Respiré aliviada cuando se dio el veredicto final, recuperé la compostura y dejé de temblar. Culpable. Culpable como el pecado. Miré a mi padre, que me miraba fijamente mientras lo escoltaban fuera de la sala. Me quedé con la mirada perdida hasta que oí que las puertas dobles se cerraban con fuerza. —Estoy muy orgullosa de ti, Silvia—, sonrió Melissa, tirando de mí para abrazarme. —No puedo creer que por fin haya terminado—, suspiré, sacudiendo la cabeza, frunciendo el ceño al notar que ella fruncía el ceño. —¿Qué pasa? —Assper viene hacia aquí—, murmuró mientras yo ahogaba una carcajada. —¿Assper!— susurré mientras ella soltaba una risita. —Es un culito, míralo. Un arrogante. —Prometió que aparecería y lo hizo—, musité para mis adentros mientras ella asentía a regañadientes. —¿