La cena fue una tortura para ambos. Estar tan cercas no ayudaba a su raciocinio, Marianela se propuso ignorar el hecho que el estuviera allí y se dedicó por completo a hablar y atender a Mathew. En algunas conversaciones Dimitri intervenía, pero ella evitaba hablar, dejaba el espacio para que padre e hijo interactuaran. Una vez terminaron ayudo a Gertrudis a recoger la mesa. Había superado su primer día, arregló todo para que Math fuera a descansar, fue un día largo para ella. Se sentía cansada, demasiadas emociones para apenas 18 horas. Dormir al niño no presentó ningún problema para ella, Mathew es un niño muy inteligente e independiente. Lo cubrió con la frazada y dejó un beso en su frente.
—Descansa pequeño —dice de forma cariñosa acariciando su cabello.
Mathew se voltea dormido haciéndola sonreír. Salió de la habitación con la bandeja que había subido con una tasa de leche caliente. Cuando va bajando las escaleras ve al señor de la casa. Ese hombre que de tan solo mirarlo la hacía temblar. Nunca había sentido nada igual, no era miedo, lo más que le podía hacer era despedirla y so ese fuera el caso se iría con la cabeza en alto. Marianela mantiene su mirada no se iba a dejar amedrentar, ella es una mujer fuerte y no le tiene miedo y si él va a hacer algo en contra de ella que lo haga de una vez. Pasa de largo sin ningún cambio en su rostro. No hubo sonrisa, ni sumisión, solo una mujer segura de sí.
Su actitud enerva a Dimitri, desea que ella le sonría como lo hace con su hijo, le hable como todas lo han hecho, le coquetee sin descaro ni pudor, necesitaba buscar una excusa para sacarla de su casa de su vida. No había pasado veinticuatro horas y ya había puesto su vida de cabeza. No lograba sacársela de su mente.
Ella con su actitud fría solo logra un efecto contrario en él, ese que ninguna otra ha logrado. Quiso retenerla preguntarle por qué lo ignora, porque no era como las demás, el por qué era de esa manera con él, pero se acordó de la amenaza de la mañana y la dejo ir. Era mejor que adoptará esa actitud. Así se evitará tener que despedirla. Ya que vio que Mathew le ha tomado cariño.
Negó por sus pensamientos, los mismos que hacen que se contradiga cada dos minutos. Subió casi corriendo hasta su habitación. No hay nada que un buen baño y sueño no borre. Se miro en el espejo y vio su reflejo. Por primera vez en muchos años se observó, ya no era ese hombre joven viudo, ahora era un hombre con facciones fuertes y una mirada perdida. Negó al compararse con Marianela, ella es aún una mujer joven, hermosa, delicada, con una mirada capaz de iluminar la vida de quien la atesore. Esa mirada que le provoca tantas cosas. Sentimientos que pensó que habían muerto junto a Bárbara. Vio como en su pantalón se forma un bulto. Negó y maldijo por lo bajo. La única mujer que le había provocado algo igual fue su amada esposa.
Había tenido amantes en esos cinco años, claro algunas para saciar los deseos de la carne, pero ninguna le habían provocado una erección de solo pensar en su mirada.
Encendió el agua fría de la ducha, eso debía bajar, no podía pensar en ella de esa forma, además Mathew le había tomado cariño, no podía despedirla solo por desearla. Entró en la bañera para quitar eso que la joven mujer le hacía sentir. Sintió en su espalda el agua fría bajar, respiro profundo al sentirlo, pero era justo y necesario, él no podía desear a la niñera de su hijo.
Su cuerpo reacciona sólo ante su cercanía. Se apoyó en la pared cuando recordó su aroma. Ese que lo mantuvo en jaque durante toda la cena.
—Marianela —pronuncio su nombre, el agua no estaba ayudando a que sus deseos mermadas así que decidió hacerlo. Tomó su m*****o erecto entre su mano y comenzó a autosatisfacer sus deseos. Evocó su verde mirada, su rostro de ángel, su boca deseando besarla, degustarla. Un escalofrío corrió su cuerpo llegando al clímax con su corazón a todo galope. Sea maldijo por desearla, esa niña se le metió en la sangre sin proponérselo.
Termino de ducharse antes de pescar una neumonía. Se vistió con un albornoz y salió del baño para entregarse en los brazos de Morfeo o al menos eso deseaba, pero su cerebro no estaba de acuerdo con él. Cerro sus ojos buscando el sueño, pero solo lograba pensar en la chica. No lograba sacarla de su mente por más esfuerzo que hiciera. Se puso un bóxer y un pantalón chándal y bajó hasta la sala de pinturas de Bárbara. Necesitaba quitarse el sentimiento de traición a su memoria, pero era algo más fuerte que él. Algo que no podía controlar cuando lo quisiera.
Fue directo al minibar que había en el lugar para servirse un güisqui y tomó asiento frente a las pinturas. Cada una le traía un recuerdo diferente. Observó con lágrimas en los ojos su última pintura.
La pintura era hermosa, se trataba de cómo ella imaginaba al hijo que llevaba en su vientre. El mismo que no llegó a conocer. Apretó el vaso de cristal fuerte. Sus lágrimas corrieron por sus mejillas, las limpio y volvió a beber del líquido ambarino. Sentía como el dolor hacia un hueco más profundo en su corazón. Cayó de rodillas ante una de las pinturas.
—Perdóname mi amor, todo fue mi culpa, nunca debí dejarte hacer ese viaje, nunca debí dejar que manejaras. Debí acompañarte. Quien debió morir era yo. —decía mientras sentía como moría en vida. El recuerdo sigue tan fuerte como el primer día. Su amor por Bárbara nunca se extinguirá. Cuando de sus ojos ya no salieron más lágrimas, se levantó y se dispuso a ir a su habitación había acallado un poco el dolor que tenía en su corazón. Va por el pasillo encontrando que la cocina tenía la luz encendida. Le estuvo raro, ya era bastante tarde, así que decidió entrar.
—Se… señor – Marianela cortaba algunas manzanas y frutas.
—Se supone que esta dormida ¿Qué hace despierta tan tarde? – camina a paso firme, totalmente serio.
—Disculpé señor, pero no tenía sueño y quise dejar fruta cortada para el desayuno del niño Mathew listo. —los nervios de Marianela se incrementan, nunca espero encontrar al causante de su insomnio a esa hora en la cocina.
—Bien, ya que esta despierta sírvame un vaso de agua. —dice muy cerca de ella causando que por su cuerpo corriera una electricidad que nunca había experimentado. Asintió varias veces tratando de disimular eso que él le provoca.
—Si señor —se mueve por la cocina buscando un vaso para llenarlo con agua fresca. Sus manos temblaban y no era de frío. Lo llevó como pudo a la mesa donde esté se había sentado.
—Aquí tiene señor, ¿desea algo más? —una sonrisa se posa en los labios de Dimitri.
Un pensamiento lujurioso paso por su mente, pero lo desecho y negó de inmediato. Marianela asintió y dio media vuelta para recoger las frutas y desechos. Lo hizo lo más rápido que pudo, mientras menos tiempo estuvieran en el mismo lugar que él, sería mejor para sus nervios. Ese hombre la hacía temblar y no era de miedo. Era algo que ni ella entendía. Sí, es un hombre muy guapo, pero eso no es lo que la intimida, es esa mirada dura. Cuando terminó de limpiar se voltea para mirar a su jefe.
—Si no necesita nada más, me retiro —por un momento pensó retenerla, pero negó—. Que tenga buena noche— se despide, quita el delantal y sale de la cocina como si el mismísimo satán la estuviera persiguiendo. Cerró la puerta de su habitación y se metió en su cama sin pensarlo.
—Recuerda nunca más volver a salir a esta hora —se dice regañándose a sí misma. El día siguiente sería uno largo. Cerro sus ojos dejo su mente en blanco, no quería pensar en nada y mucho menos en unos ojos verdes.
Dimitri terminó su vaso de agua y lo dejó encima el lavabo. Salió de la cocina enojado, ella no le presto mayor atención. Subió a su habitación y se miró en el espejo cuerpo completo, él tenía su dorso desnudo y aun así no le provoca ninguna reacción a la chica. Su autoestima comenzó a decaer. Miro su abdomen, no tenía ni un poco de grasa corporal. Hizo algunos push—up y fue directo a su cama, necesitaba reponer fuerzas para el siguiente día.
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Gertrudis se levantó temprano y dejó que Marianela dormir un rato más, ella sintió cuando despertó y sabía por experiencia que los primeros días eran los más difíciles para conciliar el sueño. Preparó todo para cuando el señor bajara a desayunar este todo listo. Por lo general siempre lo hacía temprano en la mañana. Él no tenía día de descanso, trabajaba los siete días de la semana.
Cuando dieron las siete de la mañana se extrañó que su jefe no bajara a desayunar, aprovecho para ir a tocar a Marianela, ya está estaba por salir de su habitación cuando escucho la puerta.
—Voy —abrió encontrándose a Gertrudis con una sonrisa al verla ya preparada —discúlpame, no sé cómo se me paso la hora.
—No te lamentes niña —dice tomando su mano para calmarla. —vamos que de seguro ya el señor de la casa bajo a desayunar.
Marianela asiente y sigue a la mujer. Entraron a la cocina, pero el señor aún no bajaba a desayunar. Dejaron todo listo una hora más tarde Marianela salió para ir a ver a Mathew. Por el pasillo se encontró al señor con un jean y un polo.
—Buenos días, señor, baja su mirada por educación. Lo menos que quiere es que mal interprete su acción.
—Señorita González, prepare a Mathew, quiero que desayunemos juntos. —Marianela asiente sin decir una palabra.
Pasó por su lado para subir hasta la habitación del niño que aún dormía, preparo todo y lo despertó.
—Buen día mi niño —dice dejando un beso en su frente.
—Nela, tengo sueño. —dice rasgando sus ojos.
—Su padre lo espera para desayunar con usted mi niño, vamos que se enfría el desayuno. —Mathew despierta y hace sus cosas rápido, le hacía ilusión volver a compartir con su padre. No era normal que este estuviera en la casa. Bajaron hasta el comedor donde Dimitri recibió a su hijo con una sonrisa.
—Señorita González por favor, acompáñanos, de ahora en adelante nos gustaría que tomara asiento con nosotros en la mesa, ¿Verdad Mathew? —El niño asiente feliz, pero Marianela no estaba muy convencida.
Termino accediendo ante la mirada insistente del niño. Dimitri la ayudo a sentar a su lado como la noche anterior. Se deleitó con su aroma a frutas y tocó la campana para que Gertrudis le asistiera. Dimitri se seguro, esa mañana se levantó a correr antes de desayunar. Se había levantado con otra brisa, tomo un sorbo de su taza de café, cuando una voz lo trajo de vuelta a la realidad.
—¡Llegue Familia! – Dimitri mira asombrado a su hermano.