Realmente lo merezco

1662 Words
ANDREA La verdad era que este día estaba resultando ser un verdadero caos. Ya no quería estar aquí, ni en ninguna parte, me sentía como un pez fuera del mar. Mientras veía mi reflejo, era clara la sensación. Yo no pertenecía aquí. Mi ropa estaba gastada, pese a ser mi mejor vestimenta, mis zapatos estaban comenzando a deshilacharse por el uso recurrente de las caminatas, mi maquillaje era terrible y la versión que veía era la peor que tenía en años. Mis lágrimas comenzaron a deslizarse una a una. Las limpie desesperada, enjuague mi cara. ¡Ya deja de llorar Andrea! “Hoy es un gran día, Leonardo te invitó a salir como su pareja, así que, ve las cosas positivamente, él te está eligiendo hoy a ti, ¿Puedes disfrutarlo, aunque sea solo por esta ocasión?” Me repetía a manera de regaño, no podía dejarme caer. Tenia que esmerarme por sonreír. Pero lo cierto era, que en algo tenían razón, yo no hacía juego con alguien como él. -Disculpa, ¿Crees que puedan limpiar aquel baño?- dijo una mujer que salía de uno de los sanitarios – Por que ahorita que me asomé, vi que estaba indispuesto, gracias- Dijo la mujer joven mientras contorneaba rumbo al lavamanos, retocó su maquillaje y se fue Vaya, si ella creía que yo era de servicio, qué creerá la gente de él. No quería que él se viera afectado, ya suficiente tenía con saber que su empresa peligraba en las manos de mi papá, ahora con esto su imagen se vería dañado. ¡No! Tenía que regresar a casa. Tal vez ahí si podía hablar con él. Ya había llegado el momento. No había marcha atrás. Me dirigí a la mesa, pero mientras caminaba los comentarios y las miradas eran fuertes… evidentes. Aunque los entiendo, una chica como yo, vistiendo harapos en un lugar como este, era totalmente lógico. Me acerqué a él, sin siquiera sentarme. -¿Crees que podamos ir a casa?- le dije mientras veía al suelo. No sé por qué me sentía tan poca cosa. -Lo siento, pero tienes una reservación en un spa- me dijo, a lo que instintivamente respondí. -¿Cómo?- -Te dije, que te intentaría devolver algo de lo que no te he podido brindar en estos meses, así que, festejemos tu cumpleaños como se merece, ¿De acuerdo?- -Leonardo, yo… de verdad te agradezco lo que hacer por mí, pero…- -Descuida, me encargaré de los por menores, vamos- Me dijo. Me sentía fuera de lugar, esto no era para mí. Me sentía halagada, de cierta manera, que me quisiera hacer sentir “especial” en mi cumpleaños, no obstante, prefería algo más cotidiano. Caminamos hacia la salida, cuando comencé a sentir su mano intentando sacar la mía. Mi corazón comenzó a palpitar fuertemente, aunque tomarla sería rebajarlo a él, no se lo merecía. Así que aparte su mano de la suya era lo ideal y más después de los comentarios que escuchaba cuando pasábamos entre algunas mesas. Comencé a adelantarme, aunque su mano me detuvo por el antebrazo. -No hay prisa, tenemos todo el día- -No lo entiendes- Llegamos a su carro y subimos. -¿Conoces a las que estaban sentadas en las mesas?- Me negué. Por que la verdad era que no las conocía, no tenía ni idea de su presencia, pero ellas si sabían quien era, como el resto de la alta sociedad, solo era la bastarda de Antoine Welshman y no tenía problema con eso, ya me había acostumbrado a escucharlo por años, durante mi estancia en la escuela. No sé en qué cabeza cabía la idea de que merecía la misma educación que mis hermanos, cuando lo único que pase fueron vergüenzas, dificultad para socializar. Odiaba la escuela, no por sus maestros, lo detestaba por lo que tenía que soportar, porque tuve la oportunidad de conocer la escuela de punta a punta, para esconderme de las travesuras que mis hermanos programaban para mí. Yo, los entendía. Comprendía su odio. Pero creo que no lo merecía. Yo no tenía la culpa de estar, de ser descendiente. Había incluso rogado por poderme retirar mi apellido, sin embargo, mi padre se había negado, amenazando a cualquier abogado en la ciudad que me asesorara. Al parecer, era como un castigo, del que no sabía cual era el pecado. Bueno, si lo sabía. Nacer. -Andrea- -Leonardo, ¿Crees que podríamos hablar?- -Por supuesto, pero tendrá que ser en la cena porque hoy serás consentida- -Sinceramente, no…- -Es aquí- Me dijo interrumpiendo mi última frase. Era un edificio de tres pisos, elegante con tonos blancos, fríos. Un edificio simple por fuera pero un interior monumental, era de un estilo modernista tan agradable a la vista que transmitía tanta calma, con sus fuentes en forma de cascadas en el recibidor, con sus aromas tan naturales. Era fantástico. -Buenas tardes, ¿tiene alguna reservación?- Dijo una joven mujer vestida con un vestuario tipo quirúrgico blanco. -Si, a nombre de Andrea Welshman- Dijo él, aquella mujer abrió los ojos de par en par, como si mi apellido resaltara la importancia de la atención. Me giré a verlo, él solo me sonrió y me dijo que regresaría dentro de un par de horas. Aquella señorita me llevaba por los pasillos del lugar, hablando sin cesar sonriendo como intentando quedar bien. Me llevó a un área en el segundo piso, fantástico con un olor vainilla, no era fuerte, si no, agradable, perfecto para el lugar. Me pidieron retirarme la ropa y colocarme una toalla para iniciar una sesión de masajes. Admito que se sintió increíble, jamás me había sentido tan consentida en mi vida. Jamás había sentido algo así, era agradable, fantástico y perfecto. No sabía que algo así, se pudiera sentir muy bien. Cuando terminamos ahí, me acompañaron al primer piso, para comenzar con un cambio de imagen. Me sentaron en una silla frente a un espejo, sé que para muchos esto es algo continuo, pero en mi caso, solo lo había vivido cuando tenía a mi abuelita, que era quien me llevaba a lugares similares, no tan ostentoso, aunque si lo recordaba bien, el último había sido un regalo de la señora Eloise, la mamá de mi amigo, quien me llevó al salón como regalo de dieciséis, pero tampoco era un lugar como este. Me parecía increíble todo el entorno. Me llevaban de un lado a otro, entre mascarillas, corte, lavado y secado de pelo. Me sentía consentida y pese a mi descuido personal, en ningún momento, ninguna de ellas me veía con indiferencia, al contrario, todo el tiempo me sonreían, me procuraban. Me llevaban fresas con chocolate, limonadas, por que les rechacé el vino. La verdad, es que me sentía… rara, si es que era una manera de decirlo. Era fantástico tener toda esta atención. Atendieron mis manos, mis pies, que me avergonzaban terriblemente, no por que estuvieran sucios o no pusiera atención en ellos, por que siempre las cortaba, las limaba cada que tenía oportunidad, sin embargo, si se veían opacas, como lo era piel y rostro. Entre secadoras, cepillos, pinceles, cera para depilar, dejé que hicieran con mi cuerpo miles de movimientos, algunos delicados, otros ligeramente agresivos, pero jamás había visto tanta gente a mi alrededor. Vaya, jamás había tenido tanta atención. -Señorita Welshman, está usted lista- Dijo una mujer joven detrás de mi, girando mi asiento para mostrar mi reflejo en aquel espejo. … Me veía… No podía reconocerme. Mis ojos comenzaron a enrojecerse. Me veía… Simplemente fantástica. No sé cuánto tiempo había pasado, pero definitivamente, no fueron dos horas. -El señor Gallucci la espera en la entrada- Me dijo una de ellas y me acompañó a la entrada. -Espero que no te haya hecho esperar mucho- le dije cuando vi su figura en la entrada del lobbie, a lado de uno de los muebles blancos que adornaban la sala de espera con el teléfono en su oreja. Cuando Leonardo se giró a verme cambio drásticamente su rostro. Guardó su teléfono, sin siquiera verlo. Sus ojos estaban en mi. Estaba… no sé, jamás había visto el rostro de un hombre, así como el de él… tal vez, podría llegar a compararlo con los novios cuando ven a la novia caminar por el pasillo, lo había visto en algunas ocasiones, cuando comenzaba a tomar fotos, sus rostros eran fascinantes, cargados de tantas emociones encontradas. Aunque con Leonardo, era… no sé. Jamás había visto a alguien tan sorprendido, con una mirada tan profunda, sin habla. -Te ves… trés jolie - -Gracias- le dije mientras escondía mi rostro entre mis hombros, sentía que mis mejillas se ruborizaban -Ya estás a mi altura- dijo, girándose -vámonos- Tenía razón, ahora sí me veía como una mujer decente. De esta manera en la cena que tuviera con él no lo humillaría tanto con mi presencia, ahora solo desearía tener un vestido decente, pero bueno, no se puede tener todo en esta vida. Cuando llegamos a casa un arreglo de rosas rosa palo, una caja blanca, una bolsa grande estaban abordándome en la sala, que era la habitación inmediata al abrir la puerta. Mis ojos se abrieron de par en par. Aquello era… ¿Qué hice para merecer tantas atenciones el día de hoy? Ahora me sentía irracionalmente mal, por que él estaba siendo amable y yo… yo le seguía ocultando las cosas. Ahora si me sentía una vil escoria. -El vestido, los zapatos y el arreglo son tuyos. Feliz cumpleaños esposa mía- me dijo mientras tomaba una de mis manos y besaba mi palma. Gesto que me hizo ruborizar e incrementar los latidos de mi corazón. Este hombre era fantástico. ¿Por qué no podía enamorase de mí? ¡Basta Andrea! Tu mejor que nadie sabe lo que estás haciéndole, le estás mintiendo, estás poniendo en peligro todo por lo que el ha trabajado, estás… Solo un momento más. Quiero ser feliz un rato más. Quiero sentir que… Realmente lo merezco.
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