secuela. Y ahora está en la mira de todas estas personas extrañas para ella, muchas se están riendo, otras mirándola con asco y murmurando entre sí acerca de su condición.
Keisha se siente humillada y lo único que piensa es salir corriendo en ese mismo instante, pero nada más lejos que cumplir su deseo. Si apenas puede caminar, menos podría correr.
Está claro que en las intenciones del rey al hacer este recibimiento estaba el humillarla y claramente lo había logrado.