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2274 Words
Ocho años después….  Con los Gardiner estuvieron siempre los Darcy en las más íntima relación. Darcy, lo mismo que Elizabeth, les quería de veras; ambos sentían la más ardiente gratitud por las personas que, al llevar a Elizabeth a Derbyshire, habían sido las causantes de su unión.  ―Fin ― dijo Leo mientras cerraba el libro y lo dejaba al lado mientras Matilde estaba acostada junto con él en la cama recargada sobre su pecho ― ahí tienes leíste Orgullo y Prejuicio y ya podemos hacer nuestra tarea de Literatura y Lengua Inglesas ―  le comentó.  Matilde, ya de 15 años lo miró a los ojos y le sonrió ―  pero el mío era Sensatez y Sentimientos de Jane Austen, no Orgullo y Prejuicio ―  le bromeó.  ― ¡Qué! ¡Claro que no! ¡No mientas! ―  le dijo divertido mientras ambos veían al ventilador que estaba sobre el techo y les brindaba algo de aire fresco.  ― Lo siento, es que me gusta como me lees.. tu voz me tranquiliza.―  ― No mientas, es porque así no lo haces tú y ambos podemos hacer la tarea―  bromeó Leo y ella se ríe.  ― Bueno, bueno.. también ―  responde entre risas.  Habían pasado siete años desde que Matilde se escapaba a casa de Leo todas las noches para estar con él, siete años de contar las horas y de ser muy precavidos, pero eso se había terminado cuando el mes pasado la Extranjera había recibido un tratamiento para las migrañas que la mantenía prácticamente sedada toda la noche para poder tener un buen descanso, lo que les deba dos opciones una buena y una mala. La buena era que Matilde ya podía pasar hasta el amanecer con Leo en su habitación y no tenía que salir corriendo en la madrugada, la mala que ahora su madre estaba más al pendiente por las mañanas y ahora Leo y Matilde debían fingir que su relación era sólo de estudio.  Por lo consiguiente hubo cambios, ahora él  debía llamarla Señorita Cienfuegos ante la presencia de Doña Antonia, comer en la cocina, cuidar su vocabulario en las lecciones y sobre todo mantenerse al margen, es decir, prácticamente ser un fantasma mientras ella estaba presente, algo que al principio les costaba ya que estaban acostumbrados a platicar todo el día de lo que leían o pintaban en la noche y ahora debían actuar como si no se conocieran o no se llevaran bien, lo que los obligó a mandarse recados a travez de los libros cuando leían en la biblioteca o verse mucho a los ojos para comunicarse entre ellos.  Matilde vio la hora y se levantó de inmediato ―  me voy, tengo que dormir un poco antes de que amanezca, tenemos clases de baile y necesito la energía al máximo ―  dijo ella tomando el libro de Orgullo y Prejuicio y guardándolo en la bolsa ― deja el libro que desees sobre la mesa de la biblioteca y mañana lo bajo ¿si? ―  le pregunto.  ― Esta bien, señorita Cienfuegos ―  contestó Leo educado.  ― Señorita Cienfuegos ―  imitó Matilde ―  lo odio.  ― Reglas son reglas, además así llevamos la fiesta en paz ―  dijo él sensatamente mientras sonreía.  Ella lo observó. Leo había crecido como dicen muchos “con gracia” era alto para su edad, tenía pelo rubio entre lacio y con rizos que él siempre lo mantenía peinado a la perfección, sus facciones eran muy varoniles, con un cuerpo bastante marcado por el ejercicio que hacía en los cafetales mientras Don Toño lo entrenaba como administrador de la hacienda por ordenes de su padre y una sonrisa muy bonita, en pocas palabras, era atractivo y guapo y las hijas de los otros trabajadores lo sabían.  ― Nos vemos al rato Leo ―  dijo ella mientras se salía por la ventana con ayuda de él. Pistacho al verla se acercó.  ― Hasta el rato Mati ―  dijo él con nostalgia.  Ella se subió al caballo y le dio una sonrisa antes de galopar, él se quedó viendo por la ventana hasta que la esbelta figura de Matilde desapareció en el camino. Sonrió, al igual que Matilde, Leo pensaba que Matilde era guapa pero hasta ahora no había nada que despertara algún sentimiento que no fuera de amistad por ella, así que por ahora sólo eran eso… amigos pero no sabía por cuánto tiempo, ya que siempre estaba la posibilidad de que Doña Antonia los descubriera y todo se terminara.  Así que Leo se quedó dormido, y al siguiente día se despertó de nuevo para comenzar otra vez con la rutina, por la mañana estudiar con Matilde, por la tarde entrenarse para ser el administrador y por la noche esperarla a ella a que viniera a su habitación y platicaran de todo.  Abrió la puerta de su habitación y encontró a Tita durmiendo sobre el sofá con la cabeza recargada sobre un cojín, era la cuarta vez que encontraba a su madre es esa forma y se preguntaba porqué. Él se acercó con cuidado y le dio un eso sobre la frente.  ― Madre ―  le murmuro y Tita abrió los ojos de inmediato asustada.  ― ¡Qué hora es! ―  preguntó.  ― Las 9:00 am, ya me voy a la Casa Grande ―  murmuró.  ― Y Matilde ¿ya se fue? ―  dijo confundida y Leo comprendió todo. Su madre los cuidada de cualquier situación que sucediera.  ― Matilde se va siempre todas las noches mamá, no deberías de preocuparte ―  le aseguró Leo.  ― Claro que sí me preocupa mijo, ella es guapa tú eres guapo y…. ―  Tita se detuvo al darse cuenta de la conversación que estaba por empezar ―  siéntate Leo, necesitamos hablar ―  le dijo seria y él se sentó a su lado.  Tita suspiró, no sabía como abordar este tema porque siempre pensó que al llegar el momento ella estaría ya casada con otra persona que le explicara a Leo, pero al pasar de los años y el no encontrar a nadie ahora debía hacerlo ella.  ― Pues mira, ya sabes que a mi no me importa que mi niña Matilde y tú se vean y lean por la noche mijo, pero… pues… ya tienes catorce años casi quince y ella pues…―  y se quedó en silencio.  Leo sonrío, su madre trata de explicarle un tema incómodo y sabía de lo que se trataba. Se inclinó y le dio un beso sobre la frente ―  lo sé, y no te preocupes ¿si? Todo estará bien.―  ― ¿Seguro? ¿Si sabes lo que te digo? ―  pregunta ella preocupada.  ― Sí, te entiendo, todo estará bien… ahora me voy, que me tocan clases de baile de salón con Matilde y a Doña Antonia no le gusta que llegue tarde. Me llevo una manzana para desayunar ―  dijo amable.  Leo salió de la habitación dejando a Tita sentada en el sofá un poco confundida. No sabía si su hijo le decía que todo estaría bien porque ya lo había hecho o porque todavía no. Estaba consciente de que su hijo era guapo y que era hombre y tan sólo lo descubriera las posibilidades de hacer enojar más a Doña Antonia crecían, por lo que esa vez prometió dejar de hacer guardia en las noches fuera de su habitación y mejor ponerle una caja de preservativos en el cajón, sólo por si las dudas.  ― Me estaré volviendo loca yo ―  murmuro cuando salió del cuarto del chico que tenía las paredes forradas con dibujos ―  bueno, no le puedo prohibir nada como dijo Leona, tengo que confiar en él, y sí, Tita no se equivocaba, había criado a un buen hombre que en el momento de que pasara lo demostraría, pero mientras tanto y sin querer, Tita le había dado a Leo la primera señal de que Matilde y él estaban a punto de cruzar esa línea que por mucho tiempo los mantuvo unidos, sólo que no sabía quién sería el primero en hacerlo.  Así que mientras Leo subía a la Casa Grande comiendo una manzana y pensando en todo lo que tenía que hacer hoy, la imagen de Matilde recostada sobre su cama le vino a la mente y por un momento, sólo uno pequeño, sintió algo diferente por ella, pero al ver a Doña Antonia en el balcón lo olvidó y decidió mejor entrar a la Casa Grande y subir directo al balcón donde esa mañana la familia tomaba el desayuno.  Al entrar Matilde esbozó una pequeña sonrisa que él vio como un relámpago y luego vio a los ojos a Don Antonio ―  Buenos días ―  dijo educado ignorando a Matilde.  ― Buenos días Leo ―  contestó Don Enrique.  ― Buenos días Señora ―  le dijo a Doña Antonia ―  Señorita Cienfuegos ―  dijo mirando a Matilde.  ― Dime Leo, qué noticias me traes de los cafetales ―  preguntó Don Enrique mientras leía el periódico.  ― Los trabajadores me pidieron que le dijera que el agua se ha estado acabando en el pozo y que necesitan ver con usted como le harán para llevarla de la laguna para allá, dicen que tienen una idea, que cuando pueda baje a verla ―  hablo firme.  Doña Antonia lo miro de reojo mientras comía un pan tostado con Mermelada. Le respiró y se quedo de pie, firme, ignorando a Matilde.  ― Sí, muy bien, iré al rato ¿es todo Leo? ―  preguntó.  ― Sí señor, sería todo… con permiso.―  ― ¡Leo! ―  dijo con energía Doña Antonia y él se volteó a verla ― hoy Matilde no tendrá sus lecciones de baile debido a que irá a la fiesta de su amiga Carlota por la noche e iremos de compras todo el día, así que hazme el favor de regresarte a los cafetales y hacer lo que tengas que hacer ahí―  y el último comentario lo hizo con voz de humillación.  ― Sí, señora. Con permiso ―  respondió y se dió la vuelta para salirse del lugar cuando Matilde intervino.  ― ¿Puedo invitar a Leo? ―  preguntó y él se quedó congelado al escuchar la audacia de su amiga.  ― ¿Al hijo de un trabajador? ¿Para qué? ―  preguntó Doña Antonia.  ― Leo puede ir conmigo para… para… ―  titubeó ―  para que me acompañe como escolta, sólo me escoltará a la fiesta y así no llegaré sola.. todos los demás llegarán escolta y Leo es perfecto.―  ― ¡Leonardo voltea! ―  le dijo Antonia y él se dio a vuelta.  La señora lo observó de pies a cabeza con una cara de pocos amigos y luego sonrío ―  serás el hazmerreir Matilde, y no se te ha dado tanta educación para que llegues con él a la fiesta.―   ―  Pero…―  reclamó Matilde.  ― Ya dije…―  dijo ella firme ―  Vete Leo, gracias.―  Leo se dió la vuelta y comenzó a caminar fuera del lugar y salió al pasillo para luego bajar las escaleras y dirigirse a la cocina a pedirle a Toñita algo de comer antes de regresar a su casa.  ― ¡Leo! ―  gritó Matilde desde la parte de arriba y él volteó de inmediato ―  ¡Ven! ¡Sube! ―  le pidió.  Él regresó de nuevo a la escaleras y se encontró a Matilde sonriendo ―  Mi papá ha dicho que puedes ir.―  ― Pero, yo no quiero ir ―  dijo él de inmediato.  ― Vamos Leo, no conozco a nadie en la fiesta y sería genial que fueras tú, además…. Podríamos salir del Al Paraíso y ver otro lados juntos… ¿Si? ¡Anda! ¡Anda! ―  comenzó a rogar.  “¡Leonardo!” Escucharon a Doña Antonia a lo lejos   Matilde lo tomó de la mano para llevarlo de nuevo al balcón y antes de entrar lo soltó para irse a sentar a su silla.  ― Dígame doña Antonia.―  ― No, no es conmigo, yo no tengo nada que ver… ―  dijo ella enojada y luego de aventar la servilleta se puso de pie y se salió.  Él se quedó de pie frente a Don Enrique y éste después de tomar un sorbo de café le sonrió ―  necesito que vayas con Matilde a esa fiesta a La Serena y que la escoltes, te quedes cerca de ella, no confío mucho en ese Anthony, el hermano de Carlota, así que irás a la fiesta y regresarán juntos.  ―Gracias señor, pero no sé si sea correcto que vaya.―  ― Es una orden Leo ―  dijo firme y él asintió.  Puede que no hiciera mucho caso a las órdenes de la Extranjera, pero las de Don Enrique jamás podría rechazarlas. Leo sabía que gracias a él y a su protección tenía educación y un trabajo asegurado en la hacienda para él y obviamente para su madre.  ― Pero no tengo que ponerme.―  ― No te preocupes, te prestaré ropa de esas que ya o me quedan, un traje te servirá, le dices a Tita que te lo arreglé y ya.. te quiero a las 7:00 pm en la puerta para que el chofer los lleve.―  ― Muy bien señor, muchas gracias.―  Matilde lo veía emocionado desde el otro lado de la mesa y le esbozó una sonrisa, después Leo salió del balcón de nuevo y volvió a bajar las escaleras sólo para que el grito de Matilde volviera a sonar.  ― ¡Leo! ―  le dijo y él volteó.  Matilde lo observó a Leo y le sonrío ― gracias Leo ―  le dijo mientras se acomodaba el cabello n***o y esos ojos verdes le brillaban ―  en verdad eres buen amigo ―  y se mordió el labio, acción que Leo no sabía si siempre lo hacía o justo hoy lo empezaba a notar.  ― De nada Mati, sólo espero que hayas pedido lo correcto ―  y sonrío.  ― Lo hice… y son señorita Cien fuegos para ti ―  bromeo y él se río levemente.  “¡Matilde vamos que se hace tarde!”  Escucharon a  doña Antonia  y se separaron.  ―  A las siete en le entrada ¿O.K? ―  le dijo ella.  ― A las siete, ahí estaré ―  murmuró Leo y terminó de bajar las escaleras para después salir de ahí. 
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