Capítulo 5: La frialdad en su voz.

1154 Words
★ Daiana Debería haber seguido el consejo de Daniel de no involucrarme con ese maldito coleccionista, pero se atrevió a meterse con mi amiga, y eso es algo que no puedo dejar pasar. Decidí visitar a la familia de Angie. Al llegar, encontré a su madre destrozada, aferrada al brazo de su esposo, sollozando sin consuelo. —Lo siento mucho —dije mientras me acercaba a ella, quien me abrazó con una fuerza desesperada. —¿Por qué mi niña? Era tan buena, siempre rodeada de buenas amistades… era especial… —sus palabras se quebraron al notar cómo la sujetaba con firmeza. Sus lágrimas caían sin cesar, y yo, sin soltarla, simplemente observé. Pasé la tarde con ellos. El coleccionista lleva más de diez años matando mujeres sin que nadie pueda capturarlo. Mi ambición como periodista me dice que puedo hacer algo al respecto. Sin informarle a Ricardo, mi ardiente detective, me dirigí a la estación. Lo busqué por todas partes, incluso pregunté a sus compañeros hasta que lo vi conversando con una joven. Su expresión era de molestia, pero no podía saber si se debía a ella o a la llamada que sostenía con el teléfono pegado a su oreja. Cuando me vio, alcé la mano en un saludo. Él, con una mirada intensa, me indicó que esperara un momento. Me senté en una de las sillas, observando cómo él terminaba de hablar con la mujer antes de acercarse a mí. Su presencia emanaba un poder absoluto, una sensación de control que lo envolvía por completo. —¿Qué haces aquí? —preguntó, fijando sus ojos en los míos. Su voz era suave, pero cargada de una amenaza subyacente. —¿Estás muy ocupado? Necesito hablar contigo… es sobre el caso —respondí, intentando mantener la calma. Él asintió lentamente. —Claro, acompáñame. Su mano se posó en mi cintura mientras caminábamos hacia su oficina. Abrió la puerta y me invitó a pasar, yo tomé asiento frente a su escritorio. Él lo rodeó y se sentó en su silla, observándome con interés. —¿Cómo va el caso del coleccionista? —le pregunté, tratando de ocultar la ansiedad en mi voz. —Bueno, supongo que mis colegas ya te informaron en la escena del crimen… Lamento lo de tu amiga —dijo, tomando mi mano con una frialdad calculada, casi como si estuviera midiendo mi reacción. —Sí, Angie murió… era mi mejor amiga, ¿cómo lo supiste? —Soy detective, ¿lo recuerdas? Estuvimos investigando las conexiones entre los casos anteriores y este. Tu amistad con ella salió a relucir. ¿Está de más pedirte que te mantengas alejada del caso? —preguntó, apretando mi mano con un toque de fuerza ligera, como un aviso. —No, no lo haré. Ese maldito asesino mató a mi mejor amiga, y no voy a quedarme de brazos cruzados esperando que el nombre de Angie se sume a la lista de ese degenerado —grité, sintiendo la rabia arder en mi interior. Él sonrió, pero su sonrisa no tenía nada de consuelo; era como si disfrutara de mi frustración. —Sabía que dirías eso. Nunca aprendes, ¿verdad? —Dime, ¿qué sabes? ¿Qué has averiguado? —insistí, necesitando respuestas. —No mucho, pero parece que el coleccionista está alcanzando la perfección en su obra de arte. —Eso es lo que noté —saqué mi libreta de dibujo y le mostré los bocetos—. Mira, este es el primero, y este es el último. —¿Qué ves en esos dibujos? —preguntó, con su mirada escudriñando cada línea, cada detalle con una precisión inquietante. —Este era uno de sus primeros asesinatos. Al principio, no exhibía los cuerpos. —Quizá le daba vergüenza —comentó Ricardo, con una sonrisa que me heló la sangre—. Mira esto. Sacó una carpeta y me mostró fotos de las víctimas, de sus cuerpos mutilados, tratadas como piezas de una macabra colección. —Esta fue su primera víctima. Era una mujer caucásica, alrededor de dieciocho años. Nunca se supo su nombre porque nadie la reclamó, y no aparecía en los registros. Pero me imagino que es la mujer de tu dibujo. Fue enterrada, y como te darás cuenta, quizás solo era un ensayo para el asesino, aún no encontraba la perfección —Ricardo observó las fotografías con una calma perturbadora, como si estuviera evaluando una obra de arte imperfecta, frustrado por los defectos. —Sí, las primeras víctimas tenían uñas y cabello cuando las encontraron, pero las últimas no. ¿Por qué les quita esas partes? Algunas ni siquiera tenían dedos… —¿Alguna vez has visto una mariposa con cabello largo, dedos o con uñas? —Ricardo murmuró con unasonrisa escalofriante—. Me pregunto si existirá una con pelo largo… —sus palabras me hicieron esbozar una sonrisa, aunque el tono era terriblemente siniestro. —Debo irme a casa. Si averiguas algo más, me lo dirás, ¿verdad? —Claro, no tengas la menor duda. Pero recuerda, no puedes filtrar la información confidencial que te doy a la prensa, ¿lo sabes, verdad? —Sí, lo sé. ¿Te veré esta noche? —me acerqué a él, buscando consuelo en su cercanía, pero también intentando calmar el temor que crecía en mi interior. —Tengo cosas que hacer esta noche, quizás llegue en la madrugada. —Siempre me visitas en la madrugada… ¿eres un vampiro? —Algo así… sabes que tengo mucho trabajo, y ser detective no es tarea fácil. Trataré de llegar antes. Asentí. —Perfecto, te veo luego. Me incliné y lo besé. Él me correspondió con una intensidad que me dejó sin aliento. Al salir, no podía dejar de pensar en él. Aunque algo en su forma de ser me inquietaba profundamente, no podía negar el deseo que sentía. La verdad es que no me molesta que me visite en la madrugada, porque cuando lo hace, me da el mejor sexo, llevándome a un lugar donde la realidad se difumina en placer. Mientras caminaba hacia la salida de la estación. La presencia de Ricardo era tan poderosa que lograba eclipsar la realidad, haciéndome cuestionar mis propias decisiones. ¿Cómo podía sentir tanto deseo por un hombre que me desconcertaba de tal manera? Había algo en él, algo oscuro que me atraía, como una polilla hacia la luz, sabiendo que me podía quemar en cualquier momento. Al llegar a la calle, el frío de la noche me golpeó, devolviéndome a la realidad. Las luces de los autos que pasaban iluminaban brevemente mi rostro, reflejando en sus destellos la confusión que sentía. ¿Por qué no podía apartar de mi mente la idea de que Ricardo sabía más de lo que decía? La manera en que describía las escenas del crimen, cómo sus palabras parecían despojar de humanidad a las víctimas, reduciéndolas a simples objetos de una colección, era inquietante.

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