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1705 Words
Al contrario de lo que "La extranjera" había dicho sobre Leonardo y el bajo rendimiento escolar que su hija Matilde podría tener al integrarlo a las clases, él era un estudiante excepcional, al grado que Matilde tuvo que esforzarse más para no quedarse atrás y recibir la pesada crítica de su madre que ahora estaba sobre ella preguntándole todo tipo de cosas. Parecía como si estuviera buscando el pretexto perfecto para deshacerse de Leo y alejarlo de ella, pero no fue así, incluso el maestro no tenía ni una queja del niño, lo que hacía a Tita sentirse orgullosa y a Doña Antonia pasarse los corajes.  Para Leo de pronto todo tuvo sentido, los libros tenían otro significado y el arte, sobre todo, lo había enamorado de todas las formas posibles, convirtiéndose en su materia favorita y destacando ante Matilde que llevaba ya tiempo estudiando. Las dos horas que ella pasaba en sus clases de piano, Leo se quedaba en la biblioteca leyendo los clásicos: Mark Twain, Jane Austen, Charles Dickens, Edgar Allan Poe, Julio Verne, siendo el último su favorito. Afortunadamente el padre de Matilde tenía toda la colección del autor, así que al acabar uno, empezaba de inmediato con otro.  Sin embargo, no todo era miel sobre hojuelas. Doña Antonia, al ver la fascinación que Leo tenía con los libros, decidió prohibirle que los tomara prestados para llevarselos a su casa y poder continuar con las lecturas ahí, obligándolo a leer exclusivamente en los horarios previamente asignados y con el tiempo contado. Esa jugada le salió mal, ya que ahora Leo pasaba más tiempo en la Casa Grande y convivía más con su hija, que por una extraña razón admiraba al niño y lo seguía a todas partes.  Leo era una bocanada de aire fresco para la Casa Grande y más para Matilde, que ahora se despertaba con más alegría y bajaba a recibirlo a la puerta del estudio, le gustaba verlo caminar con los libros bajo el brazo y con la ropa perfectamente planchada por Tita. Le gustaba su mirada expresiva cuando ella le pedía que hiciera algo y cómo jugaba con su cabello rubio mientras leía o se aprendía el vocabulario en inglés o francés; en pocas palabras era su fascinación favorita.  Era evidente que Matilde era una niña abandonada, de eso no había duda alguna y todos los sirvientes de la hacienda hacían todo lo posible por darle la atención que su madre no le daba. Mientras Tita la vestía, peinaba, acostaba y daba de comer, los cocineros le cumplían los caprichos de los postres o comida que ella deseaba y los trabajadores que hacían los trabajos en el jardín le cortaban las mejores flores para que ella pudiera adornar su cabello. Todos hacían lo imposible por hacerla feliz, menos Leo. Desde el primer día había sentenciado que Matilde le caía mal por su pésima actitud frente a él y no deseaba mucho consentirla en sus caprichos, así que ella en forma de venganza era cruel con él, no físicamente pero si con las palabras, quedándose grabadas en la mente de él y acrecentando cada días más su antipatía por ella.  Uno de los caprichos más recurrentes era que Matilde quería que Leonardo la dibujara y todos los días se lo pedía y todos los días él se lo negaba, haciendo que ella perdiera la paciencia y empezara a hacer un berrinche que pronto Tita tranquilizaba regañando al pobre niño que después arrepentido iba a pedirle perdón. Sin embargo, había veces que Matilde se portaba cariñosa con él, hasta amorosa de alguna manera, confundiéndolo por completo y haciéndolo sentir mal por todo lo que le negaba. Entonces él se disculpaba regalándole un dibujo de alguna flor o pájaro que encontraba en los jardines de la hacienda.  Desde luego  Matilde no podía expresarse de otra manera que no fuera hiriéndolo y a veces rechazaba los dibujos provocando que Leo no la escuchara  y sólo se esforzaba en cumplir la parte del "trato" que era necesaria para poder seguir estudiando y visitando la Casa Grande sin ningún problema. Tanto era el capricho de la niña por que él la dibujara  que recurrió a la persona menos esperada, su mamá, quien inmediatamente lo mandó llamar una tarde lluviosa sacándolo completamente de la aventura que leía solo en la biblioteca. Él subió tímidamente al piso donde se encontraban los cuartos de los señores y caminó lentamente hasta el fondo del pasillo, en su camino observaba los múltiples retratos fotografías de la familia, una foto del centro de Madrid le llamó la atención y se quedó mirándolo por un momento hasta que escuchó que la puerta de La Extranjera se abría rechinando y sacándolo de nuevo de su sueño. No había duda que Leo era un niño muy soñador y tranquilo, algo que a Matilde le desesperaba y fascinaba a la vez. De la puerta salió justo ella, con un vestido verde esmeralda que combinaba con sus ojos y con su cabello n***o suelto, lo observó y le sonrió. Ella tenía una sonrisa muy particular, era una mezcla entre orgullo y ternura así que Leo nunca sabía cómo interpretarla.   –  Te estamos esperando Leonardo  –  él sintió como remarco su nombre de una manera agresiva y su cuerpo se tensó, pero recordando como siempre las palabras de su madre y  simplemente caminó hacia ella, entraron ambos a la habitación.  El lugar era completamente diferente a las habitaciones de la Casa Grande, mientras todas tenían los ventanales abiertos de par en par al igual que las puertas de los balcones, ésta estaba completamente obscura y apenas se podían ver los pequeños rayos de sol entre las rendijas de las puertas y las cortinas que no alcanzaban a cubrir todo. La habitación olía a una mezcla de hierbas, algo que no le molestaba ya que así era el olor de casa de su tía, había ropa sobre los sillones y sillas y la cama estaba destendida.  Matilde lo tomó de la mano y lo llevó por esa obscuridad hasta una pequeña sala que estaba al otro lado de la habitación, en verdad era enorme, se podría decir que el cuarto de Doña Antonia era su casa completa. Leo se preguntaba ¿Cómo es que Doña Antonia no era feliz si tenía todo lo que deseaba? Si él tuviera un cuarto como ese sería muy feliz.   –   Habla bajito  –  le susurro Matilde mientras se acercaban a su madre que se encontraba recostada en el sillón  –  Mi madre posiblemente tenga migraña. –   Leo podía ver las múltiples botellas de vino que se encontraban distribuidas por todas partes y de pronto sintió mucha lástima por ella. Le recordó a su tío Alfredo quién había muerto de borracho por un mal de amores que ni siquiera el grupo de rehabilitación le pudo hacer olvidar. Leo, después de ver eso se prometió a sí mismo que nunca moriría por amor, pero bueno ¿qué podía saber un niño de 7 años?   –   Madre  –  dijo Matilde con mucho cuidado o más bien miedo a la perspectiva de Leo.  –   Doña Antonia se levantó de inmediato y los vió con los ojos entre cerrados, parecía que la migraña era fuerte, Leo se puso a pensar que si ella dejara de tomar tal vez no la tendría todo el día.   –  Leonardo está aquí, madre  –  dijo Matilde y lo jaló para que quedara en frente de ella.   –  Buenas tardes  –  dijo él temoroso.   –   Así que no quieres pintar a mi hija  –  contestó de inmediato sin hacerle caso al niño.   –   Bueno, yo....   –   Nada ¿qué no te gusta mi Matilde?   –   No es eso señora pero...   –   Siéntate allá Matilde  –  le indicó a su hija  –  Tú ¿traes como hacerle el retrato?  Leo negó con la cabeza y vio de reojo a Matilde que ponía cara de enojo  –  No sabía qué venía a dibujarla, señora.  –  Contestó él tímido.   –   Vaya, siempre traes tus pinturas contigo y justo hoy se te olvidan. Matilde, ve a tu habitación por las pinturas que le regalarás a este niño – le ordenó.  Matilde se paró de inmediato y salió de la habitación dejándolos solos. Doña Antonia lo observaba detenidamente y en un momento de ternura le acarició el cabello rubio, el niño la miró sorprendido  –  Yo hubiera tenido un hijo más guapo que tú ¿sabes?  –  le susurro  –  Pero por alguna razón ya no pude, creo que es una maldición ¿sabes lo que es una maldición Leo?  –  le preguntó.   –   Sí  –  contestó el niño seguro – Era evidente que Doña Antonia no tenía ni idea de quién era su tía.   –  Esa maldición me persigue, si hubiera sido buena con los hombres, Dios me hubiera dado un varón, pero no, fui cruel y te digo una cosa, Matilde también lo será, porque no sé cómo educarla que no sea a mi manera.  Abrazó de pronto al niño tomándolo desprevenido y lo refugió sobre su pecho, él sólo se quedó quieto mientras ella comenzaba a llorar  –  Pobre, pobre Leo  –  le dijo mientras acariciaba su cabello  –  Pasarás tanto tiempo junto a ella que caerás rendido a sus pies y después te darás cuenta que no eres suficiente para ella. Matilde, te romperá el corazón, eso te lo puedo asegurar.  Esas últimas palabras se le quedaron grabadas de inmediato al niño, "Matilde te romperá el corazón" y aunque en ese momento no sabía de qué se trataban supo que serían importantes  –  Ella tiene un destino muy lejano al tuyo, ella nació para ser alguien, dueña de esta hacienda y tú, tú siempre serás el hijo de la nana, que no se te olvide. El guapo y risueño hijo de Tita, pobre, el sol de los cafetales destruirá tu belleza.  Lo levantó con cuidado y lo vió a los ojos  –  ¿Tú comprendes esto cierto?  –  le preguntó y Leo la miró extrañado  –  ¿Tú sabes que es verdad? ¿Sabes que tu estancia aquí es pasajera? Así que tratarás de mantenerte a raya  – .  En ese momento Matilde entró a la habitación de nuevo y se dirigió a ellos con unas pinturas y un cuaderno para dibujar, se los entregó con una sonrisa y después se sentó en el lugar que le había indicado su madre. Leo la vio fijamente a los ojos y con el único rayo de luz que entraba por la ventana observó cómo estos brillaban como esmeraldas y a su corta edad comprendió todo lo que previamente le habían dicho.   –  No digas que no te lo advertí Leo  –  susurro Doña Antonia  –  Ahora hazle el ansiado retrato a mi hija para que esto se termine.     
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