CAPÍTULO NUEVE

1789 Words
ALICE   Mientras estoy recostada en mi cama sosteniendo una bolsa de verduras congeladas contra mi mejilla derecha para tratar de bajar la inflamación y rogar que no me quede ningún tipo de marca, revivo los eventos de la noche y me pregunto ¿por qué no dije que no a la cena y volví a casa inmediatamente? Así tal vez en este momento estaría durmiendo plácidamente y no llorando mientras me arrepiento de todas las decisiones que tomé en el día.   La cena se demoró, como era de esperarse, pues no sólo me tomó un largo tiempo decidir qué plato ordenar del complicado menú que me pusieron al frente, sino que una vez elegí, lo hice mal y después de que Dominic se dio cuenta de que el plato que había ordenado no me gustaba en absoluto, no porque supiera mal, pues estoy segura que de no haber tenido aversión a las batatas dulces probablemente lo habría disfrutado mucho, él llamó a la mesera y le pidió que lo cambiara por un steak a la pimienta, por lo que tuve que esperar otro rato por mi comida.   Estaba completamente avergonzada por haberlo hecho devolver un platillo tan costoso, y me mortificada pensar en el costo del plato desperdiciado y sólo podía rogar en mi interior que no lo fueran a arrojar a la basura, sino que se lo comiera algún mesero o alguien en la cocina, pues me daba mucho pesar pensar en que un plato así se fuera a desperdiciar, no obstante, a Dominic no parecía importarle demasiado este asunto y entendí que tal vez él nunca ha tenido que preocuparse por cuál va a ser su próxima comida o si habrá una próxima comida.   Algo que si ha sido motivo de preocupación para mí después de que George y yo tuvimos que empezar a arreglárnosla por nuestra cuenta en ausencia de nuestro padre, y los primeros meses fueron de total incertidumbre, pues él sólo conseguía trabajos mal pagos que no alcanzaban para solventar todos nuestros gastos y como yo estaba en la universidad, sólo podía trabajar los fines de semana, por lo que mi ayuda nunca fue suficiente, y es por esto que soporto los ataques de ira de George, porque él pudo perfectamente haberse ido y dejarme sola, pues después de todo yo ya era mayor de edad cuando eso sucedió y podía cuidarme por mi cuenta, pero él nunca lo hizo, por el contrario, tomó dos y hasta tres empleos para poder pagar los gastos de nuestra casa y también los de mi universidad.   Y aunque traté con todas mis fuerzas de concentrarme en la cena y no ponerle atención a mi teléfono sonando incesantemente con las llamadas entrantes de George, lo cual ocasionó una expresión de molestia en Dominic, por lo que tuve que ponerlo en silencio, pero aún así el brillo de la pantalla que se encendía cada vez que entraba una llamada era imposible de ocultar, no obstante traté de ignorarlo y poner atención a la conversación que estábamos teniendo con mi nuevo jefe, en la cual él trató de explicarme cómo iba a ser mi trabajo de ahora en adelante, de una forma mucho más detallada de lo que lo hizo Kim en la mañana, e incluso me dio algunos tips y pautas muy útiles, que según él, le hubiesen salvado el pellejo a sus anteriores asistentes si hubiesen prestado atención.   Me produjo un poco de alegría pensar en que él se estaba esforzando en que yo entendiera todo esto porque tal vez quiere que me quede y no arruine todo hasta el punto en que él deba despedirme, pero siendo la persona racional que siempre me he enorgullecido de ser, traté de no dejarme llevar por estas suposiciones tontas y me concentré en memorizar los aspectos más importantes, y así, entre toda esa charla el tiempo fue transcurriendo sin que ninguno de los dos nos percatáramos de ello, y cuando finalmente miré mi reloj y noté que eran cerca de las once de la noche, básicamente salté de mi silla haciendo que Dominic me mirara sorprendido.   “¿Qué pasa?” él me preguntó.   “Es muy tarde,” yo respondí con un tono lastimero haciendo que él frunciera el ceño.   “¿Tarde para qué?” me preguntó con curiosidad y tuve que pensar rápido para responderle, pues sabía que no iba a sonar bien si le decía que mi hermano me había puesto un toque de queda a pesar de que ya tengo veintiún años, pensaría que soy demasiado tonta para ser su asistente.   “Debo estudiar y ya se me hizo tarde para ello,” le respondí mirando hacia el jardín exterior, y aunque sé que él no me creyó ni por un segundo, no me dijo nada, sino que llamó a la mesera para que le trajera la cuenta y después de esto le entregó la tarjeta de crédito negra sin siquiera mirar la cuenta total.   Una vez el valet parking nos trajo el auto de Dominic a la entrada, yo vi esto como mi momento para irme y le dije en un tono tenso:   “Creo que es mejor que pida un taxi para que me lleve a mi casa, ya es bastante tarde y un auto como este sólo atraería atención innecesaria y no quiero que esas personas de mi vecindario piensen que de repente tengo dinero, ya es suficiente con que me vean llegar con tantas bolsas,”   “Tonterías, yo te llevo,” él respondió.   “Señor Pemberton, es usted muy amable y sé que está tratando de hacer algo bueno, pero créame cuando le digo que es una mala idea ir en ese auto a mi vecindario a esta hora, sólo me traería problemas,” yo le dije y él frunció el ceño con molestia, pero terminó aceptando y le pidió al valet parking que llamara un taxi para mí, y mientras esperábamos a que llegara, yo saqué todas las bolsas y empecé a acomodar la ropa y los zapatos de tal forma que todos cupieran en no más de tres bolsas grandes, y para ello tuve que sacar los zapatos de sus cajas y dejarlos sueltos o meterlos dentro de los dos bolsos que compramos, al mismo tiempo que enrollé la ropa para que cupiera toda, mientras Dominic me miraba con el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre su pecho.   Y cuando llegó el taxi, él me aseguró que se desharía de las bolsas y las cajas así que no debía preocuparme por ello, pues yo estaba entrando en pánico sin saber muy bien qué hacer con las bolsas y cajas restantes, luego me ayudó a subir al taxi y le dio al taxista un billete de cien dólares para que me llevara a la dirección que yo le indicara y me diera a mí el cambio, aunque le aseguré varias veces que no era necesario, él no me escuchó y simplemente le dio el billete al taxista antes de despedirse de mí con la mano.   “Muchas gracias por todo, señor Pemberton, nos veremos mañana en la oficina,” le dije y el taxista me dirigió una mirada recriminadora cuando notó las bolsas con las compras, pero decidí ignorarlo.   “Ten cuidado y por favor envíame un mensaje cuando estés en casa, me has dicho tantas cosas malas de tu vecindario que ya no voy a estar tranquilo,” él me dijo y yo me sorprendí un poco con su declaración, pero sólo me limité a asentir antes de que el taxi arrancara.   Y durante todo el camino a casa estuve nerviosa y sudando frío, temerosa de lo que ocurriría una vez llegara, así que cuando el taxista paró frente a mi casa y me dio el cambio, el cual no fue mucho pues estaba bastante lejos el restaurante, me bajé e inmediatamente me dirigí a la parte trasera de la casa mientras rogaba que me hubiese olvidado de cerrar la ventana de mi habitación como ya es usual, y cuando la empujé suavemente, maldije internamente al encontrarla cerrada, por lo que volví al frente de la casa mientras evaluaba mis opciones, pero no encontré ninguna viable para esconder las compras y llegué a la conclusión de que de todas formas George iba a ver mi ropa y zapatos nuevos cada día, así que era mejor decirle ya.   Cuando entré a la casa me sorprendí de lo rápido de mis reflejos al evitar, por poco, un vaso que voló hacia mí en el momento en que la puerta se abrió y se estrelló a una pulgada de mi rostro evitando cortarme por muy poco, y aunque mi primer instinto fue correr y esconderme, sabía que eso sólo iba a empeorar las cosas, por lo que me quedé de pie paralizada del miedo mientras me abrazaba a mi misma y esperaba por el resto del ataque de ira de mi hermano.   “¿EN DÓNDE CARAJOS ESTABAS Y QUIÉN TE CREES PARA EVITAR MIS LLAMADAS?” él me gritó y yo sólo temblé de miedo mientras pegaba mi espalda a la puerta.   “Te dije que iba a salir tarde del trabajo,” le respondí con un hilo de voz.   “¿Ah sí? ¿Y tú trabajo es ir a comprar cosas?” él me preguntó mientras miró hacia las bolsas que estaban en mis pies.   “Eso es ropa para el trabajo, me las dio la firma,” yo trato de explicar, pero él me cogió del cabello con fuerza haciéndome gritar de dolor.   “¿Te crees que soy estúpido para creerme ese montón de mierda? ¿En dónde estabas?” él insistió con tono amenazador.   “Estaba trabajando, te lo juro,” le respondí entre lágrimas.   “¡MENTIROSA!” me gritó mientras asestó una fuerte bofetada en mi mejilla derecha haciéndome caer al suelo mientras me agarraba el rostro con ambas manos y veía pequeñas manchas negras.   “Te lo juro, yo no compré eso, no tengo dinero, tú lo sabes, es sólo ropa para la oficina, nada más que eso,” le dije en tono suplicante.   “¿Y cómo explicas entonces que no me contestaras el teléfono?” él me preguntó y yo sentí pánico al no saber qué responder.   “Porque después de enviarte el mensaje tuve que entrar a una reunión que mi jefe tenía con un cliente y tomar notas, no podía contestar el teléfono,” le respondí con el tono más seguro del que fui capaz y aunque él pareció dudar por un momento, finalmente asintió y fue de vuelta a su habitación, no sin antes advertirme que, si me atrapaba en alguna mentira, lo iba a lamentar.
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