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2971 Words
Lo que Doña Antonia y Matilde no sabían era que Leo ya la había dibujado varias veces en su casa así que hacerlo de nuevo para él sería muy fácil. Después de levantarse con cuidado y abrir un poco las ventanas para que entrara la luz, él tomó las pinturas que Matilde le había regalado y abrió el cuaderno completamente nuevo. El recibir un regalo tan inesperado de ella lo había tomado por sorpresa y por primera vez en el tiempo que había pasado en la Casa Grande Matilde le había dado una razón para no juzgarla tan mal y ver un poco de bondad en ella.  Después de escoger los colores indicados y ordenarlos en su mente, comenzó a dibujar la silueta de su rostro que ya se sabía de memoria, y bajo los ojos expectantes de Doña Antonia dibujó el contorno sin temor a equivocarse, después siguió con las facciones de su rostro, esas que se le complicaba mucho más, ya que mientras ella iba creciendo estás cambiaban continuamente. Un día Matilde tenía una ceja más arqueada que la otra, al siguiente día no había diferencia entre las dos, y así, dibujándola de nuevo Leo se percató que pasaba mucho tiempo de su día observándola y que posiblemente, de todas los retratos que había colgados en las paredes de la casa, Matilde era su favorito.  — No tenía idea que dibujabas tan bien — le dijo Doña Antonia al ver como él remarcaba el lunar que tenía cerca de sus labios — en verdad estoy sorprendida, como el hijo de una criada puede tener un talento tan fabuloso.  Leonardo decidió hacer caso omiso a las palabras de la Extranjera que era evidente que estaba ebria y sólo quería molestarlo, además cuando él comenzaba a dibujar se perdía en su propio mundo y no dejaba que nada malo entrara y lo interrumpiera. Matilde por otro lado sonreía al observar los hermosos ojos de Leo clavados en ella, le gustaba ver sus manos moverse por todo el papel y cómo cambiaba los colores dependiendo de lo que él buscaba expresar.  Bruscamente Leo se paró de su asiento y se dirigió a ella, a su corta edad se tomaba muy enserio eso de dibujar por lo que sin pena tomó un mechón del cabello de ella y lo acomodó como él pensaba se veía mejor, para así regresar y continuar con su dibujo.  — ¿Estoy quedando bonita mamá? — le preguntó Matilde a Doña Antonia.  — Sí — contestó Leo sin poder evitarlo y Doña Antonia sonrió.  — ¿Crees que Matilde es bonita? — le preguntó al niño que apenas sabía distinguir la belleza de una flor con la de su hija.  —  No lo sé, sólo le dije que sí porque mi madre me dijo que siempre hay que responder con un sí a esa pregunta.  Matilde sonrió, le gustaban las respuestas honestas de Leo a las que ya estaba acostumbrada, pero que su madre pensó que había sido brusca y ofensiva — A veces ser tan honesto no te lleva a buenos caminos — le regañó  —  ¿Prefiere que le diga que su hija es fea? — susurró él y Doña Antonia lanzó una carcajada que sorprendió a la misma Matilde.  —  Eso ni tú lo crees niño — le respondió mientras observaba detenidamente el retrato de su hija y cómo él se fijaba en los pequeños detalles que ni ella tenía presentes. Notó que leo había captado perfectamente el tono de piel de Matilde, así como las líneas que adornaban su sonrisa e incluso la tonalidad verde de sus ojos era exacta.  Leonardo terminó de dibujarla y después de agregar unos detalles arrancó la hoja del cuaderno y se la dió a Doña Antonia — ¿Ya me puedo ir? — dijo sin tacto. Doña Antonia tomó el retrato y por primera y única vez le sonrió a Leo con sinceridad — Lástima de niño, que fortuna de talento — susurró.  Él se paró y después de guardar las pinturas y el cuaderno se los regresó a Matilde — ¡No! — dijo ella rápido — Son un regalo, yo te los compré a tí — susurró. ¿Sería Leo tan grosero para decirle que no quería su regalo de lástima? Doña Antonia se acercó a los dos y le dió el dibujo a Matilde — Toma niña, y ya no vuelvas a molestarme con tus caprichos — y se lo dio. Leo al escuchar cómo le hablaba su madre sintió lástima así que decidió aceptar el regalo que ella le había dado.  Ante la mirada atenta de Leo, Matilde vio su retrato y en verdad era hermoso, cuidado, detallado y sin poder expresar lo que sentía frente a su madre sólo le sonrió — Gracias— dijo tímida y lo dobló — ¡No! — dijo él enojado — Lo vas a arruinar, los colores aún están frescos, pero a ella no le importó y simplemente lo dobló otra vez y lo guardó en su bolsa enojando aún más a Leo.  —  Por el amor de Dios, salgan de aquí y cierren esas cortinas que me está doliendo la cabeza.  Matilde se paró del sillón y cerró de nuevo las cortinas, después tomó a Leo de la mano y ambos dejaron la habitación sin decir una palabra. Al cerrar las puertas Matilde lo tomó de nuevo de la mano y lo jaló por todo el pasillo hasta las escaleras que daban al primer piso, bajaron casi corriendo como si su madre los estuviera persiguiendo y no pararon hasta que llegaron a la biblioteca. Él iba entre enojado y sorprendido y sólo se dejaba llevar por la mano de Matilde.  — Suéltame Matilde — le dijo el niño enojado.  Pero ella no le hacía caso y seguía escabulléndose entre los libreros hasta llegar a la parte de atrás. Leo se quedó observándola y sin que pudiera hacer algo Matilde le dio un ligero beso en los labios, provocando que él abriera los ojos sorprendido. El beso duró un lapso de tiempo lo suficiente para que quedara marcado en los labios de él pero no tan largo como para considerarse pasional.  Después ella lo vió y le sonrió pero no le dijo nada al respecto, simplemente salió de la biblioteca y lo dejó ahí de pie sin saber qué decir o hacer.  Así fue como Leo recibió su primer beso en el fondo de la biblioteca de la Casa Grande. Esa noche regresó a su casa más confundido de lo que se sentía y bajo la mirada atenta de su madre que sabía que algo le pasaba al niño decidió irse a su cuarto y tratar de dormir, eran demasiadas emociones para un niño de 7 años y no entendía qué pasaba. Un día Matilde lo odiaba, al otro día lo quería y ahora le agradecía el retrato con un beso, y para no darle más vueltas al asunto concluyó que las niñas eran raras y que no merecía que él le diera parte de su sueño tratando de resolverlo, así que simplemente cerró los ojos y se quedó dormido.  *** Pero después de ese beso todo cambió entre ellos, algo que Leo nunca consideró que pasaría pues ¿qué podría saber un niño de siete años sobre el amor y las formas de demostrarlo? Él, regresó como siempre al siguiente día a la Casa Grande, lo hizo por el mismo camino de siempre, con los mismos libros bajo el brazo y la misma ropa “formal” que su madre le ponía.  Sin embargo, ella lo interceptó de la nada provocando que él se asustara y tirara los libros sobre la tierra — ¡Matilde! — le reclamó mientras los recogía molesto.  —Escuché a los trabajadores que hay una laguna aquí en Al Paraíso y quería saber si me podrías llevar — le pide y le da una sonrisa que combinado con sus ojos verdes  lo hace sonrojar.  — No lo sé Matilde, no creo que pueda, tu mamá me va a regañar y nos vamos a meter en problemas — le respondió firme.  — Anda ¿Sí? — rogó Matilde mientras le tomaba la mano libre — nadie lo va a notar, mi madre está en su habitación y mi padre ha salido a la Ciudad, dijo que regresaba en tres horas, nos da tiempo de ir y regresar… además podemos llevarnos a Pistacho y regresar más rápido ¿Sí? Anda, anda, anda — insistió ella y lo tomó del brazo para comenzar a jalarlo.  —Bueno, si vamos con Pistacho pues está bien, sale, vamos — comentó él — pero rápido para que nadie se dé cuenta.—  Matilde tomó de la mano a Leo y ambos fueron a las caballerizas por Pistacho, el caballo de Matilde, un Pura Sangre de color blanco regalo de uno de sus padrinos quien era dueño de La Serena otra hacienda al otro lado del cerro que se dedicaba a la cría de caballos.  Leo se subió como pudo y después tomó de la mano a ella para subirla al lomo y que ambos pudieran cabalgar camino a bajo hacia los cafetales para llegar a la casas de los trabajadores y, después de dejar sus libros en casa de Leo, continuaran su camino hacia la laguna. Cabalgaron lento hacia el prado que se encontraba entre la hacienda y la laguna y por fin, a lo lejos, la vieron resplandecer y también vieron los cerros que las rodeaban.  Los niños al verla, se bajaron del caballo y corrieron haciendo una competencia para ver quién llegaba más rápido y saltaba al agua. Matilde, como siempre competitiva, corrió lo más rápido que pudo hasta llegar al único árbol que se encontraba a la orilla del agua.  —¡Espera Mati! — gritó Leo mientras la alcanzaba pero la niña  no le hizo caso y sin pensarlo se quitó el vestido blanco que vestía y quedándose en ropa interior se echó un clavado al agua desapareciendo de la visa de Leo.  —¡Mati! — grito Leo al llegar y quitándose la ropa también para quedar en calzoncillos la busco con la mirada asustado — ¡Matilde! — gritaba de nuevo y de pronto sintió una angustia increíble al ver que la niña no salía a la superficie.  Leo, al no poder alcanzar a Matilde, no lo pudo decir que el lago en algunas partes está lleno de ramas y algas, que si te atrapan, pueden provocar que te ahogues. Él en su desesperación se echó un clavado al agua, cerca de donde ella lo había hecho y sin dudarlo dos veces se sumergió en su búsqueda.  Con los pocos rayos de luz que el agua dejaba pasar y con los ojos bien abiertos, el niño la busco entre las ramas hasta que la vió desmayada con el pie enredado evitando que saliera a la superficie. Leo, con toda la fuerza que un niño de siete años podría tener la tomó y la sacó del lago arrastrándola por la tierra mojada que había en la superficie para después dejarla recostada debajo del árbol.  —Matilde — murmuró asustado pero ella no respondía — Matilde — volvió a decir y se acerco a su rostro para ver si respiraba.  Un niño de siete años en  esta ocasión correría por ayuda y la dejaría ahí, a su suerte, hasta que un adulto regresará con él y supiera qué hacer. Sin embargo, Leo no era cualquier niño, era un muy inteligente y que de pura suerte se había leído un manual de los Boy Scouts donde le enseñaban primeros auxilios y qué hacer cuando una persona se ahogaba. Entonces, se puso manos a la obra, puso las manos sobre el pecho de Matilde y empezó las compresiones, para después darle respiración de boca a boca y seguir así hasta ver un resultado.  Leo, nunca en su vida olvidaría la desesperación que sintió en ese momento, mientras sabía que la vida de la niña consentida a la que debía entretener y cuidar ahora se encontraba recostada sobre la tierra sin poder respirar.  —Vamos Mati — dijo él un poco desesperado hasta que de pronto ella sacó el agua de los pulmones, tomando aire y reviviendo. Volteó a ver a Leo y sin dudarlo dos veces lo abrazó. Él se quedó paralizado sin saber que hacer, simplemente sabía que había hecho algo bien y que no recibiría un regaño de Doña Antonia al saber que había pasado con su hija.  —No me dio tiempo de decirte lo de las ramas — murmuro Leo con su vocecita tierna.  —Me salvaste la vida — murmuró ella de inmediato — me salvaste Leo, de verdad lo hiciste.— Ella lo volvió a mirar al rostro y  el niño mojado y con las ropas llenas de lodo le sonrío, y así se quedaron un momento hasta que decidieron que era mejor regresar y no quedarse tanto tiempo en la laguna por miedo que algún trabajador los viera y fuera con el chisme.  Matilde volvió a ponerse el vestido, y Leo sus ropas, y después de ir por Pistacho cabalgaron de regreso a la Casa Grande para dejar a Matilde antes de que su mamá se diera cuenta de que no estaban tomando sus lecciones.  —Yo te dejo en la entrada de la Casa Grande y tu caminas hacia tu cuarto — le dijo Leo.  —Debí decirte que no sabía nadar — murmura Matilde y Leo se quedó en silencio — mi madre dice que nadar no es de señoritas.— —Pero tu no eres una señorita, eres una niña — contestó inocentemente Leo y Matilde sonrió.  —En eso tienes razón — le diré a mi papá que me enseñé a nadar, así podré venir a la laguna contigo.— —No, jamás volveremos a la Laguna, jamás de los jamases Matilde. Casi mueres y yo pude haber muerto también — le responde él.  Ambos llegaron a la Casa Grande y Matilde se bajó del caballo — gracias por salvarme Leo — le dijo de nuevo.  Él no contestó, simplemente se dio la vuelta y fue a dejar a Pistacho a las caballerizas para bajar de nuevo a su casa y quedarse ahí esperando a su madre.  Pero era evidente que la travesura de los niños no se iba a quedar en un secreto entre los dos y la extranjera bajó por la noche con las ropas de Matilde llenas de lodo a reclamarle a Tita en su casa. El que Doña Antonia bajara hacia ahí era algo demasiado extraño, por lo que su mera presencia hizo que varios vecinos salieran de sus casa para ver el problema.  —¡Ese niño está llevando a Matilde por el mal camino! — le grito Antonia a Tita — ¡No sólo le hizo perder sus lecciones si no que la llevó a la laguna a nadar! ¡Matilde tiene prohibido bajar acá con ustedes! — Tita se quedó callada, estaba acostumbrada a los regaños de Doña Antonia, pero Leo no, así que al verla llena de furia se escondió en su habitación esperando  a que algo pasara o ella se fuera.  —¡Dónde está! ¡Leonardo! — gritó Doña Antonina.  —Le ruego señora — dijo Tita firme — si alguien debe de regañar a Leo sea su propia madre le contestó y en eso Doña Antonia sin importarle nada le propinó una bofetada en el rostro que hizo a Leo sentir la peor de las furias que a su corta edad podía sentir.  —¡No le pegue a mi mamá! — gritó el niño — ¡Yo fui el de la idea! ¡Yo le dije a Matilde que fuéramos! — dijo y ella lo vió con unos ojos de odio que se quedarían en su mente el resto de su vida.  —Te prohibo, ¡Te prohibo! — volvió a gritar — ¡Jamás volverás a la Casa Grande Leo! ¡Jamás! — le regañó.  —¡No le grite a mi hijo! — contestó de nuevo Tita.  —Sólo porque mi esposo te tiene tanto cariño no te corro a patadas de ahí — contestó la Extranjera, para luego salir azotando la puerta de la casa y dejando a Tita con la mano sobre el rostro.  Leo la miró y como pudo sacó un poco de hielo del refrigerador y le puso el hielo envuelto en una pequeña toalla y se lo dió.  —Fue idea de Matilde — murmura apenado y Tita le sonríe.  —Lo sé mi güerito, pero no debiste haber ido, ya sabes que…— —Y ella se echó al agua y casi se ahoga, pero yo nadé y la salvé — continua el niño y Tita lo abraza.  —Eres un niño valiente, muy valiente — le consoló.  Leo no entendía por qué su mamá no le decía nada y sólo lo consolaba. Tal vez a su corta edad Leo no había comprendido todas las lecciones  aprendidas ese día. La primera que había salvado una vida y la había cambiado para siempre, pero eso lo vería más adelante, dos que era un hombre bueno, y valiente y que eso siempre le abriría muchas puertas, tres,  que jamás en la vida dejaría que Doña Antonia maltearía a una mujer que amara, y esa promesa la cumplió por el resto de su vida.  —Vete a dormir mi güerito, tienes que subir a tus clases mañana — le ordenó su madre.  —Pero... lo que dijo Doña Antonia.— —Yo mañana hablaré con Don Enrique y le pediré perdón por lo que pasó.— —Pero tú no hiciste nada... fue Matilde, ella fue la de la idea.— Tita lo abrazó fuerte dejando casi a Leo sin respiración — eres más importante tú mi güerito, yo ya no tengo futuro pero tú hoy demostraste ser inteligente y astuto, con las lecciones de Don Enrique llegarás lejos, más lejos que yo... así que, si tengo que poner la otra mejilla por ti, lo haré gustosa.— —Pero... — reclama Leo.  Tita lo vio a los ojos y el niño supo que no debía decir más. Entonces ahí él comprendió la cuarta lección que el amor de una madre va más allá de todo y que Tita haría lo que fuera por su hijo por darle lo mejor, lo que fuera, no importaba cuantas cosas pasaran. Su madre ese día se convertiría en su héroe y más adelante en su ángel protector. 
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