La moral de nuestra historia

2230 Words
JOSHUA Había pasado la mejor velada de mi vida en mucho tiempo. No recordaba haberme puesto una borrachera y divertirme tanto con Estefanía, aquella mujer de la que me había enamorado en un pasado. Esa Fanny del pasado era la divertida, la positiva, desinhibida y que siempre compartíamos locuras entre los dos. Había sido un acierto conseguir aquel vestido que tanto le gustaba. Era una manera de asegurarme de que al menos vería a aquella mujer por la que había dado todo. No me gustaba verla gris. No supe si fue el alcohol, pero estábamos haciendo nuestro clásico ritual de los shots de tequila. Pusimos al resto de los invitados hasta el fondo bailando como si fuera la mejor fiesta de la vida olvidándose de la formalidad. No supe cuánto tiempo pasó, pero después de tanto reír y bailar decidimos despegarnos un rato de la pista de baile. Los únicos que estaba sentados eran las personas mayores que estaban amargadas con la vida. Eso pensaba por el alcohol. — Me duelen horrible los pies. —Estefanía tenía una enorme sonrisa.— Por dios, es la primera vez que me duelen tanto los pies jajajaja por divertirme tanto. ¡Oh! —La tomé por sorpresa cargándola entre mis brazos e ir a buscar un lugar para sentarnos y que pudiera descansar.— ¿Qué haces? Nos vimos a los ojos riéndonos por lo bajo. — Yendo a buscar dónde sentarnos. No quiero que tengas el pretexto de no seguir corrompiendo la fiesta. —Hablaba en serio. Comenzamos a reírnos a carcajadas a medida que echaba a correr con ella en brazos hacia los jardínes, para poder tomar un poco de aire fresco. Tuve que frenar mi paso al ver que mi mamá se había parado frente a mí. No sabía que ella también vendría a la fiesta. Estefanía se calló casi al instante cuando la vio. Tuve que bajarla al suelo. — Buenas noches señora Dolores. —La saludó mi esposa con educación. Mi mamá se limitó a barrerla con la mirada. Me vio de reojo.— Voy a estar afuera. Se adelantó hacia el jardín. Noté que estaba caminando como un pato asustado porque en verdad le habían cansado sus zapatos, tambaleaba un poco debido al alcohol, al igual que yo. — Hola mamá. —La saludé. — ¿Es en serio lo que estoy viendo? —me cuestionó. Me encogí de hombros en respuesta.— Esa mujer te puso el cuerno y lo primero que haces es ¿estarte divirtiendo con ella? — Es mi esposa. —Le dije. — Hijo, es una mujer que te vio la cara de i***t**a. De verdad Joshua no sé qué hice contigo para que dejaras todo por ella. Nunca te voy a perdonar que hayas roto tu compromiso con Paola, y hayas hecho que tu padre haya adquirido una deuda para que tú pudieras estar con esa ramera. — No hables así de Estefanía. —Apreté la mandíbula para no gritarle a mi propia mamá.— Estoy bastante grandecito como para saber lo que hago. La verdad es que no tenía ni put**a idea de lo que estaba haciendo. Mi mamá se quedó en silencio por un momento viéndome con cierta compasión. — Ven a vernos. Estoy molesta contigo y con todo lo que has hecho, pero eres mi hijo al final de cuentas. Se siguió de largo sin darme la oportunidad de decir algo más. Me quedé viendo a mi mamá cómo a lo lejos se unía a la compañía de mi papá para abandonar la fiesta. Una vez que perdí a mi mamá de vista fui a la barra por unos sueros, pues el mareo me hizo darme cuenta de lo ebrio que estaba. *** ESTEFANÍA Estaba sentada en las jardineras sobándome los pies. Había bailado bastante y me encontraba con el mundo dando vueltas a mi alrededor. No sabía si eran por las volteretas torpes de mi baile, o por el simple hecho de que había mezclado vino y tequila. Encontrarme con Dolores me había puesto nerviosa, pues sabía que nunca había sido de su agrado porque no era una persona de estatus social, y había provocado que su hijo no concertara el matrimonio arreglado que tenían para él. Joshua llegó con un vaso de suero preparado para mí. Tenía el moño desabrochado y las mangas de la camisa remangadas. Se sentó a un lado mío ofreciéndome la bebida. La acepté y le di un enorme trago que hizo que mi alma descansara. — Gracias. — Espero que la resaca de mañana no esté tan fuerte. —Se encogió de hombros. Dejé el vaso a un lado y seguía masajeando mis pies adoloridos. Me había desacostumbrado a los tacones altos, pues solo los estaba usando un rato durante los eventos a los que aparecía con Joshua. Mi ritmo en la universidad y mis prácticas profesionales, incluyendo los trabajos de enfermería por las noches, no me dejaban otra alternativa que usar zapatillas deportivas o sandalias cómodas. Mi esposo me quitó las manos de los pies para ponerlos en su regazo y masajearlos él mismo. Fue un acto que no había visto venir de él, pero me alegró que lo hiciera. — Es la primera vez que veo que te duelen los pies. —Murmuró sin quitarme las manos de encima. Continuó sobándome. Sus movimientos sabían a gloria. Él siempre había sido muy bueno con las manos, y a menudo me daba masajes en los hombros cuando salía de trabajar. — Es la primera vez que bailo en mucho tiempo. —Le afirmé.— Por lo general soy como cenicienta, al dar la media noche tengo que correr antes de que el hechizo se acabe. Se quedó pensando un momento sin despegar la vista de mis piernas. Frunció los labios y arrugó la frente. Estaba pensando en algo. — Creo que eso no me da opción de ser el príncipe, pero tampoco es como que quiera se la hada madrina. — Eres el put**o brujo. —Le alcé una ceja. — Sigo siendo el put**o brujo. —Murmuró resignado. Nos quedamos quietos por otro rato más. Alcé la vista al cielo, esa noche casi no había estrellas, solo era una noche negra con luces de la ciudad adornando. Cerré los ojos para escuchar a lo lejos que aún había fiesta adentro. La banda del jazz estaba tocando canciones más atrevidas para que la gente gritara. Estaba casi segura que los organizadores de la fiesta no sabían si amarnos u odiarnos. Joshua comenzó masajear un poco más hacia el tobillo. — ¿Cómo llegamos a esto? —no apartó la vista de mis piernas. Se iban descubriendo un poco más a medida que masajeaba subiendo por la pantorrilla. Lo volteé a ver. — Fue mi... — Shhhh. —Alzó la mirada para encontrarse con la mía. Se nos fue la respiración por un par de segundos.— No lo quiero escuchar. Cerró los ojos y siguió masajeando. Mi cuerpo se tensó al sentir que Joshua depositaba un beso en mi pie, otro en el tobillo, otro en la pantorrilla, y en menos de lo que dura un segundo, lo tenía frente a mí, a escasos milímetro de mis labios. — No tienes idea de lo mucho que extraño tu cercanía. —Los dos olíamos a alcohol. Tragué saliva. Cerré mis ojos sin saber qué esperar, el corazón latía nervioso, como si fuera la primera cita romántica de una adolescente. Sentí el roce de su nariz, y entonces se me vino algo a la mente que hizo que me alejare de él de golpe. Le puse las manos en el pecho fijando mi mirada en sus ojos azules. — Creo que será mejor que me vaya Joshua. —Le susurré. Tragó saliva. Me apartó un mechón de la cara para ponerlo detras de mi oreja. — Te tengo que llevar a casa. Recuerda que tenemos el mismo chofer. —Pegó su frente a la mía.— Si ya te quieres ir, podemos irnos, aunque siendo honesto no me gustaría. Sonreí. Aunque maldije a mi cuerpo traicionero por reaccionar a un simple beso. No había tenido nada de s*x**o durante el tiempo que llevaba de casada, y honestamente llevaba tiempo soñando con un buen revolcón. Solía reaccionar de esa manera con Joshua, por eso el s*x**o siempre era bueno con él. Joshua no pudo resistirse a la cercanía y luego de dudarlo un momento me besó. Era la primera vez que sentía sus labios devorando mi boca. Era la primera vez luego de dos años que estaba saboreando la calidez de su lengua y respirando el mismo aire. El beso fue subiendo de intensidad al igual que sus manos dudosas se llenaron de valor para recorrer mi cuerpo luego de dos años de no haber sido tocado con nadie. Si les soy honesta no supe cómo fue que llegamos a la casa y nos encerramos en mi habitación. Joshua arremetió contra mí pegándome a la pared, recorriendo con sus manos mis muslos por debajo de mi vestido. Sentí la calidez de sus dedos dejar un rastro que quemaba sobre mi piel. — No tienes idea de lo mucho que extraño tocarte, de que seas mía y solo mía. —Me mordió el lóbulo de la oreja. Sentí cómo mi piel reaccionaba a su provocación. En ese momento solo lo quería. No pensaba con claridad. No sabía si echarle la culpa al alcohol o al hecho de que se me estaban moviendo fibras sensibles, pero de estaba haciendo ese milagro que tanto esperaba. Abrazar al Joshua del pasado, del que me enamoré. — Yo también te extraño. —Murmuré en medio del beso. Me apresuré a desabrocharle los botones de camisa y él, con la misma desesperación que la mía, se fue directo a quitarme el vestido por completo. Hicimos de nuestras ropas una colección sobre el suelo, quitándolas con un ritual de besos y caricias que solo nosotros conocíamos. Extrañaba estar entre sus brazos, y sentirlo. Me subió sobre sus caderas sin dejar de besarme. Estábamos completamente desnudos y nos estaba dirigiendo a la cama, donde me recostó con cuidado sobre mi espalda. No quisimos usar las palabras, pero si las miradas que nos dábamos, algunas con lujuria y otras con picardía. — Sigues tan hermosa como siempre. —Me susurró al oído.— ¿Serás mía esta noche? La necesidad de sentirte durante todo este tiempo me está está carcomiendo. Necesito saber que eres mía esta noche Fanny, mi Fanny. — Sí. Yo también quiero que seas mío. —No estaba pensando con la cabeza. Estaba pensando con el corazón. La desesperación por sentirnos nos llevó a que él me tomara en ese momento. No nos pudimos resistir, pues nos bebimos entre besos durante el resto de la noche. Nos dijimos todo lo que sentíamos en ese momento. Él en todo momento fue cálido, cuidadoso y apasionado. Desperté a la mañana siguiente con dolor de cabeza. La luz que atravesaba la ventana me pegaba de lleno en la cara. Me incorporé de la cama recargando mi espalda sobre la cabecera, por instinto recordé lo que había pasado anoche, por lo que alargué el brazo para tocar a Joshua, pero al abrir bien los ojos me di cuenta que de nuevo mi cama estaba vacía. Nada había cambiado. Un sentimiento de culpa, tristeza y remordimiento se había apoderado de mí golpeando mi pecho para dejarme sin aire. Me quedé absorta con la mente en blanco y la vista perdida en algún punto al azar. Las cosas no eran como las había pensado anoche. Era un a estúpida, lo aceptaba. Dos lágrimas salieron rodando por mis mejillas. Me las limpié con enojo. Estaba enojada conmigo misma por haber sido tan vulnerable a él. Me levanté de la cama y lo primero que hice fue lavarme la cara. Estaba debatiéndome si hablarle o no. Tenía muchos sentimientos encontrados y el estómago cerrado. Al final de cuentas decidí hablarle. Tomé mi teléfono mientras daba vueltas desnuda por la habitación. — ¿Qué quieres Estefanía? —la misma voz antipática de Joshua me pegó al corazón.— ¿Piensas que las cosas van a cambiar entre tú y yo solo porque terminé en tu cama? Hijo de put**a. — Al menos pudiste haberte despedido. Nadie te puso una pistola en la cabeza para meterte conmigo. — Fue un error que no se va a volver a repetir Estefanía. No suelo volver a meterme a la cama de una zorra dos veces. Me quedé sin aire. Sentí que algo se estaba rompiendo en mi pecho. ¿Una zorra? — Pues si tan zorra soy, para la próxima piensa más con la cabeza que con el pit**o maldito i***t**a. ¡Ojalá que te quedes calvo pronto, y tengas disfunción erectil! —le grité furiosa terminando la llamada. Fue un trago bastante amargo que él me considere una put**a. Lloré porque no estaba lejos de la realidad, le había fallado una vez, y había sido muy ingenua en pensar que las cosas entre él y yo podían mejorar. Nada más alejado de la realidad. Lo nuestro había muerto. Esa noche fui a cuidar a la señora Adela y a la tarde siguiente, luego de salir de clase y terminar mis prácticas, pasé a comprar la pastilla del día siguiente para tomármela.
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