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2230 Words
Sí hace unos años atrás le hubieran dicho a Leo que estaría en una fiesta de niños ricos vestido con un traje que parecía de diseñador con Matilde Cienfuegos se hubiera reído a carcajadas, pero al verse en el espejo esa tarde impecable y bien peinado tuvo que empezar a creerlo. Después del encuentro con Don Enrique y Matilde, él regresó a su casa y se probó los trajes para saber cuál le quedaba mejor. Debido a su complexión le quedaban un poco pegados pero nada que no se pudiera arreglar con algunos ajustes que su madre le iba a hacer. Escogió el traje indicado y lo dejó sobre la cama, para después plancharlo al terminarse de bañar y dejarlo listo.  Estaba nervioso pero su madre emocionada, lo observaba mientras se arreglaba la corbata y sonreía. Si Tita en ese instante hubiera tenido una cámara le hubiera retratado y colgado su foto sobre la pared.  ― ¿Qué te parece? ―  le dijo él emocionado.  ― Ya no eres un niño me Leo, ya eres todo un hombre… guapo e inteligente ―  le dijo y se acercó para darle un beso sobre la mejilla.  ― Me siento nervioso, nunca he ido a una fiesta así ―  confesó.  ― Te irá bien, sólo observa y hazle caso a Mati, recuerda que ella ya te ha dado estas clases de como comer en la mesa y así...―  Le acomodó la corbata y volvió a sonreír ―  antes de subir, ve con tu tía para que te vea… le dará mucho gusto―  le pidió y él asintió ―  diviértete y cuida a Mati ¿si?―  ― Lo haré.―  Leo subió con cuidado a la Casa Grande, no sin antes pasar a ver a su tía Leona que sólo de verlo le dijo que se veía como un hombre que estaba por cumplir parte de su destino. Honestamente Leo no sabía de que se trataba todo lo que ella le decía, pero esa vez sonrió y le dio un beso sobre la frente para después irse de ahí.  Llegó a la Casa Grande y durante unos momentos, la esperó en la entrada  con el traje n***o que Don Enrique le había regalado ansioso por saber lo que iba a pasar. Los nervios se apoderaban de él y observaba atentamente a la puerta esperando por ella ― Respira Leo ― se repetía constantemente mientras se arreglaba el saco una y otra vez. El calor en ese momento era insoportable y no podía entender cómo alguien pondría este tipo de vestimenta en pleno mayo, su conclusión, a los ricos les gustaba guardar las apariencias aunque tuviera que sufrir. Momentos después, Matilde salió de la casa con un hermoso vestido n***o hasta la rodilla, sin mangas, con transparencias en la parte del escote y como cascada caían los pliegues asimétricos de la falda haciéndole lucir como una princesa de los cuentos de hadas que a veces leían de pequeños. Traía el cabello amarrado y unos aretes de perla que le daban un toque de elegancia. Matilde al verlo sonrío, lo hizo automáticamente mientras él se acerca a ella con un semblante similar. Leo nunca había visto a Matilde así, siempre era con vestidos de algodón informales o uno que otro conjunto de pantalón y playera, pero nunca vestida de esa manera, oliendo de esa manera, sonriendo de esa manera.  ―Te ves muy bonita, Matilde ― le dijo y ella sonrío.  ―Gracias, tú te ves muy …. Bien ― dijo ella faltándole las palabras.  ―¡Leonardo! Quiero que te mantengas al margen de la situación, no vas como invitado, vas como ayudante ¿entiendes? ― le sentenció Doña Antonia.  ―Si señora.― ―Matilde… ya sabes ― dijo ella y luego entro a la casa cerrando la puerta.  ―”Matilde… ya sabes” ― imitó ella y ambos se rieron un momento.  Ambos se subieron al auto y el chofer inmediatamente arrancó hacia La Serena algo que a Leo emocionaba mucho ya que nunca había allá y escuchaba rumores de que era una hacienda igual de bonita que Al Paraíso y lo quería comprobar.  ―¿Es cierto que tienen muchos caballos? ― preguntó él emocionado.  ―Sí, mi padrino los cría… iremos a las caballerizas y te mostraré al papá de pistacho, se llama “Bronco” porque así es. ― ―Está bien ― dijo él feliz y luego volteó a la ventana del auto para ver el paisaje lleno de árboles que indicaba que estaban alejándose de la hacienda.  El resto del camino se la pasaron en silencio, a veces volteaban a verse como tratando de reconocerse con las ropas que llevaban. Matilde sonreía de una forma especial que Leo todavía no comprendía y cuando menos lo esperaba se mordía los labios algo que comenzó a hechizarlo. De pronto las palabras no existían entre los dos, pero si las miradas, esas que por años se había vuelto sus cómplices y ahora, de un momento a otro expresaban algo más.  Al llegar a La Serena, Leo ayudó a Matilde a salir del automóvil y luego caminaron juntos hacia la entrada y antes de entrar ella lo jaló y al voltear le acomodó la corbata.  ―Gracias ― murmuró el joven y ella sonrío. Entraron a la fiesta y Matilde fue directo hacia su padrino que platicaba con unas personas y lo saludó. Leo la esperó en la entrada del hall mientras observaba a su alrededor y veía la decoración ostentosa del lugar.  Después Matilde regresó, lo tomó de la mano y ambos caminaron hacia donde estaba Carlota que prácticamente sólo sonrío de lejos pero no se acercó a saludarles.  ―Dijiste que Carlota era tu amiga ― dijo Leo confundido.  ―Es hija de mi padrino, somos amigas cuando conviene ― contestó Matilde mientras observaba a todos ― prácticamente tú eres mi único amigo Leo, por eso te quería traer hoy porque si no me aburriría, me pasaría la mitad de la fiesta dando vueltas y… ― En eso Matilde guardó silencio y sonrío ― ¡Ven! ― le dijo mientras lo tomaba de la mano y salían de  ahí.  ―¿Qué pasa? ― preguntó Leo confundido.  ―Vamos, vamos a las caballerizas ― le dijo de inmediato.  ―Y  ¿la fiesta?  ― dijo él mientras escuchaba la música.  ―Hay como 200 invitados allá dentro Leo, no lo notarán… vamos… te enseñaré a Bronco y tal vez podamos montarlo ¿si?― Ella no lo dejó contestar y lo tomó de la mano para que corrieran lejos de la casa y fueran hacia las caballerizas que se encontraban en la parte de atrás de la casa ―Matilde, espera ― le decía él emocionado.  ―Ya casi llegamos, te va a encantar ― le decía ella y de pronto llegaron a esta enorme lugar con 12 caballerizas al frente ― en esta es donde se encuentra Bronco, más allá hay otras tres caballerizas donde están los bebés.― Leo se quedó observando los caballos que comían paja viendo hacia ellos y sonrío emocionado caminó hacia uno blanco hermoso y lo acarició co cuidado ― este se llama nieve ― le dijo ella presumiendo ― allá está “Galán” ― dijo señalando un caballo café de pelaje brillante y ese del fondo es el papá de Pistacho, Bronco― y lo tomó de la mano para que dirigieran hacia allá.  ―¿Quieres montarlo? ― le dijo ella feliz.  ―¿Podemos? ― preguntó él.  ―Sí, sólo debemos sacarlo, ayúdame.― Los dos jóvenes abrieron la puerta de la caballeriza y con cuidado sacaron a Bronco que resultó ser bastante manso para ellos dos. Leo, con la experiencia que tiene montando a Pistacho, tomo la silla para montar que se encontraba en la caballeriza y luego se la puso asegurándola con todas sus fuerzas. Se subió al caballo con cuidado y luego ayudó a Matilde a que se subiera con él atrás.  ―¿Listo señorita Cienfuegos? ¿Ahora dónde quiere ir? ― le pregunto Leo divertido.  ―Al paraíso ― contestó ella y él volteó a verla extrañado.  ―¿A la hacienda? Hace rato querías salir de ahí y ¿ahora quieres regresar?― preguntó ―Pero quiero que me lleves por ese sendero que hay entre las dos haciendas… ese que recorren los trabajadores para acortar el paso .― ―¿Ahora? Son las 8:00 pm Matilde, ya es tarde.. y está un poco solo.― ―¿Pero tú me defenderías? ¿No? ― y le sonríe ― además iríamos cabalgando rápido y nadie nos alcanzaría.― ―¿Y el chofer? Pregunta él.  ―Sólo vamos… anda.― Leo suspiró y luego movió la cabeza en negación ― si sabes que nos meteremos en un gran problema ¿cierto? ― le dijo.  Matilde lo abrazó fuerte y se recargo sobre su espalda ― vamos Leo, llévame contigo ― le murmuró y él le dio una ligera patada a Bronco para que avanzara y saliera del área de las caballerizas.  Cabalgaron un poco por los caminos de La Serena hasta que por fin tomaron el camino empedrado que los llevaría hacia el prado y de ahí hasta la hacienda.  El bronco parecía disfrutar el paseo nocturno ya que iba galopando feliz mientras Leo y Matilde iban en silencio sintiendo el refrescante viento nocturno que en combinación con la hermosa luna que brillaba al fondo hacia la noche perfectamente para cabalgar.  Matilde recargaba la cabeza sobre la espalda de Leo y él podía sentir sus suaves manos apretando su cintura y de pronto, sin esperase, Matilde beso discretamente su espalda para después reír divertida. Ambos habían descubierto una nueva forma de estar juntos sin que su madre los regañara, además del baile, ahora cabalgar sería la segunda opción.  Cabalgaron por todo el camino alumbrado por la luz nocturna, a través de los hermosos paisajes que la naturaleza les ofrecía. Escuchaban los grillos cantar y las chicharras pedir por un poco de lluvia que en ese momento era imposible ya que la época de lluvias estaba muy lejos aún, podían observar la hierva color plateado gracias a la luna y sobre todo sus corazones latiendo emocionados al sentir sus cuerpos tan cerca.  Cuando se acercaban a la laguna de la hacienda, Leo bajó un poco la velocidad y pudieron observar mejor las estrellas, el prado, el agua, a ellos… los dos sintiéndose tan diferentes en ese momento, tan fuera de si, como si un hechizo les hubiera caído y no supieran como romperlo.  ―¿Quieres que nos quedemos un poco bajo el árbol de la laguna? Así podríamos darle al caballo un poco de agua.― ―Sí, claro ― contestó ella feliz.  Leo cabalgó hacia allá y con mucho cuidado ayudó a Matilde a bajarse del caballo para hacerlo él después. Cuando ambos estuvieron sobre el suelo sonrieron. Ella se acomodó el vestido mientras leo llevaba al bronco a la orilla.  ―Bien Bronco ― le murmuro ― te dejo descansar un poco.―  Caminó hacia Matilde que se encontraba ya debajo del árbol viendo la luna y cuando Leo se quedó a su lado sonrió ― mañana le pido alguien que lleve el caballo a La Serena, recuerda que es mi padrino así que no me regañará si lo tomo― dice segura.  ―Está bien.― Ambos se quedaron en silencio otro momento hasta que Matilde le tomó la mano y él volteó a verla pero esta vez no fue sólo por un momento, si no que se fijó en cada rasgo, en sus ojos verdes querellaban como nunca y sus labios carnosos, esos que hoy empezaban a tomar otro significado.  ―Te ves hermosa hoy Matilde ― le murmuró tan bajito que sólo ella lo podría haber escuchado.  ―Tú también te ves muy…. Guapo ― por fin soltó la palabra que tenía en la garganta desde hace mucho.  Él se volteó con cuidado y quedó de frente para seguir admirando ese hechizo que ahora los envolvía  y que parecía les cubría sin poder hacer nada más. De pronto, Matilde era más que una amiga, más que su compañera de clases, más que la hija de Don Enrique era… atracción, deseo, ternura, amor… era algo difícil de explicar pero que él ya sabía y al parecer ella también.  Ella se acercó lentamente a sus labios provocando que la respiración de él se agitara un poco, le sonrío ― ¿Te puedo besar Leo? ― preguntó en un murmuro y sin pensarlo más rozó sus labios provocando que sus cuerpos se estremecieran.  Los sedosos labios de Matilde volvieron a tocar los suyos y comenzaron a besarlo, primero un poco lento, con miedo y expectativa para después dejarse llevar por completo y hacerlo de una manera excepcional.  Él tenía ganas de tocarla, tomarla de la cintura y atraerla hacia él pero el miedo a que eso le molestara lo hizo simplemente dejar los brazos y las manos de lado e inclinarse para seguir besándola, pero Matilde lo hizo por él. Tomó las manos de Leo y las llevó a su cintura quedando así más cerca y permitiendo que ambos se tocaran, por primera vez, muy diferente a cómo lo hacían.  Ella comenzó a jugar con su lengua y él simplemente caía rendido en este círculo de sensaciones que él había despertado. Matilde tuvo la oportunidad de pasar sus manos por su espalda alta, luego deslizar las mano hacia la baja y finalmente posarlas sobre su pecho. Ambos sincronizaron sus labios y se sumergieron en este beso que rompía la barrera que separaba la amistad del deseo, sellando de nuevo su destino, uno que como Leona lo había asegurado empezaba a cumplirse poco a poco sin importar cuantos trataran de frenarlo.  Se separaron dejando entre los labios un suspiro y volvieron a verse a los ojos llenos de emoción ―bésame otra vez Leo ― le murmuró ella y él sin pensarlo dos veces volvió a sus labios sabiendo que a partir de ese momento los dos no podrían dejar de besarse, nunca más, dejando así la infancia y dejándose llevar por todo lo que sentían, atracción y deseo... puro deseo. 
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