—¿Crees que Artur la acepte? —la voz de Cadir irrumpe los pensamientos de su padre, cuya vista está fija en un punto exacto: su hermana Keisha.
Este asiente adivinando a lo que se refiere sin voltearse, pero lo cierto es que también él se encuentra inseguro ante esta opción.
Artur y Morgana se habían comprometido cuando la princesa apenas tenía 5 años y Artur 12. Es un compromiso de 15 años que la princesa había roto sin ningún remordimiento.
El Rey Luzio está casi seguro que aquel monarca frío y solitario de Kresla, único hijo de su fallecido amigo Gaspar, Rey de toda la costa oeste, siente algo especial por su hija y eso solo aumenta su ira y desesperación; él nunca perdonará tal afrenta, su amistad ya está destinada a romperse y por lo mismo, también el apoyo y protección que recibe de aquel reino desde la época de Gaspar.
¿Qué se supone que debe hacer ahora?
En este punto es imposible encontrar una solución diferente. Morgana y Keisha son sus únicas hijas, princesas de Zenfanya, dignas de desposar Artur. No podría entregarle a una doncella cualquiera en vez de su hija o pedirle que despose a otra princesa de otro reino, el Rey nunca se lo perdonaría. Ni siquiera está seguro de cómo va a reaccionar ante la noticia de la huida de su hija mayor. Es casi seguro que buscará venganza contra Morgana y aquel infeliz que no ha hecho otra cosa que cavar su propia tumba al pretender a la princesa, prometida de uno de los reyes más sanguinarios de la historia.
El Rey Luzio mandó a un centenar de soldados a buscarlos y no pasará mucho hasta que la sangre de ese desdichado manche el suelo donde se encuentra escondido como rata, o al menos eso piensa él con la rabia carcomiendo su interior.
—Haremos lo que sea, pero la ira de Artur es algo que debemos evitar a toda costa —responde frívolo, Luzio. Cadir sabe perfectamente a lo que se refiere su padre. Esto puede significar una guerra en la que no tienen oportunidad de salir ilesos. Zenfanya es un reino pequeño y sus soportes bélicos son escasos. Artur no tardaría mucho en derrotarlos y volver estas tierras en ruinas.
Cadir también la mira detenidamente mientras ella se aleja hacia su lugar o guarida, como le gusta llamarlo, allí donde permanece desde el día en que nació. Su pequeño palacio, de donde nunca tiene permiso de salir.
Aunque no han tenido contacto en estos 18 años, no la odia como su padre y Morgana, pero si perturba su paz el parecido de Keisha con su madre, pues es la única de los tres que ha heredado todos los rasgos de la misma, como un castigo divino.
—Ordena a Andora que la prepare —manda el soberano sin ningún atisbo de emoción en su rostro. Su odio le impide sentir compasión por su hija y buscar otra solución. —No quiero que nada salga mal. Asegúrate de que llegue a destino para mañana al atardecer. Quiero que acompañes a la caravana y la entregues a su nuevo rey.
Cadir hace una reverencia y se aleja del lugar dispuesto a cumplir con su mandato, de todos modos, él no tiene el poder para contradecirlo y su hermana, a pesar de todo, puede tener un futuro mejor al lado de Artur que la que tiene en Zenfanya. En Kresla será la reina, la esposa del rey más temido y rico de todos los tiempos, además de que eso representará la salvación de su propio pueblo.
Andora, la doncella encargada del cuidado de la princesa desde su nacimiento, recibe la orden explícita y solicita unas horas para prepararse para el viaje y acompañarla. El rey cede ante su pedido, no cree que cambie en algo que la acompañe a su destino y ella es su doncella desde el momento que nació, sabe como tratarla y es normal que sea su compañía donde sea que se vaya.
La anciana se siente esperanzada, aunque ha oído cosas terribles del rey de kresla, son más las versiones que hablan de su bondad y amor a su pueblo. En su viejo corazón cree que Keisha podrá ganarse el amor de Artur y mejorar su destino.
—Mi princesa —Hace una pequeña reverencia al entrar a los aposentos de Keisha, quien se halla sentada en su viejo sillón, con su mirada fija al patio, perdida en sus pensamientos.
—Andora ¿Qué sucede? ¿Por qué traes ese semblante tan atormentado? —Keisha, a pesar de solo tener dieciocho años, es una joven muy inteligente y nota la turbación en su doncella. —¿Le sucede algo a mi padre, el rey?
—El rey se encuentra bien, mi princesa. Vengo a darle una noticia muy importante y para prepararla, tenemos un viaje dentro de unas horas.
—¿Un viaje? —La sorpresa en Keisha es evidente. Ella nunca salió siquiera del patio del palacio, menos lo había hecho del reino. Su corazón empieza a acelerarse y miles de preguntas inundan su mente. —¿Qué noticia es esa, Andora?
—Su majestad me dio órdenes de prepararla para desposar al rey Artur de Kresla —Keisha queda helada ante la noticia. Su corazón, que ya estaba acelerado desde antes, ahora late desesperadamente como si quisiese salir volando de su pecho. —Debemos partir antes del medio día. Su hermano, el príncipe Cadir, nos acompañará hasta nuestro destino. La ceremonia se realizará dentro de dos días, al amanecer.
—Pero, ¿Qué sucedió con mi hermana? Ella es su prometida —Su voz se corta al final de la oración dejando ver su congoja —¿Por qué debo ir yo y no ella? ¿Por qué su majestad permitió ese cambio? —Las lágrimas de Keisha empiezan a empapar sus mejillas pecosas. La anciana la mira con pesar. Nunca pudo entender como alguien tan bondadosa como la princesa tenga un destino tan triste.
—No estoy autorizada a decirle más —Toma su mano para reconfortarla. —Pero lo que si te diré es que no es conveniente desobedecer las órdenes de su padre. Ambas conocemos el poder de su furia.
Asiente tomando su pañuelo. De nada le sirve quejarse, eso lo aprendió desde muy pequeña. Aquí, nadie más que Andora la respeta y la estima, los demás solo la ven con ojos de rencor por culparla de la muerte de su madre al nacer.
—Debemos cambiarle su ropaje —Una de las sirvientas coloca un vestido en tono azul pastel en su cama que ella reconoce al instante. Es de su hermana Morgana, porque la ha visto con el puesto alguna vez en su balcón.
Muchas manos empiezan a despojarla de sus vestiduras y colocarle otras, peinarla, y calzar sus pies con unos zapatos que no están aptas para su discapacidad; sin embargo, no se anima a replicar.
Poco tiempo después ya está lista. Mira su reflejo en el espejo y no se reconoce. Esa joven no es ella. No está acostumbrada a esas faldas, ni al corsé que no la deja respirar con normalidad, menos las sandalias en sus pies.
—Tranquila —dice Andora mirándola con lástima. —Pediré al zapatero unos suecos especiales para que pueda caminar sin mayor dificultad. También llevaré la que tiene aquí para que pueda usarlos mientras tanto.
Keisha asiente sin mucha emoción. Eso parece ser el menor de sus problemas ahora.