POV DE WILL.
Ya había pasado algún tiempo de aquello, y todavía me dolía como si fuera ayer, es que parecía tener una espina clavada ahí dentro, que con un medio recuerdo todo se volvía a remover.
Cada noche antes de cerrar los ojos, era ella la última persona en mis pensamientos y la primera al despertar. Estaba en cada parte de mi mente, la recordaba en la mínima cosa, la veía en todas partes, la soñaba cada noche. Se había clavado en mi corazón como un pedazo de astilla, se encontraba a tan profundidad que lentamente me iba matando, con seguridad podría decir que, ni una operación podría salvarme.
Acabé de morir el día en que supe que se casaba, se casaría con el amor de su vida, alguien a quien amó desde siempre. Ese día la astilla que habitaba en mi corazón se hizo más al fondo y terminó matándome por completo.
Cuando me enteré, quise salir corriendo, presentarme ante ella, suplicarle que no se casara, hacerle ver qué aún podía haber un nosotros, que estando lejos podría amarme y arrancarse ese amor del corazón. ¿Y quién era yo para pedirle eso? Ni siquiera tenía oportunidad para brindarle lo que ella merecía, ya me había casado, ¿cómo podría impedir que ella lo hiciera?
Y en caso de lograrlo, ni en el rincón más alejado de este mundo tendríamos la paz y la felicidad que merecíamos. No nos dejarían ser felices, nos buscarían y me obligarían a volver, y a ella la asesinarían.
Quizás mi padre no me buscaría, que después de escapar y mostrar cuánto amo a esa mujer, me dejaría en paz, pero su socio, el padre de mi esposa, ese si que cobraría su venganza, atacaría por dónde más me doliera, se la cobraría con los que más amo, y me traería de regreso, para obligarme a cumplir con la palabra de mi padre, me forzaría a ser el esposo que eligió para su hija, sin importarle lo infeliz que fuera.
Por eso, solo me quedó pararme a las afueras de la iglesia y ver cómo la mujer que había amado con toda el alma, unía su vida a otro hombre. Desde ahí la contemplé, sonreía y se mostraba contenta, es que estaba parada frente el altar con el amor de su vida, porque aunque me doliera aceptarlo, ella lo amaba, lo amaba con la misma fuerza que yo la amaba.
Mientras ella estaba feliz, yo agonizaba como un hámster en las garras de su depredador, mi pecho sentía como si una navaja se clavara una y otra vez atravesando mi corazón y dejando un hoyo en él, y me desangraba con gran rapidez.
Una rodilla se dobló al momento que la vi besarse a él. Se había casado, acababa de unir su vida a él.
Gordon me sostuvo y musitó —No se haga más daño, salgamos de aquí—. No dije nada, solo me dejé guiar por él. Caminaba lento, sentía las piernas pesadas como si plomo cargará en ellas —Estará mejor si deja de verla—, aconsejó mientras nos alejábamos.
Escuché la muchedumbre salir, me detuve y regresé a ver, involuntariamente me solté de Gordon y me dirigí a ella, él quiso detenerme, pero al levantar mi mano solo me siguió detrás como todos los demás.
Aunque ya una vez me despedí de ella quería volver hacerlo, necesitaba escuchar su voz, mirarla a los ojos, ver su encantadora sonrisa, tocarla así fuera en un abrazo.
Cuando me vio se sorprendió, pero sin perder tiempo me abrazó, quería quedarme fundido en ese abrazo para toda la vida, quería abrir los ojos y ser yo el que acabara de casarse, sin embargo, no era así, el profesor Adiel ganó, él siempre fue el vencedor, y no me quedó más que desearle felicidad.
Saliendo de ahí caminé por las calles como un perro moribundo y los ojos inyectados de sangre. ¿No era menos hombre si lloraba por amor? Porque ese día lloré hasta que mis ojos se irritaron, hasta que mi alma se secó y mi corazón dejó de sentir.
Volví a casa por la noche, había bebido, cuando abrí la puerta me encontré con la causante de mi desdicha bajando las gradas, la miré por un instante, tenía ganas de decirle muchas cosas, de agredirla con palabras hirientes, pero esa mujer parecía no inmutarse con nada.
La miré fijamente, era la primera vez en todo el tiempo que llevábamos juntos que la observaba más de un minuto. Ella bajó la mirada al teléfono y se concentró en él, iba pasando por mi lado cuando la agarré del brazo e hice que su móvil cayera al suelo.
Me miró con los ojos bien abiertos, estaba más que asombrada por como la estaba deteniendo —Eres mi esposa, ¿cierto? Entonces vas a responder—, la besé con ansias, siempre imaginando a Crys. Mientras más la apretaba, ella intentaba liberarse.
—¡Déjame! —, se empujaba —¿¡Te volviste loco!?
—¿No es esto lo que quieren nuestros padres? —, dije y seguí forzándola.
—Ya déjame, ¡por favor! —, sollozó, en ese momento la cordura me volvió y la solté, me fui alejando de ella y vocalicé.
—¡Lo siento! —, di media vuelta y volví a salir, subí al coche y manejé sin rumbo, llegué a la ciudad y me detuve frente a un parque, clavé la cabeza en el volante y dejé que las lágrimas cayeran.
Me estaba volviendo loco, sentía un dolor tan profundo en el pecho que parecía estar terminando con mi cordura, acababa de intentar forzar a una mujer a estar conmigo, cuando al igual que yo, ella tampoco me quería, si estábamos juntos, era porque nuestros padres así lo decidieron, ellos arruinaron nuestras vidas al momento que nos comprometieron.
Limpié las lágrimas cuando alguien tocó a mi ventana, pensé que era Gordon, pero al ser una hermosa mujer, una de esas de la vida bajé el vidrio —¿Servicio?
—Exclusividad, ¿puedes darme la?
—Siempre y cuando la paga sea buena.
—Lo será, pero si sales con otros, te mataré.