¿¡Está no es una relación Amaru!?
Sonreí en mi interior por cómo me calló la boca. Era cierto, tenía razón. Nosotros no teníamos una relación. Solo estábamos unidos en un papel, pero éramos dos perfectos desconocidos.
Bajé la mirada, apreté los labios y los ojos se me aguaron. Mordí la parte interna del labio, forcé una sonrisa mientras miraba mis uñas y disimuladamente pestañaba para disipar las lágrimas.
—¿Crees que no lo sé? —, al sentir que ya no quedaba rastro de lágrimas, lo miré. Se encontraba con la mirada posada en su plato. Cuando me escuchó levantó las pestañas dejándome anonada —No es necesario que me lo recalques—, le mantuve la mirada —Se perfectamente que no tenemos una relación como otras parejas, pero te guste o no soy tu esposa, aunque solo sea por un papel—, se mantuvo en silencio, escuchando todo lo que decía —Y merezco respeto.
—No te he faltado…
—¿Pasarte con tu amante en sitios públicos no es faltar el respeto a la mujer que consta en tu credencial como esposa?
—Que estuviera ahí fue casualidad. No suelo pasar con ella en esos lugares. Cuando llegué estaba con mis amigos. No esperaba que tú también aparecieras—… hizo una pequeña pausa —Si te hice sentir mal, discúlpame. No se volverá a repetir.
El silencio perduró un minuto, solo el movimiento del tenedor se escuchaba —¿Siempre será así? —, volvió a mirarme.
—¿Así?, ¿cómo? —. Forcé una sonrisa y dirigí la mirada a un costado, la centré en la ventana.
—Creo que debes odiarme mucho para en dos años no haberme dirigido la palabra.
—No te odio…
—Ya… —, sonreí —Entonces, ¿por qué decidiste ignorarme y hacer de cuenta que no existía? ¿Crees que estoy aquí porque me encapriché contigo? ¿Qué decidí arruinar tu vida por qué me dio la gana?
—Tú tenías opción, Amaru…
—¿Yo tenía opción? —, volví a sonreír —Tú qué sabes de lo que me llevó a aceptar esto.
—El miedo de estar sola y que tus hermanos y madrastra acabaran contigo. La fortuna que tú padre unió al mío…
—Es verdad. No voy a negar que tenía miedo, pero mi mayor miedo y lo que me llevó aceptar fue, imaginar la muerte de mi amiga en manos de los hombres de mi padre—, me levanté, él también lo hizo. Intrigado cuestionó.
—¿Fue por eso que aceptaste casarte?
Lo miré con los ojos iluminados —No me interesa el dinero, puedes quedártelo si deseas. Es más, ni siquiera terminando la universidad me uniré a esa empresa. Lo único que me importa es que, Silvia esté bien, que cumpla todos sus sueños, y que una bala en su cabeza no frustre sus metas—, me di la vuelta, caminé unos pasos y me detuve, de espalda a él refuté —Es una lástima que no me dieras la oportunidad de al menos… ser tu amiga.
Dicho eso continué. Subí a toda prisa, cerré la puerta, llevé la mano al pecho y contuve las lágrimas.
¿En serio me creía tan ambiciosa? ¿Cómo podía pensar que estaba atada nomas por el dinero?
Debía estar loca para soportar dos años de indiferencia y los que vendrían por dinero. Nadie en su sano juicio, ninguna mujer que se amara así misma aceptaría tener un hijo con un hombre que no la quería, menos le daba la hora, por dinero. Solo que la ambición fuera más fuerte que la dignidad, podría aceptar.
Tras liberar esa tristeza, fui al baño, lavé mi cuerpo, salí y me arreglé para ir a dar una vuelta.
Cuando bajé, no encontré a Will. Abrí la puerta y corrí hacia la salida porque Silvi sonaba el claxon —Zorra, cada día estás más buena—, lancé mi cartera atrás, ingresé y la abracé para llenarla de besos —¿Y dónde vamos?
—De compras.
—¿Y ese milagro? Si tú odias ir de compras, ya tienes ropa porque me ha tocado llevarte a rastra—, me alcé de hombros.
—No sé. En estas vacaciones me ha dado por actuar como una mujer normal—, moví la mano en frente de su cara.
—Esas uñas, necesitan ser atendidas con urgencia—, alboroté mi cabello —Y eso también.
—Entonces llévame… y transfórmame.
Encendió el auto, una vez que arrancó dirigí la mirada a la casa, la posé en lo alto, y ahí estaba, sobre la terraza, mirando en mí dirección. Suspiré profundo y desvié la mirada.
Primero pasamos por la masajista, luego por el salón de belleza, seguido por la estética y finalizamos en la boutique.
Entramos a varias tiendas, hasta que en una encontramos a la mujer de anoche, aquella que acompañaba a Will. La amante o, mejor dicho, la mujer de su vida.
Me volví para marcharme, pero Silvia me detuvo —¡Dónde crees que vas! ¿Desde cuándo las esposas huyen de las amantes?
—Desde que la amante es amada y la esposa ni siquiera es deseada—, musité sobre bajo.
—Por muy verdad que sea, eso no quita que tú eres la esposa y ella la amante. Así que—, arregló mi cabello y apretó mi mejilla —Entras con tu frente en alto, porque la que debe sentir vergüenza es ella, no tú—, me giró desde los hombros, seguido me empujó —Solo ignórala, has de cuenta que es un maniquí el que se encuentra ahí. Aunque viendo bien, un maniquí no tiene tantos remiendos como esa…
—Silvi…
—¿¡Qué!? Que no te sorprenda que por ese cuerpo y rostro haya pasado más de una navaja—, negué y acaricié la tela de un vestido. Al tocar la suavidad lo iba a sacar, pero una perfecta mano me lo ganó.
—Es mío, al igual que él.
Silvia me codeó como para que le respondiera. ¿Qué podía usar en mi defensa si tenía razón? Él era suyo, y no iba a rebajarme a pelear por un hombre, más si no era mi pareja y no existía ni el más mínimo sentimiento de su parte por mí. Pero eso sí, el vestido no tenía dueño, porque nadie lo había pagado aún. Y como yo lo vi primero, lo haría mío.
—¡Es mío! —, dije al quitárselo —Lo vi primero, por lo tanto, me lo quedo—, abrió la boca para decir algo, pero me di la vuelta y caminé hacia la caja.
Había dado unos cuantos pasos y volvió a quitármelo —No te quedarás con lo mío—, se acercó al momento que me giré en su dirección —Lo usaré está noche para cuando Will Lewis, mi hombre vaya a visitarme a mi departamento y me haga suya como cada noche.
¡Qué horror! La gente se había agrupado a presenciar está bochornosa escena —Quédatelo, no voy a pelear por un trapo—, ¿ese era el amor de su vida? ¿era por esa mujer que me despreciaba? ¡Carajo, que mi esposo no tenía vergüenza de salir con alguien tan vulgar!
Me di la vuelta, no iba a ser partidaria de un show barato como ese, pero su mano se ajustó a mi codo.
—Eres tan simple, por eso vino a mí—, de un sacudón me solté. Si había algo que odiaba era que me tocara gente indeseable.
—Mira… no tengo idea de lo que pretendes, pero no voy a ser partidaria de ello. Si es espectáculo lo que te gusta hacer, búscate a otra, porque no pienso entrar en ese circo.
—¿¡Como no vas a ser partidaria!?, si tú eres la payasa y este es tu circo—, miró a todos y volvió la mirada a mí —¿Sabían que está mujercita, la que se da de señora pulcra y decente, usó medios tan bajos para atrapar a un hombre y obligarlo a casarse con él? —, fruncí el ceño cuando tomé en cuenta que esa mujer sabía mi historia con Will.
—¡Oye! —, Silvia la agarró del brazo y la sacudió —No voy a permitir que…
—¡Tú te callas! —, la empujó logrando que cayera al suelo. Silvia abrió la boca para decir algo, pero la volvió a cerrar, se levantó con todas las intenciones de devolverle el empujón, no obstante, se lo impedí, porque era a mí que me tocaba poner en su lugar a esa sanguijuela.
En estos años he estado rodeada de personas que realmente me han apreciado. Entre ellas está mi maestra, una mujer de edad media, con un divino corazón, la cual me llenó de consejos y buenos valores.
De ella aprendí que no se necesita golpear a alguien para ponerles en su sitio. Si me peleó en público solo me llevaría a rebajarme al mismo nivel de mi contrincante.
Pero deseaba con todas mis fuerzas golpear a esa mujer que estaba poniéndome en ridículo delante de todas las personas que se encontraban en esa tienda.
—Veo que ser la amante te ha dado por creerte más que la esposa—, la mandíbula le palpitó —¿En serio no tienes ni un poquito de amor propio? Cómo puedes pararte delante de mí e intentar dejarme en ridículo cuando la única que debería sentir vergüenza por ser la otra, eres tú.
—Esta otra, es la mujer que ama y desea, en cambio tú—, me miró de abajo hacia arriba —No le produces nada.
—¿Eso es lo que crees? —, aunque tenía razón, no iba a perder esta batalla —¿Así de fácil se convencen las amantes de que el hombre no desea a su esposa como a ellas? —, sonreí —¿Crees que si fuera así continuaría a mi lado?
Iba a responderme, no obstante, dos hombres se pararon detrás de ella y la agarraron de los brazos.
—¿¡Qué diablos les pasa!?
—No se permite el ingreso de personas que dañen la imagen de este lugar—, la sacaron de la tienda haciéndole saber que en ese lugar no se permitía el espectáculo. Y como ella lo empezó. Como dejó entrever que, era la amante de mí esposo, se ganó la expulsión de un lugar como este.
Después que la sacaron y la lanzaron al suelo como una basura, Silvi preguntó —¿Te lo quedas? —, hice una mueca y negué. Seguido miré a todas las mujeres que se encontraban en aquel lugar. Las cuales murmuraban mientras me miraban.
—Quiero salir de aquí—, aunque no era la que había fallado, se sentía feo haber tenido un enfrentamiento con la amante de tu esposo delante de varias desconocidas. Nunca pensé sentir tanta vergüenza por lo que alguien más había hecho.
—No le hagas caso a esas viejas chismosas. Seguro más de una a aguantado cachos. Solo míralas, tienen más cuernos que el venado—, lo dijo en alta voz para que todas escucharan. Inmediatamente dejaron de hablar y continuaron con la búsqueda de prendas.
Sonreí y ladeé la cabeza. Enganché mi brazo al de Silvia y salimos. Pensé que me la toparía a fuera, pero tal parece que se marchó —¿Por qué no me dejaste golpearla?
—Y permitir que te rebajaras a su nivel, eso sí que no—, la abracé y así caminamos por los pasillos.
Pasábamos por una cafetería y decidimos detenernos —¿Comemos algo? —, asentí.
Nos acomodamos en una mesa, mientras esperábamos lo que solicitamos tomábamos algunas fotografías —¿Qué te dijo el innombrable? —, así le llamaba Silvia —¿Le contarás a tu padre lo que está sucediendo? No creo que después de saber que ese infeliz te engaña, quiera que continúes casada, sobre todo, le des un hijo.
—Silvi, no quiero hablar de ese tema—, suspiré —Mejor hablemos de cosas más positivas, algo que me llene y haga sentir mejor.
—Bien, ¿qué tal te pareció el chico de anoche? ¿Te gustó? —, formé una mueca y negué.
—La verdad es que no.
—Lo sabía. Solo lo mantuviste a tu lado porque el innombrable estaba ahí.
—¡Otra vez con él! ¿Por qué siempre llegamos al mismo tema? —, lancé la cabeza hacia atrás.
—Será porque Will Lewis es tu tema de cada día.
Agradecí cuando trajeron nuestro cappuccino, así le mantenía la boca cerrada a mi amiga por algunos minutos.
—Hay temas más importantes de que hablar. Como, por ejemplo, ¿cuándo hay boda?
—Mmmm, está lejos aún. No está en mis planes casarme por ahora. Estoy joven, quiero disfrutar, estudiar, trabajar, ya luego que venga el matricidio y lo demás. Por ahora, no gasto mis energías pensando en él futuro con Arvid.
Tras culminar el cappuccino, nos dirigimos a casa. Me quedé un momento en el auto de Silvia observando hacia la casa. Cada que las luces de toda la casa estaban encendidas, era porque Will se encontraba ahí. No sé si le temía a la oscuridad, pero en cada espacio que ocupaba debía estar alumbrado —¿Qué harás mañana?
—Visitaré a mi tía. ¿Quieres acompañarme? —, negó —¿Por qué? Eres una cobarde—, sonrió.
—Creo que, si conozco a los padres de Arvid, terminaré adorándolos y se me hará difícil alejarme si algún día terminamos.
—¿Por qué piensas en terminar si se adoran?
—Porque en la vida, nada es seguro. El hombre está rodeado de mujeronas que hasta a mí me produce cogérmelas—, solté una carcajada —En cualquier momento me patea por alguien de su mismo estatus.
—Él no es así. Quítate de la cabeza esa absurda idea—, me despedí dándole un beso en la frente.
Entrando a casa no encontré a nadie. Iba subiendo las gradas cuando escuché a la empleada —¿Cenará?
—Ya comí algo fuera—, continué subiendo.
Al llegar al pasillo lo vi salir de su habitación. Vestía elegante como todos los días. No podía decir que hoy hacia la diferencia, porque eso era mentir. Will Lewis siempre vestía elegante y todo le quedaba bien.
Apenas nuestras miradas se conectaron la aparté, doblé hacia el pasillo donde quedaba la mía ignorando su presencia.
Seguro iba a verse con ella. No olvido que la mujer me lo recalcó mientras peleábamos por aquel vestido. Quería comprarlo para lucirle a él.
Traté de sacar esa imagen de ellos dos juntos de mi cabeza, no obstante, mientras más trataba, más fallaba.
Di vueltas en la cama tratando de conciliar el sueño, y no fue hasta que escuché la puerta del cuarto de Will abrirse que me quedé dormida.
Era satisfactorio que no se haya quedado a dormir con aquella mujer. Aun cuando no dormía conmigo, me ponía contenta que durmiera en casa.
«Por la mañana bajé a desayunar a mi hora normal. Llegando al comedor lo encontré sentado, esperando su desayuno. Me di la vuelta con las intenciones de regresar por dónde llegué, incluso iba a colocarme los audífonos cuando lo escuché decir.
—Tenías razón. Es una lástima que no te haya dado la oportunidad de conocerme—, me detuve en seco —¿Y si empezamos de cero? ¿Si nos damos la oportunidad de conocernos y dejar de ser dos completos extraños? Estamos atados en este matrimonio. Al menos que de él surja una bonita amistad».
Era demasiado hermoso para ser realidad. Abrí los ojos y me di cuenta de que estaba soñando. Sonreí por mi reverenda estupidez al pensar que Will, mi esposo, el que me odiaba me pediría que le diera una oportunidad para conocerme cuando el día anterior me dijo que lo nuestro no era una relación.
Me senté en la cama, tratando de asimilar lo que acababa de suceder en mi sueño. Durante unos breves segundos disfruté de la sensación de ser amada y deseada por Will, pero rápidamente la realidad volvió a golpearme. Recordé la indiferencia, la frialdad en su mirada cuando me dijo que nunca me amaría.
Y hasta ahora ha cumplido con su promesa. Llevamos dos años casado y no ha hecho por acercarse y mirarme de una forma diferente.
Él si supo cumplir lo que dijo, “nunca te amaré”
¿Qué hacíamos casados?
¿Cómo íbamos a traer a este mundo a un niño o niña si no existía amor por parte de ambos?
¿Será que Will no lo sabía?
¿Será que a él no le habían dicho que debíamos concebir un hijo?
Suspiré con resignación, sintiéndome estúpida. Era evidente que Will no sentía lo mismo por mí y no había razón alguna para pensar que pudiera cambiar de opinión. Y lo más probable era que, cuando supiera que debíamos tener un hijo por capricho de nuestros padres, terminaría odiándome más.