★ Daina.
El sonido del teléfono rompió el silencio de mi habitación como un disparo en la noche. La luz de la pantalla iluminó la oscuridad y, en medio de la somnolencia, alcé la mano para responder. Era Andrés, mi jefe en el periódico.
—¿Dónde demonios estás? —su voz era un rugido en mi oído.
—¿Qué hora…? —ni siquiera terminé la pregunta cuando su grito me hizo saltar del sobresalto.
Me giré hacia el lado de la cama, encontrándome con Ricardo, un tipo con el que tenía encuentros ocasionales. Su respiración tranquila y el cuerpo desnudo me hicieron recordar que no había tiempo para nada más.
—No importa la hora, mueve tu maldito trasero al periódico. El coleccionista acaba de asesinar a una nueva víctima. Necesito que corras, tenemos que tener la primicia. Otros lo están cubriendo ya.
Con un gruñido, me levante de la cama, sintiendo el frío de la mañana en mi piel aún desnuda. Ricardo, mientras tanto, contestó una llamada en su móvil, colocándose boxer mientras se ponía de pie. Yo le colgué la llamada a mi jefe no estaba de humor.
—No te preocupes, iré de inmediato —dijo, su tono era más relajado que el mío.
Colgué la llamada y me dirigí rápidamente al baño. No iba a presentarme en la escena del crimen con el olor a sexo pegado a mi piel.
Ricardo me siguió y entró al baño conmigo. Me llevó contra el lavabo, sus labios encontraron los míos con una desesperación que no era de un amante, sino de alguien que entendía la urgencia y el peligro.
—Si me retrasas, mi jefe me matará, ¿sabías? —pregunté entre besos.
—Sí, y el mío también. Terminaremos juntos en el infierno, pero ahora te llevaré al cielo —respondió, con arrogancia y deseo.
Nuestros cuerpos se encontraron en una danza frenética. La combinación de agua caliente y la fricción de nuestra piel aceleraron nuestros movimientos. Sus manos eran firmes y su respiración entrecortada, mientras mis gemidos llenaban el baño. Cada toque estaba llenó de urgencia y pasión salvaje, como si el mundo pudiera acabarse en cualquier momento y debíamos aprovechar al máximo nuestro tiempo juntos.
Finalmente, cuando nos calmamos, Ricardo comenzó a vestirse con una desfachatez que casi me hizo sonreír.
—Me asignaron el caso del coleccionista. Al parecer, el detective que llevaba ese caso fue transferido —comentó con un brillo de satisfacción en sus ojos.
—Oh, estoy trabajando en ese caso —dije, acomodándole la chaqueta y dándole mi collar para que lo pusiera. —¿Me seguirás pasando información?
—¿Te gustan las mariposas? —preguntó, viendo el collar que llevaba. Sus dedos movieron mi cabello para ajustar el collar en mi cuello.
—Sí, me encantan. Mi padre solía decirme mariposita cuando era niña.
—Creo que le agradarías a nuestro asesino —mencionó, mientras yo tomaba el dije entre mis manos, escondiéndolo bajo mi blusa. —Lo que menos quiero es llamar la atención de un asesino en serie.
Ricardo sonrió de lado, un gesto que no me tranquilizó.
—¿Te veré esta noche? —preguntó, mientras terminaba de vestirse.
—Eso espero. Sabes que no es nada seguro, además dijimos que…
—Sin compromisos, lo sé. Solo ten cuidado, ¿ok? —mencionó, mientras terminaba de abrocharse la chaqueta.
—Lo tendré. Cuando salgas, cierra la puerta —le dije, girándome para comenzar a peinarme.
A través del espejo, lo vi marcharse. No tengo novio.
Tengo sexo con un detective, pero no estamos en una relación. Él hace su vida y yo la mía. No creo en el amor. Mi madre abandonó a mi padre cuando yo era niña y, después, mi padre fue asesinado por un asaltante en una tienda. Mi vecina me crió y creo que lo único que tengo de mi padre es mi dije de mariposa. Pienso que él me lo dio, pero la verdad no recuerdo mucho; solo era una niña molesta con la vida porque no tenía a nadie. La mayoría de mis recuerdos de esa época desaparecieron. Dice la psicóloga que, cuando algo es traumático, nuestra mente bloquea esos momentos en la infancia, y creo que bloqueé mis recuerdos. ¿Qué mejor que eso? Pero también dicen que uno no sabe realmente lo que es la verdadera felicidad si nunca ha sufrido en la vida.
Mi padre solía decirme "pequeña mariposa", ya que yo amaba las mariposas. Aunque ahora, con este asesino en serie, no me gusta decir que las amo. Soy reportera y en las calles veo muchas cosas horribles y estar en la mira de un asesino en serie me da escalofríos solo de pensarlo.
Tomé mi libreta de dibujo y uno de mis lápices y los guardé en mi bolso.
Salí de casa, cerrando con llave, y subí a mi auto. Al llegar al vehículo, me sorprendí al encontrar una cajita blanca con un moño rojo en el asiento del conductor. ¿Un regalo?
Miré a mi alrededor, esperando que el que dejó la caja apareciera mágicamente.
—¿Quién? —pregunté en voz alta, abriendo la cajita. Dentro, encontré un marco con una mariposa disecada.
Llevo días recibiendo estos obsequios. No traen remitente ni indican quién los envía. La mariposa disecada en el pequeño marco era una Morpho peleides, una especie exótica que es muy valorada por los coleccionistas. Me estremecí al pensar que la persona que estaba detrás de estos obsequios sabía que esta mariposa valía una fortuna.

Mi mente se disipó cuando mi teléfono volvió a sonar. Era el odioso mensaje de Andrés.
«Daina, ¿qué demonios esperas para mover tu maldito trasero a esta oficina? ¡Muévete de una vez!»
Odiaba a mi jefe. Decidí no responder el mensaje y lancé la caja al asiento trasero. Al llegar a casa, la pondré con el resto. La colección de mariposas disecadas estaba creciendo y comenzaba a asustarme. Antes, solo las dejaban en mi trabajo, pero ahora, estaban en mi auto. Y eso no estaba allí ayer. Así que la persona que las dejó sabía dónde vivía.
Me sacudí el sentimiento de inquietud y me dirigí al periódico. Sabía que la mañana sería larga, llena de prisas y presión. Pero lo que más me preocupaba no era la presión del trabajo, sino la creciente sensación de que alguien, o algo, estaba jugando un juego muy peligroso conmigo.