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2083 Words
La historia de Matilde y Leo siempre estuvo sujeta a tres etapas. Éstas pasaron a lo largo de su vida sin que ellos se dieran cuenta pero las personas alrededor siempre fueron testigos silenciosos de lo que estaba pasando, convirtiendo a Al Paraíso en una hacienda llena de secretos que siempre estuvieron sordos a los oídos de Doña Antonia.  Pasaron 2 días antes de que Leo estuviera de regreso en la Casa Grande. Al parecer, Matilde había rogado a su padre que lo dejara tomar clases con ella de nuevo y estudiar en la biblioteca y aunque en verdad Don Enrique no entendía en primer lugar porqué el niño tenía prohibido el regreso, se lo concedió haciendo a la niña muy feliz de nuevo y a Doña Antonia infeliz. Sin embargo, el mismo Don Enrique sabía que las decisiones de su esposa con respecto a la educación de la niña se guiaban por el estado de ánimo que tenía así que no se tomaban muy enserio.  Entre pastillas para la migraña, vino y cigarros Doña Antonia observaba desde lejos tratando de imponer su voluntad ante la niña, pero sólo por unos momentos, ya que cuando le pegaba la migraña, esta se escondía en su habitación por días olvidando todo. Para la mala suerte de Matilde, el día de la laguna era uno de esos en los que “La extranjera” se sentía bien, por lo que no pudo pasar desapercibido la escapada a la laguna, y entre gritos y amenazas obligó a la niña a confesar lo que había pasado, embarrando al pobre Leo junto con ella.  Tita lo comprendía, incluso sabía que ese arranque de ira se trataba por otra cosa y no por la Laguna, Doña Antonia era infeliz y quería hacer a su hija de igual manera, pero Leo no lo comprendía y tampoco sabía que la razón de la felicidad de Matilde era porque él estaba con ella; eso lo comprendería después.  Así que de nuevo allá iba, por el mismo camino, el niño de siete años tan bien vestido y peinado como siempre, para ser el capricho de la pequeñita que ansiosamente lo esperaba en la entrada de la casa con una sonrisa de ojera a oreja que en ese momento él interpretó como burla después de lo que había pasado.  ―Hola Leo ― le dijo feliz.  ―No quiero hablar contigo ― respondo mientras la pasaba de largo y se dirigía al estudio donde tomaban las clases juntos.  Matilde corrió tras él y se le puso en frente ― ¿Qué te pasa? ¿Por qué no quieres hablarme? Por mi estás de nuevo acá arriba conmigo.― ―Pues muchas gracias pero no era algo que quisieras ¿sabes? ― respondió Leo firme mientras la pasaba de nuevo y entraba a la casa.  ―Pero, pero.. ¿por qué estás enojado? No te hice nada ¿o sí?― ―Pues hiciste que tu mamá le pegara a la mía hace dos noches y eso no está bien Matilde. Dijiste que no le dirías nadie lo de la laguna y me echaste la culpa cuando en realidad fuiste tú la de la idea ― le reclama.  Matilde le tomo del brazo y lo metió a la biblioteca cerrando la puerta detrás de ellos. Leo no se quejó sólo se dejó llevar por ella, ya estaba acostumbrado a esas situaciones. La biblioteca era y siempre sería el único lugar seguro para ambos, ya que sólo ellos dos le daban uso y nadie absolutamente nadie entraba ahí.  ―Yo no le dije que fuiste tú el de la idea ― le murmuro para que nadie lo escuchara.  ―Pues ¿por qué fue a reclamar? ― pregunta Leo enojado.  ―No sé, yo le dije que habíamos ido a la laguna y que nos habíamos metido a nadar y ya… nunca le dije que fuiste tú el de la idea y que me había ahogado y que me salvaste la vida ― y al decir eso esboza una sonrisa.  Leo la ve a los ojos, esos hermosos ojos verdes que serían su perdición años después y luego la ignora ― pero le pegó a mi mamá y si siempre que pase algo que tú quieras le van a pegar, yo ya no quiero nada contigo ― contestó y abrió la puerta de la biblioteca y salió.  ―Pero, pero Leo… ― le murmuró pero él fue hacia el asiento de siempre, abrió el libro y se recargo con los hombros sobre la mesa y las manos sobre la quijada para comenzar a repasar la lección de historia. Matilde se sentó frente a él como siempre y lo observó. Lo que Leo no entendía en ese momento es que Matilde era manipulada por su madre en muchos aspectos y que ella no decía la mitad de cosas que su madre anunciaba, además, el niño era su único amigo y la única persona en que confiaba y que éste no le hiciera caso la ponía triste.  ―Leo ― le dijo ella.  ―Eres mala Matilde ― le contestó fríamente sin medir sus palabras tal y como los niños lo hacen ― eres mala porque me tratas mal y luego me tratas bien, pero la mayoría de las veces mal… sólo subo a la casa grande porque me gustan la historia y los libros, porque tú no me caes bien, así que a partir de hoy ya no voy a hablarte ni hacerte caso ― finalizó y ella lo miró a los ojos y le dieron unas ganas terribles de llorar, pero no lo hizo porque a su corta edad Matilde supo que Leo tenía razón y que si seguía tratándolo así, como su mamá lo hacía, pronto Leo le abandonaría como sus padres y eso era algo que le dolería mucho.  Entonces el silencio de Leo duró el resto de la semana, 3 días sin dirigirle ni una palabra a la niña. Sus miradas se cruzaban pero sus labios estaban sellados como si les hubieran puesto pegamento, y al final Matilde comprendió que con él no se jugaba y que cumplía al pie de la letra lo que decía, lo que le hacía una persona confiable y sobre todo fiel. Así que cuando vio a Leo bajar por ese camino el viernes por la tarde sintió una gran nostalgia y supo que si no cambiaba perdería al único aliado que tendría, y a su corta edad Matilde tomó la mejor decisión de su vida ser amiga de Leo y sabía como lograría que el niño le volviera a hablar.  Tan pronto como cayó la noche en Al Paraíso, Matilde se escabulló de la Casa Grande y bajó corriendo el camino hacia los cafetales, que brillaban bajo la hermosa luz de la Luna llena, y se dirigió a la pequeña casa de Leo que yacía iluminada con las velas y luces tenues que le daban un toque de hogar. Matilde no tocó la puerta principal si no que rodeó la casa viendo por las ventanas hasta encontrar la del niño que pacíficamente pintaba sobre su pequeño escritorio a la luz de las velas.  Ella le tocó con mucho tiento y Leo volteó de inmediato a la ventana para poner cara de sorprendido al ver a la niña allí, se puso de pie de inmediato y le abrió rompiendo así su pacto de silencio al ganarle la preocupación.  ―¡Qué haces aquí! Me van a regañar.― ―Tranquilo Leo, no se darán cuenta, además, estaré solo unos minutos aquí.―  ―Tu madre se dará cuenta Matilde ― le dijo él mientras observaba como la niña se subía a la ventana y se colaba a la habitación.  ―No pasará nada… ayúdame ¿quieres? ― Leo la tomó de la cintura y la jalo hacia adentro cayendo los dos sobre el suelo y moviendo la mesita de noche que hizo un ruido que se se escuchó por toda la casa.  ―¡¿Qué pasó?! ― gritó Tita.  ―¡Nada! ― contestó él inmediatamente ― No pasó nada mamá, todo bien.― Leo y Matilde se quedaron en silencio para escuchar si Tita se acercaba pero al ver que no había peligro se tranquilizaron. Matilde volteó alrededor y sonrió al ver todos los dibujos de leo pegados sobre la pared. ―¿Esa soy yo? ― preguntó sonriente.  ―Sí, esa eres tú ― contestó el niño avergonzado y se acercó.  ―Dijiste que no te inspiraba ― se burló ella y Leo empezó a quitar los dibujos molesto ―¡No! ¡No! No me estoy burlando así… sólo que me dijiste eso y pensé que era en serio.― ―¿Qué haces aquí Matilde? ¿Quieres que me regañen de nuevo? ― preguntó preocupado.  ―No, no.. vengo a darte esto ― y Matilde sacó de la pequeña bolsa de algodón un libro de Julio Verne y se lo entregó. Leo lo tomó y sonrió de inmediato ― Sé que es el libro que estás leyendo en la biblioteca y que mi mamá no te deja traer así que pensé que sería bueno que te lo trajera yo, así ella no te regaña si te lo descubre y puedes decir que yo lo estoy leyendo y lo olvidé o algo… ― y le sonríe.  ―Gracias ― dice él emocionado.  ―Cuando lo termines, me dices que otro libro de la biblioteca te gusta y te lo doy y así… ¿Si? ― Leo miró a Matilde a los ojos y éstos le brillaban de emoción ― perdón por haberte dicho que eres mala ― le confesó el niño.  ―Ya no voy a ser mala Leo, jamás volveré a ser mala contigo, te prometo que te trataré bien y no me burlaré y que serás amigos ¿sí? ¿Amigos para siempre? ― le dijo ella y le estiró la mano para que él la tomara.  ―¿Segura que ya no me tratarás mal? ― le preguntó él.  ―Te lo juro, te juro que seremos los mejores amigos que hay y que no te trataré mal ― le dice ella sonriente. ―Júralo por lo que más quieres en la vida ― le dijo él y Matilde se quedó pensando.  ―Lo juro por Pistacho ― le dijo. Ella lo hubiera jurado por él pero supo que no era adecuado hacerlo en ese momento, así que puso la segunda cosa que le importaba más a ella que era su caballo. Leo supo así que Matilde era una niña solitaria y que ni a sus propias padres quería más que al caballo.  ―Bueno, jurado… amigos ― le dijo.  ―Amigos ― murmuro ella y sonrió.  Se quedaron con la mano tomada por unos segundos más y luego se separaron ―¿Vas a leerlo? ― le preguntó y él tomó el libro y ambos se sentaron a la orilla de la cama ― no sé porque te gusta tanto.  ―¿Bromeas? ― dijo él feliz ― ¡Baja al centro de la tierra! ― y ella se río.  ―¿Me lo lees? ―  ―Bueno, pero desde el principio para que le entiendas ― contestó Leo emocionado y luego comenzó a leer.  El domingo 24 de mayo de 1863, mi tío,  el profesor Liderbrock, regresó  precipitadamente de su casa,  situada en el  número 19 de Konig-strasse…  Desde ese momento, Leo y Matilde se volvieron los mejores amigos que podía haber y ella nunca más volvió a tratarlo mal, es más, se trataban tan bien que la Extranjera comenzó a poner más y más condiciones para que Leo estuviera en la Casa Grande con ella, condiciones que se cumplían por el día pero por la noche ser rompían. Matilde, comenzó a escabullirse a casa de Leo para platicar con él. Los dos sobre todo los fines de semana, se sentaba sobre la cama y él le leía con esmero mientras Matilde le ponía especial atención. Le gustaba que Leo hacia las voces de los personajes y ambos comentaban los dibujos que venían en los capítulos.  Tita los escuchaba sonriente al otro lado de la puerta, los niños pensaban que estaban solos pero ella siempre estaba atenta del otro lado y los dejaba ser, reírse y platicar sin preocuparse, aunque mientras fueron creciendo la preocupación de Tita fue incrementando.  Con Leo, Matilde aprendió a nadar, a pintar un poco, a trepar los árboles y a cabalgar y con Matilde él aprendió modales en la mesa, a tocar unas notas en el piano y a ser paciente, muy paciente ya que Doña Antonia cada día la presionaba más y le prohibía más cosas.  Los trabajadores del Al Paraíso se volvieron testigos de como la amistad de los niños iba creciendo poco a poco y al ver a la niña tan feliz y tan diferente a su madre, decidieron no decir nada y guardar el secreto tan celosamente que los habitantes de la Casa Grande nunca se enteraron de lo que los dos niños hacían y agracias a eso el destino se puso de su lado, brindándoles la forma de pasar de la amistad al amor. 
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