—¿Eres un ángel? —preguntó Dymion—. Jamás había visto una mujer tan bella —comentó sorprendido, pero parecía más sorprendido por su osadía al decir eso, que por el hecho de que Selene se encontrara frente a él, en un castillo en el que era prohibida la presencia de mujeres.
Ella se sonrojó después de analizar un momento las palabras del príncipe y no pudo evitar sentirse avergonzada de estar ahí.
—Mi nombre es Selene Mynth —mintió como ya había hecho con Demyan, aunque en realidad no quería mentirle, pero no le quedaba de otra—, y, por favor, Su Alteza, no le diga a nadie que me vio.
Él frunció el ceño.
—¿Cómo sabes que soy el príncipe? —la interrogó él, que se veía bastante sorprendido.
—Yo… soy… prima de… los gemelos Von Strauss —mintió nuevamente, no le quedaba de otra que seguir con la farsa—. Y debo irme antes de que me descubran.
—Tus ojos azules son hermosos, son idénticos a los de Samuel —comentó acercándose—. Y hueles delicioso, como él —expresó, mientras se acercaba nada discretamente a olerla, haciéndola sentir incómoda y al mismo tiempo deseosa de besarlo nuevamente.
El pasillo estaba tan oscuro que apenas y podía detallar sus facciones o cómo la miraba, pero al estar tan cerca sentía que podía verlo claramente y se veía más débil que nunca, confundido e intrigado. Los ojos verdes de él parecían escudriñar cada centímetro de su cuerpo y, mientras, parecía como si quisiera acercarse más a ella.
—Sé que esto es atrevido, pero… ¿me permites llevarte a mi cuarto y dibujarte? —preguntó él con temor, sonrojándose, pero demostrando que era algo que él sentía que necesitaba hacer.
—Yo… debo…
Él ni siquiera dejó que Selene terminara de hablar, la tomó por la mano y la arrastró a la habitación al final del pasillo.
Ya en la habitación de Dymion, se sintió totalmente avergonzada. Jamás habría imaginado que estaría en ese lugar, ni en sus sueños más locos, y mucho menos vestida como mujer. El lugar era extraordinariamente limpio y ordenado, con una chimenea que mantenía la calidez del lugar y tenía una enorme biblioteca que la hizo casi dar brinquitos y, sin pensarlo, se acercó a ver los libros.
—Es raro, una mujer a la que le gusten los libros —señaló Dymion acercándose a ella.
—Debería ser lo normal, pero hay muchas restricciones —dijo con pesar—. Creo que a muchas mujeres les encantaría poder estudiar —confesó ella, que sentía un gran dolor cada vez que recordaba la farsa que vivía todos los días.
Él pareció genuinamente interesado en su opinión y se paró cerca de su campo de visión para demostrar que la estaba escuchando.
—Es que… hay muchas mujeres muy inteligentes, pero las leyes no permiten que accedamos a la universidad y mucho menos a trabajos. Tenemos siempre que vivir dependientes de los hombres y aceptando todas las normas que nos imponen. Por eso es que… me oculto entre las sombras, pero me mantengo leal a Samuel —afirmó, mantendría la farsa para intentar defender a Samuel por lo que había pasado la noche anterior con Dymion.
—Oh… ¿Samuel y tú son… algo así como pareja? —preguntó Dymion, un tanto sorprendido.
—Sí. Tenemos una conexión espiritual y física —mintió, cada vez se volvía una mejor mentirosa.
—Ya veo… —fue todo lo que dijo, aunque realmente no parecía decepcionado.
—Estamos enamorados —volvió a mentir Selene.
No sabía de dónde sacaba tantas estupideces. Mentirle a ambos príncipes sobre qué estaba enamorada de su primo Samuel, que, en realidad, era ella misma en su farsa “masculina”, y eso era un enredo tan grande que a veces sospechaba que sería descubierta, porque podría simplemente olvidar algo de tantas mentiras que decía.
—No lo culpo, eres demasiado hermosa. Nunca había visto a una mujer como tú. Es como si con solo verte fuese posible conectar contigo, y esto es la primera vez que me ocurre. Siento que estoy mirando a la más hermosa obra de arte que hubiera visto en mi vida. Y, me atrevo a decir, que incluso dibujándote no podré capturar la belleza de esos labios, de esas mejillas sonrojadas, de esa piel tan blanca que expresa una total pureza del alma, y esos ojos azules, tan profundos como si te perdieras mirando el cielo. Eres como un ángel que ha bajado al plano terrenal —aseguró él, sin dejar de mirarla.
Y en ese momento Selene cayó en cuenta de que sus ojos habían vuelto a ser azules, se había pasado el efecto de la pócima que había utilizado previamente y, si Dymion llegaba a dibujarla y luego Demyan veía ese dibujo, indudablemente la reconocería y vería que había estado mintiendo sobre su color de ojos.
“Las mujeres tienen prohibido usar la magia, y eso incluye cualquier tipo de pócima” —pensó asustada y se volteó hacia otro lado, para evitar que Dymion la viera, mientras pensaba qué hacer.
Él se acercó a ella y no parecía interesado en decirle nada sobre Samuel, sólo parecía querer mirarla fijamente y eso la incomodó muchísimo. Al mismo tiempo, ella no dejaba de pensar en lo mucho que anhelaba olvidarse de todo y besarlo en ese momento, pero se sentía impura e indigna después de lo que había pasado en la habitación de Demyan.
—Su Alteza, debo retirarme —insistió Selene.
—Sólo será un retrato y te dejaré ir. No te seguiré ni veré el camino que tomes para salir de aquí, te juro que no demoraré.
Finalmente, ella accedió, sabiendo que era la única forma de que él la dejara irse.
Le pidió que se sentara cerca de la chimenea, en un mueble tan suave que ella hubiera podido dormirse si se hubiera recostado, y puso frente a ella un caballete. En poco tiempo, ella empezó a ver cómo se movía la mano del príncipe a lo largo del lienzo, certera, precisa, como si de una danza sutil y maravillosa se tratase. Mientras, por la mente de Selene se pasaban imágenes de Dymion acariciando cada parte de su cuerpo, con la misma experticia con la que manipulaba el lienzo.
—¡Ya está! —exclamó él después de unos minutos, mirándola alegremente.
El príncipe tomó el cuadro con total sutileza y lo volteó hacia ella, haciéndola maravillarse de lo hermosa que era la imagen que él mostraba. Nunca había pensado en sí misma como una mujer hermosa, pero ciertamente él había capturado en ese lienzo una imagen de ella que era realmente hermosa.
Iba a decir algo, pero realmente no sabía qué decir.
—Si quieres, puedes irte —sugirió él, con tono apenado, no parecía que quisiera que ella se fuese.
—Nunca me habían dibujado —fue todo lo que Selene pudo decir, sin dejar de mirar feliz el hermoso dibujo que Dymion había hecho.
—No se compara con tu belleza, pero necesitaba hacerlo para inmortalizar este momento en que conocí el arte hecho persona.
Dymion definitivamente sí sabía enamorar a una mujer. La sutileza con la que hablaba y la forma en que sus palabras describían perfectamente lo que cualquiera desearía escuchar, hacían que simplemente ella deseara saltarle encima. Pero se suponía que ella era “pareja” de Samuel y ya había hecho demasiado dejándose hacer esas cosas por Demyan.
—Agradezco sus palabras, Su Alteza —expresó ella, haciendo una reverencia—, pero debo retirarme —esta vez, Selene se levantó sin darle mucho tiempo de decir algo más—. Espero que verdaderamente no me siga, Su Alteza, y tal vez algún día nos volvamos a ver —puntualizó antes de salir de la habitación.
Y así, Selene se metió casi corriendo en la habitación en la que siempre se cambiaba, asegurándose de no hacer ruido para que Dymion no sintiera curiosidad de buscarla.
Quiso ponerse a llorar, pero sólo le salió una plegaria a su diosa, la cual recitó mirando directo a la luna.
—Celen, poderosa diosa que nos ilumina, por favor, no te apartes de mi lado y ayúdame a salir de mis preocupaciones. Tengo miedo, no quiero seguir siendo una mentirosa.
Y, como si realmente la diosa hubiera escuchado sus plegarias, la luna pareció cambiar a un brillo especial.