Se habían cumplido dos años desde que me casé con él. Dos años compartiendo el mismo lugar, y a más de aquella noche que me confesó su amor por alguien más, y la noche que se disculpó después de forzarme a besarlo; eran las únicas veces que habíamos cruzado palabras.
Durante estos dos años me dediqué de lleno a la universidad, tomé clases por la mañana, tarde y noche. Llegaba tipo doce de la noche a casa, cosa que no lo veía durante la semana. Solo los fines de semana solíamos cruzarnos en la sala, otras veces en el pasillo. Y siempre ignorándonos uno al otro.
Hoy era nuestro aniversario, nuestro segundo aniversario. Se suponía que debíamos estarlo celebrando, lejos o cerca de aquí, juntos, amándonos bajo la luna y el cielo estrellado, expresando nuestro amor como cualquier pareja casada. Sin embargo, nosotros no éramos ese tipo de pareja, porque él no me amaba y yo, yo decidí enterrar ese sentimiento que me lastimaban cada vez que lo veía y era ignorada por él. Así era más fácil convivir, dejar ir ese amor, aceptando que jamás habría un nosotros.
Hace una semana me gradué de la universidad. A mis diecinueve años había logrado obtener mi primer título y estaba por obtener otro a fines del año. Esto era gracias a que, dediqué mi tiempo al estudio y dejé de lado la diversión. Pero ya era tiempo de darle riendas a esto. Había pasado dos años estudiando y necesitaba salir a divertirme con mi amiga.
—Amor, te estoy esperando—, cualquiera que la escuchara, pensaría que éramos parejas. Pero la realidad es que era la forma de tratarnos.
—En un momento bajo—, respondí en un audio.
Terminé de maquillarme. Apreté los labios y contemplé mi cuerpo y rostro por un momento. No era fea, lo sabía muy bien. Mi rostro era hermoso, con unas cejas bien delineadas, unas pestañas largas y tupidas, una nariz respingada y un rostro delgado y pequeño del tamaño de la mano.
Si se suponía que era hermosa, ¿entonces? ¿por qué mi esposo no podía amarme? Tal vez tenía mi orgullo muy en alto y eso me hacía ver hermosa, quizás no lo era, y por eso él no me deseaba.
Suspiré profundo y deseché de los pensamientos a Will y su falta de interés en mí. Está era una noche especial, una noche que la pasaría con mi amiga y nada podría arruinarla.
Rociando algo de perfume salí del baño, agarré la cartera y bajé. Cuando llegué a la calle donde Silvia esperaba por mí, la escuché chiflar —Mamacita usted se levanta a todos en esa discoteca está noche—, sonreí y me adentré al coche. La saludé con un beso en la mejilla y coloqué la cartera negra sobre mis piernas.
—Vámonos, volvámonos perra está noche.
—Esa es la actitud—, dijo y encendió la marcha.
Al cabo de un rato llegamos a la discoteca, bajamos y después de entregar las llaves al hombre que cuidaría de él, nos adentramos al centro nocturno.
Miradas obscenas se posaban en nosotros, más que todo en mí. Joder, ya me arrepentía haberme vestido con algo tan corto. Contenía una falda negra de lentejuelas corta, diría que muy corta. Una blusa blanca tipo licra con flequillos colgando desde los senos, dejando mi plano abdomen al aire libre, y la parte trasera totalmente descubierta, solo atada con unas tiras que hacían dos cruces.
Quería escapar de aquel lugar donde todos parecían quererme desnudar con la mirada, pero no podía quejarme de lo que sucedía, porque yo misma lo había provocado vistiéndome de esta forma.
Estando dentro nos reunimos con otros chicos, incluido el novio de Silvia. Todos estaban en pareja, solo yo era la única que no tenía a nadie a mi lado.
—Haré de esta noche, el mejor aniversario que has tenido—, gritó Silvia levantando la copa y chocándola con la mía. Reí con su locura.
¿¡El mejor aniversario?! ¡Que ironía! Debía celebrar mi aniversario con mi mejor amiga y demás amigos, mientras mi esposo, no sabía dónde se encontraba. Tenía dos fines de semana que no lo veía ni escuchaba en casa. ¿Dónde se encontraba? No sabía. Nadie me informaba nada, menos me atrevía a preguntar.
—Vamos a la parte VIP, tengo reservado unos lugares ahí—, Dijo Arvid Mehmet, el prometido de Silvia, mi primo de segundo grado. Era un hombre multimillonario, estaba entre los principales empresarios más ricos de Tuntaqui. Era más mayor que nosotras, creo que ya rondaba los treinta, pero se divertía como un adolescente, y lo más importante, que lo hacía siempre de la mano de mi amiga.
Entramos a la parte VIP, nos acomodamos en un enorme mueble de cuero diseñado en uve. Arvid fue por algunas bebidas, mientras tantos nosotras nos acomodamos en espera de los chicos.
—Voy al baño—, Silvia se levantó.
—Te acompañaré.
—Vamos todas—, dijeron las demás.
En grupo nos dirigimos al baño. Íbamos hecha una fila, como si estuviéramos jugando al tren. Yo iba a delante. De pronto me detuve y todas la chicas chocaron contra mi espalda. Sonreían, mientras yo contemplaba al hombre sentado a varios metros con una despampanante mujer, la cual reposaba en sus piernas y acariciaba.
—¿Qué sucede? —, me había quedado observándolo. Y no sé porque, pero sentí envidia de esa mujer, y un dolor profundo en el pecho porque, mi esposo, tenía una amante.
Las chicas siguieron la mirada de la línea de mi visión, al verlo, replicaron —¡Que desgraciado!
—¡Yo lo mato! —, masculló Silvia encaminándose hacia él.
Logré detenerla y me paré delante —No harás eso—, suspiré —Nuestro matrimonio es una farsa. Por lo tanto, es lógico que tenga otra mujer.
—Pero Amaru—, volví a mirarlo, sonreía como nunca antes lo había visto sonreír. Cuando su mirada se encontró con la mía, la sonrisa de su rostro se esfumó.