Gertrudis y Marianela prepararon una lasaña para la cena, la comida favorita de Mathew. Gertrudis estaba feliz de ver al fin a su niño Dimitri compartiendo con su hijo. Ahora solo bastaba que encontrará la mujer perfecta para cuidar de Math y así ella poder retirarse feliz y tranquila. Ya añora volver a su hermosa Colombia, visitar a su familia y dar su último suspiro junto a su familia, allá solo le sobrevive su hermana menor y sus sobrinos. Arreglaron todo para que quedara perfecta la cena. Una vez terminaron, Marianela subió a la habitación de Mathew para organizarlo. Aprovechó que estaba sola para admirar las fotos de adornaban la habitación. La madre de Mathew era una rubia hermosa.
Sus ojos idénticos a los del pequeño, su cabello largo ondulado y una sonrisa muy bonita. Se veía una mujer dulce. Había fotos de la boda, se veían realmente felices. La sonrisa de Dimitri llegaba a sus ojos. Su mirada iluminaba todo al mirarla. Por un momento sintió envidia. Le hubiera gustado conocer ese lado de él. Siguió mirando, había una foto de la difunta embarazada, con un cartel con el nombre del bebé, varias fotos del hombre de hielo con su bebé en brazos. En estas últimas su mirada era una triste. Sonreía, sí, pero esta no le llega a su mirada. Lamentó lo que de seguro tuvo que pasar, pero también lamentó usará su dolor para alejarse de su único hijo. Debió refugiarse en él y así superar juntos todo el proceso de duelo.
Marianela suspiro cansada, se sentó en la cama con una foto de Dimitri con un balón de fútbol.
—¿Por qué tienes que ser tan guapo? —le dice a la foto—. Debiste ser un hombre normal, bajito, gordito, con panza de cerveza y un lunar en el cachete, calvo, con orejas grandes, con nariz grandes, ojos brotados. —le dice en modo regaño.
Marianela sonrió, quien la viera pensara que está loca. Puso todo en su lugar, saco la ropa que le pondría al niño cuando llegara y el pijama para dormir. Ya estaba todo adelantado. Salió de la habitación y bajó mirando a su alrededor, no se había fijado en los cuadros en la pared. Ninguno era de la señora de la casa. Todas eran pinturas originales de pintores reconocidos. Sin hacer mucho cálculo había millones en pinturas. Bajó las escaleras sorprendiéndose al ver a Mathew y Arnold entrar. El niño corre hasta Marianela y está lo recibe con sus brazos abierto.
—Enano te extrañe —dice besando todo su rostro y haciéndole cosquillas.
—¿Ya te sientes mejor? —pregunta Mathew, estaba preocupado, no quería que le pasara nada a su niñera favorita.
— Sí, ya me siento mejor —contesta con una sonrisa en sus labios.
—Me alegro, Marianela. – dice Arnold llamando la atención de la joven mujer—. ¿Dónde está mi hermano? —Marianela se encoge de hombros.
—No tengo idea, pensé que estaba con ustedes. —dice tranquila, pero Arnold niega. —yo vine en taxi.
Arnold maldijo por lo bajo, debió imaginarlo Dimitri no había cambiado nada. Era un mal nacido, mira que se lo dijo y tras de eso los ha dejado plantados en el parque de diversiones. Gracias a Dios que Mathew no preguntó por él. De seguro esta tan acostumbrado a su ausencia que no lo extraña.
—¿Te hizo algo? —Marianela niega—. Bien, entonces voy mi habitación para darme un baño, si llega dile que necesito hablar con él.
—Claro joven Stone. – Arnold negó con una sonrisa dulce.
—Arnold, dime Arnold. —Marianela le da una media sonrisa.
—Como desee joven Arnold —este comienza a reír fuerte.
—Arnold a secas, sin el señor o el joven, para ti preciosa solo Arnold. —Marianela asiente. El chico le cae súper bien.
—Está bien Arnold. —este se acerca y toma su mentón entre sus dedos. La hace mirarlo fijo a los ojos.
—Ves que hermoso se escucha de tus labios. —dice—. Ahora ve a cambiar al niño para la cena antes que llegue el señor de la casa, nos vemos allá.
Marianela asiente y sube con el niño para la habitación. Bajaron a cenar, pero el mayor de los Stone no llegó. Arnold comenzó a llamar a Dimitri, pero este no contesta.
—Bueno no contesta. Nana, puedes servirnos la cena. —dice, Marianela va a ayudar a Gertrudis, pero Arnold toma su mano.
—Siéntate, yo ayudo mi nana —Marianela le dio una sonrisa sincera.
Arnold se levantó y ayudó a servir las copas y los panecillos, Gertrudis sirvió el plato fuerte y la sopa. Cenaron en paz, Marianela ayudó a Math a comer su lasaña, luego pasaron al postre. Arnold miraba fascinado a la hermosa mujer. Si su hermano era tan ciego para no ver la maravillosa mujer que es Marianela es muy su problema, el sí aprovecharía el tiempo. La conquistará y la hará su esposa, esa será su meta. Es la mujer ideal para cualquier hombre y ya no iba a estar dispuesto a dejársela. Él no la merece.
Cuando terminaron la cena Marianela subió con el niño hasta su habitación donde cuando reposó de la comida le leyó un cuento, este quedó dormido sin terminarlo, estaba cansado. Arnold y él habían disfrutado y montado en la mayor cantidad de machina.
Luego de dejarlo arropado, Marianela apago la luz y bajó, quería ayudar a Gertrudis a limpiar la cocina.
Al llegar a la planta baja se topa con Arnold.
—Vine a cobrar mi paseo por el jardín —Marianela sonrió mientras negaba.
—No creo que sea lo mejor, ya sabe si llega su hermano, no quiero tener problemas y mucho menos que usted los tenga. —dice Marianela, no es que no quisiera, el chico le cae súper bien, lo contrario al dueño de la casa.
—Que habíamos quedado, me puedes hablar de tu. Usted me hace sentir un viejo, no tengo más que veinticinco. —dice con una sonrisa en sus labios. Los Stone son hombres hermosos, Arnold tiene una hermosa mirada, Dimitri tiene… mejor ni pensar en él. Marianela asintió a lo que él le decía.
—Disculpa, es la costumbre – se excusa.
—Solo si me acompañas a dar un paseo por el jardín. —Marianela se cruza de brazos con una sonrisa
—Eso se llama chantaje —Arnold sonríe y mueve sus cejas de forma graciosa— Esta bien, pero rápida, no quiero que tu hermano nos vea y arme un problema por eso. Arnold le extendió su brazo para que ella lo tome.
—Cuéntame ¿por qué volviste en taxi? —Marianela niega.
—Su hermano, es un pesado, prefería volver sola. —dice sincera. Salieron de la casa, la temperatura estaba fresca, pero no tanto como para enfermarse. Arnold río fuerte al escucharla.
— Sí, suele caer mal a veces, pero en el fondo es un buen hombre. Solo que ha tomado decisión desacertadas en la vida. En los negocios es el mejor, pero su vida amorosa un fracaso.
—En fin, no me interesa nada que tenga que ver con él. Y creo que se lo deje muy claro. —Arnold la mira perplejo.
—¿Que le hiciste? —esta se encoge de hombros.
—No le hice nada que no mereciera, solo le dije la verdad. Arnold vuelve a reír fuerte.
—Ya me imagino su cara. —Marianela niega.
—Le aseguro que no tiene ni idea. —Marianela ríe por primera vez de todo lo que sucedió en la tarde.
—Con que la niña buena, no es tan buena. —dice Arnold parándose frente a ella.
—Lo soy, pero no quieras sacar mi lado perverso —dice en forma de broma. Arnold sonríe malicioso.
—¿Y si quiero descubrir ese lado? —su voz ya no esa de ese chico jovial y divertido, esta vez es la de un hombre lujurioso.
—No creo que lo quiera conocer. —Arnold la toma por la cintura.
—¿Quién lo decidió?
Toma con una mano su mentón y acerca sus labios poco a poco.
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Dimitri ve la llamada de Arnold, pero lo ignora. No quiere saber de nadie. Por su mente solo pasan las palabras de Marianela. Esas que le apuñalar el corazón de solo recordarlas.
> …
Dimitri ya había perdido la noción del tiempo, no sabía cuántos vasos de güisqui llevaba, solo sabía de la necesidad inmensa que tiene de calmar eso que por dentó lo estaba matando. Cuando Marianela volteo su rostro para evitar que la besara se encontró con su silenciosa mirada, ella era sincera, le decía lo que en realidad sentía y eso lo estaba matando por dentro. El no entiende el por qué sus palabras le afectan tanto. Ella no es nadie en su vida.
—Sírvame otro güisqui —dice poniendo el vaso en la barra.
—Señor siento que ya ha bebido demasiado. —Dimitri lo mira arrogante.
—No te estoy preguntando, solo te di una orden, aquí el cliente soy yo y siempre voy a tener la razón. —el barman niega.
—Lo lamento, pero no será en este establecimiento Le pido un taxi o llama a que lo recojan. —el hombre se cruza de brazos. Dimitri suspira.
—Uno más en lo que llega el taxi. —el barman asiente.
—¿Penas? —Dimitri lo mira y asiente.
—Estoy perdido, ella me odia. —dice sin pensar, bebé el licor en el vaso de golpe— ni siquiera me mira.
—Amigo, así es el amor, cuando golpea da fuerte. —el barman le sirve otro vaso de güisqui— este va por la casa.
—¡Salud! —Dimitri asiente.
El taxi llego, Dimitri no se sentía tan ebrio, pero si no apto para manejar y causar un accidente fatal. Me monto en el taxi e indico la dirección de su cada, no estaba muy lejos, seguro a unos quince minutos de la mansión.
Por el camino se dio su tiempo para pensar bien las cosas
Él no podía seguir de esa manera. Marianela había llegado a su vida para ponerla patas arriba. Él debía ser sincero consigo mismo. La chica le gustaba, la había imaginado desnuda en su despacho, en la alberca, en todos los lugares de la casa. Ella causaba en él, cosas que ninguna otra había causado en todo ese tiempo.
Maldijo por lo bajo, estaba perdido, no estaba enamorado eso era claro pero su atracción era más grande que el mismo amor. Negó al darse cuenta de que un beso no había bastado para quitársela de la mente, este solo hizo que la deseara más. Era algo más fuerte que él, algo que lo atrapa y le nubla su razón. Decidió ir por su presa, hacerla suya de una vez y por todas, quitarse esos deseos reprimidos que no lo dejan en paz. De seguro solo así dejará de pensarla.
Pago la carrera y bajó del taxi, entro por el área peatonal de la casa y fue entonces que los vio, estaba oscuro, pero sabía de quien se trataba ellos no lo han visto. Camino como toro bravo. Echaba humo por su nariz. Arnold no se casará con ella. Él nunca lo permitiría y no porque no la merece, sino porque él la quiere solo para él.
♤♤♤
Marianela cerro sus ojos esperando sentir los labios del hombre, pero nunca llegó, un golpe sólido se escuchó en el silencio de la noche haciendo que esta abra los ojos. Dimitri arremetió contra su hermano. Ella se volvió loca lo empujó para que dejaran de pelear.
—Eres un bruto —le dice una vez los separa mirando a Arnold.
—Él te iba a besar —dice como si eso lo explicara todo.
—Y eso en que te afecta – Dimitri la toma por sus brazos.
—Él no puede, nadie puede. —dice desesperado. Marianela niega.
—Eso solo lo decido yo —dice segura, este va acercando sus labios a los de ella, pero ella no permitiría que la volviera a besar, observó la piscina detrás del hombre y sin pensarlo lo empujó.
Dimitri no lo vio venir, solo sintió el agua fría en su espalda que lo cubrió completo. Salió a flote
—Eres una maldita loca —le grita desde el agua.
— Sí, una loca que se lo advirtió. – le responde— Escuche bien nunca vuelva a querer besarme, no lo voy a permitir.
Da media vuelta dejándolos allí.