Un francés fluido

1593 Words
ANDREA Mientras le daba un beso a mi abuelito, apreté sus manos, a manera de decirle que estaba bien, que estaría bien y que nunca estaría mejor que cuando él está conmigo. Salimos de su habitación compartida, mientras caminábamos podíamos ver a muchas personas de edad avanzada en los pasillos, observándonos, dedicándonos sonrisas cálidas, desesperadas, ansiosas, no lo sabía. El clima afuera era frío, pero el sol daba una grata sugerencia que hoy sería un buen día. -Así que hoy es tu cumpleaños- Me giré a verlo, en el asiento del piloto. Asentí. -Entonces, permíteme hacer de este día, algo especial- Aquellas palabras comenzaron a hacer mi corazón palpitar desesperadamente, desbocada, presurosa, caray… -No, no, no, no, no te preocupes, no estás obligado, ya suficiente es con lo de la cena de hoy- dije rápidamente para disminuir el volumen de mi voz – sinceramente creí que la salida a cenar era por ese motivo, pero bueno, fue una bonita coincidencia- El comenzó a sonreír tan maravillosamente, que hacía del auto un eco bastante apreciable. -Lo siento, de haber sabido que era tu cumpleaños hubiera organizado algo… más especial- -No te preocupes- -Pero déjame improvisar algo, de acuerdo- Asentí, emocionada, extasiada, feliz. Esperaba que el resto del día fuera agradable, por un lapso, necesitaba tomar valor para poder expresarle la verdad. Era una Welshman, sí, pero más que una Welshman, era una Taylor, llevaba en mi sangre, la sinceridad, el valor y la perseverancia de mi abuelita, así que, ya no podía ensuciar más la educación que mis abuelos me habían otorgado. Era una Taylor, por sangre, no mentíamos, no herimos, no éramos malas personas, éramos personas que harían el bien hasta su último día. Ellos lo hicieron por mí. No puedo ensuciar esa educación por mis locuras, por mis irreverencias, tenía que levantarme si me caía, siempre había sido así, sin embargo, había llegado el momento de comenzar a ser sincera conmigo misma y con los demás. No quería que las mentiras me llegaran a ahogar o que llegara a afectar a los demás. Respire profundamente. -Este lugar te va a encantar, además que amerita una ocasión especial- ¿Eh? Reaccioné, me había sumido tanto a mis pensamientos que no había prestado atención del lugar donde habíamos entrado. Era el restaurante más … No. A estos lugares yo no podía accesar. El abrió la puerta del copiloto. -Ven, vamos- Era un restaurante de lujo, uno muy bonito desde su entrada, con luces cálidas, adornos en rojo, no eran como en el restaurante donde trabajaba, si no, eran más elegantes. Entramos al lugar, exquisito, maravilloso, hasta el vestuario del servicio era impecable. Ahora si, podía decir que entendía a que se refería mi gerente cuando me reprendía por mi presentación. Tenía que cambiar. Cualquiera de ellos se veía impecable, increíbles. Yo quería ser igual, verme así de bien. Él tomó mi mano, entrelazando sus manos con las mías, haciendo que perdiera la consciencia del lugar donde estaba, de las miradas curiosas que nos observaban. Mi corazón latía desbocado. Esa sensación de la calidez de sus manos era hermosa, era… perfecta. -Buenas tardes, señor Gallucci, su mesa ya está lista, sígame- dijo la señorita espetando una sonrisa fantástica. Conforme avanzábamos por el lugar, podía observar la belleza de aquel lugar, era fantástica, una iluminación a medias, una calidez radiante, el lugar era perfecto para una filmación de alguna escena romántica, o incluso para una pedida de mano, sería mágico. Nos sentamos en una mesa discreta, cerca de uno de los ventanales, nos dieron las cartas, observar los precios eran exorbitantes. Me giré a verle, esto era demasiado, pero ¿Cómo se lo podía decir? Un simple platillo del menú podría ser fácil un día de mi salario. -Leonardo- -Dime- -no se como decirte esto, pero…- -es tu cumpleaños, imagino que estás acostumbrada a este tipo de comidas y no he tenido la oportunidad de poder regresarte una parte de la vida que llevas- ¿Qué le debía de decir? Por su puesto que no estaba acostumbrada a este tipo de comidas, solo había comido algo así en un par de ocasiones, cuando salía con la familia de mi amigo, pero, normalmente no sabía ni lo que contenían estas comidas. Ellos solían pedirlas por mi, vaya, era una niña en ese entonces. Ahora… Las mentiras traían sus consecuencias. -Gracias- le contesté. Me hundí en mi asiento, cómo decirle que nunca había venido a un lugar así. Vi el menú, lo revisé. -¿tienes alguna recomendación?- me preguntó. Mi corazón latía apresurada. No sabía que decirle, o cómo decirle. Me negué. -Leonardo, creo que… hay algo que tengo que hablar contigo- -Descuida, veo que aún no estás decidida- me dijo, pero yo solo me negué. – Entonces, permíteme complacerte hoy, hay un platillo exquisito que te va a encantar, recuerdo que era uno de los favoritos que de tu papá y que deleitaban a la familia, aunque, no recuerdo haberte visto por ahí en las cenas familiares – dijo, yo me sentía cada vez más pequeña a su lado, las consecuencias de mis estúpidas acciones – pero imagino que estabas en el extranjero estudiando- La camarera se acercó, el dio la orden, era una comida francesa, pero sin pensarlo dos veces corregí su pronunciación, me arrepentí en un instante por haberlo hecho, pero la realidad era, que la mamá de Anthon era francesa y su pronunciación era fantástica, que cuando tenía problemas con mi francés, ella me ayudaba, me corregía infinidad de veces con tanto cariño, que a veces me equivocaba adrede para poder sentir esa calidez en su voz dirigida hacia a mí. -Lo siento- -No, discúlpame, tú a mí, no quise hacerlo, solo… se me salió- -¿Has visitado Francia alguna vez, Marsella? Imagino que…- -Si- Lo cierto era que si, la mamá de Anthon era de Marcel, así que cuando ella cumplía años iban desde un fin de semana hasta una semana, en una ocasión le pidieron a mi abuelo el permiso para llevarme, lo cierto fue, que aunque tardamos mucho para convencer a mi abuelo, más tarde en convencer a mi padre para que firmara el permiso para salir de la ciudad. Así que solo había salido del país en tres ocasiones, a Marcel, a Finlandia y a Nueva York, las tres veces con la familia de Anthon, las tres veces, en las que sentí, que si podía lograr algo con la fotografía. -Ya veo, hermoso lugar, ¿no crees?- -Si, la verdad es que, si lo es, caminar por sus calles, su vista al mar, su calidez, es realmente impresionante- Él comenzó a hablarme en francés sobre las diferentes partes de Marsella que le gustaban, lo cual, en su mayoría yo conocía, Eloise, la mamá de Anthon, solía llevarnos a recorrer el malecón, de llevarnos entre sus pasillos, le gustaba tanto su ciudad, que era maravillosa para darnos una explicación mágica para cada área, contarnos historias sobre la misma, así que, como la niña que era, conocía la ciudad, aunque solo había sido en una ocasión. Quince días, disfrutando del lugar, de su gente, de su comida, de una familia. Ellos eran un matrimonio maravilloso. Le seguí la conversación a Leonardo en el mismo idioma, mencionándole algunos datos curiosos de la ciudad. La conversación cesó cuando llegó a nosotros un aroma a comida exquisito, un platillo en el centro y dos platos para cada uno fueron postrados uno a uno delante de nosotros, con dos copas de cristal que estaban siendo llenados con un vino de aroma dulce. Era la primera vez que tomaría vino. Era la primera vez que tomaría. Esperaba no hacer un espectáculo. -Por muchos años más- dijo sin dejar de sonreír, era una sonrisa fantástica, hermosa, que, de verdad, iba a extrañar. La comida olía fantástica y su sabor era increíble, le di solo algunos sorbos al vino, no sin antes hacer muecas por el sabor tan fuerte que tenía en mi paladar. -Lo siento, no estoy impuesta, crees que podría pedir mejor una limonada- -Por supuesto- Él le habló a la camarera y pidió una limonada. La comida siguió entre una plática, un poco rara, por que el comenzaba a hablarme continuamente de mi familia, de los lujos de esta, que me hacían sentir incómoda. Esto pasaba por mentir. Sabía que tenía que hablar con él, decirle la verdad, pero me sentía tan bien, que, de verdad, no quería arruinarlo. Quería sentir esta felicidad un poco más. Me retiré un momento antes de que llegara el postre a nuestras mesas, tenía que ir al sanitario con urgencia. -Viste a la andrajosa con la que viene Leonardo- -si, pero tal vez es su buen corazón ayudando a gente en situación de calle- -Pobre, tener que lidiar con ese tipo de gente, quien sabe la de enfermedades que pueda tener- -Oye, pero su rostro se me hace conocido- -¿De dónde te va a ser conocida la piojosa esa?- -¿No es la bastarda del padre de Alondra?- -¿La basura que estaba en el colegio? Pobre hombre, que caer tan bajo- -Ya sé, no sabe lo mal que va a quedar su reputación, mínimo antes se veía decente por el uniforme- -Lo sé, deberíamos de decirle a Alondra- -No, para qué, la basura jamás entrará en nuestra posición- Las voces se alejaron y salieron del baño, quedando solo en un vacío. Salí del baño donde estaba encerrada y me vi en el espejo. ¿Qué estoy haciendo mal? La respuesta era obvia Todo.
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