Las leyes del amor, la lujuria y las mentiras

CAPÍTULO OCHO

ALICE

No paro de revisar mi teléfono cada pocos minutos, George aún no me ha contestado el mensaje que le envié haciéndole saber que iba a salir un poco más tarde del trabajo, y siento como mi ansiedad crece a cada segundo que pasa, sé que Dominic se está dando cuenta de mi actitud porque puedo notar su mirada en mí durante el camino al restaurante, pero simplemente no puedo evitarlo, realmente odiaría que George se enojara por esto y aunque sé que él no causaría ninguna escena ni nada parecido en mi nuevo trabajo, temo por lo que pueda pasar una vez llegue a casa, y esperaba poder llegar antes que él para esconder las bolsas de las compras, pero ahora no creo que eso sea posible y me estoy devanando los sesos tratando de pensar en alguna forma para poder meter toda esa pila de bolsas de compras a mi habitación sin que él lo note.

Unos minutos más tarde, Dominic gira a la izquierda y entramos por un camino de gravilla flanqueado a lado y lado por pequeñas farolas que le dan un aire a jardín encantado, el cual sube por una pequeña colina la cual está coronada por una construcción de un piso, bastante moderna e iluminada, y tan pronto como llegamos a la entrada un mozo viene a abrirnos la puerta, pero al notar lo elegante que es el lugar y lo horriblemente vestida que estoy yo, le hago señas para que no abra la puerta y Dominic me dirige una mirada cuestionadora, así que le explico:

“Preferiría no entrar con estos zapatos, me da un poco de vergüenza, así que pensé en usar unos de los nuevos que compramos hoy,” le digo mientras me inclino hacia el asiento trasero y busco entre las bolsas hasta encontrar un par de zapatos de punta, los cuales son negros y tienen un tacón no muy alto como para parecer bambie aprendiendo a caminar, pero tampoco tan corto como para verme mal, además que es evidente que son zapatos de diseñador por lo que seguramente me evitarán más miradas desdeñosas hoy.

Dominic asiente con aprobación una vez tengo los zapatos puestos, y ambos salimos del auto para dirigirnos hacia la entrada del restaurante, el mozo que intentó abrirme la puerta antes me mira de pies a cabeza pero es interrumpido por Dominic quien le entrega las llaves de su auto para que lo estacione y le advierte que no debe rayarlo, con un tono un poco más cortante que lo usual; y una vez llegamos a la entrada, la hostess salta de su puesto tan pronto nos ve y usando su mejor sonrisa, dice entusiasmada:

“Señor Pemberton, bienvenido de vuelta, ¿la misma mesa de siempre?” añade la pregunta cuando me ve de pie detrás de él y yo frunzo el ceño ligeramente.

¿Por qué dijo eso? ¿Es este acaso el sitio al que él trae todas sus citas? Pero yo no soy su cita, no debió haberme traído aquí pues las personas se van a llevar la idea equivocada.

Dominic parece un poco incómodo por el comentario de la hostess, pero asiente tensamente y luego empieza a caminar detrás de ella quien parece estarnos guiando a la parte trasera del restaurante hacia un reservado que está en el rincón de la derecha, mientras caminamos me doy cuenta de que las personas que vienen a este lugar parecen tener mucho dinero y estar vestidos elegantemente, por lo que me alegro de haberme cambiado los zapatos, aunque ahora que miro a mi alrededor, desearía haberme cambiado de atuendo también.

Una vez estamos dentro del reservado, el cual es una pequeña habitación iluminada con luz tenue y una mesa ubicada en el centro con dos sillas que están dispuestas a cada lado de la mesa, en la pared opuesta a la puerta hay un cuadro que no parece tener mucho sentido, pero parece bastante costoso y en la parte izquierda, en vez de una pared, se encuentra una gran ventana que va del piso al techo y tiene vista directa a un bonito jardín que tiene una fuente y lucecitas colgando de los árboles, parece un ambiente romántico y creo que Dominic lo nota al mismo tiempo que yo, porque parece bastante incómodo de repente.

Tan pronto nos sentamos a la mesa, una mesera rubia con piernas largas y labios carnosos, en un rostro pequeño y delicado, entra meneando las caderas en un movimiento que parece forzado y básicamente me da una breve mirada antes de decidir que no va a tratar conmigo sino con mi acompañante, por lo que, ignorándome completamente, se voltea hacia Dominic y con una gran sonrisa coqueta se presenta como “Tiffany” y luego procede a preguntarle qué quiere de beber.

“¿Qué te gustaría beber?” él se dirige directamente hacia mí sin prestarle mucha atención a la mesera y yo quedo totalmente sorprendida por lo que no sé bien que responder.

“Lo que sea está bien,” es todo lo que puedo decir y él sólo frunce los labios con descontento antes de meditarlo por un segundo y pedir dos copas de un vino que tiene un nombre complicado, la mesera asiente con entusiasmo y sale del reservado nuevamente moviendo sus caderas en una forma casi exagerada, pero Dominic no la mira ni una sola vez.

“¿Podrías dejar tu teléfono a un lado al menos por cinco minutos?” él me dice con un tono exasperado cuando yo tomo mi teléfono por centésima vez en la noche, así que rápidamente lo dejo a un lado y al notar su ceja levantada, decido guardarlo en mi bolso.

“Lo siento,” murmuro entre dientes.

“¿Tu novio te está causando problemas por demorarte en salir del trabajo?” él me pregunta y yo estoy tan sorprendida por la pregunta, que lo único que soy capaz de decir es: “¿Qué?”

“Deberías advertirle que este trabajo implica salir muy tarde a veces o llegar muy temprano, también salir de viaje de forma inesperada, estoy seguro de que Kim te lo dijo cuando llegaste a la oficina,” él me dice y yo sacudo la cabeza enérgicamente.

“¿No te lo dijo?” él me pregunta con incredulidad.

“No, es decir, sí me lo dijo, a lo que me refiero es que no tengo novio,” es todo lo que puedo responder y él sólo se limita a asentir, pero noto una sonrisa danzar en sus labios por un breve segundo antes de que la mesera entre nuevamente con las bebidas y su expresión se vuelva fría, haciéndome creer que tal vez fue un truco de mi mente.