Celeste
Vivir era una mierda bastante dolorosa, no había parte de mi cuerpo, cabeza, alma o corazón que no me doliera. Era una especie de dolor que se sentía como una enredadera que atenazaba todo dentro y no te dejaba respirar.
Nunca me pude levantar de la cama, no había podido dejar de llorar y no fue hasta el segundo día que tuve las suficientes fuerzas para agarrar el teléfono y llamar a mi papá. Cuando llego y me vio no pregunto, no cuestiono y no dijo nada, solo me cargo como una niña pequeña y me subió al auto, me refugio en su casa y solo ahí pude sentirme un poco protegida.
No fue suficiente del todo, me sentía tan rota.
Cuando entre a mi habitación, cerré los ventanales y las cortinas, no toleraba la luz, me metí en la cama y apague el velador, mi papá dejo mi valija en el armario y se fue después de eso dándome espacio.
Lo agradecí, apenas y podía respirar y odiaba que él me viera así, ni siquiera tenía la voluntad de fingir que no me sentía como lo hacía. Nunca había sentido un dolor como este antes, había tenido el peor dolor que alguien pude atravesar cuando perdí a mi mamá, pero este me estaba consumiendo.
Y no había nada que pudiera hacer.
En este momento hubiera deseado ser una persona diferente, menos sentimental y más dura, menos ingenua y más desconfiada porque siempre que algo era demasiado bueno, raras veces era verdad.
Nunca había sentido el odio en su palabra más estricta, pero en este momento lo hacía, odiaba a Delfina y al padre de Santiago con una intensidad que no era propia de mí, pero lo hacía y no me arrepentía. En la vida iba a entender como alguien podía sentirse bien lastimando deliberadamente al otro, y me costaba comprender como un padre podía querer tanto la infelicidad de su propio hijo, como podía hacer algo así sabiendo lo que causaría ¿no se supone que los padres aman a sus hijos? ¿qué quieren lo mejor y nunca interferirían en su felicidad?
Claramente no, no el al menos.
Lo extrañaba, lo extrañaba tanto.
Mi mejor amiga llego al otro día de que estuviera en casa, intento hablar conmigo, fue inútil. Cuando llego, la realidad me cayó encima, Santiago a esta hora, ya estaba casado y el dolor de todo lo que perdimos, todo lo que pudimos ser me golpeo con fuerza. Porque no solo se había casado con alguien más, iba a ser padre y por más que supiera que lo hacía obligado y no la amaba, no atenuaba para nada lo que estaba sintiendo en este momento.
No solo había perdido al hombre que había amado durante toda mi vida, también, había perdido a mi mejor amigo.
No tenía noción de que día era, si era de día o de noche, tenía los ojos tan hinchados que a penas y los podría abrir. Estaba tan cansada, lo único que quería era dormir, dormir mucho, dormir mi cabeza y dormir mi dolor.
Escucho pasos y la puerta abrirse, mi amiga entro y abrió las cortinas, la luz cegadora del sol filtrándose me hiso gemir del dolor y me tape los ojos con la mano evitando las punzadas que eso provoco en mi cabeza.
―Cele…
―Cerralas por favor― me di vuelta en la cama, la escuché murmurar algo, unos segundos después la habitación volvió a estar a oscuras. Suspiro, derrotada y se fue, me volví a quedar dormida.
Era la única manera de no sentir tanto dolor y tanta tristeza.
Además, si dormía soñaba y en mis sueños la realidad no era esta, era más tranquila y mejor, ahí no sufría, no dolía y en esa realidad, aunque fuera efímera no había perdido para siempre al amor de mi vida.
Las horas pasaban y cada vez me sentía peor, quería levantarme, quería volver a ser yo, porque sentía que si seguía en este espiral de autocompasión no iba a salir más. Pero de nuevo, no podía, no tenía la voluntad suficiente para hacerlo, asique después de volver a llorar me quede dormida otra vez.
Me sentía tan agotada.
La puerta se abrió, los pasos de mi papá me despertaron, pero no pude abrir los ojos, menos cuando prendió la luz del velador, fue verdaderamente doloroso, no pude decirle que se fuera, que quería estar sola.
No a él.
―Mi amor― dijo de forma suave y cariñosa, como si supiera que hasta el mínimo tono de voz me dolía―. Te traje la cena.
―Estoy muy cansada, papá― sentí su mano acariciar mi mejilla, abrí solo un poco los ojos, al menos todo lo que la luz me permitió y me sentí una mierda, el dolor en sus ojos me termino de romper más.
―Lo sé, mi amor― la dulzura en su vos, la forma en que me miraba, no podía hacerle esto a el―. Pero tenes que comer algo― puso la bandeja en la cama y me miro―. Solo dos bocados, nada más, luego podés seguir durmiendo.
No sé de donde saqué fuerzas, pero me senté en la cama y vi como el hombre que daría el mundo por mí me alimentaba como cuando era una nena y estaba enferma, quise llorar de nuevo, pero me contuve. Fueron solo dos bocados como me dijo, no podía más, tenía el estómago cerrado y la garganta seca. Mi papá no presiono por mas, luego de eso me dio un beso en la frente, apago el velador y se fue.
Volví a meterme en la cama y llorar, supongo que me quede dormida, agotada y llena de dolor.
Al séptimo día, junte las fuerzas suficientes para levantarme de la cama, fui al baño y me pare frente al espejo, quise llorar cuando vi la imagen que me devolvía, no me reconocí, y no porque tuviera los ojos tan hinchados que podrían salirse o por la palidez de mi piel, sino porque sentí que me estaba perdiendo a mí misma.
Sentía dolor mí, sentía dolor por él y por lo que no nos dejaron ser.
Abrí la ducha y mientras el agua se ponía a temperatura me lave los dientes, hacia demasiado calor para una ducha caliente asique la tome tibia, me desnude y me metí bajo la lluvia esperando que el agua se llevara todo el dolor y la tristeza que estaba sintiendo.
Como una especie de purificación.
Era una estupidez, nada era tan fácil, esto era la vida real, no un maldito libro de amor, donde todo se supera a pesar de las adversidades, no, la vida era otra cosa y no era tan sencilla.
Sus ojos se colaron en mis pensamientos, extrañarlo, amarlo era demasiado dentro mío, Santiago me dolía porque, a pesar de todo, era quizás una de las personas más buena y reales que conocía y sabía que esto estaba destrozándolo. Que su propia familia lo condenara de esa forma, temía por la versión suya que iban a crear una vez el dolor menguara.
Pero en este momento no podía con mi propia vida menos preocuparme por la suya, en definitiva, las cosas ya estaban hechas y no había vuelta atrás.
Media hora después estaba bajando las escaleras, la casa estaba en silencio, no había rastros de nadie en la sala o la cocina asique fui hasta el patio. Ese era mi lugar favorito de toda la casa porque estaba justo frente al mar, mi papá había puesto una mesa con sillas y a un costado un juego de sillones para descansar, incluso había una hamaca que era donde yo pasaba las tardes leyendo.
Los encontré sentados desayunando, ambos me miraron cuando abrí la puerta, me acerqué y me senté en la mesa.
― ¿Puedo tomar mate con ustedes? ― pregunte, absorbiendo el viento y el olor del mar.
―Claro que si― dijo mi papá mientras se levantaba con el termo en la mano―. Voy a calentar más agua, hay medialunas y los churros que te gustan.
Sonreí por primera vez en lo que me pareció una eternidad.
― ¿Cómo estás? ― pregunto mi amiga después de un rato en silencio.
―No lo sé, no estoy bien― confesé, una verdad demasiado evidente―. Pero quiero intentarlo, quiero salir de este pozo en el que me metí.
―A tu tiempo, cariño― tomo mi mano―. Es solo una cuestión de tiempo, el dolor que sentís ahora no va a durar para siempre.
Quise con todas mis fuerzas creer que sería así, aun cuando no estaba tan segura.
―Gracias por estar acá.
―No había otro lugar en el que tenía que estar cele, sos mi mejor amiga, nunca, nunca iba a dejar que pases por algo así sola.
Mi papá volvió minutos después con el termo lleno de agua caliente y empezó una ronda de mate en donde él y mi amiga hablaron de las tonterías más grandes con tal de hacerme sonreír.
Los escuche, los mire, los ame más que nunca.
Mientras las horas y los mates iban pasando, respire profundamente, contemple el mar, la playa, deje que mis pulmones se llenaran nuevamente y me reí fuerte, con ganas por una tontería que habían dicho.
Por primera vez en muchos días me sentía con vida y como yo otra vez, aunque fuera solo por momentos, por ahora, para empezar, bastaba.
El camino iba a ser largo, aun me sentía un poco rota y reprimía las ganas de llorar que de a ratos me invadían, pero como una vez alguien dijo, nadie se muere de amor y yo no iba a ser la excepción.