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2920 Words
Pasaron 8 años para que Doña Antonia pidiera a la servidumbre de la casa grande que le prepararan el cuarto del fondo del pasillo y mudaran sus cosas. Enrique y ella ya no compartirían el lecho. Después de varios tratamientos para poder concebir otro hijo, Antonia se había cansado y decidió enfocarse en su única hija que para ese entonces había sido cuidada por la nana. Algunos de los trabajadores de la hacienda, decían que la Extranjera era una persona fría, por lo que llevaba en su vientre un témpano de hielo que le había quitado la oportunidad de ser madre de nuevo y por otro lado, decía que ella nunca debió de ser madre ya que Antonia no tomaba en serio su papel de madre con la única hija que Dios le había dado.   Era verdad , aunque casi no convivía con la niña debido a las migrañas que le daban constantemente por el sofocante calor que había en la hacienda, desde su habitación le ordenaba a Tita cómo habría de vestir, peinar y educar a la niña. Un maestro iba a la hacienda todos los días y por seis horas le enseñaba matemáticas, español, gramática, lectura, idiomas, entre otras materias que eran necesarias para su formación. Por petición especial de Don Enrique, Matilde, también fue educada en las artes desde pequeña, así que una vez a la semana se le daban clases de historia del arte y de la música y todos los días, al medio día, practicaba piano hasta las dos de la tarde.  Sin embargo, y a pesar de que el estudio la mantenía atada a los libros de la biblioteca y el arte ocupada, la mayoría del tiempo Matilde se encontraba sola. Por las tardes después de sus lecciones solía salir al jardín y jugar con el aire ya que le estaba prohibido sacar sus muñecas.  A veces jugaba que era un príncipe que venía a rescatar a una princesa, y corría por todo el jardín hasta quedar exhausta. Había aprendido a entretenerse sola para no darle paso a la soledad, pero había días en los que sólo deseaba tener a alguien que jugara con ella y le salvara del aburrimiento. Así que al ver a Leonardo entrar a escondidas a la casa supo que él sería su salvación. Por lo que la misma tarde del encuentro, Matilde corrió al cuarto de su padre y le pidió que Leonardo subiera a jugar con ella a la casa grande.  –   ¿El hijo de Tita? – Preguntó extrañado mientras fumaba un puro en el balcón de su habitación.  –  Sí, quiero que el hijo de Tita suba a jugar conmigo – Repitió determinada.  –   Sabes que a tu madre no le va a gustar nada. Ella misma te ha dicho que no te metas con los hijos de la servidumbre.  –   Pero ella no debe de saberlo, puede ser nuestro secreto papá. Su padre rió, Matilde era demasiado madura para su edad, pero a veces sorprendía con los diálogos de una niña de nueve años  –   – ¿Crees que podré ocultarle a tu madre algo? Matilde lo miró firme, la decisión para ella estaba tomada y no iba a descansar hasta que su padre le dejara que Leonardo subiera a la casa.– Yo sé que puedes convencerla papá. –  Dijo con esperanza. Don Enrique era un hombre bueno y alegre, muy buen padre para Matilde y le dolía que ella siempre estuviera jugando sola por los jardínes. Cuando él era chico su madre lo dejaba jugar con todos los trabajadores de la hacienda y por eso cuando él fue el patrón todos lo conocían y lo respetaban, en cambio su pobre hija tenía millones de prohibiciones. No podía bajar a los cafetales, tampoco jugar con los niños de la servidumbre, vestir de pantalón, dormirse tarde y mucho menos dejar sus estudios  – Veré que puedo hacer Matilde. –  Le contestó él mientras le acariciaba el cabello. – No te ilusiones tanto, sabes que tu madre es dura y posiblemente no querrá que eso pase.  Matilde sabía que su padre lograría lo que ella quisiera, así que, a pesar de la negativa, salió de la habitación con una sonrisa en la boca. Era sólo tiempo de esperar para saber si Leonardo, el chico rubio, podría subir a jugar con ella. Don Enrique no esperó mucho tiempo para comunicarle a su esposa el deseo de su hija, provocando que ella explotara y dijera que sobre su c*****r ese chiquillo subirá con Matilde a jugar  –  ¿Qué no entiendes que ella tiene un deber Enrique?  –   Sí, pero también es una niña. Las niñas necesitan socializar. Matilde no tiene amigas porque estudia en casa y Leonardo hasta ahora es lo más cercano que tiene a alguien de su edad. Además, es hijo de Tita, su nana, así que ella los podría vigilar. Antonia no se iba a dejar convencer. Tenía grandes expectativas para Matilde y sabía que si ese niño subía a la casa perdería el control sobre ella, en este tipo de argumentos ella siempre trataba de apelar a la razón más que al bienestar de su hija, la cual, por cierto, no tenía ni idea de dónde estaba en ese momento.   –   En lugar de pedirme que él suba, mejor contrata un mejor maestro. Matilde no está practicando su francés y ha dejado de leer en la biblioteca.  –   ¡Es una niña, mujer! – Gritó Enrique – Ella necesita jugar, necesita disfrutar. Tienes una gran presión sobre ella y tú ni siquiera la cuidas. Sé que Matilde será la heredera única de esta hacienda, pero para eso faltan años.   –   No sí me sigues gritando de esa manera  –  arremetió ella furiosa.   –  Aún así, Matilde me lo ha pedido y ella nunca me pide nada que no sea importante para ella, si tú no quieres yo tomaré la decisión por los dos y no te gustará.  Antonia tomó un trago de vino tinto, que por cierto para la hacienda era una bebida bastante extraña, la mayoría tomaban tequila o mezcal, a veces cerveza; otra razón más para ganarse ese tan sonado apodo  –  ¡De mi parte es un no!  –  gritó decidida  –  Puede ser qué tal vez me quieras quitar autoridad pero ¡Matilde también es mi hija!   –  ¡Pues entonces sé una madre!  –  Le respondió.  Enrique se asomó al balcón que daba a los cafetales y vio a lo lejos la casa de Tita. Extrañaba bajar a saludar a los trabajadores, y sobre todo a Leona, recordó la última vez que estuvo con ella, unos días antes de irse de viaje. La joven Leona le leyó la mano y le dio su destino, y por más escalofriante que sonara todo lo que le había dicho era verdad.  –  Leonardo subirá a estudiar con Matilde– Dijo tranquilo – Los dos tendrán las mismas clases y cuándo se terminen podrán jugar. Antonia puso una cara de odio. Sabía que a pesar de todo lo que ella podría decir sobre la situación Enrique siempre daba la última palabra.  –  ¿Estudiarán juntos? ¿Estás loco? El hijo de la nana podría retrasar a Matilde en sus estudios ¿quieres que tu hija empeore en lugar de mejorar?   –  Le comunicaré tanto al maestro como a Tita que Leonardo subirá todos los días a la casa grande a estudiar con ella  –  Repitió Don Enrique ignorando sus palabras.  Ella salió del salón enojada y azotó la puerta. Era tan infeliz en ese lugar que ya no valía la pena luchar, ni discutir por nada más. Matilde, su única hija, estudiaría con el hijo de la nana, jugaría con él y eso ya no estaba a discusión. Esa misma noche Tita le comunicó a Leonardo que a la siguiente mañana subiría con ella a la casa grande y estudiaría junto con la hija de los patrones.   –  ¿Es necesario que lo haga?  –  Preguntó el niño un poco decepcionado de la nueva orden que le había dado su madre.   –  Es un privilegio para tí, qué hubiera dado yo por haber recibido este regalo y estudiar lo que los patrones estudian. Vas a saber un buen hijo, más que yo y que tu tía Leona  –  Le reprochó la madre.  Leo simplemente la miró con ojos de decepción, no es que no quisiera estudiar y saber más que ella y su tía, simplemente Matilde no le agradaba y pensar que tenía que pasar ahora sus días con ella era un suplicio  –  Pero yo ya tengo mi escuela amá, y mis amigos ¿No sería mejor si ella bajara pa' acá?  Tita se sentó al lado de él en la cama y comenzó a jugar con ese hermoso cabello rubio que había heredado de su padre  –  Mijo, mi güerito, Mati es especial, a ella no le es permitido bajar acá donde estamos nosotros, pero ella te escogió a ti y a nadie más, ya quisieran los niños de la hacienda jugar con ella.   –  ¿Jugar? ¿También tengo que jugar con ella?  –  Reclamó   –  No más un ratito mijo, ya después regresarás acá y jugarás con todos tus amigos. Me dijo el patrón que puedes llevar tus pinturas, ándale ¿Lo haces por mi?  Hasta ahora, en sus cortos siete años de vida Leo nunca le había dicho que no a ninguna petición de su madre y nunca lo haría en el futuro  –  Está bien ma, pero sí la extranjera o la hija del patrón me corren ya no vuelvo a subir ¿Eh?  –   No te preocupes mi güerito, yo estaré contigo para echarte un ojo. Ahora duérmete que mañana las lecciones de la niña Mati empiezan temprano.  Leonardo le hizo caso a su madre y se acostó acomodándose y tapándose con la única sábana que en ese momento tenía. En mayo las noches en la hacienda eran calurosas y cuando no se tenía ventilador no había mucho que hacer más que dormir en calzones y abrir la ventana. Leo utilizaba la sábana para taparse de los moscos  –  Te quiero mi güerito.  –  Le dijo su madre mientras le daba un beso en la frente.   –   Yo también te quiero amá. –  Respondió el niño antes de quedarse dormido.  Esa noche, Leo soñó que Matilde bajaba a los cafetales y corría junto a él mientras al fondo escuchaban los gritos de la extranjera. Matilde reía y él sólo corría sin prestar atención a lo que posiblemente podría pasar en la casa grande. Lo único extraño del sueño era que Matilde no era la niña que había conocido en la hacienda, si no una joven de pelo n***o y ojos verdes y él también estaba igual de grande. Un intenso calor los obligaba a voltear y de pronto se podían ver todos los cafetales completamente incinerados y ellos dos sin poder salir de ahí. Leonardo se despertó agitado y empapado en sudor, tal vez el sueño que había tenido era algún tipo de premonición de lo que pasaría cuando ambos fueran mayores o simplemente una mezcla entre el calor infernal que hacía y la plática de los cafetales – O tal vez es un sueño donde te explica que tú vendrás a revolucionar el destino de esta hacienda – Le dijo su tía Leona en el desayuno.   –   Deja de estar diciéndole tonterías al niño Leona y mejor ayúdame a que se vista  –  le reclamó Tita mientras caminaba por toda la casita.   –   Tu sueño es importante, así que lo analizaré y luego te diré lo que pienso ¿sale?  –  Comentó Leona mientras fumaba su puro   –   Sale  –  dijo el Leo feliz de que al menos su tía le creyera.  Leona se podría decir era la tía agradable, la mujer que nunca se había enamorado, ni casado y mucho menos tener hijos. Ella decía que su destino era solitario y que ella sabía eso desde muy chica por eso ni se había molestado en intentar encontrar el amor. Eso sí, había tenido muchos amantes de paso que la habían hecho feliz varias noches. Tita, no estaba de acuerdo con eso, pero no podía decir nada al haberse embarazado sin casarse, así que se reservaba su opinión.  Esa mañana mientras subían a la hacienda, Tita le platicaba a su hijo las reglas de la casa grande. Sólo podía correr en los jardines, no en los largos pasillos, sobre todo en el pasillo que daba al cuarto de Doña Antonia.–  Ya sabes, por eso de las migrañas . –  Le aclaró. Estudiaría con Matilde en la biblioteca y a al medio día, mientras ella tomaba sus clases de piano, Leo podría bajar a la cocina y comer algo, después seguirían las clases de idiomas para finalmente terminar a las cuatro de la tarde y comenzar a jugar con ella.  El horario para Leo era muy pesado y sabía que no tendría nada de tiempo para poder dibujar así que había guardado en vano, en la pequeña bolsa que llevaba, sus colores y pinturas. Cuando entraron al arco que daba la bienvenida a los jardines de la hacienda, Tita, volvió a arreglarle la ropa a su hijo y antes de que le indicara dónde ir le sonrió  –  Dices por favor y gracias ¿eh? Sí señora y sí señor, trata de recordar todo lo que te dije ¿Sí?   –   Si mamá  –  dijo él nervioso.   –   Y trata de divertirte, aprende mucho, al rato te veo.  Tita le indicó a su hijo que para ver a Matilde debía entrar por la puerta de la sala de invitados y caminar directo hasta la biblioteca. Él, con pasos nerviosos se dirigió a la terraza donde se había sentado por primera vez a dibujar y vio la gran puerta hecha de madera y vidrio de la sala de invitados. Ésta se encontraba sin llave así que entró sin problemas y luego la cerró con cuidado tratando de no hacer ruido.  La sala de invitados era enorme, con varios muebles, sillas y sillones para sentarse. En las paredes colgaban cuadros de varios hombres, eran los retratos de todos los que habían dirigido la hacienda en algún momento de su existencia, el cuadro de Don Enrique era el más nuevo de ahí y estaba colocado justo arriba de la chimenea. La casa tenía una mezcla entre madera, whisky y café, aroma que Leo nunca olvidaría en su vida. Siguió caminando lentamente por el lugar, observando cada cuadro, inmediatamente supo quién era el padre de Don Enrique ya que eran similares, se fijó en sus ropas, las expresiones, unas de enojo y otras que no expresaban absolutamente nada. Se quedó parado viendo a uno en especial que traía un parche en el ojo y comenzó a imaginarse la razón del porqué lo había perdido.   –  ¿Te gustan los retratos?  –  Escuchó la voz conocida que lo había espantado la primera vez.  Leo volteó y de nuevo vio a Matilde vistiendo un vestido de flores, traía el cabello recogido con un moño de color blanco  –  Sí, a mi me gusta pintar retratos .–  Contestó.   –  ¿Pintas?  –  dijo ella riendo  –  ¿Cómo Frida Kahlo?   –   ¿Frida Kahlo?   –  Sí, la pintora mexicana que pintaba sus autorretratos, es muy famosa sabes... ¿Qué no te enseñaron quién era?  Él negó con la cabeza, le gustaba pintar pero no tenía ni idea de quienes lo habían hecho y si había pintores famosos  –  Nosotros tenemos uno de sus retratos, ven. –  Matilde lo tomó de la mano y sin pedirle permiso lo llevó a otra parte de la casa. Leo se dejaba llevar sin poner resistencia. Entraron a una segunda sala, está un poco mas vacía que la anterior, y vio al fondo una pintura de una mujer de pelo n***o largo con expresión triste.   –  Este cuadro vale más que todo lo que puedas poseer. –  Dijo ella mientras lo observaba.   –   ¿Más que mi casa?   –  Más que tu casa ¡Qué no me escuchaste! Incluso más que la mía.  Leo siguió observando el cuadro pero volteó cuándo sintió la mirada de Matilde sobre él  –  ¿Qué?  –  Dijo  sorprendido.   –   ¿Me vas a pintar?  –  Preguntó riendo.   –  Bueno no sé  –  contestó tímido.   –  Mi padre dice que soy tan bonita que un artista debería hacerlo, yo sé que tu no eres uno pero eres lo más cercano.  El comentario hiriente de Matilde enojó a Leo y con toda la honestidad del mundo le dijo  –  Para pintar, necesito inspiración.   –  ¿Y yo no te inspiro?  –  Y se dió una vuelta mostrando su vestido de flores.   –  No por ahora.   –  ¡Qué lastima! De lo que te pierdes  –  Contestó molesta.  Leonardo recordó lo que le había dicho su madre así que se arrepintió de haber hecho enojar a Matilde  –  Si quieres puedo intentar al rato que tengamos un tiempo libre.   –  Si es que quiero, tal vez ya no tenga ganas y mejor le diga a un buen pintor que lo haga.  Él se quedó callado, no sabía qué contestar. La voz del maestro lo salvó de buscar alguna frase que lo ayudara, y sólo la siguió hasta la biblioteca donde quedarían encerrados el resto de la mañana. En ese preciso momento fue cuando el destino de Leo y Matilde quedó sellado, como quedaba  aquella  puerta todas las mañanas.                    
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