Encontrarlo ahí, junto a otra mujer y con esta sentada entre las piernas, compartiendo con sus amigos como si fueran una pareja, me hizo sentir la mujer más horrible del mundo.
Que feo se sintió saber que, tu esposo prefería estar con otras mujeres antes que contigo. ¿Acaso era más linda que yo? ¿Qué tenía esa mujer que no tenía yo? ¿O ella era la mujer de la cual me habló?
Si, tenía que ser la mujer a la cual mencionó el día de nuestra boda. La mujer que amaba con toda su alma con la cual no podía estar por mi culpa.
Llegué al baño con las chicas. Las miré por el espejo y les sonreí. Ellas formaron un puchero y me abrazaron. Apreté los labios para no llorar —¡Ni una lágrima! —, aconsejó Silvia —, sonreí con los labios apretados al mismo tiempo asentí.
—Ni una lágrima—, afirmé forzando una sonrisa.
—Ahorita sales, y haces de cuenta que ese imbécil no está ahí a fuera. Si tiene sangre en la cara se largará con su amante—, aconsejó mi otra amiga.
—Fuerte Amaru. Ni un cabron merece las lágrimas de una mujer. Es el idiota ese que se pierde esta mujerona—, sonreí y los ojos se me iluminaron.
—No es lágrima por él—, mentí. Claro que eran lágrimas por él, porque estaba pasando nuestro aniversario con otra mujer. Ni siquiera se ha de haber acordado que día era —Son de felicidad porque tengo mis tres maravillosas amigas—, nos hicimos una bola.
Al separarnos, Silvia limpió la humedad de mis mejillas, me dio un beso en la frente. Suspiré profundo y vocalicé —Vamos a lo que venimos.
Todas ingresamos a los baños. Tras salir de ahí lavé mi cara y me armé de valor. Mis amigas tenían razón. No debía ser yo la que saliera corriendo, debería ser él y su amante, los que se marcharan.
Cuando salí ella ya no estaba. Solo se encontraba él y sus amigos. Evité mirarlo y me concentré en mis amigos.
Había olvidado lo bien que se compartía con ellos. Eran ese tipo de persona que te levantaban el ánimo y no te dejaba morir con ese dolor. Beber con ellos no era un riesgo. Sabía que cuidarían de mí, que jamás me abandonarían, aun cuando no pudiera ni pararme.
Decidí bailar, gozarme está noche como una soltera más. A pesar de estar casada, era como si no lo estuviera. Mi matrimonio no se había consumado, mi esposo parecía un extraño cuando estaba en casa, y más de las veces pasaba ausente. Solo nos unía un papel, y eso porque nuestros padres lo decidieron.
De todos con los que compartí aquella noche, me agradó Jeyko. Pero resultaba que mi flamante esposo quería que no compartiera con él.
¿Quién se creía para elegir mis amistades? No era nadie, absolutamente nadie.
Negar que no me hizo emoción cruzar unas cuantas palabras después de tanto tiempo, seria mentir. A la vez, volvió a destrozarme cuando dijo que no le importaba con quienes bailara. Simplemente no le importaba lo que estaba haciendo.
Después de hablar con él, no dejé de sentirme incómoda, entonces solicité irme —Me voy…
—No dejaremos que te vayas sola.
No sabía ni porque quería irme si la estaba pasando muy bien con ellos. Quizás era porque estaba en el mismo lugar que mi esposo y no podía compartir con él.
—¿Es por ese imbécil? Vi cuando te siguió al baño. Si no fuera por Arvid, habría ido y le partía la cara—, forcé una sonrisa —¿Qué te dijo?
—No hablé con él…
—Amaru, a mí no puedes engañarme—, me quedé en silencio y pedí.
—¿Puedo quedarme está noche en tu casa?
—Claro que sí—, se dio la vuelta y dijo a todos —La seguimos en mi departamento.
Sin mirar atrás salí. Sintiendo una mirada quemando mi espalda. Tal vez era de los chicos con los que compartí.
Llegamos al departamento y continuamos la reunión ahí. Mientras Silvia y las demás preparaban unas picaditas, me senté. Arvid se sentó a mi lado.
—¿Por qué no aceptas la invitación de mi madre? —, quería que viviera en su casa, que dejara de estar sola en esa enorme mansión.
Yo creía que, a parte de mis hermanos por parte de madre y padre, no tenía familiares. Pero hace unos meses me enteré que, papá tenía una prima, la cual era amiga de mi madre. Desde hace muchos años se alejaron, cada uno siguió su vida por diferentes caminos. Según mi padre, así evitaba que su mejor amigo y prima, se vieran involucrados en sus guerras.
Ahora los tengo a ellos. Suelo visitarlos los fines de semana y pasar días agradables con ellos.
Decir que no me gustaría vivir con ellos y tener con quien compartir, sería mentir. Pero ya soy una adulta, y me gusta mi casa. Aunque es solitaria y fría, no deja de ser mi hogar y estoy muy acostumbrada a ella.
—Estoy bien Arvid.
—No lo estás. Después de lo que viste en ese lugar ¿vas a continuar con él? —, ellos no tienen conocimiento de porque estoy casada con él. Solo sabían que me había casado más no que tenía un matrimonio falso.
—Lo hablaré con él.
El tema murió ahí cuando las demás regresaron. Solo mis amigas sabían los asuntos internos de mi matrimonio. Ninguna de ellas contaría mis secretos.
Nos amanecimos en el departamento de Silvia. Cantamos, bailamos y jugamos como unos adolescentes, porque según nosotras, ya no lo éramos. Al pasar los dieciocho años dejamos de serlo.
Me levanté con una resaca horrible, fui hasta el baño, lavé mi rostro y lo sequé. Seguido fui a la cocina y me preparé un café, para mí y todos los demás. Estuvimos un rato hablando, incluso salimos a dar una vuelta y almorzar fuera.
Después de salir de ahí, pasaron dejándome en casa —Cualquier cosa, no dudes en acudir a nosotros—, recomendó Arvid —Recuerda que no estás sola, nos tienes a nosotros—, asentí. Me despedí moviendo la mano en el aire, una vez que desaparecieron de la vía, ingresé.
Al abrir la puerta lo encontré ahí. Nuestras miradas chocaron, pero al segundo siguiente la evadí. Me propuse a subir, sin embargo, su pregunta me hizo detener —¿Dónde estabas? ¿Por qué llegas a esta hora?
Había subido dos escalones cuando hizo todas esas preguntas que no venían ni al caso. Lentamente me fui girando para conectar la mirada con la suya —¿Perdón? ¿Escuché bien? ¿Tú me estás cuestionando?
Se cruzó de brazos y mirándome fijamente asintió —Si. Creo haber hablado claro y fuerte.
Sonreí y miré hacia otro lado donde no se encontrará. Suspiré y volví la mirada a él —No tengo porque darte extencias de dónde voy y me quedo—, me di la vuelta y acotó.
—Estás bajo mi responsabilidad, por lo tanto, si debes darme razones. Si te pasa algo, tu padre querrá sacárteme viva.
—No, no tengo porque darte razones de lo que hago y que no hago. Deja de mostrar preocupación por mí, mejor ve y preocúpate por tu amante y a mi déjame en paz.
Sonrió y se vio divinamente hermoso.
—¿Crees que mi preocupación es porque me importes? —, aquella pregunta fue fuego quemando mi cuerpo y un hierro caliente traspasando mi corazón —Si lo hago, es por obligación…
—¡Pues deja de actuar como mi niñero porque no lo necesito! —, sentí el ojo lagrimal picar —En los dos años te ha importado un comino lo que suceda conmigo. Has pasado más fuera de esta casa que dentro. Ahí no te acordaste de la supuesta obligación…
—Será porque en esos dos años no te habías acercado a personas como el desagradable de Jeyko.
Celos no eran, de eso estaba segura —¿Qué hay con él?
—Es hijo de un militar. Odia a los narcos…
—Nosotros no somos narcos. Al menos yo no lo soy… porque no pienso continuar con el negocio que nuestros padres dejaron.
—Yo tampoco era un narco cuando estaba en el colegio. Jeyko odia a los hijos de los narcos, una vez que se enteré, si es que ya no lo sabe, que eres la hija de un narcotraficante, te destruirá. Es mejor que te mantengas lejos de él—, así que era eso. Y yo de ilusa creyendo que podía existir un mínimo de celos. Que estúpida eres Amaru.
—Agradezco tu consejo, pero estoy acostumbrada al rechazo, y créeme que si ese hombre se atreve a querer lastimarme, no encontrará por dónde hacerlo ya que, no hay que destruir en mí.
Me di la vuelta y subí corriendo las gradas. Para llegar a mi habitación debía pasar por el pasillo y desde ahí se veía la planta baja. Will aún continuaba parado, antes que ingresara dijo —Nos vemos en la cena… descansa.