Dimitri se quedó con la boca abierta, que había sido todo ese discurso de su hermano. Él no se podía casar con la sirvienta. Jamás permitiría que ellos estuvieran juntos y ella desgraciadamente su vida. Él se encargaría de demostrarle a su hermano que ella es como todas. Solo que ella ha sido más inteligente y ha sabido jugar con sus mentes. Ella caerá a sus pies, y le demostrara al mundo que ella no es una santa paloma como se quiere hacer ver. Toma su último trago de café y sale rumbo a su despacho para ideal el plan en contra de Marianela. Si ella quiere jugar, pues van a jugar.
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Arnold subió hasta la habitación de Mathew donde encontró a Marianela arreglando a su sobrino con mucha dedicación. Admiró desde el marco de la puerta lo hermosa que es. Definitivamente si su hermano no se decide a ser feliz con ella, el será quien la conquiste. Ella bien vale que pierda su libertad. Al fin había llegado una mujer que quiere a Mathew y no a Dimitri. Eso para él era lo más importante, su sobrino era todo para él. Lo único bueno que dejó la maldita de Bárbara. Arnold ya está cansado de ver a su hermano llorar por un recuerdo, una mujer que lo engaño y se acostó con su mejor amigo en su propia casa. Solo él sabe eso. Cerro los ojos recordando aquella mañana.
Llego como siempre de improviso, nunca se había caracterizado por avisar su llegada. Esa mañana llegó y fue directo hasta su habitación. Estaba de malas, había terminado con la que entonces era su novia. Escucho ruidos en la habitación de Dimitri y Bárbara, él ya había hablado con su hermano u sabía que este no estaba en la casa. Comenzó a escuchar gemidos de placer, por un momento pensó que su cuñada se estaba autocomplaciente, pero todo cambió cuando escucho la voz de un hombre. Los gemidos de ambos se hicieron eco en toda la casa.
>> Salió sin hacer ruido verificó que la puerta estuviera sin seguro y fue cuando los vio fornicando en la cama de su hermano, Steve era un maldito patán. Enojado abrió la puerta de la habitación. Ambos amantes quedaron inmóviles al verlos. Bárbara trató de hablar, pero ya él se había ido encima a Steve. Bárbara gritaba desnuda en su cama que lo soltara, cuando se cansaron de darse golpes Arnold amenazó a Bárbara con contarle todo a Dimitri, pero ella lo amenazó con llamarlo para decirle que él había querido abusar de ella. Supo que no valdría la pena, Dimitri estaba ciego de amor por ella. Recordar su mirada triunfante solo hizo que sintiera nauseas de tan solo mirarla. Solo salió de la casa y no volvió más hasta el día que lo llamaron para informar de su muerte.
En nunca le deseo de muerte como la que tuvo, pero dicen nadie en el mundo va sin pagar y ella murió como merecía.
Su hermano merece volver a sonreír, volver a ser feliz. Ser el hombre aquel que tenía ilusiones, el hermano amoroso y cariñoso que siempre fue. Tener una hermosa familia, pero como ve nunca lo será. Si no se da cuenta de lo que el siente que lo puede hacer.
—¡Tío! —grita Mathew brincando en la cama. Arnold sale de su letargo y camina sonriendo hasta su sobrino
—Math te vas a caer, por favor, ven a terminarte. — Marianela le llama la atención con cariño al niño. Eso le gusta a Arnold que no deja de mirarla embelesado.
—Que pasa, campeón, que te he dicho de desobedecer a las mujeres hermosas. —Math se tapa sus ojos inocentes—. Preciosa, yo lo termino, vaya a ponerse hermosa para que nos acompañe. —le guiña un ojo.
Marianela no sabe qué hacer. Al final decidió hacerle caso al hermano de su jefe y bajó a ponerse un abrigo y un Jean gastado. Soltó su cabello ondulados un poco, puso un poco de brillo de labios y salió rumbo al recibidor donde sabía que los encontraría listos.
—Wow, Marianela te ves hermosa. —Marianela se pone seria cuando siente la mirada peligrosa de su jefe—. ¿Te puedo decir Marianela, ¿verdad? —la chica asiente con una media sonrisa sin bajar la mirada.
—Arnold —dice con voz amenazante Dimitri. Ya se estaba cansando del juego de su hermano. Él debía poner fin a esa locura.
—Ven Math —Marianela toma la mano de Mathew para salir del lugar. Ese será un día muy largo.
Todos montaron en el auto. El ambiente era tenso, el único que no lo notaba era Mathew que se sentía feliz.
Llegaron hasta un parque cerca de su casa. No era muy grande, pero tenía columpios y área para que los niños jueguen con arena. En el centro había un pequeño estanque que algunos patos y sardinas han adoptado cómo hogar. Marianela comenzó a jugar con Mathew. A su juego se unió Arnold. No supo en qué momento fue remplazada por el menor de los hermanos Stone, ya no jugaban con ella. Los vio reír y decidió ir a caminar hasta el banco que estaba frente al estanque. La naturaleza siempre le ha atraído. Buscó en su pequeño bolso y saco un pequeño cuaderno de apuntes. Comenzó a escribir la fecha y el día. Luego el lugar donde se encontraban. Iba a comenzar a escribir cuando sintió una voz en su espalda.
—¿Por qué no está con mi hijo? —la voz firme y determinada de Dimitri hizo que soltara todo, tirándolo al suelo.
—Se… señor —dice levantándose para queda frente a él.
—Yo le p**o para que lo cuide —este camina hasta donde cayó el pequeño cuaderno y lo tomó en sus manos. Marianela quiso quitárselo, eso era de ella. Él no tiene ningún derecho, pero su dura mirada provocaba su cuerpo tiemble y su corazón lata fuerte.
—Disculpe señor, eso es mío —dice tratando de que le entregue sus cosas—. No volverá a pasar. —Dimitri ojea las páginas, versos en español e inglés, y dibujos es lo que tenía en el cuaderno. Era muy buena en ambas cosas.
—¿Desde cuándo dibuja? —pregunta sin prestarle la más mínima atención a sus palabras.
—¿Perdón? —pregunta Marianela sin poder procesar sus palabras.
—¿Que desde cuándo dibuja? —Marianela enfrenta la mirada del hombre.
—Desde los cinco años, mi madre, ella era pintora en mi país y me enseñó todo sobre ese arte. —dice un tanto apenada.
—Interesante, ¿Cuánto me cobraría por enseñarle a Mathew a pintar? —Marianela niega.
—Nada señor, usted me da ya un sueldo, además de un techo y comida. Puedo hacerlo como parte de mis funciones. —dice con su frente en alto, ella ante todo es agradecida por lo poco o mucho que Dios le ha dado. Dimitri se acerca ella y sin dejar de mirarla a los ojos.
Sus miradas los tenía atrapado en una burbuja. Marianela no sabe que decir, Dimitri siente un deseo inmenso de besarla. Se va acercando a sus labios, pero ella se aleja al momento que comprendió sus intenciones.
—No señor, no sé quien piensa que soy. —le quita de sus manos su cuaderno y camina rápidamente hasta donde esta Mathew con Arnold.
Dimitri la ve irse y comienza a sentirse impotente. ¿Qué le pasa con esa niña? ¿Por qué se siente tan atraído por ella? Se dio dos cachetadas mentales y se sentó en la banca donde antes estuvo Marianela. Miro el hermoso paisaje y negó. Él no puede ni debe fijarse en una empleada.
El paseo al parque a se volvió una completa tortura para Dimitri. Verla tan sonriente con Arnold y Mathew lo llenaba de coraje. No entendía por qué su mente le jugaba esas malas pasadas. Ella no es nadie para que él se ponga así. Miraba sus labios, la forma tan delicada de expresarse. Se estaba volviendo loco. Buscaba distraerse con los patos, ardillas u otros animales para no mirarlos. Pero siempre terminaba con su vista fija en ella.
—¡Papa, papa! – le grita Mathew. El pequeño le hace señas para que vaya a donde están los tres. Dimitri llega hasta ellos con una media sonrisa. —papa ven, necesito que me empujes en el columpio. —dice el pequeño.
—Pero esta tu tío y … —calla al entender la escena.
—No, tú me empujas a mí y mi tío empuja a Nela. —dice simplificando todo. Dimitri respiró profundo cuando escucho eso. Dios necesita darle paciencia o no sabe cómo va a terminar el día. Comenzaba a sospechar que no había sido tan buena idea eso de ir al parque, debió irse a trabajar.
—Porque no mejor vamos a comer un helado. —el niño sonríe brincando de la emoción.
—Si, uno grande con muchos sabores. —dice abriendo sus brazos.
—Como lo quieras —le revuelca el cabello y lo toma de la mano—. Señorita, debe venir con nosotros. No es su día libre. —Marianela asiente.
—Si señor, —Marianela recoge todas las cosas de Mathew y camina detrás de ellos.
—Eres un bruto – le dice Arnold a su hermano.
—No sé de qué hablas. —dice el mayor de los Stone.
—Lo sabes muy bien, solo quieres hacerme quedar mal. —escupe el menor enojado. —Como sabes que me gusta, pero no voy a permitirte que me alejes así de ella.
—Arnold, ya dije mi última palabra en cuanto a eso. —dice apretando los dientes. —nos van a escuchar. —señala al Math.
Arnold dejo todo tranquilo, sabía que Dimitri estaba enojado.
En el local de los helados Arnold se acerca a Marianela.
—Preciosa, ¿de qué lo quieres? —la toma de la mano, pero ella disimula y se la quita.
—Gracias, pero solo quiero un café —baja la mirada. Siente como Dimitri la mira colérico. Es mejor evitar ya se lo advirtió. Cerro sus ojos recordando sus palabras. “Que no la vuelva a ver coqueteando con mi hermano, ni con nadie en esta casa o la echo de aquí”. Ella no podía perder su empleo así que decidió hacer la fila por ella y pagar su café con el poco dinero que aún le quedaba.
Tomó asiento al lado del niño ayudándolo con el helado. Dimitri la miraba insistente, la tenía nerviosa. Ella no entendía por la miraba de esa forma. Ella no había hecho nada.
—Con permiso, voy al tocador. —se excusa, levantándose para caminar por el pasillo.
Necesita unos minutos a solas, lejos de la insistente mirada de Dimitri Stone. Sus ojos verdes tan penetrantes y duros la ponen nerviosa. Entra al tocador, no había nadie puso su agua tibia y mojó sus manos para quitar el frío de estas. Se miró en el espejo y paso eso que nunca pensó.
—¿Qué hace usted aquí? – pregunta la joven mujer a el hombre detrás de ella.
—Quería … —Se rasca la cabeza— ni yo sé que hago aquí —pone sus manos a los lados de la mujer. Encerrándola entre su cuerpo y el lavabo. —No quiero… —su voz de forma más ronca—. Necesito… —acerca sus labios la los de la mujer poco a poco los rozó, pero eso no le bastó él quería más.
El tomo de la nuca para que no se alejara e invadió su boca para saborearla como tanto deseaba. Marianela no supo cómo reaccionar en el momento se dejó envolver por el beso hasta que los recuerdos volvieron a su mente, se alejó bruscamente empujándolo y dejando una sonora bofetada en su rostro.
—Que sea la primera y última vez que me ponga una mano encima. Para la próxima no respondo. —Sale del tocador como alma que lleva el diablo. Dejando al hombre confundido y con una enorme sonrisa en sus labios.