Lluvia, paraguas y la comisura de sus labios

1853 Words
LEONARDO -Leonardo, creo que puedo aceptar la oferta, con una condición - dijo ella en un coqueteo muy sutil. Imaginaba para donde iba toda la situación. - Es una buena oferta, lamento que no sea suficiente para ti - - ¡no!, o sea, si, me agrada la oferta, pero...- - Deberías hablarlo con mi agente - -Acéptame una comida y platicamos los términos del contrato – me dijo –adelante–le dije. Fuimos a comer a un restaurante elegante, donde a la gente como ella le encantaba estar. Danna era una compañera de la preparatoria que había comenzado su camino por el modelaje, era guapa y tenía pose natural para las tomas, lo cual era esencial al momento de trabajar. No era diva, era fácil de trabajar con ella, era muy profesional, sabía hablar prudentemente y sabía darse a respetar. No obstante, algo era tangible, ella había estado intentando acercarse a mi desde que Alondra había terminado nuestra relación, sin embargo, yo no me sentía en la disposición de entablar un compromiso con alguien del círculo cercano a ella, hasta ahora. La comida a su lado era agradable, tenía temas de conversación variada, era encantador estar con ella, digamos que si uno quería aparentar algo para darle de que hablar a la sociedad sería con alguien como ella. Admitía que no me era indifrerente, a decir verdad, si bien era real, podía acercarme a ella bajo otras circunstancias, pero... -¿Andrea?- -¿Cómo? - me preguntó ella, pero es que todo paso tan rápidamente que a pesar de disfrutar su compañía, siempre había alguien que ajustaba mis pensamientos. Desde el momento en el que la conocí, mi mundo se descompuso, era su inocencia tal vez, o su forma tan meticulosa de ser la que cautivaban cada parte de mi mente y todos los días era una tortura tener que lidiar con ella, con su presencia, con su mirada, con su sonrisa, con su notable inteligencia. Demonios, su sola presencia me paralizaba. - Dame un minuto – le dije y me retiré. Estaba seguro de que era ella, así que volví a llamarla, ella se giró. Me acerqué a ella. Su mirada estaba perdida pero cuando se enfocó en mí, podría casi jurar que mis emociones eran recíprocas, pero sabía perfectamente que no era así, ella era igual que su hermana, que toda su familia, eran unos manipuladores, pero esta vez no me iba a dejar. Ella no perdía su mirada de mí y su maldita sonrisa era increíble, tan transparente, profunda, cautivadora. Dios, no sé cómo he tenido la fortaleza para mantenerme al margen. Su mirada está perdida en mí, tanto como yo en ella, sin embargo, había algo en su mirada que no me agradaba, era una mirada profunda, pero no provocativa, no sé si había una situación detrás de aquellos ojos, pero ¿Qué? Cuando de un momento a otro sintiera que era consciente de mi presencia que cambió radicalmente su mirada, a una iluminada, ofreciéndome una ¿Nieve? Comencé a reír para mis adentros, realmente esta mujer era espectacular, por mi esa nieve podía vaciarla encima de ella. ¿Qué demonios estoy pensando? ¡Carajo! A final de cuentas es mi esposa y no puedo tener contacto por más atracción que sienta hacía ella. Pero desde anoche, me he dado cuenta de que el simple roce de sus manos hacía en mi físico cambios drásticos en mis latidos, en mi respiración, la calidez de su mano, su esencia era algo que ... no podía explicar, por qué en el pasado jamás me había sucedido algo similar. Con ella era una extraña sensación que me agradaba, era como una droga, deseaba poder probarla, pero podía perder la cabeza, el juicio y llevar a quiebra todo por lo que había trabajado. Ella estaba haciendo en mi un estrago, pero también tenía la teoría que si la probaba ya no tendría por qué sentir atracción alguna. -Yo la invito- Dios seguía hablando, y yo perdido en mis pensamientos. Éramos como dos niños jugando a ver quién daba el primer paso. ¡Basta! ¿En qué demonios estás pensando? Era evidente que yo sentía una atracción tangible por ella, pero no era en el mismo sentido, ella solo buscaba salirse de casa y darle una lección a papá, yo era un capricho. Era talentosa, lo admitía, era agradable tenerla a mi lado, sentir su presencia, aunque en pocas veces coincidíamos, aunque algo ya no me estaba cuadrando, estaba llegando a altas horas de la noche, más tarde que lo de costumbre, tanto que incluso por las mañanas tampoco la veía. ¿En qué andaba metida? ¿Sería capaz de tener una aventura con alguien? ¡Que ni se le ocurra, porque me conocería! Pero ella todavía ayer me había dicho que no. Me confundía y me encendía tan solo la idea de que alguien más tuviera lo que por ley me correspondía. ¡maldita mujer! ¿Qué me estaba haciendo? De la nada mencionó unas nieves que estaban exquisitas, dudo que le pudieran quitar el lugar a ella. ¡basta! -Leonardo- ¡maldita sea! Me había olvidado de ella quien seguía esperándome en el auto con mi chofer. Demonios, se supone que Andrea no tiene ni la menor idea de quién soy yo, cuando me giré a verla, pude notar ... ¿Decepción? Pero ¿Por qué? Aquella mirada, por alguna extraña razón me dolía, sus ojos ya no estaban puestos en mí, si no en mi acompañante. Si había diferencias abísmales entre ambas. Abísmales. El rostro de Andrea había cambiado ligeramente, se veía... Ella se despidió con una sonrisa apagada, se giró. Esa sensación de vacío se apoderó de mí, que intenté detenerla, pero al reaccionar en lo que estaba haciendo, la solté, ella respondió a mi pregunta con una evidente respuesta. Alejándose de mi lado. Le marqué al chofer. -Llévala a la oficina, por favor y regresas por mi – le dije y colgué. La localicé con la mirada, no había avanzado tanto, así que me apresuré a alcanzarla. Ella parecía impresionada de verme, pero al menos ese atisbo de alegría en sus ojos me causaba felicidad. -Leonardo- hasta que escuché su voz ligeramente atenuada unos pasos atrás de mi. Se que probablemente estaba confundida, pero inclusive, yo también lo estaba. No sabía lo que me estaba pasado, sin embargo, el verle ayer con su mirada apagada fue … más difícil para mí que para ella, yo me aferraba a quererla humillar lo más que podía, enseñarle una lección, pero sus expresiones eran tan transparentes que me causaba incomodidad. -Yo no sé dónde es, así que por favor…- le dije, quería eliminar ese rasgo de incomodidad que se presentaba entre nosotros. -Leonardo, no quiero ocasionarte problemas- imaginaba que lo decía por la presencia de Sophia. -¿Con? Eres mi esposa, ¿no?- ¿Por qué le decía eso? Si, estaba de acuerdo, estábamos casados, pero solo era un papel con un contrato nupcial, no lo éramos realmente, ella no compartía mi compañía cada noche como pareja, si no, como dos conocidos que convivíamos bajo el mismo techo, no obstante, quería que estuviera tranquila. -Bueno… si, pero…- -No le veo el inconveniente entonces- Le dije para terminar todas las especulaciones, no quería dar explicaciones. -de acuerdo- me dijo, mientras sonreía levemente. Desde que la conocí, tenía que admitir que me cautivo con sus ojos y su sonrisa. Ella comenzó a conversar casi de manera instantánea, era como si no quisiera escuchar mi voz en absoluto, era algo contradictorio, hasta que noté que la lluvia comenzaba a caer con mayor proporción, por lo que ella me indicó correr hacia la parada del transporte público que estaba cerca. Una estructura metálica amplia que servía como refugio para varias personas. -Lamento que tengas que mojarte- me dijo, lo cual ignoré, así que comencé a preguntarle por su abuelo, pero noté un pequeño cambio en su persona, su expresión corporal era distinta, más rígida, pero, ¿Por qué? No obstante, sus respuestas eran normales, por lo que muy probablemente serían puras ideas mías, no obstante, yacíamos ahí de pie, atrapados entre la multitud hasta que una llamada entró a mi móvil mientras me adentraba entre las personas, no quería que se entrometiera en mis asuntos. Era mi chofer. Justo a tiempo, pensé. -Señor, la señorita se niega a bajar, dice que necesita hablar con usted- ¡esa mujer, va a ser un problema! -Ponla al teléfono- me estaba sacando de quicio. -¿Leonardo?- -Lamento mi comportamiento, pero hazme el favor de ir a la oficina, quédate ahí, tan pronto como me desocupe hablaremos de tu contrato- -No, quiero que hablemos, necesito decirte algo…- -No es el momento, estoy ocupado…- -¿Quién es esa mujer? – -Mi vida personal no es pública, así que entiendo si prefieres firmar con alguien más respetaré tu decisión. Me haces saber lo que decidiste- y colgué, me giré a verla, estaba platicando con un niño, me iba a acercar pero el teléfono volvió a sonar. Era ella nuevamente. Estaba cansado de tener que lidiar con personas tan aprensivas, pero ante cualquier sentimiento siempre estaba la profesionalidad, si se quería llegar lejos con las herramientas correctas no se debía flaquear por un sentimiento que no fuera el éxito. Ella lo sabía. Sabía que quería llegar lejos, así que, cedió. Su carrera no estaba en mis manos, pero era un buen candidato para lanzarla a donde quería estar. Ella le devolvió el móvil a mi chofer quien me pidió mi rumbo para poder recogerme. Se la di. Aquellos minutos me hicieron perderla de vista. La busqué entre los que estábamos ahí bajo el techo de la estructura de la parada pública, pero no la vi, solo vi al pequeño sonriendo feliz hacia la lluvia. Así como escuchar una expresión negativa por parte de la madre que se refería a Andrea como una “inmadura” por ¿enseñarle a mojarse a su hijo? Busqué a Andrea y la encontré caminando bajo la lluvia. Le dije a un hombre que estaba a lado mío que me vendiera el paraguas que tenía en su mano. El hombre de mediana edad me observó y se negó, pero al ver el billete que sacaba de la cartera me lo cedió de inmediato. Así que lo abrí y corrí hacia ella. ¡Dios esta mujer! Puse el paraguas sobre su cabeza y ella se giró a verme, estaba empapada, ella giró su rostro hacia arriba, luego hacia mí. Ni si quiera la lluvia era capaz de ocultar la sensación de dolor que cada uno llevábamos en nuestro interior. Por mi cabeza no paso nada, solo la necesidad de estar, solo la necesidad de ser ese consuelo con el que ella ya no podía lidiar. Me acerqué a sus labios para perderme en la belleza de aquello que interiormente anhelé desde el día en que la conocí. Para perderme en la sensación más placentera, perfecta y necesaria que en aquel momento ambos teníamos. Me perdí en la dulzura de sus tan perfectos labios.
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